Cuando vio el alcance de los ataques contra Stepanakert y otras zonas del Alto Karabaj, Hovig Asmaryan decidió enviar a sus tres hijos a pasar una temporada con sus parientes de Yereván. Asmaryan, un sirio de Alepo de etnia armenia, llegó al Alto Karabaj a finales de 2012, huyendo de la guerra de Siria. En el enclave montañoso, en suelo internacionalmente reconocido como de Azerbaiyán pero controlado por Armenia, compró una granja y hace poco abrió un restaurante de comida siria y mediterránea. No le iba mal, cuenta por videollamada desde Stepanakert. La región, asolada en la guerra entre Yereván y Bakú por el control del enclave de principios de 1990, se había visto revitalizada y modernizada gracias, en gran parte, a donaciones de la nutrida diáspora armenia. Hoy, las cicatrices del conflicto se aprecian de nuevo en los edificios y en las calles de la región, y Asmaryan, de 50 años, vive otra guerra.
El Alto Karabaj —o Nagorno Karabaj— en el Cáucaso sur, con 150.000 habitantes (la inmensa mayoría de etnia armenia) y que tiene reclamos de autodeterminación, vive desde hace dos semanas los enfrentamientos más graves entre Armenia y Azerbaiyán desde 1994, fecha en que se firmó un alto el fuego que se ha roto continuamente. Una guerra ahora abierta en una región fuertemente militarizada que puede desembocar en una espiral que involucre de lleno a potencias regionales: Rusia, por su influencia en la región y su acuerdo de defensa con Armenia, y Turquía, con un apetito cada vez más expansivo e imperial, que apoya a Azerbaiyán y está poniendo a prueba la influencia de Moscú en el Cáucaso sur.
Los recientes enfrentamientos entre las dos ex repúblicas soviéticas, el último capítulo de un conflicto latente que dura tres décadas, preocupan cada vez más a la comunidad internacional. La guerra puede además desestabilizar un área que actúa como un importante corredor energético para los mercados globales: muy cerca de la línea del frente se encuentra un gasoducto inaugurado el año pasado que se extiende por Turquía, destinado a aliviar la dependencia de Europa de las importaciones del gas ruso.
El sábado, tras más de 10 horas de negociación auspiciada por Moscú, Armenia y Azerbaiyán anunciaron un alto el fuego destinado a intercambiar prisioneros y recuperar a los muertos, bajo la mediación de la Cruz Roja. Una tregua que, sin embargo, ya se ha roto una decena de veces. Yereván y Bakú se acusan mutuamente de ataques contra civiles. Armenia informa de 20 civiles y 525 soldados muertos. Azerbaiyán, que no ha revelado sus bajas en el Ejército, afirma que más 41 civiles han muerto y 205 han resultado heridos desde el inicio de las hostilidades el pasado 27 de septiembre.
Lika Zakaryan cuenta que prácticamente desde entonces vive en un pequeño refugio antiaéreo junto a otras tres personas en Stepanakert. “Mi casa fue alcanzada por uno de los ataques y ya no tenemos allí electricidad ni gas y al salón le falta una pared”, asegura la joven de 26 años, que nació en el Alto Karabaj tras la guerra de principios de los noventa, que duró seis años. Zakaryan, que estudió Sociología pero que en los últimos meses trabajaba para una web de información sobre la región, explica por Skype que su hermano, de 24 años, su novio y un buen número de sus amigos están en el frente.
Pese al alto el fuego y a que las conversaciones sobre cómo desarrollarlo siguen en Moscú, el líder de la región, Arayik Harutyunyan, ha anunciado que está reuniéndose con veteranos de la guerra de los n+oventa para que se involucren también en la batalla. “La situación es fatal”, escribió en Facebook. Las autoridades del Alto Karabaj acusan a Azerbaiyán de iniciar el enfrentamiento y de arremeter contra objetivos civiles. “Azerbaiyán ha atacado más de 120 asentamientos civiles de forma deliberada”, insiste el político local David Babayan desde su despacho en Stepanakert por videollamada. Además de edificios residenciales Babayan habla de puentes, instalaciones de agua y electricidad, también de comunicaciones. El jueves, dos ataques destruyeron gran parte de la Catedral de Shusha e hirieron de gravedad a tres informadores rusos.
