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Jean Paul Gaultier: “La moda ya no es divertida, es política”


Hace dos años que Jean Paul Gaultier (Bagneux, Francia, 69 años) abandonó la marca que había creado en 1982, pero no el diseño. El pasado viernes inauguraba la exposición Cine y Moda en el CaixaForum de Madrid, una muestra en la que aúna sus dos pasiones y rinde homenaje a la cultura y el folclore español, que descubrió viendo a Carmen Sevilla con su abuela. Un universo que siempre sintió muy cercano y que ahora lo está: el creador vive en San Juan de Luz y continúa “fascinado e inspirado” por su país vecino. “En la parte española la comida es mejor. Puede que los hombres también”.

-Pregunta. Dice que no se habría dedicado a la moda si no hubiera sido por el cine.

-Respuesta. Desde luego. Con nueve años yo quería trabajar en el Folies Bergère, pero vi Falbalas y al final de la película había un desfile y la gente aplaudía. Me dije: ‘Yo quiero hacer esto’; no por los aplausos, por el show, por el espectáculo. Si no hubiese descubierto el concepto desfile en esa película supongo que habría terminado haciendo vestuario para el teatro, pero nunca habría sido diseñador.

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-P. Lleva dos años ‘retirado’. ¿Se aburrió de la moda?

-R. Empecé con 18 años y estoy a punto de cumplir 70. Siento que ya he dicho todo lo que tenía que decir. Amo la moda, pero he tenido suficiente. Y sinceramente creo que hay gente mucho más joven que yo que entiende perfectamente este universo tecnológico y digital y está más conectada con lo que sucede hoy en el mundo

-P. Pero ahora que ni los papas son vitalicios, algunos diseñadores pretenden serlo.

-R. Sin hablar de nadie contemporáneo, diré que Pierre Cardin —con quien yo empecé en la moda— tenía una persona, su novio, que le hacía la mitad de la colección. Era un genio —yo no— y no podía estarse quieto. Durante muchos años yo lo hice todo solo porque no había nadie más. Después, aunque ya contaba con ayudantes, he seguido revisando los forros, cada ojal, porque no sé hacerlo de otra forma y los años pesan. Además, sigo haciendo proyectos magníficos como este.

-P. ¿La moda era más divertida antes?

-R. Hoy la moda es demasiado merchandising, marketing. Todo gira en torno al dinero. Por ejemplo: hay marcas enormes que lanzan colecciones feísimas —todos sabemos cuáles son, pero yo no voy a pronunciar su nombre— y nadie dice nada. Porque la prensa depende cada vez más de la inversión que hacen estas grandes firmas en sus medios. Es un poco triste. Es verdad que generan miles de puestos de trabajo y gracias a ellas no han desaparecido decenas de pequeños talleres artesanales. Todo eso resulta muy positivo. Pero ahora la moda es más una cuestión de poder, es política.

-P. ¿Qué es lo que más echa de menos?

-R. La atmósfera. Yo sentaba a los novios de las modelos en primera fila junto a las editoras de moda porque para mí eran igual de importantes: aquello era una fiesta y ellos aplaudían a rabiar. Ahora, nadie lo hace porque tiene las manos ocupadas grabando con el móvil. La primera vez que terminó un desfile y oí solo silencio me asusté porque pensé que no le había gustado a nadie. Al asomarme vi todas las cámaras en alto. Hoy todo es más virtual, y a mí me gusta la realidad. Yo sigo arrancando fotos y páginas de las revistas. La actualidad digital me asusta un poco; toda esa gente ofreciendo todos esos contenidos. Seguro que está muy bien, pero no es muy constructivo para mí.

Empecé con 18 años y estoy a punto de cumplir 70. Siento que ya he dicho todo lo que tenía que decir

-P. Le han copiado mucho, ¿qué siente cuando ve versiones poco disimuladas de sus diseños en una pasarela?

-R. Cuando lo hace un diseñador que me gusta me siento orgulloso, porque es como una confirmación sucinta de que alguien a quien admiras te admira. Cuando lo hace un diseñador joven es como un lifting sin necesidad de anestesia: significa que algo que creé hace décadas sigue siendo relevante hoy, que mi estilo no envejece. Lo que no me gusta es cuando una gran corporación saca mucho rendimiento económico de una idea que me pertenece o replican mi corsé de forma literal: siempre pienso que ese dinero debería ser mío.

