En las películas de Kelly Reichardt hay vías de tren, perros o vacas que observan las conductas humanas desde la perpleja y amistosa barrera animal y una red de carreteras secundarias y caminos por los que se cuela el paisaje y la historia de Estados Unidos. Austera, elegante y poética, su filmografía, formada por siete películas —de una historia de fugitivos rodada en 1994, River of Grass, al prodigioso wéstern First Cow, que se estrena el próximo viernes—, la sitúa como una de las cineastas más importantes de las últimas décadas. Una retratista de su tiempo arraigada en la larga tradición de los beatniks y su melancólico regreso a la naturaleza. “Es cierto que mis historias casi siempre tienen que ver con preguntas sobre América y qué significa ser norteamericano”, explica Reichardt desde su casa de Portland. “Solo que yo escojo una pequeña porción, un territorio determinado, un simple vecindario”.
First Cow arranca con un proverbio de William Blake: “El pájaro, un nido, la araña, una red, el hombre, la amistad”. La película está conectada con al menos tres de sus obras anteriores, todas ellas escritas por el novelista Jonathan Raymond, principal cómplice de una cineasta heredera del mejor cine independiente de su país. La primera es Old Joy (2006), la historia de dos amigos que se reencuentran para hacer juntos una excursión a unas aguas termales. Interpretada por el músico Bonnie Prince Billy, su banda sonora está a cargo de Yo La Tengo, estandarte de un sonido generacional al que la cineasta, nacida en Florida hace 57 años, apela. Otra es el wéstern Meek’s Cutoff (2010), inspirado en el suceso real de una caravana de pioneros perdidos en su ruta hacia el noreste del Pacífico. Y la tercera es Wendy and Lucy (2008), una road movie varada en un aparcamiento por donde una mujer deambula con su perra.
Con esta última, la conexión se establece en el primer minuto de First Cow: una chica pasea por el campo y su perro se detiene a escarbar en el barro. Lo que esconde la tierra es una historia de amistad y negocios que transcurre durante la conquista del Oeste, donde un cocinero taciturno y sensible que alimenta a tramperos y un inmigrante de origen asiático que huye de un asesinato descubrirán en la leche de la vaca que un potentado comerciante de pieles se ha traído desde Europa el ingrediente secreto para una exquisita receta de buñuelos de miel.
La vaca no aparecía en la novela de Raymond en la que se inspira la película, The Half-Life. “Fue algo que añadimos al guion”, cuenta Reichardt. “Los animales aportan un lenguaje más allá de las palabras con el que es fácil identificarse. En este caso, además, tiene que ver con la llegada de las primeras corporaciones y la huella que de forma veloz dejaron negocios como el de las pieles, con la caza del castor o del búfalo. Un animal te permite sentir la huella de lo que es el consumo y el progreso, y cómo eso afecta al medio ambiente. Pero para mí, sobre todo, los animales son una especie de guía moral: observadores silenciosos”.
Reichardt empezó a rodar en exteriores por pura economía de medios y la precariedad acabó conformando su estilo. “Trabajar al aire libre y con equipos pequeños fue una necesidad que acabó siendo todo un aprendizaje para mí. No pienso en mi cine como un conjunto, pero es verdad que se me ocurren pocas cosas mejores que la amistad, los animales y un paisaje. Son tres cosas importantes en mi vida. Viví en Nueva York durante 30 años y me vine a Portland con mi perro para estar cerca de la naturaleza. En cualquier caso, llevo años dividiendo mi vida entre estos dos lugares y, ya sea por accidente o por elección, esa circunstancia dice mucho de mí”.
Otra aproximación al wéstern
Al hablar del mito del Lejano Oeste y de su aproximación a un género en el que todo parecía ya dicho, Reichardt cita a sus favoritos, Anthony Mann y Budd Boetticher, y asegura que no se trata tanto de “aportar una mirada femenina” —”no tengo una agenda en ese sentido, pero está claro que mi punto de vista, el lugar donde pongo la cámara, es otro”—, sino de indagar en el mito desde lugares desde donde no se hizo antes. Algo que, en su caso, tiene que ver con la búsqueda de una verdad histórica capaz de comprender la epopeya desde sus márgenes y detalles. “También me gustan los wésterns de Monte Hellman, y como es obvio Ford y Hawks, o Cielo amarillo, de William Wellman, que es una película que vi muchísimo mientras hacía Meek’s Cutoff. El wéstern lo hicieron hombres que inventaron una narrativa maravillosa, pero aún queda sitio para otras aproximaciones y eso es lo importante”. Al preguntarle qué es para ella un wéstern, Reichardt se ríe y responde: “No es fácil definirlo. Pero, en último término, para mí todo es un wéstern, como todo es una road movie. Todo wéstern es una exploración, la búsqueda de un destino y también el precio de ese destino. El precio del heroísmo, de la conquista y de la explotación”.
“Ya no hay sitio ni para la ambigüedad ni para las conversaciones complicadas. Todo es blanco o negro, y eso es peligroso para el arte”
Aunque Reichardt prefiere no entrar en valorar la revisión histórica del cine llevada a cabo desde ciertos sectores de su país —”no soy buena analista de la actualidad”, asegura—, el asunto acaba aflorando al hablar de otro de sus filmes, Night Moves (2013), sobre un grupo de ecologistas embarcados en un atentado terrorista. “No son activistas, son fundamentalistas con ideales como los nuestros. Sin entrar en detalles, esa actitud también está detrás de la cultura de la cancelación, con el hecho de actuar con exceso de celo porque uno está convencido de su verdad, de que lo que hace está bien. De eso exactamente iba la película, del peligro que conllevan las certezas. Es un debate complicado y, por desgracia, hemos llegado a un lugar donde no hay sitio ni para la ambigüedad ni para las conversaciones complicadas. Todo es blanco o negro. Y eso, sin duda, es peligroso para el arte”.
‘First Cow’. Kelly Reichardt. Se estrena en cines el 21 de mayo.
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