Traición. Quebrantar la lealtad que se debe tener. Iñaki Uoho Antón recurre a la palabra “traición” varias veces durante la larga charla con este periódico. Se refiere a un principio innegociable que supone la base sobre la que se asienta su código ético. Habla de la traición a uno mismo. “Esa es la idea: ni tienes que hacer nada que no quieras ni debes traicionarte nunca. Aunque sea bueno económicamente. No lo debes hacer. Da igual: afortunadamente en la nevera siempre tendremos huevos para comer algo. Y si hay cosas que te llevan a un camino en el que no te sientes bien contigo, creo que no debes hacerlo. Aunque sea duro”, explica. Uoho (Bilbao, 57 años) decidió abandonar Extremoduro en 2019. La decisión, nada impulsiva y rumiada durante años, tenía mucho más calado: no quería dedicarse a la música nunca más. Los cimientos del nuevo disco del grupo ya estaban construidos, así que no debía nada a nadie. Se sentía sobrepasado por el rumbo empresarial que había tomado su banda y su relación con Robe Iniesta (sin ellos dos no se entiende Extremoduro) no pasaba por el mejor momento. Se lo comunicó a Iniesta y este, a las pocas semanas, le propuso realizar una última gira. “Nos lo merecemos nosotros y se lo merece la gente”. Esa era la idea.
Había otra razón: así cerrarían una de las páginas más relevantes del rock español con un buen recuerdo después de algunos desencuentros entre los dos. Para 11 fechas en la primavera de 2020 se vendieron medio millón de entradas. Iba a ser la gira más grande y rentable de una banda de rock español. Pero no se llegó a realizar. Explotó la pandemia y se pasó a septiembre de 2020, y luego a 2021. El virus todavía no daba tregua en esas fechas y lo lógico era mover ficha a 2022. Entonces Iniesta se plantó. Ya no quería. Le interesaba poner en marcha su proyecto en solitario (con el nombre de Robe), menos aparatoso que Extremoduro, y editar Mayéutica, aquel disco que pergeñó junto a Uoho y los demás músicos como un álbum de Extremoduro. Iñaki quería cumplir con la gira y Robe no. Ahí ya se rompió definitivamente la relación.
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En el sótano de la casa de Uoho (guitarrista, compositor, multiinstrumentista y productor) en Sopelana, un municipio coqueto y verde de la costa vizcaína, se desperdigan unas 40 guitarras. También encuentras un piano, instrumentos de percusión, bajos, una batería… El músico ha estado casi dos años sin tocarlos. “Ni rozarlos”, enfatiza. Acabó su experiencia con Extremoduro derrotado. “Muy harto, sí. Y pensé que no me iba a apetecer nunca más hacer música. La vida son otras cosas. A nivel musical me sentía realizado y orgulloso con lo que había hecho. En ese momento la música me parecía contaminosa. Quería despegarme de ella y disfrutar de otros aspectos de la vida, de la familia, de la fotografía, de dar paseos con los perros… Cosas más prosaicas”, señala. Después de ese tiempo purgando toxinas y de la ayuda de la familia (su pareja, María, y sus tres hijos, 31 años, ocho y cinco) ha recobrado la ilusión por el rock. Con fuerza. Su nuevo proyecto llevará su nombre (Uoho) y en él cantará por primera vez en su carrera. Serán temas de los dos grupos fundamentales del rock español donde ha militado (Platero y Tú y Extremoduro) y de su otra banda, más minoritaria, Inconscientes. Serán cuatro discos llamados Interpretaciones. El primero verá la luz el 26 de abril y se pondrá de gira durante este año. Pero hasta llegar a este momento ilusionante ha tenido que pasar por caminos poco agradables.
El músico en el jardín de su vivienda en compañía de una de sus guitarras y sus dos perros.
