Jordi Bascompte: “No hay ‘mano’ detrás de la vida; es casi inevitable cuando se dan las condiciones adecuadas”

El biólogo Jordi Bascompte, catedrático de Ecología de la Universidad de Zúrich (Suiza).
El biólogo Jordi Bascompte, catedrático de Ecología de la Universidad de Zúrich (Suiza).Inma Flores

El biólogo Jordi Bascompte, nacido en Olot (Girona) hace 54 años, recibe el 9 de noviembre el más importante premio de ecología en su tierra natal y que lleva el nombre de su maestro más significativo: Ramón Margalef, fallecido en 2004. De él aprendió a observar la naturaleza desde una perspectiva general basada en la física. Con esa mirada formuló la teoría de redes que conforma la arquitectura de la biodiversidad, las interacciones entre especies que generan relaciones mutualistas. Estas, que el científico catalán asentado en la Universidad de Zúrich (Suiza) lleva a todas las facetas de la vida, estaban ausentes en la teoría de comunidades ecológicas, centrada en la competencia y la depredación. Sin embargo, Bascompte ha demostrado que esas relaciones son fundamentales para la vida, para la coexistencia de las especies y en los procesos de las comunidades ecológicas.

Pregunta. Margalef creía en el barroco de la naturaleza. ¿Qué significa?

Respuesta. Margalef tenía una serie de temas a los que volvía una y otra vez de forma casi obsesiva y este es uno de ellos. Esencialmente, es su forma de reflexionar sobre el hecho de que hay muchas más especies en la naturaleza de las que serían necesarias si nos centramos solo en criterios de funcionalidad. Por ejemplo, con una especie de planta, una de herbívoro y una de descomponedor habría suficiente para que se diera lugar al ciclo de los nutrientes en un ecosistema. Así, él veía que la diversidad era gratuita de alguna forma por ser innecesaria. La naturaleza acumula reliquias, estructuras que permanecen aun cuando la razón de su existencia haya desaparecido.

Margalef veía que la diversidad era gratuita de alguna forma por ser innecesaria. La naturaleza acumula reliquias, estructuras que permanecen aun cuando la razón de su existencia haya desaparecido

P. ¿Cómo definiría las redes mutualistas?

R. Las relaciones de dependencia mutua entre plantas y sus polinizadores, por ejemplo, forman redes complejas de interdependencias, lo que llamamos la red de la vida. Nuestro trabajo ha contribuido a introducir este tipo de interacciones de beneficio mutuo en la ecología de comunidades, que se había centrado en la competencia entre especies y la depredación como los grandes pilares. Estas redes mutualistas juegan un papel muy importante para la coexistencia de las especies y la robustez de las comunidades ecológicas y, por tanto, pueden entenderse como la arquitectura de la biodiversidad. Entender la estructura de esas redes nos permite saber hasta qué punto serán más o menos robustas. Por ejemplo, ¿qué pasa cuando se extingue una especie?, ¿afecta solo a unas pocas especies o genera un efecto dominó que se trasladará a todo el ecosistema?

P. ¿Deberíamos aprender también en otros ámbitos que una interacción mutualista es mucho más efectiva?

R. Si miramos a la historia de la vida desde una perspectiva amplia, vemos que algunos de los grandes hitos evolutivos, como la aparición de la célula eucariota a partir de células más sencillas, como ancestros de las bacterias actuales, es un ejemplo de simbiosis. Los insectos sociales, en lugar de vivir de forma aislada, deciden hacerlo juntos y eso supone una ventaja evolutiva muy grande: pueden colonizar nuevas zonas y encontrar nuevas fuentes de alimento. Los grandes saltos cualitativos, los grandes avances, se han dado a partir de la cooperación. Y no solo en ecología, sino más allá. Creo que tenemos mucho que aprender del papel creativo de la cooperación y de la interdependencia de muchos sistemas. Por ejemplo, el tipo de aproximación sistémica al riesgo es igualmente relevante para los sistemas financieros. Cuando sobrevino la gran crisis económica, pilló a mucha gente un poco de sorpresa porque sabían muy poco de la dependencia entre las grandes entidades financieras.

El fenómeno de la vida, en realidad, no es nada absolutamente inexplicable

P. Si la vida surge de una relación simbiótica entre células, ¿se podría esperar su existencia en otros planetas?

R. El fenómeno de la vida, en realidad, no es nada absolutamente inexplicable. Al contrario, es un ejemplo más del tipo de procesos de autoorganización, de formación espontánea de orden, que se observa en sistemas físicos alejados del equilibrio termodinámico. La vida es casi inevitable cuando se dan las condiciones de contorno adecuadas. Por tanto, es muy probable que, dado el gran número de planetas con las condiciones adecuadas, la respuesta sea afirmativa. Lo importante, desde mi punto de vista, es entender que no hay una discontinuidad entre la vida y la física, sino que, por el contrario, la vida es un ejemplo más de un proceso de autoorganización bastante robusto y eso me lleva a pensar que muy probablemente haya vida en otros planetas. Esto también se vería apoyado por el hecho de que la vida apareció relativamente pronto en la Tierra una vez se hubo enfriado. La cuestión es si sería igual a la que vemos aquí o sería muy diferente. Llevó casi la mitad de la historia de la vida hasta que aparecieron formas más complejas, como la célula eucariota.

