Si en 2005 le hubieran contado a cualquiera lo que iba a ocurrir en los siguientes 15 años —victoria de Donald Trump, Brexit, abdicación de Juan Carlos I…—, nadie se lo habría creído, cuenta Ignacio Sánchez-Cuenca, licenciado en Filosofía y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. En España, afirma, “esta es la etapa más caótica desde la reinstauración de la democracia. El sistema de partidos ha reventado. La política está totalmente fragmentada”. El profesor, que también ha dado clases en las universidades de Yale (EE UU) y Pompeu Fabra (Barcelona), ha publicado numerosos ensayos y libros sobre terrorismo, política comparada, la transición española o el independentismo catalán. En el último, El desorden político. Democracias sin intermediación (Catarata), reflexiona sobre los motivos de la desconfianza en las instituciones y sus consecuencias.
P. ¿Ese caos afecta a las políticas públicas, a la gestión?
R. Sí. Hemos estado tres años sin Presupuestos Generales del Estado. Es algo completamente anómalo en la historia política española. Los partidos no tienen capacidad para pensar en el medio plazo, están casi todos pensando en sobrevivir y eso ha supuesto una parálisis en muchos aspectos. La fragmentación y la inestabilidad pasan factura.
P. El PSOE y el PP sumaban en las elecciones de 2008 el 83,8% del voto. En las primeras elecciones de 2019, el 45,4%. Una de las tesis del libro es que la crisis de confianza en los representantes públicos y la aparición de nuevos partidos no se explica únicamente por razones económicas. ¿Cuál ha sido el factor más determinante en el caso de España?
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R. El caso español es especialmente complejo, una tormenta perfecta. Los efectos de la crisis económica y las políticas de austeridad tienen un coste social enorme. Eso coincide con una sucesión de escándalos de corrupción y la combinación es letal: la confianza del ciudadano en la política se derrumba. Otra cosa es si los partidos nuevos pueden hacerlo mejor que los tradicionales, pero visto con distancia, es sano que reciban un correctivo. Es lógico que la ciudadanía reaccione de forma crítica, aunque no nos guste esa reacción. El avance de Vox es muy preocupante, pero resulta lógico hasta cierto punto dada la trayectoria anterior del PP.
P. Explica en el libro que las promesas incumplidas y lo que llama “impotencia democrática”, es decir, las limitaciones de los Gobiernos por instituciones no electas, como el Banco Central Europeo, también han contribuido a la desconfianza.
R. Sí. Pero los partidos se excusan demasiado en Europa. No son sinceros en sus limitaciones, no dan explicaciones. Lo acabamos de ver con la crisis del Sáhara. Lo lógico hubiera sido explicar que la situación ha cambiado, que ven inviable otra salida y que han llegado al convencimiento de que España debía cambiar de posición. Pero en lugar de eso dicen que no ha cambiado nada. Es profundamente irritante para la sociedad. Hoy, con el nivel educativo, la omnipresencia de medios y redes sociales, negar lo que estás haciendo es suicida. Es una de las razones de por qué los partidos acaban desangrándose electoralmente. La hipocresía ha ocupado un espacio demasiado amplio en la política, tratando a los ciudadanos como menores de edad. Los partidos necesitan más sinceridad y modestia. No puedes imponer, debes arrastrar a la sociedad contigo.
P. Los partidos que llama anti-establishment han aprovechado esa crisis de credibilidad de los tradicionales para hacerse un hueco. ¿Son algo pasajero o sobrevivirán a sus fundadores?
R. De los líderes que intervinieron en aquel debate electoral solo queda Pedro Sánchez. Los demás han ido cayendo. Esto va muy rápido. Para que la política española se estabilice la condición necesaria es que se recuperen los índices de confianza ciudadana en los partidos. España tiene ahora el nivel más bajo en la Europa Occidental: menos de un 10% de los ciudadanos confía en ellos. Y en Europa en general es el penúltimo. Mientras eso no se corrija cabe esperar que la política esté desordenada.
Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera, este martes durante el debate electoral en Atresmedia.JAVIER SORIANO (AFP)
P. Aumenta la volatilidad del voto y también la de los líderes. Rajoy y Aznar estuvieron 14 años al frente del PP. Casado, menos de cuatro. ¿Forma parte de ese desorden?
R. Sí, los votantes son menos leales a los partidos en España y en casi todos los países desarrollados. La volatilidad no ha dejado de crecer desde los ochenta y los partidos han reaccionado a eso buscando a líderes que conecten con los ciudadanos, convirtiéndoles en su principal activo, más que la capacidad de gestión. Eso hace que estén muy expuestos, que sean más vulnerables y se amorticen más rápido porque todo depende de ellos y en cuanto fallan el partido tiene la tentación de poner a otro.
