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El ultraconservador jefe del poder judicial Ebrahim Raisí ha logrado la presidencia de Irán. El 62% de los votos obtenidos permite al régimen iraní pregonar un “triunfo arrollador” sobre sus contendientes, más sparrings que verdaderos rivales. Ignora sin embargo el mensaje de desobediencia civil que han enviado tanto los abstencionistas (51,2% del censo) como quienes, tal vez necesitados del sello que justifica la asistencia a las urnas, han optado por el voto nulo. El sistema electoral iraní no distingue entre este y el voto en blanco, pero el elevado 14% de papeletas inválidas deja intuir que son numerosos quienes han respondido a la llamada de activistas y disidentes para no legitimar a la teocracia.
La autodenominada “democracia religiosa” está además viciada de partida con la preselección ideológica de los candidatos. El filtro en manos de una camarilla controlada por el líder supremo, Alí Jamenei, no da oportunidades a que se refleje la diversidad política y social de un país de 85 millones de habitantes.
Al margen de su actitud ante los comicios, las esperanzas de los iraníes están puestas ante todo en una mejora de la situación económica. Más allá de la aptitud del nuevo Gobierno, eso requiere reconectar Irán con el resto del mundo, es decir, que Estados Unidos levante sus sanciones para que el país pueda vender su petróleo, recuperar sus depósitos de divisas y rehacer un sistema mal gestionado y plagado de corrupción. Eso pasa por reactivar el acuerdo nuclear, algo que representantes iraníes y estadounidenses negocian de forma indirecta en Viena, con la mediación europea.
Raisí, a quien Estados Unidos sancionó en 2019 por violaciones de derechos humanos, ha dicho que va a continuar los contactos. No podía ser de otra forma una vez que fueron aprobados por Jamenei, máxima autoridad política y religiosa del país. Pero las conversaciones han sido rehén de la política interna. Existe el temor a que la postura más antioccidental del presidente electo pueda traducirse en una actitud menos colaboradora. De hecho, en su primera conferencia de prensa ha rechazado ampliar el acuerdo a otros asuntos como el apoyo a grupos armados en países vecinos y descartado la posibilidad de reunirse con Joe Biden.
Pero, dado que el texto de la vuelta al acuerdo parece estar listo desde hace algunas semanas, también es posible que Jamenei estuviera esperando al interregno entre presidencias para dar el visto bueno final. De esta forma, si el resultado no es el esperado podrá responsabilizar al Gobierno saliente y, si sale bien, recogerá los frutos su protegido y potencial sucesor. Con cautela, sin ingenuidades, Occidente hará bien en seguir en el esfuerzo de reactivar el acuerdo.
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