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“Jamás permitiré que casen a una niña”


En el distrito de Baglar, en la ciudad de Diyarbakir, es difícil mirar al cielo. Las calles son estrechas y los edificios -muchos sin remozar, ladrillo cara vista- demasiado altos para lo que están acostumbrados en el sudeste kurdo de Turquía. Marañas de cables eléctricos colgados de un lado a otro de la calle y embrollados en los postes de la luz, ocultan parte de la visión. Y allá arriba, en el trozo de cielo, cada tanto aparece un helicóptero o un caza del Ejército o un avión del cercano aeropuerto, cuyo estruendo cubre las calles. Baglar es un lugar pobre, duro. Barriada de aluvión conformada por los desplazados a raíz de los combates entre las fuerzas de seguridad turcas y el grupo armado kurdo PKK. Hogares pequeños con demasiada prole, violencia dentro y fuera de los edificios, desempleo…

Aquí llegó Dilek Demir con 14 años. El día que la casaron. “Un día mi padre me llamó a su lado y me dijo: ‘Hija mía, esta noche tenemos invitados. Prepárate, vienen a pedir tu mano’. Yo estaba en segundo de enseñanza media y me eché a llorar. Pero mis protestas no sirvieron de nada. Mi padre me pegó con una manguera y me dijo: ‘Ya he tomado una decisión. Te daré en matrimonio”, relata.

Así concluyó su infancia: de golpe. Desposada con un hombre 13 años mayor al que no conocía. Un año después, parió a su primer hijo. “Cogió una fiebre muy fuerte. Por culpa de mi inexperiencia, a fin de cuentas yo era una niña, no supe bien qué tenía que hacer. Era meningitis y mi hijo se quedó sordo de ambos oídos”, lamenta. Tuvo otros tres vástagos, pero al cabo de 16 años de matrimonio -16 años de “pesadilla”, con constantes abusos y palizas, asegura- abandonó a su marido, se llevó a los hijos y se divorció. Ese día se hizo un juramento: “Si alguna vez llego a algo, jamás permitiré que casen a una niña”.

La ley turca es clara. El Código Civil, el Código Penal y la Ley de Protección del Menor establecen que “cualquier persona que no haya cumplido 18 años es un niño”. Y el Código Civil añade que un matrimonio únicamente puede celebrarse entre adultos. Sin embargo, el propio código se vuelve ambiguo más adelante: otros artículos posibilitan casarse a los 17 años con permiso de la familia, y a los 16 si lo autoriza un juez (el 86% de las peticiones reciben luz verde, según datos del Ministerio de Justicia). En 2020, se casaron 13.014 chicas de 16 o 17 años en Turquía, es decir, 11 de cada 1.000 niñas que entonces tenían esa edad. Según la asociación IMDAT, en prácticamente todas las ocasiones fueron desposadas con hombres ya adultos, y en casi cuatro de cada 10 casos había una diferencia de edad entre los dos cónyuges superior a los ocho años (el número de varones casados antes de la mayoría de edad es muy inferior: 726 en 2020).

Aun así, estos datos reflejan solamente una parte del problema. La mayoría de estos matrimonios son acordados por las familias, incluso a edades por debajo de los 16 años. Hay trucos, por ejemplo, solicitar un incremento oficial de la edad de la niña, alegando que su nacimiento fue inscrito tardíamente en el registro. O, simplemente, acudir a un imán para que oficie el matrimonio y no registrarlo legalmente hasta que se cumpla la mayoría de edad, explica el letrado Mehmet Emin Gün, presidente del Centro de Derechos del Niño del Colegio de Abogados de Diyarbakir.

La madre del barrio

Hoy, Dilek Demir, a sus 49 años, es muhtar de Müradiye, un barrio del distrito de Baglar. Los muhtar son representantes electos, sin adscripción política, cuya función es servir de enlace entre los vecindarios y la Administración. Sin embargo, Demir trasciende el cargo. Cuando pasea en las calles, entre las jaulas de los vendedores de palomas, frente a las armerías que ofrecen todo tipo de pistolas y escopetas, ante las queserías y colmados, los vecinos la saludan al grito de “¡Presidenta!” y ella se para a atender las cuitas de quien la requiera. La acompaña un séquito de una decena de voluntarios, hombres y mujeres que la considera “un milagro para el barrio” porque a ellos mismos les ha “cambiado la vida”: con cuestiones tan básicas como organizar colectas para que sus hijos tengan suficiente alimento o material escolar, y los ancianos medicinas, o las familias opten a una beca o una ayuda cuyas gestiones desconocían.

“Es la madre del barrio, la hermana mayor”, dice uno de sus ayudantes. Demir posee una energía que nadie sabe de dónde sale y que contagia a su entorno. Limpiando casas y ayudando a otras personas a hacer recados y gestiones, sacó adelante a sus hijos: todos han llegado a la universidad y ella misma se sacó el bachillerato a distancia hace unos años. Hasta que, en 2014, sus vecinos le propusieron que se presentara a muhtar.