Javier hernández
Iñaki manipula la mesa de grabación de su estudio para poner las canciones que está grabando de cara a su nuevo disco. Algunas le sonarán al aficionado: Salir, So payaso o Puta (de Extremoduro), Voy a acabar borracho, ¿Cómo has perdido tú? o Esta noche yo haría (Platero y Tú). “Me ha costado dar el paso de cantar. Al principio me ponía en una esquina del local, como con miedo. Hasta que al mes, estos [los otros tres músicos de Extremoduro que se han sumado al proyecto: José Ignacio Cantera a la batería, Miguel Colino al bajo y Aiert Erkoreka al órgano] me dijeron: ‘Igual deberías empezar a colocarte en el centro del local”, se ríe. Su canto suena como habla: áspero, grave, en la línea contumaz de Rosendo Mercado. En el sótano donde estamos han ensayado y grabado Extremoduro los últimos ocho años. Se divide en cuatro compartimentos: local de ensayo, cabina de grabación, una amplia entrada repleta de instrumentos y otro espacio con un buen equipo de sonido y una pantalla de televisión de dimensión generosa. Cables y auriculares por todas partes. También vinilos y compactos: Santana, Frank Zappa, Deep Purple, Beatles, Barón Rojo, Alarma! (grupo de Manolo Tena)… Entre las cuatro decenas de guitarras hay una Gibson Les Paul con parte de la madera desgastada. “Esa se la gané a Robe en una apuesta. Es la que sacó en el famoso playback de Jesuscristo García en un programa de televisión [se refiere a Plastic, de TVE, en 1990]. Él también me ganó una a mí”. Llama la atención una fotografía. Cantera, Colino y él con unas bebidas en las manos y unas camisetas donde se lee: “Yo sobreviví a la gira de Extremoduro de 2008″. No aparece el otro integrante del cuarteto, Robe Iniesta.
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El guitarrista arrancó mal aquella gira. “Empecé a ir al psicólogo en 2008, después del primer concierto. Me dio un telelé de puta madre por el estrés y la tensión. Y luego he ido recurrentemente, cuando veo que lo necesito. Durante la pandemia he estado haciendo terapia por teléfono porque veía que necesitaba estar centrado. Tenía las cosas claras, pero quería verme apoyado. Está muy bien la terapia, pero es un vicio caro”. Y continúa: “En 2008 empezaba a oler a chamusquina y ya diez años más tarde estaba quemado. Creo que nos hicimos demasiado importantes. Hubiera estado más cómodo dos escalones más abajo. Y quizá a todos nos hubiera venido mejor, aunque solo puedo hablar por mí. No me gusta pormenorizar porque acabas implicando a otra gente. En una gira, en la grabación de un disco… hay implicada mucha gente aparte de los músicos, y cada uno se toma el éxito de una manera, lo asume de una manera, lo interpreta de una manera, lo intenta dirigir de una manera. Podemos ser muy diferentes los unos de los otros…”.
Robe Iniesta e Inaki ‘Uoho’ Antón el 1 de noviembre de 2014 en un concierto de Extremoduro en el Palau Sant Jordi (Barcelona).Xavi Torrent (Redferns via Getty Images)
Iñaki siempre ha estado cómodo en un segundo plano. Como dice él, “me gusta más la función de media punta que la de delantero centro”. Su labor resulta básica en el proceso creativo, en la sala de máquinas del estudio de grabación, del local de ensayo. Primero lo hizo con Platero y Tú (la banda que formó con Fito Cabrales a finales de los ochenta) y luego con Extremoduro, donde ha estado desde mediados de los noventa. “Es un fanático de los cacharros, de la tecnología en la música. Es el que desarrolla las ideas, las ordena, les da forma… Ya lo hacía en Platero y luego creo que mucho más lo desarrolló en Extremoduro”, cuenta Fito Cabrales por teléfono en un descanso de su gira con Fito & Fitipaldis.
Un trabajo alejado de los focos que contrasta con una infancia donde sí acostumbraba a posicionarse en el escaparate. “Me gustaba llamar la atención. En esa época de la postadolescencia era muy antialgo. No sé por qué, pero me gustaba trasgredir, tocar los cojones. Siempre era el delegado de clase. Si no estaba de acuerdo con lo que decía un profesor le contestaba; no lo hacía malamente, pero decía: ‘Pues eso no”. Sus padres eran de procedencia humilde, ella ama de casa y él metalúrgico. Sus dos hermanos, que le sacan 15 y 18 años, se independizaron pronto y él siempre se recuerda solo en casa, una vivienda de unos 70 metros cuadrados en la calle Autonomía, en “el borde del centro de Bilbao”. Su madre, “que era muy cantarina”, le incitó a que estudiase solfeo. Entró con seis años y completó cinco de solfeo, dos de armonía, otros tantos de conjunto coral y cuatro de piano. Un músico de rock estudioso de la teoría musical y la práctica académica, algo nada habitual.
