“La primera vez lloras. Ahora soy como una piedra”. Cuatro meses en la primera línea de la guerra de Ucrania curten. Así lo transmite un integrante de la Legión Internacional que llegó como voluntario a la frontera polaca y que, pese a no tener experiencia militar y contar con más de 50 años, acabó vistiendo el uniforme y desplegado en el frente noreste del país. Por puro compromiso personal decidió dar el salto y pasar de repartir ayuda humanitaria a combatir a los rusos. Sin embargo, reconoce que las bajas en su batallón, en el que hay españoles, colombianos, peruanos, franceses o británicos, están siendo numerosas. Habla “de muchos muertos”, pero no se arrepiente ni se arredra. Se muestra firme ante la necesidad de su regreso al frente al día siguiente de este encuentro, que tiene lugar en el último de sus tres únicos días de descanso en un mes.
Su ámbito de trabajo ha sido siempre las regiones de Járkov —donde combatió durante la contraofensiva llevada a cabo en septiembre—, Donetsk y Lugansk, las dos regiones que integran lo que se conoce como Donbás. “Siempre de Liman hacia el norte”, concreta, refiriéndose al que fue uno de los bastiones rusos que cayó en esas semanas en manos de las tropas locales. Cuenta, además, que participó en la liberación de localidades como Kupiansk. Pero las pérdidas sufridas en su grupo hacen que tanto él como sus compañeros estén ahora a la sombra de los Krakers, un conocido cuerpo de las fuerzas especiales ucranias.
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Este hombre, que ha dejado atrás un negocio de hostelería, mujer e hija adolescente, está convencido de que, si el presidente Vladímir Putin se sale con la suya, irá a por otros países. Ese es el motivo que esgrime para su alistamiento. “Si estos de aquí pierden la guerra, el hijoputa de Putin irá a por Polonia y otros países”, argumenta este combatiente de un país centroeuropeo, que prefiere ocultar detalles más precisos sobre su identidad. “Yo en casa cobro más que aquí. Además, con menos estrés, menos frío, menos peligro… pero los americanos lo hacen por dinero”, comenta refiriéndose a sus compañeros latinoamericanos. “Algunos son gente que sabe y tiene experiencia y aquí se sacan 3.000 o 4.000 dólares al mes”.
“Cada pueblo cuesta mucha sangre”, lamenta, refiriéndose a los compañeros que ha ido dejando en el camino y por los que cada vez vierte menos lágrimas. El fuego de artillería o los misiles Grad y Kalibr rusos están haciendo estragos, asegura. También hay ocasiones en los que han de adelantar sus posiciones para tratar de hacer retroceder al enemigo, que les espera apostado en una zona boscosa donde son recibidos con todo tipo de fuego. El Ejército de Ucrania trata estas semanas de ganar terreno en la región de Lugansk, que hasta hace poco estaba casi íntegra en manos de las tropas invasoras. Ya en la retaguardia, el legionario asegura que se ha acostumbrado a descansar por la noche, aunque suenen las detonaciones de fondo. Consciente de su falta de experiencia y de que no tiene excesivas habilidades armamentísticas, desde el principio se aferró al rifle AK47, el Kaláshnikov de toda la vida, que “se usa y se limpia fácilmente”.
Es muy duro “cuando sale el grupo y te quedas de guardia y alguno no vuelve de la misión. La primera vez lloras. Ahora estoy como una piedra”. Lamenta cómo, hace unos días, un chaval de 20 años se quedó sin pierna en sus 10 primeros minutos de misión, nada más salir del vehículo. Pese a todo, lo que más le duele es ver a niños y mujeres desasistidos a bajo cero. Recuerda en ese momento de nuevo los meses que estuvo de voluntario repartiendo ayuda humanitaria.
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Sorprendido, rememora también el día en que detuvieron a una veintena de militares rusos procedentes de la república Buriatia, una zona muy pobre en los confines de Rusia, al norte de Mongolia. Se trata de una minoría étnica de la que el Kremlin ha tirado de manera especial para engrosar sus tropas en la invasión de Ucrania. El integrante de la Legión Internacional relata que los detuvieron mientras estaban dormidos y ni siquiera tenían sus armas preparadas para reaccionar. Por el camino hacia la base, “veían un pueblo con 30 casas y algo de asfalto y eso ya era para ellos una ciudad. `Estas casas son de mucho dinero”, dice que comentó uno de los prisioneros.
