La celebración del 25 aniversario de la editorial de libros de arte Ivorypress será tan viajera y social como su fundadora, Elena Ochoa Foster. O al menos tanto como ha podido serlo ella hasta que llegó la pandemia y quedó varada junto a su esposo, el arquitecto británico Norman Foster, en la residencia de Suiza. Allí ha pasado prácticamente todo el año, —salvo un par de viajes por Europa en verano— y desde St. Moritz se conectó por videoconferencia el pasado lunes para hablar de la historia de su aventura y de sus planes futuros. Sale a una terraza buscando una mejor cobertura, no lleva ninguna de sus características gafas de sol, simplemente una camisa blanca y los labios rojos. “Este año hemos perdido a amigos muy queridos, en las últimas semanas a tres. Siento la angustia de no poder abrazar, viajar o quedar a cenar”, dice. El retiro forzoso impuesto por la pandemia le ha dejado tiempo para leer, y ha arrancado a dar largos paseos diarios en los que de alguna manera reverbera el trabajo de Richard Long, uno de los primeros artistas con los que trabajó.
En su faceta de editora Ochoa Foster ha concentrado su energía en convocar a más de un centenar de personas con motivo del 25º aniversario del peculiar sello, que puso en marcha en 1996. Esta vez no les ha juntado en un salón, ni en su galería madrileña, sino en las páginas de Looking Forward (mirando hacia delante). Este libro se presenta en una caja articulada y queda desgajado en tres volúmenes —subtitulados Words (palabras), Books (libros) y Stories (historias)—, que han sido editados en inglés por Claire Brandon en un formato pequeño y sorprendentemente ligero.
Fotogalería | 25 años de Ivorypress
La lista de invitados a esta reunión es notable. El primer tomo reúne 60 textos dispersos creados en estos 25 años para alguna de las iniciativas de Ivorypress e incluye desde un escrito firmado por la mediática performer Marina Abramovic sobre su propia biografía, hasta un artículo de la poeta Jorie Graham, pasando por el también poeta John Giorno, el fotógrafo Martin Parr o la artista Maya Lin, el músico Brian Eno, el poeta Adam Zagajewski, y los escritores Mario Vargas Llosa y Hans Magnus Enzensberger, entre otros. Mientras, el segundo volumen se centra la espina dorsal de Ivorypress, es decir, en los 16 libros de artista que ha publicado el sello.
Por último, las 50 entrevistas presentadas en el tercer tomo funcionan como una peculiar historia oral, un coro de voces entre las que se oye la de la propia Elena Ochoa Foster. “Queríamos que fuera un testimonio plural, que incluyera a los amigos con los que construimos Ivorypress, algunos como Carlos Fuentes, Baudrillard o John Berger, ya no están”, explica. “El libro es un resumen escuálido de lo que hemos hecho; quisimos sintetizar nuestra actividad como editorial que sigue siendo pequeña, pero que tiene una influencia global”.
El cuarto de siglo de su editorial también irá acompañado, si la pandemia lo permite, de 15 pequeñas muestras, todas diferentes, de los libros de Ivorypress en prestigiosos centros europeos y estadounidenses como las universidades de Yale, Stanford o Cambridge además de la Biblioteca Nacional o el Museo Reina Sofía.
Cuenta que el primer volumen de artista de su colección se lo regaló su padre —”Constelaciones, de Joan Miró”—. Y su esposo le obsequia cada navidad con uno más que ella va sumando a la biblioteca de Ivorypress. “Marcel Duchamp fue quien realmente revolucionó el género. Con cada objeto o material con los que trabajó fue más allá y él es mi punto de referencia”, afirma, y subraya cómo de constreñidos eran los libros de artista que mostraban simplemente dibujos o fotografías junto a un texto. Nada que ver con la libertad creativa con la que trabajan en Ivorypress. “Soy una directora intrusiva y obsesa con el control”, dice. “A los artistas les preguntaba si querían hacer el libro, y cuando en algún caso me han dicho que no, yo seguía insistiendo hasta que vieran que no tendrían ninguna limitación de tiempo, de materiales o de coste”. Ha llegado a tardar hasta cinco años en que un artista remate y decida qué quiere hacer. “Se necesita resistencia física y psicológica, y tener confianza en que lo lograrás”.
Fue un cliente y buen amigo de su esposo, el magnate de los supermercados Bob Salisbury, quien la animó a entrar en este particular nicho de los libros del arte. Tras su paso por la televisión española en 1990, ella se había volcado en la academia, había pasado unos años en Cambridge y hacía poco que había aterrizado definitivamente en Londres. “Bob había publicado unos cuantos libros de artista y era un gran mecenas, por ejemplo, de Francis Bacon. Me dijo que aunque él era para muchos el tipo de los supermercados, gracias al arte había conocido y tratado con Giacometti o Henry Moore. Me animó a explorar ese mundo”.
El proyecto arrancó con una escueta mesa de trabajo y un teléfono, pero basta oírla encadenar historias para comprender que sus tareas como editora en estos 25 años han implicado mucha acción. “Es un proceso errante que en algunos casos ha implicado buscar para Richard Long un papel cuya composición tuviera paja y piedra hasta llegar a encontrar un molino perdido en Francia donde lo fabricaron, o tratar de dar con un mecanismo que permitiera abrir el tomo esculpido de Anthony Caro, algo que me ayudó a solucionar Zaha Hadid”. La editora nunca le ha dicho a un artista que algo no se podía hacer, pero tampoco, reconoce, acepta ella un no por respuesta.
El primer libro de artista de Ivorypress lo hizo con el escultor español Eduardo Chillida, y pronto sumó otra línea a la editorial con la publicación de una revista de fotografía C-Photo, inspirada en la legendaria Egoïste de Nicole Wisniak. “Siempre fui una gran aficionada a la fotografía. La revista fue uno de los motivos por los que acabamos abriendo la librería y la galería en Madrid [en la calle del Aviador Zorita]”, recuerda. Imparable, la editora fue acometiendo una empresa mucho más amplia, sumando nuevos proyectos e ideas con la colección de libros más asequibles Liberars, las exposiciones, las monografías de artistas, las conferencias y paneles, y últimamente también la creación de bibliotecas a medida de los clientes que lo demanden.
¿Qué queda por delante? “La nueva generación no está tan pegada a los espacios privados, entiende el arte como algo más público, cívico y político”, reflexiona. “No sé lo que haremos en el futuro, pero no será lo mismo que hasta ahora, aunque seguiré con los libros de artistas porque eso es el cordón umbilical”.
La editora reivindica el capricho, el hacer las cosas por impulso cuando ella quiere, porque en estos proyectos pone su corazón y su mente. Ahora ha realizado en tres ciudades proyectos de arte público, y ha lanzado una nueva colección de libros sobre ciudades con un primer título sobre Roma que aún no ha podido presentar y otro segundo dedicado a Madrid que está por salir y corre a cargo de Alberto García Alix. Ya se despide, tiene que conectarse a una clase sobre Dante y La divina comedia. Lo humano y lo divino. Nada le es ajeno.
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