Decadentes, elegantes y literarias: entre las ciudades que bordean el mar Adriático se encuentran algunos de los más bellos e inspiradores enclaves del sur de Europa. Al margen de las turísticas, pero imprescindibles, Venecia o Dubrovnik, hay otros muchos rincones por descubrir: fortalezas que se alzaron para defenderse de los piratas, nostálgicos cafés que visitaron poetas y artistas románticos o magníficas piazzas adoquinadas que se asoman a un Mediterráneo todavía transparente.
01 Probablemente, la ciudad más bella del mundo
Venecia (Italia)
Si uno se para a pensarlo, los veneciados se arriesgaron mucho levantando una ciudad de palacios de mármol sobre una laguna. Y desde allí, fueron haciéndola crecer sobre las aguas e inundaron el mundo de obras de arte, de música barroca, de ópera moderna, de cocina basada en la ruta de las especias, de elegantes modas bohemias y de un cóctel de Proseco y Aperol digno del Gran Canal: el spritz. En la actualidad, Venecia acoge a arquitectos de vanguardia y benefactores multimillonarios que animan la escena artística. Sobre qué hay que ver en Venecia durante la primera visita, resulta imposible seleccionar, aunque hay ciertas fotos irrenunciables como el Palazzo Ducale, el Museo Correr, el Teatro La Fenice, la Gallerie dell’Accademia, sus muchos palacios asomados a los canales, sus no menos numerosas iglesias asomadas a sus piazzas y campi, y, cómo no, el omnipresente Gran Canal y sus gondolieri.
Para los gourmets son imprescindibles, además, paradas en el Mercado de Rialto, en el histórico Caffè Florian de la plaza de San Marcos o en el literario Harry’s Bar, que conviven con ofertas renovadoras que nos exigirán salirnos un poco de foco, como el Venissa, en Mazzorbo, la isla-huerto al otro lado del puente de Burano donde se cultiva de todo. Allí podremos “comernos el paisaje” en forma de ñoquis, pescados de la laguna y otras delicatesen que se pueden degustar en un patio junto a los viñedos.
02 Joya medieval para ‘Juego de Tronos’
Dubrovnik (Croacia)
Junto con Venecia, Dubrovnik es la otra gran joya adriática. No es ningún secreto: cientos miles de visitantes lo saben y la recorren cada día del año, cámara en mano, para captar el alma del Mediterráneo más auténtico. El extraordinario casco antiguo de la ciudad croata, cercado por macizas murallas defensivas, es una de esas maravillas que no se olvidan en la vida y que encierran la esencia profunda de una fantasía medieval frente al Adriático. Por eso no es extraño que en los últimos años este marco haya tenido un papel protagonista en la serie Juego de Tronos, ni que tantos poetas lo hayan colmado de epítetos a lo largo de los siglos, entre ellos –el más popular y tópico-, la perla del Adriático, de Lord Byron.
La belleza del casco antiguo siempre impresiona, aunque se vea por enésima vez. Sus calles de mármol, sus edifcios barrocos y las brillantes aguas del mar crean una imagen que no se olvida. Visto desde el monte Srd, el conjunto es insuperable. Su mayor reclamo turístico son las murallas, unas de las más bonitas del mundo, pero Dubrovnik es sobre todo un lugar para disfrutar del estilo de vida mediterráneo, recorriendo su pasado de auge y caída en los museos de la ciudad, repletos de arte y objetos históricos. Y tras este empacho de historia, solo queda digerirlo todo zambulléndonos en el mar azul celeste que la baña. Si las avalanchas de turistas nos lo permiten, claro.
03 Ciudad de cafés literarios
Trieste (Italia)
En opinión de la escritora de viajes Jan Morris, Trieste “no ofrece ningún monumento inolvidable, ninguna melodía universalmente familiar ni una gastronomía inconfundible”, y sin embargo cautiva a muchos viajeros. La ciudad es objeto de culto para numerosos escritores, viajeros, exiliados e inadaptados. Devotos de Trieste que elogian sus relucientes cafés belle époque, los oscuros y acogedores bares e incluso el enloquecedor viento de bora. También un incentivo añadido: la ausencia de turismo masivo.