No fue fácil en una sociedad patriarcal y conservadora como en la que vive: “Me enfrentaba a seis candidatos, todos hombres. Pegábamos un cartel mío y me pintaban un bigote o dibujaban un corazón, los arrancaban o pegaban los suyos sobre los míos. Nosotros los volvíamos a pegar”. Ganó por un amplio margen y, en 2019, renovó su mandato. Sigue siendo la única mujer muhtar de la ciudad de Diyarbakir, y su fama ha trascendido las cuatro calles del barrio de Müradiye.

Dilek Demir, muhtar del barrio de Müradiye en una de las calles del barrio, donde aún queda uno de los carteles de su última cita electoral. Se trata de una zona muy pobre, con graves problemas sociales y de desempleo.Andrés Mourenza

Lo primero que hizo al llegar al cargo fue colocar un buzón de quejas y chivatazos en el exterior. Y de ese buzón “han salido 80 vidas”, como expresa ella con cierta poesía, pero sin alejarse demasiado de la realidad: vidas recuperadas, vidas de niños que se habrían torcido para siempre sin su intervención. La mitad, niñas que iban a casar siendo menores; otras 25, de niños que sufrían violencia y abusos sexuales en sus familias, las restantes, de jóvenes a los que ha conseguido alejar de la adición a las drogas.

Se acuerda especialmente de una niña a la que iban a casar en un matrimonio berdel, es decir, una ceremonia por la que se casa de una vez a varios hermanos con los vástagos de otra familia. “Por esa niña luchamos mucho, su familia no quería escucharnos. Al final fui a su casa y les dije: ‘Si casáis a esta niña, os envío a los servicios sociales, que os la quitarán. Al padre lo meterán en la cárcel y al que se iba a casar con ella, también. Vais a arruinar la vida de tres personas’. Se enfadaron, me gritaron, me insultaron… da igual. El resultado valió la pena”.

Dilek Demir no ha vuelto a ver a las niñas a las que salvó del matrimonio, porque las familias la odian profundamente, pero sabe, a través de diversos contactos, que todas siguieron estudiando la educación obligatoria y algunas, incluso después, para formarse en una profesión -siempre subraya la escuela y los estudios como tabla de salvación-, y las que se casaron lo hicieron ya cumplida la mayoría de edad.

Cambio de tendencia

Investigar estos casos no es fácil, sobre todo porque chocan con tabúes y tradiciones sociales muy arraigadas. “Mira la Gran Mezquita de Diyarbakir. Antes fue una iglesia bizantina, y previamente había un templo del fuego. Hasta las piedras cambian su uso”, dice el abogado Gün. “Sin embargo, en esta región seguimos anclados en la concepción romana del niño como algo bajo potestad del padre, y no como un individuo con sus propios derechos”, añade. Esto hace que muy pocos se atrevan a denunciar los casos de matrimonios infantiles pese a que sean testigo de ello: “¿No saben lo que ocurre el imán que oficia, el muhtar, el profesor, el fotógrafo de la boda, el peluquero o los invitados? Lo saben, y todos ellos participan del delito”. Como los casos no se denuncian y no existen estadísticas sobre matrimonios de menores de 16 años, quienes luchan contra esta lacra se guían por las estadísticas de maternidad: en los últimos 20 años han nacido más de 20.000 bebés de madres menores de 15 años y más de medio millón de chicas de entre 15 y 17 años.

Pero incluso cuando se descubre hay presiones para que no se investigue: “Muchas veces, quien insiste en el matrimonio no es el padre sino la madre. Seguramente esta madre fue casada cuando era una niña y ha escondido sus traumas tanto que no entiende que casar a su hija es un problema”, denuncia el abogado. Esta presión familiar puede terminar por desbaratar que el caso llegue a los tribunales porque, explica, las medidas que pone el Estado tampoco son las adecuadas: le ocurrió hace dos meses cuando, tras recibir un soplo, interrumpió una boda junto a un fiscal y se llevaron a la novia, menor de edad: “En un principio la niña dijo que no quería a ese hombre con el que la obligaban a casarse. Luego en comisaría cambió la versión. La familia alegó que la chica era mayor de 15 años y la niña empezó a decir que sí quería a su marido. No sabemos qué ocurrió, puede que la amenazasen de muerte o temiese por su vida. En una situación así no podemos hacer nada y el mecanismo judicial no toma medidas adecuadas”.

Con todo, Gün es optimista. Su madre fue casada a los 14 años -como casi todas las mujeres de su generación en la zona-, y ahora él se dedica a luchar contra el matrimonio infantil: “La situación ha mejorado mucho, incluso si se compara con hace 10 o 20 años”. El número de matrimonios infantiles es una quinta parte de lo que era hace dos décadas y el número niños nacidos de madres menores de edad es seis veces menor. Algo que el abogado atribuye a la creciente escolarización y mayor nivel de estudios entre los jóvenes.

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