En la Legión Internacional hay alistadas miles de personas de más de medio centenar de países, entre ellos España. Firman un contrato y tienen un salario de unas 120.000 grivnas al mes (unos 3.130 euros), detalla el entrevistado. Su jefe directo es también un extranjero, aunque las decisiones más altas llegan de mandos locales. El estatus de los integrantes de la Legión Internacional es diferente, por ejemplo, del de otros extranjeros que llegan a Ucrania como instructores militares, adiestran a miembros del Ejército en bases y campamentos sin ir al frente y han de abandonar el país pasados 90 días. Para volver a entrar deben solicitar el visado de nuevo, según explica un estadounidense con experiencia en Panamá y Afganistán.
La polémica rodea también a la Legión Internacional, según una investigación publicada el pasado agosto por el diario Kyiv Independent. “Algunos de los comandantes de la unidad están implicados en el robo de armas y bienes, acoso sexual, asalto y envío de soldados no preparados en misiones imprudentes”, señala el reportaje, publicado tras obtener un informe de denuncia de 78 páginas hecho llegar a las autoridades de Kiev así como una docena de entrevistas a integrantes en activo o que habían renunciado por esas irregularidades. El entrevistado en ningún momento se refiere a abusos de ese tipo, aunque reconoce que su vida no es un camino de rosas y que sus jefes son igual de exigentes con él que con los que tienen 30 años menos. Eso sí, afirma que están bien equipados para hacer frente a las bajas temperaturas que sacuden ya el país.
Las autoridades nunca han ofrecido detalles del número de integrantes de este cuerpo, de los lugares en los que se encuentran desplegados o de sus bajas. En junio, el que entonces era su portavoz, Damien Magrou, informó de que contaban con efectivos de 55 países de todos los continentes. El movimiento tiene sus cimientos en el ya existente de voluntarios llegados de diferentes países para apoyar a las fuerzas de Ucrania tras el levantamiento de separatistas prorrusos contra Kiev en las regiones orientales de Donetsk y Lugansk. A lo largo de estos ocho años, algunos grupos han ganado notoriedad, como los comandados por georgianos, chechenos o bielorrusos. En los primeros compases de la invasión, Kiev tuvo incluso que echar el freno al reclutamiento, pues sobraban voluntarios y faltaba preparación y armamento.
Pese a todo, y consciente de que podían necesitar de su ayuda, el presidente Volodímir Zelenski eliminó el 1 de marzo por decreto la exigencia de visado a todos los extranjeros que quisieran acceder a Ucrania para unirse a la Legión Internacional, salvo para aquellos que proceden de Estados considerados agresores. La eliminación temporal de ese requerimiento se va a mantener mientras siga vigente la Ley Marcial que, a su vez, impide salir del país, salvo algunas excepciones, a los ucranios de entre 18 y 65 años. Esa Ley Marcial acaba de ser ampliada 90 días, por lo que se mantendrá, como mínimo, hasta el 19 de febrero de 2023, cinco días antes de que se cumpla un año de la invasión rusa. Como ellos, el contrato que firman los soldados de la Legión Internacional, les impide salir a través de las fronteras ucranias.
También entre las filas invasoras que combaten a Ucrania en esta guerra hay milicianos extranjeros. El último caso que salió a la luz fue el de un colombiano que llegó desde España y que murió el mes pasado en Donbás. Se trataba de Alexis Castillo, de 24 años, al que el presidente Gustavo Petro despidió desde su Twitter así: “Ha muerto un joven que quiso ser revolucionario. Y la revolución es la paz”.
Avanzada la entrevista en Járkov, realizada el martes pasado, suenan las alarmas y se escuchan varias detonaciones lejanas. Acaba de tener lugar un ataque —otro más— sobre una estación eléctrica. La segunda ciudad de Ucrania se queda a oscuras, pero el militar no se inmuta y sigue dando testimonio en la penumbra. “Esto no es la Play Station, que si te hieren sigues jugando la partida”, zanja mientras señala con el dedo el parche adherido a su chaqueta en el que se lee: “Fuck orcs” (que os jodan, orcos), el insulto con los que los ucranios se refieren a los militares rusos.
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