Bakú lo niega y acusa a Armenia de atacar una zona residencial en Ganja, la segunda ciudad del país, tras la firma del alto el fuego y de madrugada. Las autoridades de Azerbaiyán han informado de nueve civiles muertos y 34 heridos, según una nota del Ministerio de Exteriores. Medios sobre el terreno en Ganja, como France 24 o BBC han difundido las imágenes de los enormes daños causados en la zona por lo que Bakú identifica como un misil balístico. “Si Armenia sigue atacando objetivos civiles Azerbaiyán se verá obligada a emprender medidas necesarias contra objetivos militares”, ha dicho el asesor presidencial Hikmey Hajiyev.
La abogada Tatev Asaryan nació en el Alto Karabaj el día siguiente a la firma del alto el fuego de 1994 entre Bakú y Yereván, tras la guerra que causó unos 30.000 muertos y miles de desplazados y para la que nunca se firmó acuerdo de paz. A través de una precaria conexión a Internet y desde uno de los refugios de Stepanakert asegura que, pese a que la vida normal se ha detenido prácticamente, las familias se esfuerzan porque los niños sigan de una forma u otra sus clases.
La Cruz Roja, que ha proporcionado suministros médicos de emergencia a los hospitales y bolsas para cadáveres a la oficina forense de Nagorno Karabaj, según explican en una nota, alerta además de la expansión de la pandemia de covid-19 entre una población refugiada en búnkeres y con peor acceso a los medios sanitarios. También de la llegada del frío, dice el responsable de derechos humanos del Alto Karabaj, Artak Beglaryan. “El 50% de la población se ha tenido que marchar de sus hogares, algunos a refugios dentro de la región, otros a Armenia”, comenta por teléfono Beglaryan desde Stepanakert. Como Yana Avanesyan, que salió del Alto Karabaj cuando un ataque de artillería alcanzó la casa de su hermana. “No era seguro y decidimos que era mejor salir a Yereván que permanecer en un refugio”, comenta Avanesyan, profesora de Derecho en la Universidad de Stepanakert y especializada en derecho humanitario, por videollamada. No sabe cuándo volverá.
El enfrentamiento latente por el enclave montañoso que varias resoluciones de la ONU reconocen como parte de Azerbaiyán comenzó antes de que naciese Avanesyan, que aún no ha alcanzado la treintena, y es fruto de los conflictos heredados de la antigua URSS y su derrumbe, que combinan tensiones territoriales y étnicas en un tumultuoso sur del Cáucaso. Pero este último estallido es distinto. No solo porque llega en un momento en el que tanto Armenia como Azerbaiyán disponen de armas mucho más sofisticadas, señala el experto en la zona Thomas de Waal, que destaca además la intensa guerra de información en televisión y redes sociales; también por la implicación de Turquía, que ha ofrecido su apoyo más directo a su aliado Azerbaiyán en un área de influencia tradicionalmente rusa, lo que agrega otro componente nuevo y complejo. Todo ello aumenta riesgo de que el conflicto local se convierta en regional. El del Alto Karabaj se sumaría al conflicto de Libia y Siria, donde Ankara y Moscú apoyan bandos rivales.
Armenia tiene un acuerdo de defensa con Rusia, que suministra armas a Yereván pero también a Bakú, que además ha invertido gran parte del dinero ganado con el petróleo en compra de material de defensa también a otros proveedores, como drones israelíes y turcos que, según el experto militar ruso Pavel Felgenhauer, le están proporcionando una ventaja comparativa. Además, distintos informes de la inteligencia armenia, francesa y rusa así como del Observatorio Sirio de Derechos Humanos señalan que decenas de mercenarios sirios han llegado al frente para luchar por Azerbaiyán pero financiados con dinero turco. Turquía lo niega.
La intervención de Ankara y las solicitudes de Bakú de que participe en la mesa de negociaciones escaman profundamente a Armenia y estimulan el recuerdo de la persecución de los armenios por el Gobierno otomano en la que murieron más de 1,5 millones. Una masacre reconocida como genocidio por un buen número de países. “Es muy difícil encontrar un lenguaje común con los turcos, es lo que nos ha enseñado la historia. Pero estamos preparados para resistir y luchar para proteger a nuestro pueblo”, remarca el granjero y restaurador Hovig Asmaryan.
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