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Italia, crónica de tres años salvajes

El secretario del partido de la Liga italiana, Matteo Salvini. Tiene como telón de fondo una imagen del expresidente del BCE, Mario Draghi, en Roma, Italia, el 11 de febrero de 2021.RICCARDO ANTIMIANI / EFE

Giuseppe Conte se fue a dormir a su apartamento del centro de Roma el 27 de enero seguro de que lograría sobrevivir. Otra vez. Acababa de convencer a Luigi Vitali, un senador acostumbrado a vivir del parlamentarismo y a brincar entre las bancadas de la derecha, para formar parte de un grupo de tránsfugas que cubrirían el ataque de Matteo Renzi. Conte llevaba dos años y medio en el Palacio Chigi y había liderado ya dos Ejecutivos: con la ultraderecha y con los socialdemócratas. Dijo una cosa y luego, la contraria. Firmó decretos contra inmigrantes, y los abolió un año después. Por qué no una tercera vez, le tranquilizaron sus asesores. Aquel Vitali era una buena señal. La primera llamada del día siguiente le bajó de la nube.

―Presidente… Vitali se ha echado atrás―, escuchó de su secretario particular.

Matteo Salvini y Silvio Berlusconi habían retenido al tránsfuga de madrugada. El nombre de Mario Draghi, aunque el Palacio del Quirinal lo negase, ya estaba encima de la mesa desde hacía días. La amenaza de elecciones era un farol. Nadie las quería, la operación iba en otra dirección. Conte sintió esos días que le habían tomado el pelo. Supo con esa llamada que terminaba un ciclo en Italia.

El Movimiento 5 Estrellas (M5S), un partido antisistema fundado por el cómico Beppe Grillo y articulado a través de una opaca plataforma digital, tiró la puerta al suelo de los palacios romanos al grito de “¡Vaffanculo!” [a tomar por el culo] en marzo de 2018. Italia, un país envejecido que no crecía económicamente desde hacía 20 años, se convirtió en el mayor laboratorio populista del mundo. En pocos meses comenzó a exhibir su antieuropeísmo, inclinaciones nacionalistas, un amargo rencor a la moneda única. Afloraron tics autoritarios contenidos durante años en un sistema agrietado. Desfilaron por Roma Steve Bannon, Marine Le Pen o Santiago Abascal y arrancó una campaña internacional contra el papa Francisco que fracturó la Iglesia. Menos de tres años después, sin embargo, Italia ha entregado el Gobierno a Mario Draghi, primadonna del establishment europeo. El mago que rescató el euro y al que todos los partidos se encomiendan para que repita el truco en Italia.

El caos es consustancial a la política transalpina, acostumbrada a una volatilidad que ha liquidado 65 Gobiernos y a una treintena de primeros ministros desde la Segunda Guerra Mundial. El sistema bicameral perfecto –Senado y Cámara de diputados– es hoy la sala donde poner y quitar a primeros ministros sin pasar por las urnas. Berlusconi fue en 2008 el último que obtuvo esa rara legitimidad. Desde entonces han pasado por el Palacio Chigi Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi, Paolo Gentiloni, Giuseppe Conte. Ninguno ganó unos comicios. Y muchos, como Conte o Draghi, ni siquiera eran parlamentarios. Hay muchos motivos.

El transfuguismo es una clave importante: 147 casos solo en esta legislatura. También el sistema electoral proporcional. Pero la última gran tormenta escapa incluso a la lógica del sismógrafo italiano. En menos de tres años de legislatura, Italia va camino de tener su cuarto Gobierno. Y M5S, un partido que nunca iba a aliarse con otras formaciones, lo habrá hecho ya con casi todo el arco parlamentario. El dinero ayuda. Hay que repartir 209.000 millones de euros ―entre préstamos y capital a fondo perdido― de la UE. Y los partidos que llegaron en 2018 para liquidar la vieja política, esta es la fabulosa paradoja, son hoy garantes de la estabilidad del sistema. No siempre fueron así.