Esta ciudad italiana, que cae hacia el Adriático desde una meseta kárstica y está casi completamente rodeada por Eslovenia, se encuentra físicamente aislada del resto de la península itálica. Su singularidad histórica, por tanto, no es accidental. Desde el siglo XIV Trieste ha mirado hacia el este y se convirtió en puerto franco bajo el dominio austríaco. La ciudad floreció con los Habsburgo durante los siglos XVIII y XIX; el salón de Viena, a orillas del mar, una flexible tierra fronteriza donde la cultura italiana se mezclaba con la germánica, la eslava, la judía e incluso la griega.
Su piazza dell’ Unità d’Italia (la mayor plaza de Italia, que da a un paseo marítimo) es un elegante triunfo del urbanismo austrohúngaro y del orgullo civil contemporáneo. Siempre está abarrotada, pero no es solo un sitio para tomar algo o charlar, también para pasar un momento tranquilo contemplando barcos en el horizonte.
Una de la mejores cosas de Trieste son sus caffés, palacios majestuosos que evocan el pasado, como el Caffè Tommaseo, prácticamente igual que cuando abrió sus puertas en 1830, con ricas molduras en el techo y espejos vieneses en sus paredes. El Caffè Torinese, el más céntrico y acogedor de estos locales históricos, es un salón pequeño y exquisito. Lo contrario al Caffè San Marco, gigante y melancólico, inaugurado justo antes de la primera Guerra Mundial y decorado con extraños cuadros de máscara y montones de mesas de mármol.
04 Los veraneos más románticos del Adriático
Riviera del Brenta (Italia)
Históricamente, en Venecia el verano empezaba oficialmente cada 13 de junio con un atasco monumental en las aguas del Gran Canal, provocado por una flotilla de adinerados venecianos que se dirigían a sus villas ubicadas a orillas del río Brenta. Cada vestido de gala y silla de póquer se cargaba en barcazas para disfrutar de un período de diversión que se alargaba hasta noviembre. La fiesta terminó con la llegada de Napoleón en 1797, pero todavía hay 80 villas en la llamada Riviera del Brenta. Las de propiedad privada, y los setos que las rodean, dejan todavía mucho a la imaginación, pero en cuatro de ellas, abiertas como museos, se puede ver sus interiores.
La villa más romántica, probablemente, es la Villa Foscari, diseñada por el arquitecto Andrea Palladio en el siglo XVI, pero hay otras muchas: por jemplo, la decadente y rococó Villa Widmann Rezzonico Foscari, o la versallesca Villa Pisani Nazionale.
05 El mejor puerto veneciano
Piran (Eslovenia)
¿Venecia en Eslovenia? Así es. Y a menos de 50 kilometros de Trieste, en el reducido tramo costero (46 kilómetros) por el que este pequeño país balcánico se asoma al mar. El bullicioso imperio comercial veneciano dejó su impronta en toda la costa adriática y Eslovenia tuvo la suerte de quedarse con el puerto medieval mejor conservado, fuera de Venecia. Aunque en Piran la concentración de turistas es casi como en Venecia, su bello entorno es un placer constante. Podremos comer marisco fresco en el puerto, perdernos por estrechas calles y culminar el paseo en su espléndida Plaza Tartini, donde tomar unas copas y observar a la gente.
Además de este bullicioso y hermoso rincón, hay restos de la antigua muralla y un montón de casas colgadas, apiñadas unas con otras, que nos dejan imágenes fantásticas de esta encantadora villa.
La Plaza Tartini refleja el espíritu del Adriático a la perfección: ovalada y pavimentada en mármol, en ella encontraremos algunos de los edificios más simbólicos de esta Venecia eslovena: el ayuntamiento, los tribunales, la iglesia de San Pedro o la casa Tartini, la más antigua de la plaza. Y muy cerca, el museo marítimo Sergej Masera, en el Palacio Gabrielli, que resume los tres grandes elementos a los que Pirán debe su existencia: el mar, la navegacón y la sal. Porque aquí todo huele a mar, sobre todo en su pintoresco puerto pesquero. Y dominando la ciudad, la catedral de San Jorge, barroca y renacentista, con un campanario que nos permite sacar unas fotos fantásticas.
