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Inteligencia artificial para prever los desplazamientos de refugiados

Tanto el matrimonio Tajale como Tayma y sus hermanos, cuyas historias han sido recogidas por periodistas locales en los últimos días, son algunos de los 50,8 millones de personas desplazadas dentro de sus propios países a causa de un conflicto o de un desastre natural. Y forman parte de un récord, porque es la primera vez en la historia en que se alcanza una cifra tan elevada, según los datos publicados hoy en el Informe Global sobre Desplazamiento Interno, un documento anual elaborado por el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC por sus siglas en inglés), la fuente autorizada mundial de datos y análisis sobre este fenómeno.

Aquellos que en 2019 se tuvieron que marchar por primera vez de su hogar por causa de fuerza mayor sobrepasó la media anual de la última década. Son más, pero también ha habido una mejora en la manera de recabar unos datos que habitualmente son muy difíciles de obtener, explica Vicente Anzellini, coordinador del informe. “No puedes gobernar lo que no mides, y esta vez se han dado pasos muy concretos en varios países que han permitido que se tomaran mejores decisiones para la población afectada”, explica. Aunque se trata de una cifra “sin precedentes” para el autor, también cabe destacar que muchos de los desplazamientos fueron evacuaciones preventivas y puntuales, “y eso significa que ha habido un progreso en las medidas de reducción de riesgos para evitar muertes”.

Desplazados por conflicto y por desastre

Durante el último año se registraron nuevos incidentes violentos que provocaron movimientos de población forzados en, al menos 50 países, la mayoría de ingresos bajos y medios. En total, hubo 8.5 millones de nuevos desplazamientos por esta causa el año pasado y un total de 45,7 millones de personas se encontraba fuera de su hogar a 31 de diciembre. De estas, casi tres cuartas partes están en solo 10 países como Siria, República Democrática del Congo y Etiopía a la cabeza, cada uno con más de un millón. Sin embargo, es otra región la que más preocupa: el Sahel, debido a la violencia provocada por el yihadismo en países como Burkina Faso, Malí y Níger.

Por otra parte, en 2019 se registraron casi dos mil desastres naturales de todo tipo, en su mayoría relacionados con tormentas, ciclones e inundaciones. Provocaron 24,9 millones de nuevos movimientos en 140 países ricos, medianos y pobres: la mayor cifra registrada desde 2012. Los eventos climáticos más mediáticos fueron los ciclones Idai y Kenneth en el África austral, que dejaron medio millón de damnificados, así como el huracán Dorian que asoló las Bahamas y parte de Estados Unidos. Pero no fueron los mayores. Los datos muestran que la peor parte se la llevaron India, Filipinas, Bangladés y China con mucha diferencia: por encima de cuatro millones en cada uno.

Los países que a 31 de diciembre contaban con mayor número de desplazados por el clima eran Afganistán, India y Etiopía, siempre por las sequías e inundaciones como las también ocurridas en Yemen, país del que solo se suele comentar la guerra civil que vive desde 2015. Pero 2019 también dejó otro tipo de problemas en este país. Lo saben los residentes del asentamiento de Hajjah, en el norte, muy afectados por las torrenciales lluvias caídas en los últimos meses. Las imágenes del estado de las casas después de la tormenta muestran telas rajadas, paredes de chozas desparramadas por el suelo, y cabras ramoneando entre ropajes u otros objetos mientras sus dueños recuperan lo que pueden.

En todo este maremágnum de datos, hay uno que llama la atención: frente a esos 24,9 millones de nuevos desplazamientos por desastres naturales durante 2019, a finales de año solo se contabilizaban 5,1 millones de personas que no habían podido volver a su hogar. ¿Por qué una brecha tan grande? “Ha sido una información extremadamente difícil de obtener porque no hay datos buenos sobre cuántos desplazados había a finales de año por desastres que tuvieron lugar en 2019 o en años precedentes”, reconoce Anzellini. Sin embargo, este año ha habido una novedad: “Finalmente, pudimos desarrollar una metodología para extraer esa cifra, y por eso es tan baja. Este es un primer intento de llenar una laguna de conocimiento gigantesca, y eso es porque las organizaciones de gestión de desastres suelen dejar de recoger datos dos, tres o cuatro semanas después del evento, y perdemos la pista de estas personas.

Así, entre esos 5,1 millones hay desplazados por un terremoto en Filipinas en 2019, por ejemplo, pero hay también afectados por el seísmo de Haití de hace una década. “Es un conglomerado de damnificados que siguen viviendo en condición de desplazamiento. También hay muchos casos de personas que han retornado a sus viviendas destruidas y viven en carpas enfrente de lo que era su casa. Siguen siendo desplazados, pero es muy difícil saber de cuántos se trata porque ya no se les registra como tales”, explica el analista.