Un vendaval populista barrió la vieja política en marzo de 2018. La economía y la credibilidad del país se resintieron enormemente, como apunta el economista y ex secretario del Tesoro italiano Lorenzo Codogno. También generó inseguridad a inversores extranjeros. “Especialmente dolorosos fueron la subida de la prima de riesgo y el estancamiento del crecimiento, a la cola de Europa”, recuerda. Sobre todo teniendo en cuenta que Italia es el segundo país más endeudado de Europa (durante la crisis, la deuda pública pasó del 99,8% del PIB en 2007 hasta el 132,1% de hoy). Pero los actores del cambio no eran nuevos.

EL ORIGEN DE LA TORMENTA El referéndum de Renzi (diciembre de 2016)

Matteo Renzi, rutilante alcalde de Florencia, siempre tenía la última palabra. Rápido, deslenguado, brillante, e insultantemente joven entró en el Palacio Chigi en 2014 convertido, con 39 años, en el primer ministro de mayor precocidad de la República Italiana. Nadie le había votado. Logró el puesto con la primera de sus grandes jugadas de palacio, traicionando a su compañero de partido, Enrico Letta, y descabalgándole de la presidencia del Consejo de Ministros. En un discurso tremendo en el Senado, se presentó como el rottamatore [desguazador] de la vieja política ante las caras atónitas de las glorias de su propio partido (entonces era el PD).

Renzi es el alfa y omega de las turbulencias italianas de esta década. El florentino sale en todas las fotos de las crisis de los últimos años. “Esa es su naturaleza. Cuando no gobierna o puede decidir, necesita notar el poder. Es algo mental”, señala un colaborador cercano durante años. Renzi o el caos, vino a prometer. Y aguantó en el puesto casi tres años. El país hizo reformas, creció y volvió a pintar algo en los grandes dosieres de Europa. Pero quería más. Porque Matteo Renzi es como Jep Gambardella, aquel protagonista de la Grande Bellezza de Paolo Sorrentino. Un insatisfecho eterno que no se conformaba con participar en las mejores fiestas, también quería el poder de hacerlas descarrilar.

El entonces primer ministro convocó un ambicioso referéndum constitucional en diciembre de 2016 para reformar el sistema. Lo que propuso tenía sentido, coincidía todo el mundo: simplificación del Senado, vinculo de mandato de cinco años a quien ganase las elecciones… Pero no resistió la tentación de ser el protagonista y ofreció su cabeza si perdía la apuesta. “No atendía a nadie. Muchos le aconsejamos que cambiase la hoja de ruta”, recuerda uno de sus consejeros entonces.

El referéndum de 2016 se convirtió involuntariamente en la mejor campaña electoral del Movimiento 5 Estrellas. Y los grillinos, un partido que ya había ganado las anteriores elecciones, se emplearon a fondo. “Aquella consulta dio oxígeno a que 5 Estrellas se expresara en la calle. Una parte del país creía en la reforma, pero Renzi era ya un personaje antipático para muchos”, recuerda Roberto D’Alimonte, director del Centro Italiano de Estudios Electorales. La campaña fue dura e Italia descubrió el poder de las redes en la política. Personajes como Luca Morisi, experto en comunicación digital y asesor áulico de Salvini, o Rocco Casalino, un exconcursante de Gran Hermano convertido luego en el portavoz de Conte, se adueñaron del relato antisistema. “Son cruciales en la democracia del like [me gusta]”, subraya D’Alimonte. Renzi cayó y dio paso a un año de transición con Paolo Gentiloni (17 meses). Italia confundió esos días el aburrimiento con la estabilidad.

EL EXPERIMENTO Liga y Movimiento 5 Estrellas (septiembre de 2018)

Las elecciones de marzo dejaron un rompecabezas casi imposible de resolver con una mayoría. Asomada a la ingobernabilidad y a una repetición electoral, los dos partidos de corte antisistema, populistas y euroescépticos, se pusieron de acuerdo con un botín de más del 50% de los votos. No existía nada parecido en Europa.

La tormenta, sin embargo, se había gestado mucho antes, opina Enrico Letta, ex primer ministro de Italia y decano de Asuntos Internacionales en la prestigiosa Science Po de París. “Las elecciones se hicieron en un momento de multiplicación del sentimiento antisistema que trajo este resultado explosivo. La tendencia global era ya el Trump-Brexit. A principios de 2018 la borrachera de ese sentimiento era máxima y configuraba la disrupción de la lógica de la integración de Europa. Y Salvini era un socio clave de ese proyecto. Terminaba una legislatura gobernada por el PD, que en las elecciones solo obtuvo el 25% de los votos. Sus Gobiernos se habían sucedido con rupturas, escisiones, referendos… Una situación de descomposición que lo llevó hasta 2018 tras gobernar cinco años completamente extenuado y sin credibilidad. Renzi se había convertido ya en el modelo de político solo en el palacio jugando a la estrategia”, apunta.