06 Mediterráneo en estado puro
Rovinj (Croacia)
Rovinj (Rovigno, en italiano) es la principal atraccion de la costa de Istria. Pese a que en verano se llena de turistas, y los hoteles y restaurantes cada vez son mejores, Rovinj es uno de los últimos puertos pesqueros mediterráneos auténticos que quedan. Los pescadores descargan sus capturas a primera hora de la mañana, seguidos por un tropel de escandalosas gaviotas, y reparan sus redes antes del almuerzo. Las rogativas para la pesca se hacen en la enorme iglesia de Santa Eufemia, cuya torre de 60 metros señala la península ovalada donde se ubica el casco antiguo de la ciudad, rodeado de colinas boscosas y pequeños hoteles, y surcado por empinadas calles adoquinadas y placitas. Las 14 islas verdes del archipiélago de Rovinj son un agradable lugar para pasar la tarde; las más populares son las de Sveta Katarina y Crveni Otok (isla roja), también conocida como Sveti Andrija.
Entre lo más recomendable de la ciudad está Grisia, una calle empedrada llena de galerías donde los artistas locales venden sus obras. También la subida por detrás del arco de Balbi hasta Santa Eufemia, a través de callejulas serpenteantes que son una atracción en sí mismas, con ventanas, balcones, portales y plazas de estilo de lo más variado: gótico, renacentista, barroco y neoclásico. Otro detalle curioso: las fumaioli (chimeneas exteriores) de muchas de sus casas.
07 Un secreto bien guardado
Bale (Croacia)
En el suroeste de Istria, entre Rovinj y Vodnjan, la cudad medieval de Bale es uno de los secretos mejor guardados de la península. A siete kilómetros del mar, un laberinto de callejas empedradas y antiguas casas señoriales rodean el recién restaurado castillo gótico-renacentista de la familia Bembo. Destaca el campanario de 36 metros de altura de la barroca iglesia de San Julián, aunque hay más templos antiguos y un ayuntamiento con una logia del siglo XIV. El cercano tramo costero, de nueve kilómetros, es el más transparente de Istria, con deliciosas playas y aguas poco profundas.
Bale atrae, sobre todo, a un público bohemio, de inclinaciones espirituales, ya que, al parecer, la localidad desprende una poderosa energía. Se puede visitar para conocer a almas similares y pasarse interminables horas de charla, copas y sueños.
08 A refugio de los turistas
Zadar (Croacia)
Con iglesias medievales, ruinas romanas, cafés cosmopolitas y museos de calidad, el casco antiguo de Zadar ocupa una pequeña península y resulta de lo más interesante. La ciudad no está abarrotada de turistas, y sus dos atracciones más singulares –las instalaciones de sonido y luz Órgano del Mar y Saludo al Sol, de Nikola Basic– son dignas de ver y escuchar.
No es el típico lugar de postal, pero su mosaico de reliquias históricas, elegancia de los Habsburgo, paisaje costero y horrendos bloques de apartamentos le da a Zadar mucho carácter. Tampoco es Dubrovnik, sino una ciudad viva y palpitante que disfrutan los residentes y visitantes por igual. Para orientarnos: la plaza del pueblo, el centro de la vida pública, está siempre animada gracias a sus muchos cafés-bares.
Una de las cosas más intrigantes de Zadar es la manera en que las ruinas romanas aparecen en cualquier rincón de la ciudad, y especialmente en el antiguo foro, construido entre el siglo I antes de Cristo y el siglo III, y que todavía concentra la actividad cívica y religiosa local, con la imponente presencia de la iglesia de San Donato.
09 La herencia de Diocleciano
Split (Croacia)
Split (Spalato, en italiano), es la segunda ciudad más grande de Croacia, un lugar fantástico para conocer la animada vida dálmata. Esta exuberante ciudad equilibra tradición y modernidad a la perfección. Al entrar en el Palacio de Diocleciano, declarado patrimonio mundial y uno de los monumentos romanos más impresionantes del mundo, encontraremos decenas de terrazas, restaurantes y tiendas entre las antiguas murallas donde, durante milenios, ha transcurrido la vida de la ciudad.
