La pandemia cambió el fútbol. Sin público en los estadios desapareció la amenaza de la multitud, el miedo al fracaso, la adrenalina de la presión. Todo aquello que empujaba a los mejores jugadores a los esfuerzos épicos, al pase arriesgado, al compromiso, al regate, al desmarque hacia adelante. Los partidos de la era de la Covid se volvieron pausados y un poco inanes. La excepción más llamativa es la que señala el Liverpool, que este lunes saltó al cráter vacío de Anfield como si la hinchada nunca hubiera desaparecido de allí. Ante 50.000 asientos vacíos, pero bajo la mirada de Jürgen Klopp, convertido, mucho más que un entrenador, en delegado espiritual de los reds.
Poseído del frenesí de sus mejores días, el Liverpool arrolló al Arsenal en un partido unidireccional. No hubo alteraciones significativas en el campeón, que suma tres victorias de tres en Premier. Las mismas caras en la alineación precedieron a las mismas asociaciones. Del lado del Arsenal, no sucedió lo mismo. Arteta profundizó en su idea restrictiva sustituyendo al creativo Ceballos por el vigilante Mohamed Elneny en el mediocampo. El entrenador español ha convencido poco a poco a sus jugadores de que aquello que mejor hacen es resistir y contragolpear con una batería de jugadas básicas, más o menos prefabricadas.
Hubo un tiempo en que el Arsenal fue el equipo contracultural de Inglaterra. Cuando todos jugaban al pelotazo, Wenger glorificó el pase. Ahora que hasta el Brighton se ha embarcado en la sofisticación combinativa, el Arsenal se ha organizado para recogerse atrás, fabricar espacios en campo contrario y lanzar a sus leopardos. Así abrió el marcador en Anfield. Armando la jugada desde su propia área, en donde acosado por cuatro jugadores rivales, Leno tocó para David Luiz, y el central rompió la presión asfixiante con Xhaka. El medio hiló una sucesión relampagueante: Lacazette, Maitland-Niles, centro, rebote en Robertson y golpe de fortuna. La pelota le cayó a Lacazette, que remató a la media vuelta.
Fue casi accidental, y fue el único remate del Arsenal durante una hora. El Liverpool, en ese periodo, le disparó 15 veces. Durante una hora, la estampida de los jugadores de Klopp, lanzados de cacería en campo contrario en movimientos colectivos coordinados de presión, contrapresión, recuperación, toque y desmarque, recordó a los meses lejanos en que The Kop celebraba cada acción.
Con Fabinho como vértice solitario en el mediocampo y Wijnaldun con Keita yendo y viniendo entre líneas, las interacciones con Firmino y Mané se hicieron constantes y exasperantes para sus oponentes. No por repetitivo resultó menos impresionante. Desde su casa, Thiago Alcántara, que se perdió el partido por lesión, debió contemplar admirado el mundo agitado que le espera. El Arsenal no tuvo opciones. A los tres minutos del gol de Lacazette, Keita arrastró a David Luiz y Xhaka, Salah rompió por la derecha y centró a Mané, que hizo el empate. El 2-1 fue otro monumento a la precisión que arrancó con un pase largo de Van Dijk a Firmino, que jugó con Alexander-Arnold en busca del cambio de orientación. En el otro palo, a 70 metros, apareció Robertson para completar una jugada tan vista como imparable.
La posesión del 70% a favor del Liverpool apenas reflejó una fracción del dominio visitante. Lacazette abandonó el campo en la segunda parte lamentándose por dos mano a mano perdidos ante Alisson, fenomenal en la anticipación. Fueron las únicas ocasiones del Arsenal, que mejoró notablemente con la entrada de Ceballos en la segunda parte, cuando el partido ya estaba torcido. La coda la pulsó Diogo Jota, el nuevo fichaje del Liverpool, que inauguró su casillero con un gol desde la frontal del área para cerrar una noche de contrastes: incluso vacío, Anfield sigue lleno de energía.
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