P. En el debate constituyente de 1978, Manuel Fraga (AP) dijo: “Pertenezco a un partido populista que no acepta el desprecio a la plebe que implica el desprecio de los plebiscitos”. Dice en el libro: “Eran otros tiempos, cuando el término no estaba tan cargado como ahora”. Prefiere hablar de partidos anti -establishment a populistas y asegura que no son necesariamente anti-sistema.
R. Fraga se llamaba populista en el sentido contemporáneo, porque él, precisamente por proceder del franquismo, tenía una desconfianza de raíz hacia los partidos y pesaba que había que contrapesar su poder con el de la opinión pública. Sí, se puede ser anti-establishment y no antisistema. Los populistas de derechas van contra el establishment político, pero no cuestionan el sistema de reparto de poder o el económico en su conjunto, no son revolucionarios. Por eso creo que la analogía que se hace con el periodo de entreguerras no es adecuada porque aquello sí fue una crisis del sistema democrático. Ahora lo que está en cuestión no es la democracia, sino sus representantes.
P. ¿Podemos entra en su calificación de partido anti-establishment?
R. Claramente. Nacieron presentándose así.
“Podemos se transformó a toda velocidad en lo que decía no ser. Muchos de sus seguidores se sienten decepcionados”
P. ¿Y siguen siendo el partido que iba a asaltar los cielos?
R. Están teniendo un ciclo de vida corto y accidentado. Subieron muy deprisa y están bajando igual de deprisa. Este tipo de partidos son muy dependientes de un líder fuerte. El de Podemos sufrió un acoso terrible por parte de algunos medios de comunicación; él, además, cometió errores graves dentro del partido y hoy ya está amortizado. Podemos se transformó a toda velocidad en lo que decía no ser, un partido muy vertical y jerárquico que fulminó a casi todos los fundadores y muchos de sus seguidores se sienten decepcionados. También hemos visto a otros partidos con un ciclo de vida muy corto, como Ciudadanos.
P. ¿Cuánto cree que hay de ideología, de apoyo real a sus propuestas, y cuánto de enfado o indignación en el ascenso de Vox? ¿Qué han hecho bien para subir tanto en tan poco tiempo?
R. Hay una mezcla de oportunismo e ideologías que parecía que estaban ya desaparecidas pero estaban solo dormidas. Ellos saben aprovechar el momento de orgullo herido del nacionalismo español por la crisis catalana. Transforman el nacionalismo español dominante, que era de factura democrática, en un nacionalismo muy excluyente, más parecido al de épocas oscuras de nuestra historia. Eso saca del sótano de la política española espíritus que estaban encerrados y que cuestionan los grandes consensos sobre los que se ha construido la democracia. Cuando hablan de “derechita cobarde” están diciendo que el PP no va a defender los intereses de la familia conservadora española y al hablar de “consenso progre” se presentan como antiestablishment. Las dos cosas refuerzan el mensaje de partido rupturista y ahora mismo todo lo que huela a ruptura tiene un éxito asegurado. Podemos empieza a caer cuando deja de parecer un partido rupturista, cuando parece que está ahí para conservar la parcela de poder que ha conseguido.
P. ¿Ve posible, si avanzara el anti-establishment, que España termine optando por un gobierno tecnocrático, como ocurrió en Italia?
R. En Italia llevan dos, el de Monti y el de Draghi. Cada uno de esos gobiernos tecnocráticos responde a una experiencia previa antiestablishment muy intensa: primero la de Berlusconi, pionero del fenómeno en Europa, y luego el Movimiento 5 estrellas. En España lo veo más difícil. No estamos tan mal como en Italia. Pero sí hay ganas por parte de algunos sectores de un gobierno de gran coalición. Creo que en España no tendría éxito porque la ciudadanía lo percibiría como un intento de sobrevivir de los partidos tradicionales, más que una alianza por el interés general.
P. La polarización se ha disparado y resulta muy difícil escuchar a un político presentar una idea sin atacar la de otro. Cualquier asunto sirve para la bronca, hasta la guerra en Ucrania.
“En la historia de España solo ha habido 18 meses de consenso: desde las elecciones de 1977 a la aprobación de la Constitución”
