El Movimiento 5 Estrellas prendió la mecha, y Roma ardió.
El terreno político no podía presentarse más idóneo a la propagación de las llamas, lleno de leña menuda reseca y arbustos. De nada sirvieron los esfuerzos de contención de tantos, en Italia ―empezando por el presidente de la República― y en el exterior, que quisieron evitar el colapso del Gobierno de unidad nacional liderado por Mario Draghi en el último año y medio en circunstancias tan exigentes como las que plantea el actual escenario internacional. Tras el gesto del populista e ideológicamente amorfo Movimiento 5 Estrellas ―que la semana pasada eludió votar una moción de confianza—, los viejos instintos de egoísmo partidista se desataron en el hemiciclo, y tanto La Liga de Salvini como la Forza Italia de Berlusconi se desmarcaron del proyecto liderado por Draghi. Los atávicos tics prevalecieron sobre el reciente serio compromiso de buscar acuerdos políticos en un Parlamento configurado por las urnas de una manera sustancialmente ingobernable, según esquemas ortodoxos.
El camino de aquí en adelante resulta, en esta enésima noche de drama político en Roma, repleto de incógnitas. El presidente de la República, Sergio Mattarella, tendrá que decidir qué hace; él tiene la prerrogativa de disolver el Parlamento, y el país transalpino es muy propenso a sorpresas y golpes de teatro. Pero es evidente que Italia se adentra en una selva oscura, en una situación de potencial prolongada ingobernabilidad en medio de una crisis formidable. No se vislumbran condiciones de estabilidad y eficacia en los próximos meses. Nuevas fórmulas para agotar la legislatura serían cuando menos precarias. El regreso anticipado a las urnas corre el serio riesgo de arrojar un nuevo resultado de endiablada administración, como el que ha marcado la legislatura que va acabando, con largos meses de campaña y negociaciones.
Se trata de un incendio con gran potencial de propagación en la Unión Europea, por el tamaño del país afectado y, sobre todo, de su enorme deuda pública. Ya este jueves el Banco Central Europeo aborda una reunión clave para definir políticas que eviten el aumento de las primas de riesgo en países en dificultad. Lo ocurrido añade urgencia y dramatismo a ese complicado ejercicio. Pero, además, Roma afronta meses de dispersión en medio de asuntos tan importantes como la crisis energética o la implementación de las reformas vinculadas a las masivas ayudas que la UE desembolsa en el paquete de recuperación de la crisis pandémica, y perderá pie en asuntos como la reforma del pacto de estabilidad y crecimiento. La inestabilidad, indisposición a tomar decisiones de calado de su tercera economía, representa por supuesto un nuevo golpe para una UE atosigada en mil frentes.
La presión sobre Draghi para evitar este viaje en la selva fue enorme. El exbanquero central tomó nota y, tras el intento de dimitir de la semana pasada frustrado por Mattarella, reformuló su posición. Se declaró dispuesto a seguir. Pero lo hizo planteando un discurso políticamente duro, sin concesiones, en el que reclamó un claro compromiso de respaldo a una ambiciosa hoja de ruta política hasta el fin natural de la legislatura en primavera. Enumeró las reformas pendientes, subrayó la posición de Italia en la escena internacional y exigió a los partidos que se definieran. “¿Estáis listos?”, preguntó a los partidos. Estaba claro desde el principio de la crisis que él no estaba dispuesto a seguir en medio de turbulencias, defecciones, amotinamientos, negociaciones condicionadas más por una larguísima precampaña electoral que por los contenidos y el interés ciudadano.
Los partidos, la mayoría, respondieron que no estaban listos. El área de centroderecha abogó por una reformulación de la mayoría, una discontinuidad de agenda e integrantes ―que excluyera al 5 Estrellas― que era intragable para Draghi. Este subrayó, acertadamente, que un Gobierno presidido por una figura no elegida en las urnas solo tiene sentido si resulta respaldado por un amplísimo consenso parlamentario.
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Bajo su liderazgo, Italia ha encarrilado una considerable serie de reformas ―que pueden gustar o no, pero al menos se movieron frente a otros periodos de triste parálisis―, ha protagonizado un rebote económico que le permitirá este año compensar el PIB perdido por la pandemia en 2020 ―a diferencia, por ejemplo, de España o Alemania― y ha jugado un papel relevante en cuestiones internacionales como la congelación de las reservas rusas en el extranjero. Estuvo más en el lado de las soluciones que en el de los problemas. Es razonable temer que hoy ha cambiado de bando, adentrándose en una selva oscura, con la recta vía perdida.
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