La Unión Europea y EE UU se han comprometido este martes a convertir la década actual en el punto de inflexión de la lucha contra el cambio climático. La nueva alianza, que pone fin a cuatro años de desencuentros transatlánticos, se ha visualizado durante la visita a Bruselas de John Kerry, el enviado especial para el clima del presidente estadounidense, Joe Biden. Y aunque hay discrepancias entre Bruselas y Washington sobre algunas de las medidas sobre la mesa, como el arancel a las importaciones producidas con exceso de emisiones de CO2, ambas partes se han mostrado dispuestas a trabajar para que la cumbre de Naciones Unidas en Glasgow (COP26) el próximo noviembre marque un giro definitivo en las principales economías del planeta para limitar el calentamiento global.
“Ya estamos viendo las grandes consecuencias del cambio climático y la urgencia y la necesidad de avanzar rápidamente”, ha dicho la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ante la visita de Kerry. Von der Leyen ha subrayado que a los efectos más visibles (como los glaciares derretidos o la desertificación de nuevos territorios) se ha sumado la covid-19 que “nos ha enseñado que uno de los terrenos fértiles para esta pandemia es la pérdida de biodiversidad y el complejo mundo que hay detrás”.
Kerry ha coincidido en que “Glasgow es la última, la mejor oportunidad que tenemos y la mejor esperanza de que el mundo se una”. El enviado estadounidense ha asegurado que “los científicos nos están diciendo que esta década, de 2020 a 2030, es la década para la acción”.
La llegada de Kerry a Bruselas, la primera de un representante de la nueva Administración estadounidense, ha desatado un entusiasmo en la Comisión Europea pocas veces visto ante una visita oficial. La declaración de bienvenida de la presidenta de la Comisión Europea ha incluido tres veces la palabra “maravilloso” en su primer párrafo, dirigida tanto a la presencia de Kerry en la capital comunitaria como a la de Biden, “un amigo de Europa”, en la Casa Blanca.
El vicepresidente ejecutivo de la Comisión, Frans Timmermans, rebosaba un entusiasmo similar al recibir a Kerry en la puerta del edificio Berlaymont, sede oficial del organismo comunitario. El estadounidense ha sido invitado a la reunión semanal del colegio de comisarios, un acceso que pocas veces se concede. “Todo el mundo en el Colegio está realmente emocionado por la posibilidad de tener una conversación con él”, ha confesado Timmermans ante su invitado.
La alfombra roja a Kerry se contrapone al tormento político que Bruselas soportó durante los cuatro años de la Administración de Donald Trump, quien nada más llegar al poder retiró a EE UU del Acuerdo de París para la lucha contra el cambio climático. La UE logró, a pesar de todo, mantener vivo el Acuerdo, en parte con la ayuda de China, lo que ha permitido a Biden retomarlo nada más llegar a la Casa Blanca.
“Como europeos, somos conscientes del hecho de que debemos contribuir a la causa común”, ha afirmado Von der Leyen. Y ha recordado que la UE acaba de ampliar su compromiso de reducción de emisiones para elevarlo al 55% en 2030 en relación con el nivel de 1990. “Pero no podemos hacerlo solos y, por tanto, teneros [a EE UU] de nuestro lado, como amigos y aliados, es enormemente importante para nosotros”, afirma la presidenta.
Timmermans ha asegurado que “vamos a trabajar codo con codo para hacer de Glasgow un éxito”. El vicepresidente reconoce que “va a ser un esfuerzo considerable lograrlo, va a ser un esfuerzo convencer a otras grandes economías que hagan lo correcto”, unas palabras que parecen dirigidas a China, Brasil o Japón y a las que Kerry ha asentido con la cabeza.
La propia coordinación entre la UE y EE UU no será sencilla porque algunas de las medidas planteadas por Bruselas, como la llamada tasa de carbono a las importaciones procedentes de países que no respeten los compromisos de reducción de emisiones, inquietan en Washington por el riesgo de que se convierta en una barrera arancelaria encubierta.
El Parlamento Europeo votará este miércoles un informe en apoyo de la introducción de esa tasa dado que, según el texto, las emisiones de CO2 importadas (1.317 millones de toneladas) triplican a las producidas en Europa (424 millones).
El presidente de la comisión parlamentaria de Medio Ambiente, el eurodiputado francés Pascal Canfin, firme partidario de la tasa, cree que EE UU no tiene nada que temer. “Nuestro objetivo es una tasa que cumpla con las normas de la Organización Mundial de Comercio y garanticen una competencia leal, eso es todo lo contrario de una guerra comercial”, señala Canfin.
Jennifer Tollmann, analista de E3G, un centro de estudios especializado en políticas climáticas, cree que “la UE y EE UU pueden ser el nuevo motor de una acción global, pero solo si todos tiran en la misma dirección”. Tollmann advierte que “no nos podemos permitir que EE UU intente reinventar la rueda, sobre todo en la regulación de la transición verde”.
Los especialistas creen que es imprescindible que Washington eleve sus objetivos de reducción de emisiones para ponerlos a la altura de los presentados por Bruselas y Reino Unido. En EE UU se sopesa ofrecer un recorte del 50% en 2030, pero en relación con el nivel de 2005. Ese porcentaje equivale al 41% en relación con 1990, muy lejos del 55% comprometido por la UE en relación con ese año.
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