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Jóvenes de la era Putin que se rebelan contra el líder

Tras un barrido visual de los escaños de la Duma, Viacheslav Volodin, el presidente de la Cámara baja, fue tajante: “Con los desafíos y amenazas que existen hoy en el mundo, nuestras ventajas no son el petróleo y el gas que, como se puede ver, pueden bajar de precio”, recalcó con gesto serio desde la tribuna de la sala. Y aseveró: “Nuestra ventaja es [Vladímir] Putin. Y debemos defenderlo”. El mensaje desde el Kremlin es cristalino: ante los desequilibrios y la incertidumbre, más Vladímir Putin. Es el mantra que lleva medrando y calando en Rusia desde hace años; y se dispara en los medios de la órbita del Gobierno ante cualquier sobresalto. Es también el argumento que explotó el líder ruso el pasado martes, cuando anunció que respalda un cambio en la Constitución rusa que le permitiría volver a la presidencia, pese a que la ley actual dicta que debería dejar su sillón al final de este mandato, en 2024.

A Natalia Klímova, que recuerda los años en los que en su despensa solo había pan negro y las tiendas estaban vacías, la idea de que Putin siga a los mandos de Rusia le reconforta. “No ha habido mejor presidente”, asegura frente a la enorme estatua de Vladímir Lenin, fundador de la Unión Soviética, que da nombre a la plaza del centro de Tula, una ciudad de unos 550.000 habitantes a unos 200 kilómetros al sur de Moscú. Rusos como Klímova, pensionista de 70 años, y su amiga Valeria Yegórova, que pertenecen a una generación que vivió la pobreza, el caos y el crimen de la década de los noventa tras el bandazo del desmoronamiento de la URSS, Putin representa la estabilidad. “Los que tenían dinero en sus cuentas lo perdieron todo. Sus ahorros quedaron reducidos a la nada. Fue un shock. La incertidumbre era inmensa. Sufrimos muchísimo”, apunta Yegórova, de 67 años. En aquella época trabajaba como secretaria. Estuvo meses sin recibir su salario. Y como ella, miles.

Y en un tiempo tumultuoso, azuzado aún más por la guerra de precios del petróleo y la pandemia de coronavirus, el líder ruso se ha apoyado en ese argumento para avalar una vía que le permitiría perpetuarse en el poder. Un movimiento sorpresivo ―poner su contador presidencial a cero para eludir las limitaciones legales― pero cuyo objetivo llevaban tiempo anticipando los analistas.

Con dos décadas ―entre sus años de presidente y de primer ministro― a los mandos, el exagente del KGB, que al regresar de su misión en Alemania Federal se trajo una lavadora, ha ido diseñando un país que adolece de una arquitectura institucional débil y dependiente, erigido en una estructura piramidal hacia la llamada “vertical del poder” (la presidencia), que fomenta el culto a la imagen y personalidad del líder. El Kremlin distribuye frecuentemente imágenes de Putin jugando al hockey, del presidente con el torso descubierto tras cazar, del líder halagado con la proposición matrimonial de una joven maestra en un pueblo famoso desde los tiempos soviéticos por su cosecha de solteras. La Rusia de un Putin eterno. Si potencialmente cumpliera dos mandatos más, el mandatario superaría al dictador Iosif Stalin y casi alcanzaría a Catalina la Grande. Tendría 83 años. Y más de tres décadas en el poder.

Tula, tricentenaria arteria de la industria de defensa, se ha convertido desde hace unos años también en uno de los bastiones del putinismo. El líder ruso, que logró una mayoría histórica de un 77% en las elecciones de hace dos años, arrasó en la región (1,4 millones de habitantes) dirigida por el hombre que fue su jefe de seguridad durante años. Alexei Diumin, que después pasó a la cúpula de la inteligencia militar y desempeñó un papel destacado en la anexión de la península ucrania de Crimea. Con una carrera meteórica en las instituciones del Estado, llegó a sonar como sucesor cuando muchos analistas pensaron que estaba “haciendo las provincias” para dar el gran salto; todavía puede.

