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India, el ”país fantasma” de 1.3 mil millones de habitantes


NUEVA DELHI – Se suele decir que en la India “nunca está nadie solo”, porque hay tanta gente que no existen los lugares vacíos. Hasta ahora: 1,300 millones de personas confinadas para detener la pandemia del coronavirus han convertido al segundo país más poblado del mundo en una nación fantasma.

Hace una semana, el primer ministro indio, Narendra Modi, apareció en televisión para anunciar un confinamiento total del país durante 21 días para contener la propagación del virus, una de las mayores medidas de aislamiento de la historia.

El olor nauseabundo inunda ciudades en el país en medio de la pandemia.

“Para salvar a la India y a cada indio, estará totalmente prohibido aventurarse fuera de casa”, dijo cuatro horas antes de que comenzara el apagón de “la increíble India”.

A la mañana siguiente, los atestados mercados callejeros, los barberos y planchadores ambulantes, el ruido, y el olor de la actividad de los templos, de las especias en los miles de puestos de comida callejera, de las letrinas públicas y del sudor del ajetreo de casi un quinto de la población mundial había desaparecido.

La India amaneció este domingo extrañamente desierta en una jornada en que 1.300 millones de personas estaban llamadas a quedarse en casa.

“Era como si todos se hubieran ido, ahí fue cuando me asusté”, recuerda Raju, portero de un edificio en un barrio del sur de Nueva Delhi.

Las patrullas de Policía comenzaron a cubrir las calles palmo a palmo reteniendo y castigando a cualquier grupo de más de dos personas.

El Muro de los Lamentos y otros lugares fueron desinfectados.

En una colonia del norte de la capital, una patrulla detenía a los pocos conductores de rickshaws o taxis de tres ruedas que se aventuraban a las calles para obligarlos a sentarse en el suelo hasta que hubiera quedado clara la lección del aislamiento.

En varios barrios populosos la norma del confinamiento fue impuesta a fuerza del “lathi”, una sólida vara de bambú usada desde tiempos coloniales para reprimir a la muchedumbre.

En la última semana, cuando arrancó el periodo oficial de distanciamiento social para combatir la pandemia, se reportaron 646 asesinatos y un aumento de los saqueos.

Tras la imposición del confinamiento total, a lo largo de la semana muchas familias han esperado en casa, sin trabajo, sin sus ingresos diarios, un anuncio que les explicase cómo los pobres, unos 800 millones, se alimentarían durante 21 días sin sus salarios.

“Tenemos que hacer esto para salvarnos, y salvar a nuestro país”, dice con resignación Rajiv, padre de familia, apelando al confinamiento como un acto patriótico en este país, que cuenta oficialmente 1.637 casos de contagio y 38 muertes.

El astro del tenis mundial es visto practicando en medio de una nevada.

En una barriada en los márgenes de la ciudad de Noida, en el estado norteño de Uttar Pradesh, trabajadores dedicados en su mayor parte al servicio doméstico se han visto confinados en las hileras de pequeñas habitaciones en las que viven, incapaces de regresar a sus pueblos por la falta de transporte.

Otros miles de migrantes quedaron aislados en las cerradas terminales de autobús mientras intentaban regresar a casa, azuzados además por las fuerzas de seguridad.

Ante la falta de transporte, y como única alternativa tras el parón laboral, miles de jornaleros optaron por hacer a pie recorridos de centenares de kilómetros para volver a sus pueblos.

Las imágenes de un grupo de migrantes procedentes de Nueva Delhi sentados de cuclillas en plena calle mientras son rociados con desinfectante en Uttar Pradesh, ilustraron estos días la realidad.

Para el analista y economista Jean Derez, la petición de permanecer en la casas del primer ministro -visto como una figura mesiánica entra la mayoritaria comunidad hindú- hizo más vulnerable la situación en un país que no vio venir el anuncio de la medida.

“La India tiene un problema muy severo de múltiples desigualdades económicas y sociales, y la invisibilidad de gran parte de la población”, apuntó.

El confinamiento coincidió con la celebración del festival hindú de Navratri, que como otras fiestas significa la victoria del bien sobre el mal.

Nueve días de celebraciones que, con los templos cerrados, hace salir cada día a los balcones de las viviendas a los fieles que oran, y cantan, mientras escuchan a lo lejos los sonidos que emiten los religiosos desde los santuarios clausurados.

Además de seguir operando los servicios esenciales, hay una invisible maquinaria que continúa funcionado en el país, los recogedores de basura, un sistema informal operado generalmente por la comunidad de los “intocables”, el escalafón más bajo del sistema de castas hindú destinados a las labores consideradas impuras.

“Si no morimos por esta enfermedad, moriremos de hambre”, piensa Arjun, recolector de basura que pedalea su bicicleta cada día para recoger los desechos, labor para la que está obligado según el sistema de castas.

Para Arjun, como para gran parte del país, salir ahora mismo a la calle es un riesgo considerando la vulnerabilidad del sistema de salud, pero la situación empeorará cuando salgan de nuevo y se den cuenta de que “están hundidos por las deudas”.

“Permítanme buscar el perdón de todos (…), especialmente de mis hermanos y hermanas pobres. Deben de estar pensando: ¿qué tipo de primer ministro es este que nos ha colocado en estas dificultades?”, dijo Modi esta semana.

“Pero no había otra forma de librar una guerra para un país como la India, con 1,300 millones de habitantes”, sentenció.




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