R. Eso pasa. Pero no sé si más que en otros lugares.
P. ¿Y más que en otros momentos?
R. Eso desde luego. Pero la época de los consensos en España es extremadamente breve: dura desde las elecciones del 15 de junio de 1977 a la aprobación de la Constitución. Estamos hablando de 18 meses de consenso en la historia de España. La campaña de acoso contra Adolfo Suárez por parte de la derecha y del PSOE no tiene nada que envidiar al nivel de enconamiento y de brutalidad retórica que hay ahora mismo. A veces idealizamos el pasado, la Transición, los Pactos de La Moncloa, pero siempre nos hemos peleado por todo. España es el país de Europa con la tradición más violenta de los últimos dos siglos: tres guerras carilistas, la Guerra Civil, golpes de Estado exitosos y más de 40 pronunciamientos militares. Y ha habido un cambio cultural. Antes la política era un ámbito reducido que tenía que ver con los bienes públicos (la Sanidad, la Educación, las infraestructuras), la seguridad y la distribución. Hoy, ser de izquierdas o de derechas no solo tiene que ver con tener una posición sobre esas tres cuestiones, sino también sobre la caza, la dieta, el medio ambiente, las relaciones personales, las minorías… La política ha crecido, se ha vuelto más polarizante porque ocupa ámbitos que antes eran privados y eso hace que los desacuerdos se vuelvan más profundos.
P. Señala a los medios como cooperadores necesarios para ese desorden de la política y cita lo que los psicólogos llaman el “reconocimiento motivado” o “sesgo confirmativo”, es decir, cuando la audiencia busca reafirmar sus propias ideas. ¿Eso lo ha provocado la oferta o la demanda?
R. La tesis central del libro es que la democracia representativa se construye sobre dos intermediadores: los partidos, que canalizan las demandas de la sociedad hacia el Estado, y los medios, que organizan el debate público. Los medios, como los partidos, atraviesan una crisis de credibilidad, aunque creo que han hecho mucho más por reformarse, ampliando, por ejemplo, los vínculos con sus audiencias. Pero las redes sociales han llegado con mucha fuerza y muchos ciudadanos se fían más de lo que les recomiendan sus conocidos que de lo que les dice un medio, de forma que solo leen lo que les envía quien piensa como ellos. Eso hace que te refuerces en tus posiciones y que se produzca esta incomunicación brutal entre personas con ideologías diferentes. Algunos medios pueden tener la tentación de incrementar su partidismo o su visión sectaria de la sociedad para conectar con los lectores más sectarios, pero eso les condena a ser medios de nicho, no pueden dirigirse a un sector amplio de la sociedad.
P. Proliferan las noticias falsas y las teorías conspirativas pese a que el nivel educativo ha aumentado, como el acceso a la información.
R. No es tanto que proliferen las fake news como que ahora son más visibles. En las redes sociales podemos observar cómo se crean y circulan los bulos, pero eso no quiere decir que hayan aumentado. Aumenta su difusión y su visibilidad.
P. Pero lo peligroso de una mentira es su grado de difusión, ¿no?
R. Sí, pero antes también. No soy tan alarmista en ese sentido.
P. Está bajando la participación electoral. ¿Qué indica ese síntoma?
R. En España no se da tanto porque una de las consecuencias de la crisis es que ha aumentado mucho el interés por la política. Pero en el mundo en general sí se observa desde los cincuenta hasta ahora una caída de la participación: en los países desarrollados es de 10 puntos y en los que están en vías de desarrollo, de 15. Lo que indican los estudios es que la gente joven entiende el voto de manera parecida a ir a una manifestación: si consideran que está justificado en ese momento salir a la calle, salen, pero si no ven nada especialmente estimulante, se quedan en casa.
P. ¿Cree que debería ser obligatorio el voto?
R. No. Creo que la abstención es informativa. El hecho de que la gente no vote manda una señal poderosa sobre la salud de la democracia.
P. ¿Y la edad? ¿Qué opina del famoso debate de votar a los 16?
R. En general creo que una persona de 16 años hoy tiene juicio suficiente para poder votar igual que para muchas otras cosas. No veo argumentos poderosos en contra.
P. ¿Cómo se revierte esa inestabilidad? ¿Quién pone orden?
R. Soy muy malo para pensar soluciones. Pero hay que entender el contexto. Estamos en una crisis general de la intermediación que va más allá de la política y que afecta a todas las parcelas de la sociedad. Los partidos tienen que reinventarse para seguir intermediando sin resultar odiosos a la ciudadanía. ¿Y por qué son odiosos? Porque se han acostumbrado a abusar de su poder de representantes ignorando o despreciando muchas veces las demandas que venían de abajo. Solo se reconciliarán con la sociedad si entienden que la ciudadanía está harta de los modelos tradicionales jerárquicos.
P. ¿Primarias, por ejemplo?
R. El PP las introduce tras el primer batacazo electoral. Cuando se presenta, Pablo Casado imita el discurso anti-establishment denunciando la forma de hacer política del equipo anterior y diciendo que él viene a defender las ideas de los militantes de siempre, lo que llama el PP auténtico. Es un fenómeno anti-stablishment dentro del propio partido, aunque luego no les salió bien. Al PSOE también le pasó algo parecido. Tiene una crisis, echa a su secretario general y da pie a que se reconstruya como un líder antiestablishment que se rebela ante el aparato y tiene a la militancia detrás.
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