Los dos partidos firmaron un contrato de gobierno y pusieron al frente a una figura tan neutra como para poder controlarla desde los dos despachos contiguos, que se reservaron los líderes del M5S, Luigi Di Maio, y el de la Liga, Matteo Salvini. Las formaciones dejaron de pelearse por colocar a uno de los suyos como primer ministro. Lo interesante pasó a ser tener un testaferro elegante y disputarse el control de la comunicación y de los ministerios clave, convertidos en reinos independientes. Conte se erigió en junio de 2018 en la Capilla Sixtina de este experimento de la nueva política. Y Casalino, su portavoz, en la segunda persona más influyente del Ejecutivo.

Filippo Ceccarelli, histórico cronista de La Repubblica y autor de Invano (Feltrinelli, 2019), un repaso de la evolución de la clase política en los últimos 50 años, cree que la tecnología ha sido fundamental en esta fragilidad. “Cuando los antisistema llegaron al Gobierno debían demostrar que su acción modificaba la realidad. Querían mostrar plásticamente que las cosas cambiaban y recurrieron al recurso más fácil: la comunicación. Pero la evolución tecnológica se ha determinado en todos nosotros, también en los líderes, en una falta de interioridad. Dentro del hombre no queda espacio para ideología, para la pasión… hay un vacío que hace que todo parezcan cajas vacías rellenables con gran facilidad. Y así suceden cosas que imaginamos imposibles. Hoy el Beppe Grillo que gritaba “¡Vaffa!” se sienta con Draghi. Esa es la evidencia”.

Conte ha ocupado el cargo de primer ministro 954 días, divididos en dos Ejecutivos. Es el 11º con la mayor esperanza de vida, por detrás de Matteo Renzi (1.017 días) y a gran distancia del primero: Silvio Berlusconi (3.291 días y 4 ejecutivos). Se presentó como un desconocido abogado. Pero, en realidad, pertenecía al engranaje del sistema, como recuerda Ilario Lombardo, periodista de La Stampa que le ha seguido este tiempo. “Buscaban a alguien neutro y miraron en las listas del M5S. Tenía experiencia en la justicia y un fuerte vínculo con el Vaticano, a través de su número 2, el secretario de Estado, Pietro Parolin”. El contacto al otro lado del Tíber fue crucial. Pero también en los despachos del Consejo de Estado, cantera del alto funcionariado italiano y de jefes de Gabinete, estamento de excelencia que mantiene en pie el país. “La casta”, según el partido que ganó las elecciones.

EL MOVIMIENTO 5 ESTRELLAS Los días salvajes

El Movimiento 5 Estrellas prometió la Luna cuando llegó al poder. No habían gobernado nunca y prometieron hacerlo siempre sin aliarse con ningún partido. Apuntó hacia el sur, donde lugares como Calabria tienen la mitad de renta per capita que el norte o la esperanza de vida puede ser tres años menos: ahí obtuvo el 45% de los votos. También se dirigió a los jóvenes, cuya tasa de desempleo es hoy del 27,1% (la media europea es del 14,2%) y prometió solucionar sus problemas. Pero descubrió enseguida que el dinero determinaba la dimensión real de los sueños.

La renta ciudadana firmada en campaña, una suerte de sueldo básico universal de 780 euros, no encontraba acomodo en el presupuesto. El entonces ministro de Economía, Giovanni Tria, un hombre cauto, se plantó en una cifra de déficit que lo impedía. De modo que el portavoz del primer ministro, Casalino, se lo dijo claro a un periodista en una conversación filtrada. “Nos la suda, los pasaremos a cuchillo. Tria pinta poco, el problema es que en el ministerio hay una serie de personas que llevan años protegiendo el mecanismo, el sistema. No es aceptable que no se encuentren los 10.000 millones de los cojones. Si no lo hacen, dedicaremos todo 2019 a echar a esos mierdas”. Se refería, casualmente a Daniel Franco, a quien Mario Draghi acaba de nombrar ministro de Economía y entonces era director general del Banco de Italia. Así empezó la negociación de unos presupuestos convertidos en el primer desafío a Europa.

