“Jugando escuchaba a mi padre: ‘hija, que el fútbol no te convierta en otra persona”

¡Hola! Soy Ruth García y os voy a contar el día en que mi vida cambió. Era el 26 de marzo del año 2000.Cumplía trece años y la vida se había propuesto hacerme el mejor regalo.Después de esperarlo mucho tiempo, había llegado.Por fin tenía una ficha federativa y ya podía jugar un partido oficial en el campo de mi pequeño pueblo, Camporrobles.Mi sueño y el de muchas niñas se hacía realidad.

Iba a debutar con compañeras mucho mayores que yo.Recuerdo que al salir de casa mi padre me dijo: “Hija, disfruta de cada minuto; que el fútbol no te convierta en una persona distinta a quien tú eres. Tranquila, y haz lo que sabes hacer, Ruth”.Entonces no lo sabía, pero esas palabras me marcarían el resto de mi carrera.

Vestía por primera vez la camiseta azul celeste del Camporrobles, patrocinada por los comercios del pueblo. Mis padres me habían comprado las botas, que lucía con orgullo y nervios.Las mismas que utilizaba mi ídolo Rivaldo.Comencé en el banquillo, uno de aquellos de ladrillo y uralita. Recuerdo los nervios y la concentración.Cuando quedaban treinta minutos de partido, el entrenador me dijo: “Ruth, calienta que sales”.Con mi familia en la grada, empezaba una maravillosa historia.Mi vida. Porque eso es el fútbol: mi vida.

En mi casa siempre lo hemos vivido de una manera especial.Mi hermano Vicen llegó a jugar en Segunda División B y desde muy pequeña me llevaban a verle allá donde jugara.Hiciera frío o un calor asfixiante, no me perdía un partido. Y, en los descansos, allí bajaba yo, a hacer mis pinitos con la pelota.¿Quién podría imaginar que aquella niña llegaría a lucir el brazalete de capitana de la Selección española?

El momento decisivo me llegó con 17 años.
El Levante llamaba a mi puerta: uno de los clubes punteros del fútbol femenino.
¿Cómo dejar pasar la oportunidad?
Eso significaba dejar el pueblo, a mis padres e irme a vivir con mi hermano en Valencia.
Salir de mi zona de confort y la armonía de mi hogar que tanto valoro.
Sin su apoyo y comprensión nada hubiera sido posible.
Fue una etapa tan dura como bonita.
Compaginar entrenos, partidos y la diplomatura de Fisioterapia fue arduo a veces.
Pero lo conseguí: fútbol, fútbol y fútbol: me dediqué en cuerpo y alma.
Y fui una afortunada, gracias a este maravilloso juego.
He participado en campeonatos de Europa y mundiales con la selección, he ganado competiciones con el Levante, fiché por el Barça equipo con el que disputé una semifinal de Champions en París… además de seguir sumando títulos en el palmarés.

¿Sabéis que tenía en la cabeza todo ese tiempo?
La frase de mi padre: “Que el fútbol no te convierta en una persona distinta…”
Ese es el referente que marca mi camino de superación cada día.
Me quedo con eso y con el granito de arena que puse para que el fútbol femenino sea hoy profesional.
Con la reivindicación que siempre llevé a gala: que el fútbol es para todos, que las barreras están para romperlas, para, después, dejar de hablar de ellas y olvidarlas.

No soy de dar consejos pero sí de transmitir mi verdad y compartirla.
Quiero dejar un mensaje, el mismo que, ahora que formo parte de la dirección del Levante, intento transmitir siempre.
Niñas, esto va para vosotras, las futuras jugadoras: tened muy presente que solo con compañerismo, solidaridad y esfuerzo llegareis lejos.

¡Y estudiad! No dejéis la formación.
El fútbol se acaba y para seguir disfrutando de vuestra valía en muchos ámbitos de la vida personal y profesional hay que formarse.
Aquí está mi ejemplo: luego, tendréis la oportunidad de devolver todo lo aprendido a las nuevas generaciones.
¡Y para eso se requiere formación y valores!
Llegar es muy difícil, y mantenerse lo es todavía más, una premisa que sirve también para este deporte: ¡Ojalá las jugadoras del mañana sepan hacer con el fruto de la semilla que nosotras plantamos hace años que el fútbol femenino sea todavía más respetado, admirado y reconocido!


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