Fito Cabrales, Juantxu Olano, Jesús García e Iñaki ‘Uoho’: Platero y Tú en 1997.
La guitarra nunca la había tocado. En un cumpleaños de su hermana, cuando él tenía 17 años, apareció una española que tenía ella. “A la mañana siguiente fui a la salita y me encontré la guitarra, la agarré y empecé a juguetear. Ya escuchaba algo de rock. Poniendo un disco y tocando encima fui sacando sonidos. Como sabía música colocaba los dedos y salían cosas. Me aprendí Made in Japan, de Deep Purple; Let There Be Rock, de AC/DC, cosas de Status Quo…”, relata. Después de algunas bandas llegó el momento de Platero y Tú. Cabrales: “Fui un día a un ensayo. Iñaki ya tocaba muy bien la guitarra. Me dijo: ‘Oye, tú además de tocar la guitarra, ¿podrías cantar?’. Y le dije: ‘Claro’. Tocamos temas de Rory Gallagher y Leño. Luego me llamó por teléfono y me dijo que estaba en la banda. Ese fue el momento más glorioso de mi vida. Iñaki y yo hemos sido hermanos desde entonces. Había días que no nos separábamos en 24 horas. Literal”.
Platero y Tú jugó a la contra y ganó. Era una banda de rock and roll, con influencias desde Chuck Berry a AC/DC, y con letras desenfadadas en un ambiente nada proclive. “En aquellos tiempos solo había grupos de lo que llamaban Rock Radical Vasco, que era básicamente punk protestatario. Nos decían: ‘Haciendo esa música no os vais a comer nada, tenéis que cagaros en el alcalde o algo así’. Pero nosotros queríamos hacer rock and roll”, cuenta Uoho. Cuando Platero vivía un momento álgido de popularidad Iniesta se cruzó en su camino en 1991. Confraternizaron inmediatamente. Habla por teléfono José Antonio Gómez, el hombre que fichó a los dos grupos para la discográfica Dro: “Iñaki fue fundamental para Extremoduro. Es el que ordena el caos creativo de Robe, el que le da forma, el arquitecto del sonido Extremoduro. Robe, que es muy listo, se dio enseguida cuenta y se fue a vivir a Bilbao, cerca de él. Pero Iñaki no fue solo importante musicalmente para Robe. También emocional, porque le acoge y le ordena su vida”. Entonces Iñaki vivía en un piso de 45 metros cuadrados con su primera mujer, Merche, y su hija recién nacida. Todo se estrechó más cuando acogió a Robe, a su novia de entonces y al perro de la pareja.
La letra de ‘So payaso’, una de los clásicos de Extremoduro, en su estudio. Javier hernández
Grabaron juntos Pedrá (1995) y Agila (1996), el trabajo que lanzó a Extremoduro. Iniesta dejaba las costuras de sus creaciones abiertas, los patrones sin hilvanar. Cogía la guitarra acústica, tocaba y ahí había un mundo delante para hacer cosas. Era todo abierto. Podía acabar siendo una canción salvaje, o una tonadilla tierna. El ángulo no era agudo, era abierto. Y ahí entraba Uoho para ordenarlo. “Iñaki ve las canciones desde arriba. Tiene una visión de la música envidiable. Sabe dónde poner un arreglo, dónde meter un violín, dónde hay que parar o acelerar. Con Robe siempre han trabajado así. Se complementan, hacen un gran equipo”, señala José Ignacio Cantera, batería de Extremoduro desde mediados de los noventa y desde entonces siempre con Uoho, también en Inconscientes y ahora en la nueva aventura. “Fueron años muy creativos. Cada ensayo y cada grabación era una ocasión para ponernos ciegos. Estábamos muy sueltitos. Eran discos psicotrópicos”, describe Uoho.