P. Entonces, ¿la vida es química o física?

R. Yo diría que las dos cosas. La química aporta los ladrillos básicos de construcción. Si no hay materia, no hay vida. Pero es la física de sistemas alejados del equilibrio la que favorece la emergencia espontánea del orden, lo que [Stuart A.] Kauffman llama order for free. Este tipo de orden es gratis y eso entronca con lo que hablábamos del barroco de la naturaleza. Esa diversidad no es algo muy costoso, sino que se genera espontáneamente dadas las leyes básicas de la termodinámica. Una vez que alejas un sistema del equilibrio permites que tenga lugar esa cascada de bifurcaciones, ese orden a partir de fluctuaciones. Yo pondría el énfasis en la física, porque, aunque se necesitan los ladrillos básicos para construir algo, filosóficamente, me parece mucho más interesante reflexionar sobre el proceso que genera la aparición de orden.

P. ¿No hay una mano detrás?

R. Absolutamente no. La mano detrás, como escribió en su día Richard Dawkins, es la de El relojero ciego de la selección natural operando sobre el producto de la autoorganización. La mano detrás está en esas pocas leyes básicas de la naturaleza. Margalef hablaba de que había muy pocas reglas y casi todas ellas eran del tipo de camino prohibido. La vida ha sido muy eficiente explorando el resto.

La extinción depende de la actitud del ser humano. Después de pasar el punto de no retorno, va a ser muy complicado revertirlo

P. ¿Estamos abocados a la extinción?

R. Depende de la actitud del ser humano como especie, del tipo de decisiones que tomemos, y eso es algo difícil de prever desde la ecología porque, involucra también a la sociología, a las formas de gobernanza, etcétera. Lo que sí sabemos es que hay puntos de no retorno. Para explicarlos, siempre uso el ejemplo paradigmático de un lago en el cual se van añadiendo más y más nutrientes. Al principio, el lago parece no inmutarse, es capaz de absorber dicha perturbación. Pero llega un momento en que esa estabilidad se rompe y entonces el sistema queda atraído hacia un estado alternativo que sería el estado eutrófico, el lago contaminado, donde hay muy pocas especies dominadas por unas pocas algas que consumen todo el oxígeno y hacen el agua muy turbia. No existen formas intermedias. Tener un lago en buen estado o eutrófico dependerá de la actitud humana. El tipo de conocimiento que estamos desarrollando nos permite entender cuál es el mecanismo que va a llevar de un estado a otro, cuán cerca estamos de esos puntos de no retorno y qué deberíamos hacer para evitar cruzarlos. Después de ese momento, va a ser muy complicado revertirlo: no es suficiente con limpiar el lago hasta los valores en los que se dio la transición porque ahora el sistema está atraído hacia ese nuevo estado. La ciencia nos permite entender muy bien la naturaleza del cambio y, a través de ese entendimiento, construir sistemas más resilientes. Eso es lo que ofrece la ciencia y, a partir de ahí, hay que tomar decisiones informadas.

Llegó un momento en el que no quería trabajar en un sitio donde, para intentar hacer ciencia del máximo nivel, uno se veía abocado a hacer tantas cosas estúpidas

P. Fue profesor de investigación en la Estación Biológica de Doñana (CSIC). ¿Por qué lo dejó?

R. Hay varios niveles desde los que responder a esta pregunta. Por un lado, la movilidad académica es la norma y representa una forma de continuar creciendo. Por otra parte, como familia, pensábamos que sería una buena decisión para la educación de nuestros hijos, que ahora mismo hablan varios idiomas a diario. Pero la razón última fue mi descontento con el sistema científico español. El CSIC tiene muchas cosas buenas y grandes investigadores. Pero representa un sistema totalmente inoperativo para desarrollar ciencia competitiva. Para empezar, es una patología que su presidencia sea un cargo político de confianza. Para continuar, su nivel de burocracia es enorme, lo que lleva a invertir mucho tiempo y esfuerzos en tareas surrealistas, por ejemplo, a la hora de contratar gente. La investigación pública en España está encajada en un sistema funcionarial, que es muy positivo para asegurar la igualdad de oportunidades en la oferta pública de empleo en Correos. Pero este esquema no funciona para la ciencia, que es una empresa muy dinámica que necesita mucha flexibilidad; necesita escoger a gente buena esté donde esté. Pero, para contratar a alguien, tienes enormes dificultades si esa persona no es de España o no tiene el título convalidado o si es de otro campo científico. Es una carrera de obstáculos que supone la pérdida de oportunidades. En algún momento pensé que, algún día debería escribir una novela surrealista que sería una continuación de El proceso de Kafka. Su protagonista [Gregorio Samsa] podría ser un investigador en el CSIC, porque algunas de las situaciones son particularmente surrealistas. Yo llegué de California en una época ilusionante, porque había signos de que las cosas mejoraban, de que había un intento honesto de apoyar la ciencia, pero llegó la crisis económica y esa crisis se utilizó para incrementar el control sobre la ciencia, lo que supuso un triste retroceso. Llegó un momento en el que no quería trabajar en un sitio donde, para intentar hacer ciencia del máximo nivel, uno se veía abocado a hacer tantas cosas estúpidas.

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