Buenas prácticas en la recogida de datos

El IDMC también se fija en las buenas prácticas que se van implementando, y en esta ocasión los investigadores destacan la reducción en nuevos desplazamientos en países como Sudán, República Centroafricana e Irak gracias a que sus Gobiernos abordaron mejor las causas y consecuencias de estos. Mali ha logrado un “excelente” —según Anzellini—, sistema de verificación e intercambio de información, lo que permite gestionar mejor la asistencia humanitaria. Sri Lanka ha abierto un nuevo centro de gestión nacional de desastres, y Bangladés, India y Fiji han empezado a implementar medidas eficaces de preparación y reducción de riesgos, incluidas las mencionadas evacuaciones preventivas en masa.

Luego, ha sido fundamental la puesta en marcha de nuevas legislaciones en países como El Salvador o Somalia que reconocen la figura del desplazado interno. Hay que recordar que son personas que no están consideradas en el Estatuto de los Refugiados de 1951 porque no han salido de las fronteras de su país, con lo cual, no disponen de medidas de protección internacional. Y eso pese a que estos siguen siendo más numerosos que los refugiados: 50,8 millones frente a 25,9 millones, según la Agencia de la ONU para los refugiados. “Que un país como Somalia, tras tantos años de conflicto y desplazamiento prolongado, lleve esto más arriba en su agenda política es signo muy positivo de que va a haber medidas más concretas y una financiación más estructurada que va a permitir mejorar las condiciones de estas personas y disminuir su vulnerabilidad”, opina Anzellini.

La clave es lograr mayor voluntad política: el investigador resalta los vientos de cambio a nivel nacional y en la ONU, incluido el hecho de que, a finales de año pasado, la Secretaría General organizara un panel de alto nivel sobre este asunto que supuso un llamamiento a los Estados miembro para darle más relevancia en sus agendas. “Eso puede cambiar la vida a millones de personas; ahora, esta voluntad política debe ir de la mano de una mayor capacidad de monitorear y compartir esas buenas prácticas”, advierte el experto.

Predicciones sobre el coronavirus

Si bien este informe, correspondiente a 2019, no menciona los efectos del nuevo coronavirus en los desplazamientos de población, los autores han tanteado cómo está afectando la pandemia. “Los trabajadores de las agencias humanitarias, que son fuente esencial de datos para nosotros porque cuentan a los desplazados que asisten, están bloqueados en sus casas, así que probablemente vamos a tener dificultades en la obtención de datos para el año que viene”, vaticina Anzellini.

Aún más importante son las condiciones de las personas. “En muchos casos, los desplazados son los más pobres de los pobres, no tienen acceso a servicios básicos ni de salud, y el coronavirus muy probablemente va a aumentar su vulnerabilidad”, cree el investigador. Especialmente los mayores. Uno de los aspectos más preocupantes procede, gracias a la medición, por primera vez, de una variable en el conteo de desplazados: la edad. El IDMC estima que 3,7 millones de personas desplazadas tienen más de 60 años, lo que les hace muy vulnerables a la covid-19, alertan.

También se está siguiendo la situación en Irak, donde se confirmaron los primeros casos de covid-19 entre personas desplazadas, y en Burkina Faso, Colombia y Siria, donde las tasas están aumentando y los desplazados se vuelven a su tierra de origen, cuando pueden. En Siria, por ejemplo, el miedo a la enfermedad ha provocado que la ciudad fantasma de Nairab, en la provincia de Idlib, se empezase a poblar de nuevo. Los diez años de guerra la han dejado vacía y en ruinas, pero algunos vecinos como Taher al-Matar’s han decidido regresar, aunque suponga vivir en una casa en ruinas. Mejor eso que seguir hacinados en el campo de desplazados en el que había pasado los últimos tiempos. “Vivíamos en la humillación”, aseguraba a un periodista de Reuters este padre de familia, de 42 años, mientras limpiaba los escombros de su vivienda con cuidado de no encontrarse alguna mina o bomba sin explotar.

Idlib vive un alto el fuego desde marzo que ha hecho que regresen unos 12.000 ciudadanos, según una ONG local citada por la agencia Reuters. Para estos sirios, una casa en ruinas es mejor que un campo de desplazados. Para otros, como la familia de la niña Tayma que vende licor al borde de la carretera, no hay opción.

Artículo elaborado con información de Khalil Ashawi (Reuters) y Aaref Watad (AFP) desde Siria; Prakash Mathema (AFP) desde Nepal; y Essa Hamed (AFP) desde Yemen.

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