Iñaki se compró entonces una casa en Múgica, Bizkaia. Allí acogió a Fito Cabrales cuando tuvo problemas con las drogas. “Le estaré eternamente agradecido”, dice el líder de Fito & Fitipaldis, que añade: “Antes que músico o productor, Iñaki es un buen amigo. Para mí es lo más importante”. Robe, Fito e Iñaki vivieron una época creativa y de amistad intensa: sus casas estaban separadas por solo cuatro kilómetros, quedaban para montar en bicicleta y pasaban las horas en La Casa de Iñaki, un estudio construido en el hogar del guitarrista en Múgica donde se grabaron los trabajos de Extremoduro y los primeros de Fito & Fitipaldis. Patero y Tú se hacía inviable con la carrera de Fito en solitario y con Iñaki en Extremoduro. El cuarteto desapareció en 2001.
La puerta que da al local de ensayo, donde el músico ha puesto el logotipo del bar (Umore Ona, en el casco viejo de Bilbao hasta que se cerró, en 2015) donde solían pasar las horas Fito Cabrales y él. Javier hernández
Los discos se fueron sucediendo y Extremoduro se convirtió en un trasatlántico con muchos intereses, además de los creativos. Así lo describe Iñaki: “¿Qué empresa es más grande: Live Nation [el gigante promotor de conciertos que organizó la frustrada gira de los 500.000 entradas] o Extremoduro? Nosotros no éramos unos pringaos ni unos changabailes, éramos una empresa, con poder. En esta ocasión [la gira de despedida de Extremoduro] me pareció que, en algunos aspectos, estaba siendo más razonable la empresa Live Nation que la empresa Extremoduro”.
El guitarrista habla con un tono áspero, provocado por el tabaco que fuma compulsivamente (“lo tengo que dejar, es el único vicio que me queda”, dice), pero a la vez transmite dulzura. Es como si pillases a Fernando Fernán Gómez en un día tierno. Un tipo noble que continuamente aligera su discurso con frases como: “pero, bueno, son opiniones, todas respetables” o “qué le vas a hacer, hay que admitir a la gente como es”.
“Es llano, bruto y honesto”, apunta Gómez. Su hija mayor, Irantzu, añade: “Perfeccionista, obsesivo y cariñoso”. Luego, llama al periodista y añade: “También es muy buen padre”. El guitarrista se suele levantar a las ocho de la mañana y lo primero que hace es dar de comer a las 14 gallinas que tiene en un pequeño terreno en el jardín de su vivienda. Luego, recoge los huevos y se marcha a dar una vuelta entera al pueblo con dos perros que recogió de la calle. Unos cinco kilómetros. Sobre las 10 baja al estudio, a ensayar y preparar sus nuevas canciones. Por la noche, otra vuelta con los perros. Su pareja, María, una malagueña que realizó coros en los últimos discos de Extremoduro, le ha pedido que se afeite para las fotos. “Es que llevaba una barba de varias semanas”, dice él.
Uoho en la mesa de grabación de su estudio.Javier hernández
“Iñaki le ha echado mucho valor. Se puso en manos de un profesor de canto y ahora puede defender muy bien las canciones”, apunta Cantera. Cabrales añade: “He escuchado sus nuevos temas y me gustan. Tiene todo el sentido que los cante porque son también suyos”. Después de los conciertos con las canciones de Extremoduro y Platero, Uoho grabará material nuevo y ya cantará él siempre. “Y luego a ver dónde nos lleva la vida. A cualquier sitio donde no nos traicionemos”, apunta.
“Robe y yo hemos sido amigos durante 30 años y hemos sido familia. Mi familia era la suya y la suya la mía. Pero en la vida se pierden cosas. Él me ve diferente a mí, eso me dijo un día. Bueno, pues tengo un familiar menos. En la pandemia perdí otros dos familiares [a un tío y a una tía]. El camino de la vida está lleno de pérdidas y de hallazgos. Es eso… Es filosofía elemental”, expresa con un halo que tristeza para luego añadir: “Lo que importa es que hicimos cosas muy chulas. Y que ya se ha terminado. Lo demás es paja”. Al día siguiente Fito cuenta: “Los veo a los dos, a Robe y a Iñaki, muy ilusionados y felices con sus proyectos musicales. Con eso me vale”. Quizá le inspire la historia de sus dos amigos para escribir una de sus canciones en el próximo disco de Fito & Fitipaldis.
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