En la sede de los demócratas en Phoenix el ambiente era de cautela dentro de la euforia mientras aparecían los resultados electorales en las pantallas de los ordenadores, actualizadas de manera frenética durante horas. Estaban viviendo una noche electoral que pasará a la historia del Estado. No solo porque las cifras apuntan a que será la llave para decidir la presidencia de EE UU, sino porque en Arizona, un Estado republicano y tradicional durante un siglo, el martes cambió casi todo el poder al lado demócrata.
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En el centro de ese cambio estuvo el condado de Maricopa, que comprende el área metropolitana de Phoenix y en el que vive el 60% de la población de Arizona. 2020 pasará a la historia, según los resultados preliminares, como la elección en la que cambiaron todos los niveles de poder en este condado. “Nunca habíamos tenido una mayoría demócrata en el condado de Maricopa”, explicaba Maritza Sáenz, directora ejecutiva del partido de Joe Biden de la zona. El miércoles por la mañana, el poder regional había cambiado de manos.
Arizona no había votado por un presidente demócrata desde Bill Clinton, en 1996, y aquello fue una carambola. Clinton ganó porque un tercer candidato dividió el voto republicano. En realidad, Arizona no había votado claramente por un presidente demócrata desde Harry Truman en 1948. El miércoles, Biden ganaba a Trump por un 2,4% de los votos, con el 86% escrutado. La mayoría de votos pendientes estaban en distritos demócratas.
La estrategia desde hace más de una década se ha basado en sacar a votar a los inmigrantes e hijos de inmigrantes de México y Centroamérica desenganchados del sistema político. “Les hablamos a demócratas que no votaban porque nadie les hablaba”, explicaba Sáenz. Esos demócratas son trabajadores latinos, mexicoamericanos, con la experiencia de la inmigración muy reciente y que viven cerca de un punto caliente de la frontera. La elección de 2020 también será aquella en la que EE UU aprendió que no todos los latinos se sienten representados en Despacito y el sonido salsero. “Nosotros no somos Florida”, decía Sáenz sobre la generalización simplista del voto de los latinos. “Aquí, los latinos tenemos que luchar para ser vistos como iguales; habiendo nacido aquí tenemos que luchar por el derecho a existir en nuestra propia comunidad”.
“Este es el año en el que Arizona está en el centro de la elección y los latinos tienen la llave”, decía a EL PAÍS a principios de octubre Eduardo Sainz, director de la organización Mi Familia Vota en Phoenix. Su organización, nacida en California y con gran implantación en todo el oeste, lleva años registrando latinos para votar, en su mayoría jóvenes. “Los latinos de Arizona van a decidir la Casa Blanca”, decía. Su cálculo era bastante exacto. El sur y noreste del país acabarían empatados y los cambios demográficos en el oeste serían la clave para ganar la Casa Blanca. La situación de este miércoles era esa.
“Si los latinos de Arizona no hubieran votado en números récord no habría cambiado el Estado, estoy convencido de que han sido la clave”, se reafirmaba Sainz viendo los resultados provisionales. Las encuestas que consultaba reflejaban un margen a favor de Biden de unas 200.000 a 300.000 papeletas en el voto anticipado, que coincide con los latinos nuevos que se han registrado. Los latinos son el 23% del electorado, según datos de Pew Research.
Sainz asegura que esta es la culminación de una estrategia de 15 años. Los mexicoamericanos de Arizona empezaron a despertar políticamente tras la aprobación en 2010 de la llamada SB1070, una ley abiertamente racista, y por personajes como el sheriff Joe Arpaio, que presumía de dureza contra los indocumentados. En 2016, Phoenix echó a Arpaio y eligió un sheriff demócrata. En 2018, Arizona eligió una senadora demócrata. El martes, cambiaron “todos los niveles de poder, literalmente, desde el local hasta la presidencia”. Los demócratas iban camino de ganar en el condado de Maricopa otro senador (el astronauta Mark Kelly, que ganó por 5,8 puntos) y posiblemente el presidente. Además, los primeros resultados indican que estaba a tiro al menos una de las dos Cámaras del Legislativo estatal.
Trabajadores castigados por la covid
La movilización latina se compone de trabajadores “desproporcionadamente afectados por la crisis de la covid-19, en términos de enfermedad, fallecimientos y pérdida de empleo”, apunta Dulce Vázquez, una política de Los Ángeles que se ha instalado en Phoenix durante un mes, como muchos californianos, para ayudar a cambiar Arizona a demócrata. Además, son familias en las que hay mezclados muchos indocumentados y “han visto en directo el daño que ha hecho Trump con sus políticas de inmigración”.
Pero hay al menos otras dos dinámicas que han ayudado al vuelco en Arizona, el último Estado grande que quedaba en el suroeste fiable para los republicanos. Phoenix es la ciudad que más ha crecido de todo el país en la última década. Se está expandiendo por barrios residenciales del extrarradio que están anulando el voto rural republicano. “Hay casi medio millón de nuevos votantes que se han mudado a Arizona desde 2016. Muchos de ellos vienen de California, Illinois o Colorado buscando buen tiempo, casas baratas y bajos impuestos”, apunta Vázquez, y se están trayendo sus ideas políticas con ellos. Y falta por valorar qué influencia puede haber tenido el rechazo de los republicanos de Arizona a Trump. En Phoenix, estos días se podían ver carteles por toda la ciudad de “republicanos por Biden”.
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