El lance que llevó a Inglaterra a atravesar la barrera de una de sus frustraciones más antiguas estuvo empapado de ecos de esa historia de angustias y contuvo casi todos los ingredientes de lo extremo. En la prórroga del torneo de las prórrogas, Harry Kane, el futbolista más decisivo de su selección, se plantó frente a Kasper Schmeichel, que hasta entonces había sostenido a una Dinamarca que tuvo sus momentos. Un cara a cara en el interior de una caldera seguramente con más de los 60.000 espectadores anunciados, que evocó el otro gran logro inglés, el Mundial de 1966, ganado en la anterior versión del mismo Wembley, a partir del gol fantasma de Hurst, evocado en la levedad del penalti de esta vez, una caída de Sterling que el VAR no reinterpretó. También despidió fragancia de fracaso, el de la tanda de penaltis de la semifinal de 1996: Schmeichel detuvo el lanzamiento. Pero Kane aprovechó el rechace para llevar a Inglaterra a la primera final europea de su historia, el domingo contra Italia (Telecinco, 21.00). Otra vez en Wembley.
La selección de Southgate rondaba el territorio desconocido de una final europea, pero antes de abordar la historia, tuvo que enfrentarse a otra experiencia inexplorada, aunque más mundana: un gol en contra, verse por detrás en el marcador. Inglaterra había alcanzado la semifinal sin probar ese vértigo, y vértigo es precisamente lo que provoca Dinamarca. Después de media hora de intercambio de golpes, Damsgaard tiró una falta por encima de una barrera saltarina, pero ni esas cabezas ni la punta del guante de Pickford alcanzaron a desviar la pelota. Así se encontró Inglaterra con el primer gol en contra en la Eurocopa.
Southgate había repetido mucho que en el paquete psicológico de sesiones de respiración, visualización y reenfoque histórico, también había un capítulo del plan dedicado a cuando el plan se tuerce. Kane se señaló la cabeza, el seleccionador pidió calma, y Pickford pifió la primera salida de balón con los pies después del tanto. Se pidió más calma. Y apareció Kane.
El futbolista al que más echó en falta su equipo durante la fase de grupos, que recuperó el gol cuando asomó lo más serio, se echó unos pasos atrás dispuesto a actuar de quarterback, o de lo que hiciera falta. Enseguida provocó una falta en los alrededores del área, y una cascada de desconcierto en la defensa de Dinamarca. El lanzamiento de la falta de Sterling lo espantó el corajudo Kjaer, que cerró los ojos y no apartó la cabeza. Se había desatado la carga de la caballería.
Kane dejó a Sterling el balón en el área pequeña, a medio metro de Schmeichel, el delantero remató a bocajarro, y el guardameta evitó el tanto con la barriga. Pero el capitán insistió, y lanzó al espacio a Saka, que volvió a ponerle a Sterling el balón en el mismo punto. Allí se lanzó el atacante del City, con Kjaer enganchado, directo a darse con un gol en propia puerta, inevitable por la pugna, el lugar, la inercia y el pase de Saka. El vértigo había durado nueve minutos de arrebato de Harry Kane.
Solo Braithwaite
Antes de llegar ahí, Inglaterra demostró que había digerido bien la victoria casi iniciática contra Alemania. Esa tarde en que se enfrentaba a un trauma histórico colosal, entraron al campo casi de puntillas, mientras veían cómo la selección de Löw, puro aplomo, agarraba el mando del partido. Contra Dinamarca, pisaron el acelerador desde el primer silbatazo, agitados por un Sterling eléctrico.
El equipo de Southgate abordó el choque con la urgencia y la aversión a los prolegómenos que habían caracterizado hasta ese momento al cuadro de Kasper Hjulmand, su oponente del otro banquillo. El envite surtió efecto, y desactivó ese rasgo que ha definido a Dinamarca en la Eurocopa, las llegadas con pocas paradas intermedias. Apenas les quedaba el aire que les aportaba arriba Braithwaite, que a veces aguantaba de espaldas, a veces lanzaba en profundidad, pero siempre manejaba los tiempos e iba rascando opciones para que respiraran los suyos. Hasta que empezaron a robar arriba.
Entonces viró el tono, Dinamarca recordó a Dinamarca y se puso a percutir arriba. Pickford sufrió un primer temblor que derivó en otro robo, otro tiro en contra, un córner, y la falta con la que Damsgaard desanudó el partido.
En la segunda parte, Inglaterra, apretó un poco más y Schmeichel pareció quedarse solo. Iluminado ya en su despeje con el ombligo, evitó con una estirada infinita que se le colara un cabezazo de Maguire que se alejaba de su guante mientras se acercaba a la red.
Los daneses se apagaban bajo el mando inglés, aunque mientras lo hacían Dolberg aún encontraba el camino para amenazar desde lejos a Pickford. Aguantaron hasta la prórroga, hasta el cara a cara del penalti, de pie hasta el final después de superar el gigantesco susto del primer día, cuando a Eriksen lo resucitaron sobre la hierba. Pero llegaron hasta ahí. A partir de ahí, fue una celebración desatada de Wembley, lanzada la multitud casi exclusivamente inglesa a su final contra Italia. Su primera vez.
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