-P. ¿Ha ganado mucho dinero?

-B. No. Empecé sin nada: mi primera y mi última colección las hice con telas recicladas; la primera, por necesidad; la última, por convicción. No puedo decir que, como entonces, no tenga nada, pero no tengo mucho. No puedo quejarme, están mis perfumes que van muy bien, pero nunca he sido un hombre de negocios. Mi novio se encargaba de firmar todos los contratos y cuando murió, bueno, lo mío no es la parte empresarial, es hacer ropa.

-P. Durante la pandemia muchos diseñadores han empezado a reivindicar una ralentización en la producción de ropa, pero cuando hace más de 10 años abandonó el prêt-à-porter para centrarse en la alta costura, usted ya advirtió que lanzar tantas colecciones al año era insostenible desde un punto de vista creativo y medioambiental.

-R. Para ser sincero estoy muy sorprendido con lo que ha sucedido tras la pandemia: todos esos desfiles monumentales y esos vídeos que son como superproducciones de Hollywood. ¿Creen realmente que la gente va a comprar tanto como antes de la pandemia? ¿Esa es la solución? Yo no sé en España, pero en París antes incluso de la covid las tiendas de lujo ya estaban vacías. Igual ha llegado el momento de reconsiderar este modelo de producción. De fabricar menos. Pero hace años que las marcas de lujo comenzaron a vender desde tazas hasta hoteles, y se convirtieron en imperios tan grandes que ya no saben qué hacer para vender aún más. El problema es la mentalidad.

“Nadie aplaude ya porque tiene las manos ocupadas con el móvil

-P. ¿Qué mentalidad?

-R. Un ejemplo sin decir nombres. Una gran compañía tiene 20 tiendas en Avenue Montaigne. Queda un local libre y lo compra, no porque lo necesite, porque no tenga ninguna marca más que poner en el escaparate, sino porque no quiere que la competencia se lo quede. Aquí estamos hablando de política, no de moda. Es como la tensión entre Rusia y Estados Unidos, se trata de prevalecer sobre el otro. La pregunta no debería ser cómo producir más sino qué producir y cómo hacerlo.

-P. ¿Para qué sirve la moda hoy?

-R. Creo que la moda debe reflejar su tiempo y los cambios sociales que se viven en ese momento.

-P. Usted lanzó una línea de maquillaje para hombre hace casi 20 años. ¿Se adelantó a su tiempo?¿Se puede ser demasiado visionario?

-R. Mis padres no eran ricos pero tenían una mente muy abierta. Recuerdo ver con ellos ¿Adivina quién viene a cenar esta noche? cuando tenía 13 años y preguntarles qué pasaría que si yo trajese a una novia negra. “Si os queréis, no hay ningún problema”, me respondieron. Y cuando unos años después llevé a un chico, me preguntaron lo mismo: “¿Os queréis?”. Yo dije que sí y fin de la historia. Ellos me enseñaron a mirar el mundo sin prejuicios.

-P. También fue uno de los primeros diseñadores en subir a la pasarela a modelos de distintas razas y tallas.

-R. También de distintos géneros. Yo siempre he querido mostrar las cosas que me interesan y nada me gusta más que la gente diferente, quizá porque yo siempre me he sentido un poco diferente. Creo que tiene que ver con cuando era un niño y descubrí que Papá Noel no existía. ‘Tal vez tampoco exista Dios’, pensé, y desde entonces desconfío de la opinión generalizada y tiendo a fiarme de mi instinto. Todo el mundo decía: ‘Marilyn representa el concepto de belleza’ y yo pensaba: ‘Prefiero a Brigitte Bardot’, exquisitamente educada, pero rebelde, salvaje y muy libre. Contaban que para saber cuántos amantes había tenido solo era necesario contar en los títulos de créditos los técnicos que había en la película.

-P. Cada vez hay más moda en los museos, ¿es la moda arte?

-R. Dentro de muchos museos encontramos obras que parecen decoración para apartamentos. Lo que yo hago no es arte. Tengo cierto sentido de la estética, pero no soy un artista. Martin Margiela, que fue uno de mis asistentes, sí lo es. Al igual que las prendas que creó como diseñador, su obra actual es muy conceptual y auténtica, nada que puedas confundir con un perchero.

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