Kellyanne Conway, asesora de Trump, deja la Casa Blanca: “Habrá más mamá y menos drama”

Kellyanne Conway y su marido, George, en la fiesta inaugural de la presidencia de Trump en enero de 2017. En vídeo, Trump carga contra
el marido de Conway.

Quién fuera la mosca en la pared del dormitorio del matrimonio George y Kellyanne Conway. Porque si bien es cierto que todas las parejas se llevan el trabajo a casa -y en ocasiones les cuesta el matrimonio- el caso de los Conway es, cuando menos, singular. Ella es la mujer que susurra en el oído del presidente de Estados Unidos, prácticamente una superviviente en una Casa Blanca en la que nadie dura en los cargos debido, precisamente, a quien ocupa el cargo de comandante en jefe de la nación. Él, el hombre que este fin de semana publicaba en Twitter una captura de pantalla del Manual de Psiquiatría para establecer que Trump tiene sus capacidades mentales mermadas y es un narcisista de libro.

Que mucha gente opina que Donald Trump no es apto para el cargo por razones varias es de dominio público. Tanta como que de tiempo en tiempo se invoca desde el mismísimo Congreso la necesidad de aplicar la enmienda 25 de la Constitución americana, aquella que en su sección cuarta establece los pasos a seguir en caso de que “el presidente esté imposibilitado para ejercer los poderes y obligaciones de su cargo”. También son legión los que se quedan a gusto diciéndole de todo al líder vía el mentidero más cómodo y anónimo de los tiempos que corren: Twitter. Lo que no es ya tan corriente es que quien entre en una colisión frontal con el hombre que reside en la Casa Blanca sea el marido de su consejera más fiel y preciada.

No. George y Kellyanne Conway no son los Mary Matalin y James Carville de esta época. Estos diferían -y difieren- en sus visiones políticas de la vida; Ella, acérrima republicana; Él, partisano demócrata. Y lo hacían mucho antes de estar casados (vean si no lo han hecho todavía la película de 1994, Sin Palabras). Pero sobre todo, y este es un gran pero, ningún presidente estuvo implicado como lo está ahora el actual inquilino de la Casa Blanca.

El caso es que George Conway fue entusiasta partidario de Trump. La noche electoral de 2016, que no fue la mejor de su vida para Hillary Clinton, George lucía eufórico la famosa gorra de béisbol con el eslogan presidencial que reza “Hagamos América Grande Otra Vez” (MAGA, en sus archiconocidas siglas en inglés), como ha contado orgullosa en algunas ocasiones su esposa, Kellyanne.

Pero en algún momento, la magia se rompió. Dicen que fue allá por junio de 2017, cuando Trump decidió establecer la prohibición de entrar en EE UU a ciudadanos de ciertos países. Y Conway, George, se convirtió en uno de los más despiadados y violentos críticos del presidente. Conway había tildado a Trump de mentiroso e incompetente. Incluso creó un grupo de abogados conservadores anti-Trump (él mismo es un veterano letrado del partido de Lincoln), lo que puso en modo lucha la sensible amígdala del presidente, que en respuesta trató de rebajar la masculinidad de George al endosarle el apelativo de “señor de Kellyanne Conway”.

Ahora George Conway ha escalado en su retórica y ha puesto en duda la salud mental del presidente durante un fin de semana en el que Trump llegó a tuitear y retuitear hasta 50 veces, más de un tuit por hora. El drama, que competiría dentro de la categoría de psicosexual si los Conway fueran a terapia de pareja, estaba servido. Kellyanne se vio forzada a comentar las duras declaraciones de su esposo y dejó claro que no las compartía en absoluto.

Y por supuesto, el presidente no se quedó cruzado de brazos. “Es un perdedor total”, tuiteó Trump en referencia a George. Trump se ensañó con el esposo de su asesora y se lanzó a la yugular al acusarle de estar celoso del éxito de su mujer. Además, Trump apuntaba un dato: George Conway estaba resentido porque no había entrado a trabajar en la Administración republicana. Aunque este apunte se refuta desde distintas fuentes, que inciden en que fue el propio George quien se distanció de cualquier cargo en el departamento de Justicia cuando supo que Trump iba a ser investigado por el fiscal especial Robert Mueller por su posible conexión con la injerencia rusa en la campaña de 2016.

“Es un marido infernal”, ha acertado a añadir sin mucha finura Trump en sus críticas a George. Conway se limitó a escribir otro tuit más. Conciso, de tres palabras separadas por puntos y no espacios. “Tú.Estás.Loco”.

Kellyanne permanece serena, la sangre fría. Al menos en público. Otra cosa es lo que vea y oiga la mosca en la pared de su habitación. Y defiende tanto a su marido como a su jefe. No parece que, por el momento, vaya a tener que elegir entre su esposo y quien le firma los cheques a final de mes. La última defensa la ha hecho sobre Trump. En declaraciones a la publicación Politico, la asesora presidencial ha dejado claro que el mandatario “dejó en paz” a su esposo durante meses “por respeto hacia mí”. “¿Pero usted cree que no debería de responder cuando alguien, que no tiene una formación médica, le acusa de tener un desorden mental? ¿Cree que debería quedarse tan tranquilo y no hacer nada?”.

En su defensa, George Conway alega que escribe lo que escribe y dice lo que dice del presidente de Estados Unidos como medida terapéutica, ya que de otra manera cada noche al llegar a casa se lo soltaría todo a la cara, de golpe y de mala manera, a su esposa (de hace 20 años y con la que tiene cuatro hijos) cada vez que se vieran en la cena.

Como diagnóstico más de culebrón televisivo que de receta profesional, Kellyanne se sinceró el año pasado con un reportero del diario The Washington Post al decirle que, quizá, lo que sucedía era que “una parte de George cree que elijo a Donald Trump antes que a él”. “Lo cual es ridículo”, prosiguió. “Porque uno es mi trabajo y otro mi matrimonio”. Lo tiene muy claro la señora Conway.




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