Pero más que un palacio, o un museo, este barrio histórico es, en realidad, el verdadero corazón de la ciudad, un laberinto lleno de gente, bares y comercios. El palacio en sí, la fortaleza militar, amén de residencia imperial y ciudad fortificada, mide 215 metros de largo por 181 de ancho en su extremo sur. Lo mejor es perderse por la zona, lo bastante pequeña para que siempre sea fácil dar con una salida u orientarse rápidamente.
La guinda del pastel en Split la pone un entorno único: las aguas turquesas del Adriático y un espectacular telón de fondo montañoso. Semejante espejismo se aprecia mejor a bordo de un ferri.
10 La isla-ciudad
Trogir (Croacia)
El casco antiguo de la pequeña Trogir (antes Traou) ocupa un pequeño islote en el estrecho canal que separa la isla de Clovo de tierra firme, frente a la carretera costera. Una verdadera preciosidad de tortuosas calles rodeadas de murallas medievales. Tiene delante un ancho paseo marítimo con una sucesión de bares y cafés, y también de yates en verano. Destaca entre las localidades dálmatas por la profusión de edificios románicos y renacentistas de época veneciana (siglos XIII-XV), muchos de ellos casi intactos, razón por la que, junto a su magnífica catedral, fue declarada patrimonio mundial en 1997.
Es fácil ir a pasar un día a Trogir desde Split, un lugar plácido también para invertir unos días, con salidas a las islas próximas.
11 Un fiordo en el Adriático
Kotor (Montenegro)
Kotor todavía no es un destino turístico masivo. Y eso que resulta espectacular. En este puerto del Adriático se retrocede a esa Europa de ciudades amuralladas con foso, repletas de umbríos callejones e iglesias de piedra en cada esquina.
El entorno, la bahía de Kotor, rodeada de montañas, es uno de los lugares más fotogénicos y curiosos del continente: un fiordo en medio del Mediterráneo. En el interior, todavía quedan tiendas de toda la vida, cafés en plazas de adoquines y un laberinto de calles y plazas con iglesias. Hay pocos restaurantes, pero muchas tiendas y mercados, resguardados tras los muros del Stari Grad (casco antiguo). Allí podremos probar quesos ahumados con nueces o pistachos, gotas de miel dorada y jugosos jamones, para ir después a las pequeñas bodegas y escuchar las recomendaciones de los lugareños sobre sus maravillosos tintos.
Los gobiernos venecianos, austríacos y yugoslavos contribuyeron a dejar un gran legado que todavía está presente en las tiendas de antigüedades de Kotor, ocultas tras puertas sin rótulos y repletas de exquisitas alfombras balcánicas, delicados encajes mediterráneos, jarrones de estilo art nouveau y prendas históricas, entre otros objetos.
Entre las mejores experiencias: subir al mirador de la colina de San Iván (a 1.200 metros) por los maltrechos escalones de las murallas de la ciudad, o explorar la bahía y sus románticas aldeas en barco para comprender por qué los romanos levantaron allí sus villas y los venecianos, sus palazzos.
La carretera que sube al monte Lovćen tiene 25 curvas cerradísimas y es uno de los mejores trayectos en coche del mundo. Hay que estar dispuesto a parar un montón de veces, porque las vistas de la bahía mejoran en cada curva.
12 Dubrovnic en miniatura
Budva (Montenegro)
Sencillamente precioso, el amurallado casco antiguo de Budva, que se eleva sobre el Adriático, es la réplica en miniatura –y menos agitada– de Dubrovnik. El ambiente respira romanticismo y en cada rincón se siente el amor por la vida tan típico del Mediterráneo. Para pasar el rato se puede explorar la maraña de callejas adoquinadas, visitar diminutas iglesias y encantadoras galerías, tomar algo en las terrazas de los cafés, picotear porciones de pizza y dejarse cautivar por las vistas al mar desde la ciudadela. Y cuando toque relajarse, lo mejor es enfilar hacia la playa. En resumen: disfrutar de la buena vida.
