EL PAÍS

Irina Vereshchuk, vice primera ministra de Ucrania: “Mi marido está en el frente; sé hasta qué punto se necesitan más proyectiles”

Con el lastre de los meses, la guerra acaba democratizando el miedo y el dolor. A Irina Vereshchuk (Rava-Ruska, 43 años), una de las figuras más destacadas del Gobierno de Volodímir Zelenski, se le empaparon varias veces los ojos de lágrimas durante su encuentro con en Kiev el pasado sábado. Responde, explica y razona como vice primera ministra del Ejecutivo sin lograr aislar su argumentación del compromiso de su familia en el frente: su marido y su hijo son militares. Defiende la “dura y necesaria” permanencia del ejército local en la batalla de Bajmut, donde asegura que Rusia bombardea las evacuaciones de civiles; insiste en que no les faltan soldados, pero sí carecen de armas y municiones suficientes y reconoce que se preparan para reedificar “desde cero” el Estado ucranio en la península de Crimea, ocupada por Rusia desde 2014. Rusia “no nos va a desmoralizar”, responde tras el último vídeo aparecido con la brutal ejecución a tiros de un soldado local.

La titular de la cartera denominada Reintegración de Territorios Temporalmente Ocupados, encargada —ya desde antes de la invasión a gran escala— de mantener el impulso ucranio en las zonas arrebatadas, afronta estos días un nuevo foco de preocupación. Es el “agujero informativo” que supone el territorio ganado por los rusos en Bajmut, disputada localidad de la región oriental de Donetsk, donde vivían 70.000 personas, de los que 12.000 eran menores. El miércoles pasado quedaban 4.000 adultos y 34 niños, según Vereshchuk, una cifra que ya no tiene validez al realizar esta entrevista tres días después. “Puede ser que queden 1.000 adultos y no sabemos si niños. Quiero pensar que ninguno”. Explica que han conseguido evacuar a “casi todos” de la manera más discreta posible, aunque algunos se quedan “como petrificados”, el miedo les impide moverse. “No lo hemos comunicado oficialmente porque Rusia, si sabe que estamos evacuando a la gente, cierra todos los accesos. No permite los corredores [humanitarios] y en cuanto ve los vehículos de evacuación les dispara”.

En las horas previas a la entrevista, la capital de Ucrania acogió conmocionada los multitudinarios funerales de tres combatientes caídos en el frente de Bajmut. Por un lado, el de un padre y un hijo que murieron a la vez. Por otro, el de un joven comandante, Dmitro Kotsiubailo, de 27 años, apodado Da Vinci. Pese al alto precio en vidas humanas, la ministra apuntala el anuncio hecho por el presidente, Volodímir Zelenski, de seguir plantando cara en Bajmut a las tropas del Kremlin para que estas no tengan un fácil avance en caso de retirada de Kiev. “Mire cómo lloramos aquí a los que mueren. ¿Ve cómo nos duele todo esto? Imagínese cómo le duele al presidente y a todos los que toman ese tipo de decisiones, duras pero necesarias”.

Bajmut es solo una de las piedras en el zapato del Gobierno de Kiev. Hay otras zonas y localidades que han sido liberadas de la presencia del enemigo, pero donde la paz no acaba de llegar por su proximidad a la línea de choque de ambos ejércitos. Por eso, señala la ministra, en ciudades como Kupiansk (región de Járkov), liberadas oficialmente el pasado septiembre, “la evacuación es obligatoria y el Estado suministra transporte, alimento y alojamiento”. Las autoridades han aprobado también en los últimos días la obligatoriedad de impedir la permanencia de menores en enclaves en los que se combata. “Los niños no tienen que estar en las zonas de hostilidades, han de ser evacuados y el Estado ocuparse de ellos”, comenta Vereshchuk, que forma parte de un Ejecutivo en el que hay otros cuatro vice primeros ministros, dos mujeres y dos hombres.

