El tono de Kersti Kaljulaid (Tartu, 51 años) es bajo, pero firme. Es la voz de Estonia en el mundo. La presidenta de la república báltica, de 1,3 millones de habitantes, se maneja con soltura en los asuntos de política internacional y no tiene problemas a la hora de ser autocrítica con su país y con la Unión Europea (UE). Tampoco duda en lanzar advertencias sobre el “vecino impredecible”, en clara referencia a Rusia. En el extranjero, Kaljulaid representa con orgullo al único país cuyas dos personas al mando son en la actualidad mujeres: ella; y la primera ministra, Kaja Kallas (43 años).
“Las niñas en nuestro país ya no se preguntan si pueden llegar a ser mandatarias, esa cuestión está ya fuera de debate y estoy muy contenta de que sean conscientes de dónde pueden llegar”, explicaba este lunes durante una breve entrevista con EL PAÍS, Día Internacional de la Mujer, en un céntrico hotel de Madrid. La mandataria se encontraba en España para conmemorar el centenario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países.
Pese a la mascarilla negra que cubría buena parte de su rostro, se percibía la seriedad de Kaljulaid en su mirada cuando se le preguntaba sobre un tema recurrente en Europa y, sobre todo, en su región: Rusia. “Somos vecinos y nos comunicamos. Pero al hablar de ciertas cuestiones como el comercio o el transporte, hay otros asuntos como Ucrania, Georgia y Bielorrusia que tienen que estar encima de la mesa. No se pueden esquivar”, sentencia Kaljulaid.
Estonia, Letonia y Lituania, las tres repúblicas bálticas, han sido desde 2014, en año en que Moscú se anexionó la península ucrania de Crimea mediante un referéndum no reconocido para la comunidad internacional, la voz más dura contra Rusia en el seno de la UE. El último escándalo, a raíz del envenenamiento en verano pasado y la posterior detención del opositor extraparlamentario a Vladímir Putin, Alexéi Navalni, ha hecho que los tres países bálticos —que aún tienen muy presente sus años de ocupación soviética— endurezcan el tono con Bruselas exigiendo unas sanciones que finalmente se impusieron de manera coordinada con la nueva Administración de Estados Unidos la semana pasada.
“Las sanciones son principalmente una señal. Hay que seguir y tener paciencia estratégica” con Rusia, explica. Reconoce que, pese a las medidas restrictivas contra el Kremlin, la península de Crimea continúa estando desde 2014 bajo el mando de Moscú, pero insiste en que los resultados llegarán y que para verlos es necesario esperar. “Nosotros estuvimos ocupados durante más de 50 años”, desliza con cierto optimismo para luego hacer autocrítica: “Las sanciones siguen ahí; no hemos sido capaces de encontrar ninguna salida a la crisis con Ucrania, y Georgia está parcialmente ocupada”, se lamenta.
Especialmente defensora de unas elecciones libres en Bielorrusia, Kaljulaid se niega a aceptar el hecho de que, por tener un vecino más poderoso como Rusia, haya que someterse a él. “Hemos de aceptar que tenemos un vecino que no ve el mundo como un lugar donde cada nación tiene la libertad y el derecho a elegir democráticamente lo que quiere. No podemos cerrar los ojos a lo que está pasando, pero por otro lado tenemos la obligación de negociar e intentar solucionar los problemas”, explica.
Kaljulaid, sin embargo, rechaza la manera binaria en que muchos pueden ver el tablero geopolítico bielorruso: Moscú contra Bruselas, y viceversa. “Es muy anticuado pensar que la Unión Europea quiera expandir su zona de influencia en Bielorrusia”, explica la mandataria. “Lo que pedimos es que [los bielorrusos] hablen por sí mismos”, dice en referencia a la represión sufrida en las calles durante las manifestaciones que pedían más democracia tras las elecciones del pasado agosto en las que, una vez más, el mandatario cercano al Kremlin, Aleksandr Lukashenko, se proclamó vencedor después de 26 años en el poder.
Pese a que para ella Rusia es una amenaza clara en el Viejo Continente y especialmente en su región, sobre todo después de la anexión de Crimea en 2014, la presidenta estonia entiende que existen otras fuentes de conflicto que chocan con los “valores democráticos” de Occidente, una órbita a la que le enorgullece pertenecer.
Estonia es el cuarto país entre los que más aportan de su producto interior bruto (PIB) a la OTAN, con un 2,1%, después de Estados Unidos (3,4%), Bulgaria (3,2%), Grecia (2,2%) y en el mismo nivel que el Reino Unido (2,1%). “Somos un país tan pequeño que no creo que esa cantidad cuente”, ríe modestamente. Los anteriores países, junto a Polonia, Rumania, Letonia y Lituania, son los únicos de los 30 miembros de la OTAN que destinan el 2% de su PIB a la alianza militar. Sin embargo, Kaljulaid ve necesario que cada país miembro cumpla ese compromiso de gasto al que se llegó en la cumbre de Gales de 2014 —invertir hasta el 2% del PIB para 2024— para ser “más fuertes” a la hora de hacer frente a otras amenazas. Y cita algunas: guerras híbridas, autarquías que utilizan datos personales con impunidad, desarrollo de nuevas y sofisticadas tecnologías, el uso de la inteligencia artificial, la lucha por el Ártico y, los desafíos más cruciales que tiene Europa en este momento, en su opinión: el cambio climático y la gestión de la pandemia de la covid-19. Una enfermedad que en su país ha acabado con la vida de 653 personas e infectado a 75.003, según las cifras de la Universidad Johns Hopkins. “Las amenazas son ahora de 360 [grados]”, resume.
La mandataria recuerda que su región, el Báltico, y la frontera oriental de la UE, siempre ha sido de gran importancia para un socio tan potente como Estados Unidos. “Pese al ruido, la Administración de Donald Trump [y enfatiza la palabra “Administración”], siempre tuvo mucha consideración por nuestra región. También [Barack] Obama dejó muy claro que Tallin, Riga y Vilna eran tan importantes como París, Londres o Berlín para la Alianza”. Y con Joe Biden la relación será fluida: “Nos cuidaremos mutuamente y no solo por el artículo 5 [del tratado de la OTAN, que estipula la defensa mutua], que es simplemente un tecnicismo, sino por la defensa de los valores democráticos”.
Unidad
Cada frase, cada comparecencia de la mandataria está cargada de mensajes. En el discurso de investidura de la nueva primera ministra el pasado febrero, la presidenta Kaljulaid se detuvo a hacer un llamamiento a la unidad en una sociedad que se estaba polarizando cada vez más, en parte por la presencia de la extrema derecha (EKRE) en el Ejecutivo anterior, explica. “Había grupos en la sociedad que se sentían claramente descuidados, y creo que esto es algo que no es único en Estonia. Estaba mal”, admite.
La presidenta describe cómo durante el anterior Ejecutivo, elegido en 2019, “había un sentimiento de que solo se dirigían a sus votantes”, a la gente que pensaba igual, algo que critica con fiereza: “Se debe gobernar para todos, incluidos los que están en la oposición (…) La responsabilidad democrática de un Gobierno es y debe ser esa”, sentencia.
El próximo mes de octubre, el Riigikogu (Parlamento estonio) deberá elegir a un nuevo jefe de Estado para los próximos cinco años. Kaljulaid, aunque no desvela claramente si volverá a presentar su candidatura, reconoce que siempre estará dispuesta a servir a su país, del que se siente muy orgullosa, siempre que se la requiera.
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