Tula y la región languidecían como otras ciudades alejadas del foco más periférico de Moscú, San Petersburgo o Ekaterimburgo, cuenta Liudmila Mitiaeva, de 27 años. “Muchos lugares eran prácticamente un basurero, la mayoría de jóvenes no quería quedarse. Ahora ha florecido”, comenta la contable apurando un cigarrillo. Mitiaeva, como casi el 80% de los habitantes de Tula, votó por Putin. Y “muy probablemente” le votaría de nuevo. “Es la mentalidad rusa, votamos por quien ya tenemos, por la estabilidad. Y si todo sigue como está ahora, que se quede”, abunda la joven rubia en el bulevar peatonal, flanqueado por enormes casonas; muchas, andamiadas de arriba abajo. El centro de Tula, que ha renovado su Kremlin rojizo de casi medio siglo y ha convertido muchas de las antiguas factorías del centro en galerías, salas de conciertos y exposiciones, está en proceso de remodelación. Aunque un poco fuera del centro, los cambios cosméticos no son tan visibles.

Desarrollo turístico en un bastión del putinismo

Uno de los objetivos es convertir Tula en un punto turístico atractivo, explica Serguéi Sudnitsin, jefe del comité ejecutivo regional del Frente Popular Panruso, una organización nacionalista fundada en 2011 por Putin. “En los últimos diez años, la región se ha transformado mucho, sobre todo en términos de innovación y desarrollo; también en infraestructuras. Algunas carreteras, por ejemplo, se han renovado por completo”, asegura el diputado regional por Rusia Unida, el partido del Gobierno, que recita las grandes reformas de Tula, su línea de autobuses nuevos, la remodelación de elementos históricos como la finca-museo Yásnaya Polyána, que fue la última morada del escritor León Tolstoi, o el museo-finca Polénovo del famoso artista, que actualmente se está reconstruyendo. “Hay progreso serio, lo que se refleja en el nivel de apoyo a las autoridades”, señala el diputado, que cree que Tula puede servir como buen ejemplo de desarrollo y diversificación a otras regiones de Rusia.

Sudnitsin, que afirma que la enmienda que abre la puerta a Putin para permanecer en el poder es “una buena noticia”, también señala el punto de contar con un gobernador como Diumin en Tula. “Su gran capacidad para hacer lobby por los intereses de la región ha significado mucho. Es una gran ventaja para nosotros cuando el gobernador es conocido y tiene vínculos con ciertos círculos”, reconoce el político en el paseo de la ribera del río Upa, el orgullo de la ciudad, que ostenta el título de ciudad heroína, por su papel en la Segunda Guerra Mundial (o Gran Guerra Patria, como se la conoce en Rusia). En el cuidado paseo, inaugurado en 2018, varios jóvenes se hacen fotos para subir a Instagram o vídeos para TikTok. Un poco más allá, un pescador desenfunda la caña. Los viernes por la tarde o los fines de semana, comenta Sudnitsin, no cabe un alfiler.

Serguéi Krétov, opositor del partido liberal Parnás, liderado por el ex primer ministro Mijaíl Kasyánov, no percibe lo mismo. Cree que los cambios en la región son una fachada. “Tula es el símbolo perfecto de Rusia, se le da una capa de pintura y las grietas siguen ahí”, sostiene en un nuevo café de la ciudad, con un buen surtido de leches orgánicas. El joven, de 30 años, asegura que las inversiones son a cambio de que Tula acoja un gran vertedero que terminará por recibir también la basura de la capital, uno de los mayores problemas de toda la provincia de Moscú, con casi 12 millones de habitantes. Krétov reconoce que la región ha cambiado, pero lo atribuye a que se ha convertido en “campo de negocios” para el gobernador y otros jugadores de la órbita del presidente ruso.

Esto también lo defiende Karen Dawisha, que en La cleptocracia de Putin, sostiene que 110 personas controlan el 35% de los activos de Rusia, uno de los niveles más altos de desigualdad de riqueza en el mundo. Y muchos de los hombres que trabajaron con Putin en el KGB o fueron miembros de su equipo en sus años en la Administración de San Petersburgo, se han labrado una carrera meteórica en los negocios que, pese a no tener experiencia previa, les han granjeado enormes riquezas, destaca Dawisha.

Krétov, que tiene una pequeña empresa y que cree que los cambios en Rusia y la estabilidad se deben “al desarrollo normal del país y no a la mano mágica de Putin”, señala la represión que sufre la oposición. El jueves, en la plaza de Lenin, casi al mismo tiempo del paseo diario de las pensionistas Klímova y Yegórova, la policía detuvo a dos jóvenes por protestar contra la reforma de la Constitución. Este sábado, la policía detuvo en Moscú a casi 50. En los últimos tiempos, el Kremlin se ha afanado por acallar cualquier voz disonante, reprimir la protesta y tratar de mermar el tejido social con medidas para restringir las asociaciones y dificultar la representación política; también para tratar de controlar Internet.