La necesidad de material militar centra buena parte de su discurso. “Agradecemos cada dólar y cada euro que nos mandan”, pero “necesitamos más armas y más municiones”, afirma mientras se emociona por primera vez. Porque a su conocimiento del terreno como integrante del Gobierno ucranio se suma su experiencia familiar. “Mi marido está en el frente; yo sé hasta qué punto necesitamos más proyectiles”, relata. Y no solo su marido, un coronel de 46 años y destinado en el este, la región más convulsa. También su hijo mayor, un teniente de 23 al que la guerra a gran escala abierta hace un año le pilló recién salido de la academia. Su bautizo de fuego fue en Zaporiyia, donde su compañía sufrió pérdidas del 40%, detalla la política tratando de ilustrar una tragedia sobre la que Kiev no ofrece estadísticas. “Somos familia de militares, yo misma también lo soy”, recalca Vereshchuk.

Niega que a Ucrania le falten soldados pese a que el país lleva más de un año combatiendo al máximo nivel y pese a las decenas de miles de muertos. Defiende tanto a la generación de los veteranos como a la nueva hornada. “Es gente totalmente motivada y preparada y con energía para luchar. El enemigo no tiene esa motivación. Ya saben ustedes qué tipo de basura, con perdón, tiran ellos a las trincheras”, comenta en alusión indirecta a los mercenarios de la empresa privada Wagner, pilar indispensable de la ofensiva de Putin. Muchos de ellos son presidiarios sacados de la cárcel a los que lanzan hacia posiciones enemigas casi a pecho descubierto. “No me preocupa tanto de la cantidad de militares como la necesidad de más armas”, insiste.

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La ministra no olvida Crimea, la península ucrania donde Moscú detenta el poder desde 2014 y donde la guerra se vive con menos intensidad. Eso permite a Rusia echar raíces como autoridad más tranquilamente pese a no tener reconocimiento alguno de la comunidad internacional. “En Crimea hay que reiniciar el Estado ucranio desde cero”, admite Vereshchuk. Por eso, el Gobierno de Zelenski, de forma paralela a afrontar la guerra, prepara un programa para formar un cuerpo de funcionarios en la reserva (policías, médicos, profesores…) que esté listo para el día en que Kiev recupere su papel allí. No es, en todo caso, algo que vaya a ocurrir ni a corto plazo ni de forma sencilla. Los aliados, más allá de la dialéctica diplomática, muestran mucho menos entusiasmo a la hora de defender la expulsión en estos momentos de Moscú de esa península ucrania.

Otros vientos soplan, sin embargo, en la senda de acercamiento institucional a Bruselas, que arropa más que nunca a Kiev en su deseo de integración, aunque no de forma inmediata. La vice primera ministra de Ucrania refleja ese clima de optimismo en el camino hacia la Unión Europea —también a la OTAN, dice—, pues cree que Kiev va a cumplir con las exigencias que tiene por delante. También se muestra agradecida a España, que asumirá la presidencia de turno de la UE en el segundo semestre del año. “España ha abierto muchas casas y muchos corazones” a los ucranios, comenta. “Su pueblo sabe lo que es la lucha y la democracia y nuestra victoria será su victoria”, argumenta.

Más allá de Europa, la ministra no siente que la campaña de Rusia para tratar de atraerse como aliados a países del llamado sur global esté dañando a Ucrania. “No hay muchos países en el mundo que apoyen a Rusia”, afirma tranquila. Se remite al apoyo que recibe en las resoluciones que se votan en Naciones Unidas. La última, el 23 de febrero, solo contó con siete países en contra de la propuesta de Kiev, entre los que se hallaban la propia Rusia, su socio y vecino, Bielorrusia, y Corea del Norte. “Nuestro papel político es enseñar a todos los países —no solo a los bálticos, Polonia, Rumania o República Checa, que están cerca del epicentro de la guerra y saben lo que puede ser la bota rusa pisando su tierra, sino también a los que están lejos— la falta de justicia que supone que un país miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y con armas nucleares pueda invadir un país vecino”.

Vereshchuk tuerce un poco el gesto al referirse al vídeo publicado en redes sociales la semana pasada en el que se ve la ejecución de un militar ucranio. Y lanza un mensaje contundente: “Si les podemos alcanzar por vía judicial, lo haremos, y si no, por la fuerza de las armas”. “Este tipo de vídeo solo aumentan nuestras ganas de victoria. El Kremlin no entiende nada de los ucranios y cree que con vídeos así nos va a desmoralizar”. Tras las preguntas, transcurren unos minutos de conversación informal hasta que la vice primera ministra posa para la foto. Asegura que no era su intención hablar de su familia. Finalmente, fija la vista en el objetivo y hasta sonríe.

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