Escriben las plumas más ácidas que Ivanka Trump se ha autoproclamado duquesa del sur de Florida. Hasta ese título nobiliario en un país sin realeza escaló tras haber nacido en una buena cuna, crecido como una niña rica y, con los años y las carambolas del destino —más la ayuda inestimable del sistema electoral norteamericano—, convertirse en Primera Hija de Estados Unidos gracias a su padre, el republicano que sorprendió a propios y extraños con su victoria en las presidenciales de 2016. Este sábado, la ejecutiva, la modelo de pasarela, la madre de tres hijos convertida al judaísmo por matrimonio, la asesora sin fronteras de la Administración de Donald Trump, cumple cuatro décadas.
Ivanka Trump lleva ya varios días celebrando su privilegiado nacimiento. Desde comienzos de la semana y rodeada en Miami de un grupo de amigas llegadas desde Manhattan, la hija del expresidente ha brindado con champán —caro— y celebrado con caviar —bueno— sus 40 años en un mundo frente al cual ahora le toca aplicar la palabra profesional de moda: reinventarse.
Desde que abandonó Washington en noviembre del año pasado de forma callada rumbo a Florida, mientras que su progenitor seguía encastillado en la Casa Blanca y se negaba a reconocer la victoria de su contrincante Joe Biden, Ivanka Trump ha mantenido un perfil tan bajo que tan solo el radar de la vacuna contra el covid la ha hecho aparecer en pantalla. Durante su inmunización, la empresaria dejó ver algunas instantáneas suyas mientras le inoculaban la dosis correspondiente para estar a salvo del coronavirus.
La autora de Women Who Work: Rewriting the Rules for Success (Mujeres que trabajan: reescribiendo las reglas del éxito) se ha sacudido la seriedad de los pasillos de la Casa Blanca y la monotonía de la capital —aunque su famosísimo padre no dejara mucho espacio para el aburrimiento— con zambullidas en parques acuáticos, visitas a la magia de Disney o planeando veloz con una lancha por las aguas pantanosas de los Everglades. Los máximos titulares los ha dado por la adquisición de millonarias mansiones —una de ellas propiedad del incombustible Julio Iglesias— o por lo bien que iba conjuntada en tonos blancos y azules la familia —marido y tres hijos, Arabella, Joseph y Theo— durante un paseo en un atardecer de otoño en Indian Creek, el búnker de los multimillonarios.
Salidas en barco, playas, burbujas. Brindis espumantes, más caviar y tarta de celebración. Fotografías con amplias sonrisas estudiadas que muestran dientes que nunca imaginaron que podían ser tan blancos ni tan perfectos. La página de famosos estadounidense Page Six tiene algunas instantáneas del grupo. Todo chicas celebrando a la hijísima, a la fémina refinada y cosmopolita cuyo corazón conquistó y unió en matrimonio Jared Kushner, esposo a quien las socialités dejaron entrar en su mundo only girls durante una cena en la noche de Miami en el Surf Club de Miami.
Se podría decir, errando quizá solo horas, que Ivanka Trump ha vivido cada minuto de cada día de su vida expuesta al ojo público. Fruto del matrimonio entre el magnate Donald Trump y la modelo Ivana Trump —primera mujer del neoyorquino—, no solo es la hija mayor del expresidente, sino que parece ser también su favorita. Aunque el entusiasmo de amor paterno alcanza cotas solo posibles en el mundo Trump. Vista como su alter ego, Donald Trump llegó a pronunciar esta frase hace años en una entrevista: “Es sexy, ¿verdad? Si no fuera mi hija, saldría con ella”.
Atrás quedan las fanfarrias y las grandes citas internacionales en las que supo mover los hilos y los codos hasta lograr aparecer retratada con la nomenclatura planetaria; sirva de ejemplo la fotografía del G-2O, el Foro de Davos o sus maniobras para penetrar el corrillo en el que conversaban Emmanuel Macron, Justin Trudeau y Christine Lagarde. Su padre tenía grandes planes para ella, ya fuera nombrarla a dedo al frente del Banco Mundial (sede en Washington) o como embajadora de EE UU en Naciones Unidas (Nueva York). “¡Sería pura dinamita!”, adelantó el mandatario ante esta última posibilidad.
Tras pasar por la escuela solo para señoritas Chapin School de Manhattan —donde fue alumna Jacqueline Kennedy Onassis—, Ivanka Trump prosiguió sus estudios en el internado Choate Rosemary Hall en Connecticut —donde estudió JFK—. Su diente de tiburón financiero lo pulió en Georgetown y en la Universidad de Pensilvania (alma mater de su progenitor).
Reconoce ella misma que su ego es casi tan inmenso como el de su padre. Si Trump movía la Embajada de EE UU de Tel Aviv a Jerusalén, era Ivanka quien iba a la inauguración de la nueva delegación. Si el equipo olímpico de EE UU viajaba a los juegos de invierno en Corea del Sur en 2018, era Ivanka quien se vestía con lanas de los colores de la bandera norteamericana y posaba como publicidad de reclamo.
La enigmática Melania, tercera esposa de Donald Trump, nunca dejó de mirar por el retrovisor los pasos del ojito derecho del entonces presidente. Sin que nadie lo haya negado, en los mentideros de Washington se dice que la primera dama organizó la Operación Bloquear a Ivanka para que no acaparase todo el protagonismo mediático el día de la toma de posesión de su padre.
Ivanka Trump, que este sábado 30 de octubre cumple 40 años, ha vivido su vida entera bajo los focos, para sonreír y para sufrir. Con casi un año de destierro en la cálida Florida, apartada del poder de Washington y con un gran interrogante pendiendo sobre su futuro, Ivanka Trump está en modo latente. Parada. ¿Hasta cuándo?
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