Putin, incluso después de dos décadas en el poder, disfruta constantemente de índices de aprobación impensables para los líderes de los países occidentales. Aunque sus números están bajando a los niveles previos a la anexión de Crimea, que espoleó el patriotismo ruso. Probablemente porque las sanciones económicas impuestas por Occidente y la fluctuación del precio de los hidrocarburos están haciendo mella en el bolsillo de los rusos, cuyos ingresos reales han bajado. Con todos esos mimbres, pero también con la perspectiva de que no hay una oposición unificada (de hecho no tiene representación parlamentaria a nivel estatal), la consulta ciudadana sobre la reforma de la Constitución ―que estudia desde este sábado el Constitucional― prevista para el 22 de abril se convertirá también en un “referéndum sobre Putin”, considera el politólogo Alexéi Makarkin, vicedirector del think tank independiente Centro de Tecnologías Políticas. Makarkin no tiene duda de que la ciudadanía apoyará las enmiendas, que incluyen también elementos como que las pensiones deben subir conforme al nivel de vida o que el salario mínimo no puede ser menor al umbral de la pobreza. Una década más con Putin al frente (cuatros años que le quedan más otros hipotéticos seis) dejaría a una Rusia aún más alejada de Occidente y de los valores europeos, sostiene.

La Rusia que emerge tras los cambios constitucionales es un país aún más separado de los valores liberales, más conservador y más nacionalista. Las enmiendas recogen la “fe en Dios”, constriñen el matrimonio a la unión entre un hombre y una mujer, señalan que Rusia es “heredera de la URSS”, introduce alusiones a los rusos como “pueblo vertebrador del Estado” y menciona la importancia de la educación patriótica. Una Constitución con la que Putin se reafirma en su objetivo de ser el “guardián del alma rusa”.

O de lo que él considera el “alma rusa”, remarca Irina Rócheva. “Putin no es una persona, es un sistema”, asevera en la pequeña librería independiente que dirige en el centro de Tula. La politóloga, de 37 años, que hizo su tesis sobre la llamada “democracia controlada”, compara el Gobierno de Rusia con un “régimen criminal”, dominado por los servicios de inteligencia y funcionarios afines a la seguridad del Estado (los llamados siloviki), que controlan el discurso y que se han “afanado” por reescribir la historia para presentar solo a Rusia como una potencia vencedora y orgullosa, dice.

El cambio, dice Rócheva, que tiene una hija de ocho años, a la que ha escolarizado en un colegio especializado en educación musical, puede estar en las generaciones más jóvenes; en manos de los casi 31 millones de menores de 25 años. Personas que no han conocido a otro líder distinto de Putin. Para muchos de ellos no lo hay. Otros, que se informan a través de medios independientes, en canales de Telegram o en YouTube para sortear la propaganda de los medios de la órbita del Kremlin, empiezan a pensar que podría estar entre ellos. Aunque esta transición de Putin hacia Putin, señala la librera Rócheva, puede alargarlo. O causar la llama que lo “despierte” todo.

“Los análisis históricos nos dicen que en los Estados autocráticos, permanecer en el poder es una regla y renunciar es una excepción”, sostiene Ekaterina Schulmann, profesora de la Academia Rusa de Economía Nacional y Administración Pública (Ranepa). Aun así, hay mucho tiempo por delante para tratar de aventurar qué sucederá entre ahora y 2024, sostiene la politóloga. “Lo importante es que Putin ha creado opciones para sí mismo y ha conservado un estado de incertidumbre para las élites que se estaban familiarizando rápidamente con la idea de su partida”, señala Schulmann.

Además de la situación derivada de la pandemia de coronavirus, que incluso podría llevar al aplazamiento de la votación de la reforma constitucional en abril, apunta la experta, hay otros factores que pueden dar forma al futuro de la Rusia de Putin y que pueden dar a la oposición opciones para rearmarse. En las elecciones de algunas regiones, este otoño, o en las parlamentarias del año próximo, como señala la politóloga, podrían repetirse las protestas masivas por el rechazo de candidatos opositores y contra unos comicios que consideran fraudulentos que calentaron el verano del año pasado en Moscú. Todo en medio de la caída libre en los índices de popularidad del partido del Gobierno, Rusia Unida, y sin poder predecir aún los efectos económicos y sociales de la guerra de precios del petróleo y la pandemia del coronavirus.


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