Centenares de hondureños, en su mayoría hombres y mujeres jóvenes, con muchos niños, siguen este jueves abandonando su país con la idea de llegar a Estados Unidos y la esperanza de acabar con la situación de desempleo e inseguridad que sufren en Honduras.
“Nos vamos porque no hay empleo, por la crisis económica y porque la verdad es que tenemos una delincuencia que ya no la aguantamos, no hay trabajo, los niños están sufriendo, la familia, porque no tenemos empleo en el país”, dijo a Efe Juan Orellana, mientras esperaba su turno en el punto aduanero de Agua Caliente, en la frontera común entre Honduras y Guatemala.
Orellana -un albañil de 40 años, oriundo de la occidental ciudad de Santa Rosa de Copán- durmió anoche con una cuñada y tres niños de cinco, ocho y doce años, en Ocotepeque, departamento del mismo nombre, fronterizo con Guatemala, de donde esta madrugada caminaron varios kilómetros para llegar a Agua Caliente y seguir en ruta hacia Estados Unidos, sin importar el peligro al que se expondrán.
El inmigrante no sabía hoy a qué lugar de EE.UU. podrían llegar, pero dijo que se van “a ver qué dirección nos da nuestro Dios”.
“No sabemos a qué destino nos va a llevar Dios, porque él es el único. El guía que llevamos es Dios”, enfatizó Orellana, quien deja en Santa Rosa de Copán, a tres hijos de 5, 19 y 21 años, y a su esposa, “que trabaja la costura” como “operaria de máquinas”.
Orellana sabe, “por los noticieros”, del riesgo al que se exponen los inmigrantes que salen en caravanas o de manera individual hacia EE.UU., pero que eso no le hace desistir en su objetivo final.
“Hay que echarle ganas hermano, porque no hay de otra. Hay que ir a rifarnos la vida y a ver qué nos dice Dios, buscando una vida mejor, un futuro mejor para nuestra familia”, acotó.
Orellana es uno de los centenares de inmigrantes hondureños que hoy salieron detrás de la caravana, de más de 1.000 personas, que entre el martes y miércoles partieron desde una central de autobuses de la norteña ciudad de San Pedro Sula, la segunda más importante del país. Otras tres caravanas salieron en octubre y enero pasados.
Por la misma situación de Orellana, dijo que se iba María Ilaria Almendáres, acompañada por una hija, de trece años, procedentes de un barrio “conflictivo” (de mucha violencia) en Tegucigalpa.
El trabajo que dejó en Tegucigalpa es de asear una escuela, por lo que ganaba 7.000 lempiras (285 dólares), que no le alcanzaban para sus gastos, incluyendo la atención a sus padres y a un hermano con problema mental, al que “hay que verlo como a un niño”.
La necesidad de más ingresos, según María Ilaria, le ha llevado “a trabajar también los domingos aseando casas”. Pero ya está cansada porque lleva muchos años trabajando “sin salir adelante”.
Por la pobreza y la violencia decidió viajar a EE.UU. en una de las “oportunidades” que, según ella, le ha dado “Dios para que vaya a luchar porque en ese país se ve que se puede salir adelante”.
De su hija, dijo que estudiaba en Tegucigalpa, pero que si llegan a Houston, donde tienen una familiar, “va a tener un mejor futuro”.
Diversos sectores de Honduras responsabilizan en parte del desempleo y la violencia al presidente Juan Orlando Hernández, aunque esos flagelos el país los arrastra desde hace muchos años, incluso la inmigración irregular, la que ahora se hace con la modalidad, desde octubre de 2018, de irse en caravanas.
María Ilaria subrayó que ella no se va del país por cosas políticas, y recalcó que “el presidente Hernández está haciendo buenas cosas” en el combate de la delincuencia y la criminalidad, pero que eso “no se va a acabar de la noche a la mañana”.
Mientras unas 500 personas hacían fila para el registro legal migratorio de salida en el puesto hondureño, Acan-Efe pudo constatar que decenas de cubanos, haitianos, indios y africanos, que llegaron en dos autobuses, caminaban por un sendero de tierra, en un cerro, buscando un “punto ciego” para ingresar a Guatemala y seguir en ruta hacia Estados Unidos. Al parecer entraron a Honduras por Nicaragua.
En la parte alta del cerro les esperaba “un guía” hondureño para hacerlos entrar a Guatemala.
La otra cara de la misma moneda de los inmigrantes de hoy en Agua Caliente, fue Porfirio Mejía (37 años), originario de San Nicolás, departamento de Copán, quien con un hermano regresó derrotado al fracasar en su tercer intento de llegar a Estados Unidos.
Porfirio y su hermano regresaron a su país después de haberse ido hace quince días. Esta vez el regreso ha sido porque en Guatemala y México les “robaron” el poco dinero que llevaban.
“Yo me fui porque en Honduras está muy terrible la situación, a buscar un trabajo para ganar mejor allá, en Estados Unidos, y no pudimos porque entramos a México y ahí nos asaltaron, nos dejaron sin dinero, nos tocó regresarnos”, expresó Porfirio, quien no sabía, por falta de dinero, cómo regresar a su pueblo, donde le esperan su mujer, que es ama de casa, y tres hijos.
La salida de la cuarta caravana de inmigrantes hondureños se ha producido pese a las reiteradas amenazas del presidente de EE.UU., Donald Trump, de que no les permitirá ingresar, aunque lleven niños.
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