La realidad es que nadie pasó a cuchillo a nadie. Y el vino ―también el exceso de déficit con el que Italia amenazó a Bruselas― se fue convirtiendo en agua. Hasta terminar votando a Mario Draghi e invocando la responsabilidad institucional. El politólogo y ensayista Piero Ignazi, recuerda cómo el partido representaba a una clase desfavorecida y se transformó luego en un mueble más del elegante salón del establishment. “El voto de 2018 fue el rechazo de una política que no respondía a las preguntas de los ciudadanos. Por eso el M5S superó el 45% en todo el sur. Fue un partido hegemónico. Ganaron con la idea de antipolítica y de una posición del bienestar universal. Pero hoy son la bisagra de un sistema político, aceptando todas sus contingencias. Es un recorrido extraordinario y pueden acabar siendo el partido de la estabilidad”. Otra formación realizó un viaje parecido.

EL ENIGMA SALVINI La ultraderecha que murió en un chiringuito

Matteo Salvini, un activista tímido y taciturno, lideró durante años la corriente comunista de la Liga Norte. Llevaba camisetas del Che Guevara, pero también coreaba consignas contra el sur e insultaba a los napolitanos. Dirigió un tiempo Radio Padania, donde curtió su carácter en el cuerpo a cuerpo con los oyentes y afinó su método comunicativo. Tras años de saqueos, folclore lombardo y compadreos del fundador Umberto Bossi con Berlusconi, la vieja Liga Norte estaba a punto de ser desguazada en 2013. Faltaban líderes y algunos padrinos pensaron en él. Cuando fue nombrado secretario de la Liga, el partido apenas llegaba al 4% de apoyos. Pero tenía un plan.

En el congreso de 2014 hubo un cambio radical. En la primera fila, el nuevo líder sentó a Víktor Zubarev, un parlamentario ruso que representaba al Gobierno de Vladímir Putin, a un miembro del Frente Nacional de Marine Le Pen y a Geert Wilders, del xenófobo Partido por la Libertad neerlandés. Aquella puesta en escena adelantó la estrategia internacional de Salvini y el inicio de un nuevo esquema político en Europa que pasaba por Hungría y Polonia. La estrategia ultra, sumada a una política radical contra la inmigración ilegal ―tiene dos procesos pendientes por impedir la entrada a Italia de barcos con inmigrantes rescatados a bordo― le convirtieron en un ciclón electoral.

La Liga Salvini es hoy una navaja suiza ideológica. “No cree en nada, y por eso puede decir lo que quiere. Entonces y ahora, que ha exhibido un europeísmo insólito”, opina un diputado de Hermanos de Italia, socio de la coalición de derechas y único partido que no apoyará a Draghi. El problema es que la ultraderecha recibió en Italia la cobertura moral y la experiencia del centro, encarnado por Forza Italia. Muchos, como Renato Brunetta, responsable económico del partido y convertido ahora en ministro de Administraciones Públicas del Ejecutivo de Draghi, nunca comulgaron con esa estrategia. “Esto empezó con la onda populista y soberanista a nivel internacional. La elección de Trump, el viento que aquí se unió al del extremismo y encontró en Grillo a su profeta del Vaffanculo [a tomar por culo]. La Liga no tenía estas características, pero aprovecharon ese viento”. Y funcionó durante 14 meses, en los que convirtió su paso por el Ejecutivo en un desafío a Europa y una campaña electoral perenne.

Salvini, todavía ministro del Interior y vicepresidente del Gobierno, se plantó el 5 de agosto de 2019 en un chiringuito con gogós, música house y cocktails en la costa adriática. El líder de la Liga se quitó la camiseta, pidió un mojito y se animó a pinchar el himno de Italia mientras unas chicas se contoneaban en el podio. Los sondeos le sonreían y en la calle le paraban al grito de “Capitano”. Ese día decidió que tumbaría el Gobierno de Italia. “Ni se enteró de que había varias operaciones en marcha a sus espaldas”, recuerda un histórico dirigente de la Liga, hoy enemistado con el líder. Salvini no no supo descifrar el mensaje que llegó pocos días antes de Bruselas.