13 Esplendor barroco
Lecce (Italia)
Una de las grandes sorpresas del sur del Adriático. De predominante estilo barroco, es una obra maestra de la arquitectura con palacios e iglesias esculpidos en blanda roca arenisca, característica de la zona. Lecce está llena de sorpresas: uno puede estar curioseando entre prendas de diseñadores milaneses y, de repente, toparse con una iglesia profusamente decorada, de columnas rematadas por espárragos, pájaros dodó decorativos y duendecillos juguetones. Lecce tiene más de cuarenta iglesias y, al menos, otros tantos palacios, todos construidos o remodelados entre los siglos XVII y XVIII, lo que otorga una cohesión extraordinaria a la localidad. Thomas Ashe, viajero del siglo XVIII, la consideró “la ciudad más bella de Italia”, aunque para el marqués de Grimaldi, quizá menos impresionable, la fantasiosa fachada de Santa Croce le hacía pensar en la pesadilla de un lunático.
En cualquier caso, se trata de una ciudad animada y universitaria con boutiques selectas, tiendas de antigüedades, restaurantes y bares. Tiene fácil acceso a los mares Adriático y Jónico y es una excelente base para explorar la comarca de Salento.
14 La ciudad de los mosaicos
Rávena (Italia)
Al caminar unas cuantas manzanas desde la diminuta estación de trenes, enseguida sentimos que Rávena es una ciudad diferente, incluso para los italianos. Históricamente llena un hueco poco conocido entre la caída del Imperio romano y la llegada de la Alta Edad Media, período en que los ravenenses gozaron de una prolongada época dorada mientras el resto de la península itálica sufría las invasiones bárbaras. Entre los años 402 y 476 Rávena fue capital del Imperio romano de Occidente y, también, un prolífico centro artístico para los artesanos bizantinos, que legaron a la ciudad preciosos y coloridos mosaicos repartidos por las iglesias cristianas de terracota.
Las obras mestras de Rávena, a base de oro, esmeraldas y zafiros, que datan de los siglos IV al VI, dejan al viajero boquiabierto. Dante, impresionado, las describió en su época como “una sinfonía de colores” y pasó los últimos años de su vida admirándolas. El romántico Lord Byron contribuyó a la fama literaria de Rávena al pasar un par de años viviendo en la ciudad, antes de trasladarse a Grecia.
Declarados patrimonio mundial en 1996, las referencias imprescindibles, todas cubiertas con magníficos mosaicos, son la Basílica di San Vitale, el Mausoleo de Gala Placidia (sus teselas, del año 430, son las más antiguas de Rávena), el Battistero Neoniano (el edificio intacto más antiguo de la ciudad, de finales del siglo IV), la Basílica di Sant’ Apollinare Nuovo, la Tumba de Dante, la Maosoleo de Teodorico y la Basílica di Sant’ Apollinare in Classe, una de las primeras iglesias cristianas de Rávena. Aunque muchos turistas la pasen por alto, Rávena es imprescindible para conocer la historia de la península italiana.
15 Fortaleza contra los piratas
Korcula (Croacia)
Cuando se llega a Korcula por mar, las torres y los tramos de muralla que aún sobreviven impresionan al viajero: su sola presencia dejaba claro a los piratas que el lugar no iba a ser presa fácil. Este pueblo de la isla croata de Korcula es una maravilla. Cercada por imponentes almenas defensivas, la ciudadela costera exuda historia, con edificios renacentistas y góticos, y calles de mármol. Su fascinante trazado urbano, en forma de espina, fue sabiamente pensado para preservar la comodidad y seguridad de sus habitantes. Mientras las calles occidentales se dispusieron en línea recta para abrir la ciudad en verano al refrescante maestral (viento fuerte y constante que sopla de poniente), las vías orientales son curvas a fin de minimizar el impacto del invernal bur (viento frío del noreste). La villa abraza un puerto, custodiado por torres defensivas redondas y un conjunto compacto de casas techadas con tejas árabes. La gran joya es la magnífica catedral del siglo XV, en medio de una pequeña plaza. Y otra, menos conocida, es el Museo de iconos, cuya pequeña y modesta colección atesora, no obstante, interesantes iconos bizantinos pintados sobre madera dorada.
Aunque está rodeada de palmeras susurrantes y varias playas, Korcula es un destino muy familiar, así que para buscar verdadera tranquilidad tendremos que optar por los arenales más alejados.
Más información en las guías Lonely Planet de Italia, Eslovenia y Croacia, y en www.lonelyplanet.es
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