Indolentes, frívolos y tacaños: la aristocracia española retratada por un marqués


La aristocracia ya no es lo que era. “Es una secta en extinción, no conforma el mundo económico ni el político ni el cultural, es un reducto que solo interesa por el folclore, por lo esperpéntico”, dice con conocimiento de causa Íñigo Ramírez de Haro (Zarauz, 67 años), XX marqués de Cazaza en África y miembro de la longeva Casa de Bornos. Ingeniero aeronáutico, diplomático, filólogo, dramaturgo y trabajador de la Unesco en París, acaba de publicar La mala sangre (Ediciones B), un libro crudo e irónico en el que salda cuentas con su estamento en general y su familia en particular. De carácter provocador (tituló una de sus obras teatrales Me cago en Dios), el morbo lo pone ahora su conflicto con su hermano Fernando, actual conde de Bornos, y con la esposa de este, Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid y controvertido personaje político. Relata en el libro los detalles de su denuncia contra el matrimonio por apropiarse de manera fraudulenta de un goya familiar.

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En el libro se relata de manera entrelazada, en la borrosa línea que separa la realidad de la ficción, la historia de algunos miembros de la Casa Bornos en diferentes momentos de la historia de España: la Guerra de la Independencia, la Guerra Civil o la época de los Reyes Católicos, cuando el rey Fernando nombra señor de Bornos al capitán general Francisco Ramírez, apodado El Artillero, héroe de la guerra de Granada. La otra fundadora del linaje, segunda esposa del militar, fue Beatriz Galindo, La Latina, que da nombre a un barrio de Madrid. Medio siglo de historia que desemboca en un cuadro colgado en el palacio familiar de la calle Jesús del Valle, en otro barrio madrileño, Malasaña, donde vive Aguirre, de quien el autor dice que era despreciada por sus familiares al provenir ella de una aristocracia de menor abolengo. “La alta aristocracia de la que procedo desprecia a la baja aristocracia, es paternalista con el pueblo y odia a los nuevos ricos”, señala el escritor.

Allí, en el viejo palacio atravesado por el tiempo espeso, languidecía sobre la chimenea, siguiendo el relato del escritor, el cuadro que no se sabía que era un goya, pero que finalmente lo fue, según confirmó el Museo del Prado: “Mi hermano se arruina y en una cena, ante las lágrimas de Aguirre, mi esposa sugiere que venda el cuadro. Cuando se descubre la autoría pasa de valer 10.000 euros a ocho millones, según Sotheby’s”. El lienzo se vendió por unos cinco millones y pico al magnate Villar Mir, según Ramírez de Haro de forma fraudulenta, pues era propiedad de todos los herederos y no solo de su hermano y, dada su importancia, debía declararse Bien de Interés Cultural.

“Curiosamente por esa época Aguirre, entonces presidenta, permite la Operación Canalejas, en el centro de Madrid, una obra millonaria que promueve el mismo Villar Mir”, dice el marqués disidente, que acabó demandando al matrimonio por estafa, falsedad documental, apropiación indebida y delito fiscal. La jueza Concepción Jerez archivó el caso. “Yo tenía muy buena relación con mi hermano, pero se ha convertido en un ladrón”, señala el aristócrata, que también denuncia la corrupción judicial. “La jueza no ha querido investigar nada, estaba comprada por Aguirre”, aventura. “Se han comportado como la mafia”. La sentencia está recurrida ante la Audiencia Provincial de Madrid.

Esperanza Aguirre y Fernando Ramírez de Haro, en Madrid en marzo de 2019.Victor J Blanco (GTRES)

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Más allá de polémicas recientes, el escritor le da un buen repaso a un colectivo en decadencia. “Nací en un mundo muy cerrado, el que hizo España, pero también el que la ha deshecho. La aristocracia ha ido perdiendo privilegios y solo ha quedado un conjunto de mitos y creencias”, cuenta. La puntilla, a su juicio, se la puso Felipe González cuando, después de ser presidente del Gobierno, rechazó un título nobiliario por ser incompatible con los valores del socialismo.

Lo cierto es que en el mundo contemporáneo lo aristocrático parece quedarse fuera de onda. Un mundo con aspiraciones igualitarias, aunque cada vez más desigual, en el que cada vez se ponen más en solfa las virtudes de la herencia. “Cada vez que se habla de subir el impuesto de sucesiones, la aristocracia se pone a la defensiva porque no quiere trabajar ni aportar nada a la sociedad, solo gestionar un patrimonio menguante, vivir de rentas y glorias pasadas”, dice el autor, que considera esta una postura contraproducente. “La tranquilidad social se consigue con el reparto de la riqueza. No deberíamos discutir tanto que se recaude, sino cómo se utiliza lo recaudado. La aristocracia, tradicional víctima de las revoluciones, debería perseguir esa tranquilidad”.

Un mundo, también, donde ondea con frecuencia la luminosa bandera de la meritocracia (más propia de la burguesía que de la nobleza), aunque esa meritocracia brille por su ausencia. “Los aristócratas desprecian el mérito, solo les importa la sangre. Yo fui criado en ese lavado de cerebro, un mundo del que intenté escapar”, afirma Ramírez de Haro. Habla de los valores “siniestros” de su familia, de un fanatismo y una religiosidad asfixiantes, de decadencia, de aburrimiento, de vagancia, de soledad. Su padre, recuerda en el libro, era alérgico al consumo de energía, no por el medioambiente sino por el gasto, y en su casa siempre hacía frío y se priorizaba la oscuridad. Para comer, los huevos que daban las gallinas y se rompían; y de esas gallinas, las más viejas. Los libros antiguos, acumulados por generaciones, permanecían sin leer, cubiertos de polvo.

Retrata, mirando a través de la cerradura, una vida frívola, falta de interés y de cualquier curiosidad, centrada en los placeres del golf, la caza, el veraneo, la ociosidad. Y la opresión religiosa, hasta llegar a un abuso sexual que cuenta que sufrió de niño a manos de un jesuita durante una confesión en el colegio. A pesar de sus esfuerzos por alejarse de esa genética y esa ética, el marqués se sorprende reconociendo en sí mismo los mismos rasgos, que regresan de manera tozuda, y el mismo mal aliento de su progenitor. “En estas familias ya naces siendo lo que eres, no te tienes que hacer”, dice. Y sigue siendo lo que era, lo que nació: un Ramírez de Haro.

¿Qué le queda bueno de esa “mala sangre” recibida? “Ser un marqués con una visión progresista de la vida, como yo soy, es para mí reivindicar la memoria histórica, pero no solo de un bando y no solo de la Guerra Civil, tenemos que entrar a fondo en la memoria. La vida no se agota en el presente”. La familia, ante la publicación del libro, permanece en un silencio muy aristocrático. “No se sabe si lo han leído a escondidas o lo ignoran, en cualquier caso este libro es como una despedida de mi familia”, concluye el marqués.


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