LA OPERACIÓN URSULA Un Gobierno europeísta (septiembre 2019)

Ursula von der Leyen no tenía asegurada la presidencia de la Comisión Europea en julio de 2019 al no llegar al 50% de votos. Pero un partido que se había reunido con los Chalecos Amarillos, quería un referéndum para el euro y se había sentado en Bruselas con la Ukip de Nigel Farage, dio un volantazo y salvó su candidatura. “Los 20 parlamentarios de los grillinos le permitieron superar ese ecuador y el M5S comenzó su evolución a una lógica europeísta”, recuerda Enrico Letta. Fue una cuestión de supervivencia, como tantas otras en la vida del partido antisistema. Pero aquel hito fue el cambio de paradigma definitivo. También el inicio del aislamiento de la Liga, que se quedó sola votando junto a la ultraderecha europea.

El protagonista de aquella foto vuelve a ser Renzi, que hizo creer a Salvini que le apoyaría en su intento de derrocar a Conte en agosto. El florentino dio luz a un nuevo gobierno, esta vez formado por los grillinos, y los partidos de centroizquierda de Italia Viva, el Partido Democrático y Libres e Iguales. Un artefacto gestado en la votación de Von der Leyen. Pero con la única finalidad de frenar el impulso de la ultraderecha y llegar a 2022 unidos para elegir al nuevo Presidente de la República, como recuerda Maurizio Landini, secretario general de la CGIL, sindicato mayoritario de Italia. “La pandemia ha hecho emerger las contradicciones. Se ha reabierto una crisis en el momento en que había que decidir donde se invertía el dinero que nos daba Europa. Pero los desastres en el mundo del trabajo no solo han sido en estos últimos años, sino en las dos últimas décadas. En la última fase no solo hubo cosas negativas. También se bloquearon los despidos, se incrementó la seguridad en el trabajo…”, apunta. Pero el Ejecutivo tenía los días contados.

Giuseppe Conte visitó la basílica de San Francisco en Asís el pasado octubre. La pandemia apretaba, pero su popularidad rondaba niveles del 60%. “No había motivos para pensar que podían echarnos”, señala un colaborador directo del primer ministro. Tras el trasiego espiritual y gastronómico al que le sometieron los monjes, recibió un valioso consejo de parte de uno de ellos. “No se fíe de Renzi, presidente. Es el demonio”. El final de esta historia señala que no lo tomó en la consideración suficiente.

DRAGHI El apóstol (Febrero 2021)

Mario Draghi abandonó la presidencia del Banco Central Europeo en octubre de 2019. Desde entonces vive entre Roma y Città della Pieve, en Umbria. Nunca imaginó aceptar el puesto de primer ministro, señalan quienes le conocen. “Su idea, en todo caso, pasaba por ocupar la presidencia de la República de Italia”, apunta una persona que ha hablado con él últimamente. Pero las cosas se torcieron y Mattarella solo quería al banquero. Los italianos le respetan (el 67%, según el último sondeo de Ipsos, deseaba su elección). Era el único nombre que podía generar consenso social. “Los sindicatos han recibido muy favorablemente al hombre de la oligarquía financiera. Se ha visto que no es algo improvisado. Hay prospectivas de pensiones, problemas sociales muy claras. Ha sido uno de los apoyos más netos”, señala Piero Ignazi.

El expresidente del BCE entró el sábado por primera vez en el Palacio Chigi. Pero la bolsa se había puesto en verde durante la semana y la prima de riesgo, en niveles anteriores a la crisis. Habrá reformas en la justicia, el fisco, la Administración pública y el sistema de bienestar. Pero también, dinero a raudales. Esa es la diferencia con la fallida experiencia de Mario Monti, último Gobierno técnico. El año en que Italia presidirá el G20, un periodo en el que Emmanuel Macron entrará en campaña electoral y Angela Merkel terminará su mandato, el país que abrazó el antieuropeísmo hace solo un año y medio podría convertirse en la nueva bandera de la UE. Draghi, beatificado antes del milagro, tendrá que hacer cuentas con la guillotina de los partidos. La esperanza de vida media de un primer ministro en Italia son 14 meses: el reloj se ha puesto en marcha.


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