No es casualidad que el mejor Atlético aparezca en escena cuando Koke alcanza su plenitud física y futbolística. Tampoco lo es que cuando el capitán anda disperso, que hay veces que lo está, el equipo pierda el rumbo y divague sobre el césped como si hubiera perdido el carné de identidad. Con sus 500 partidos a cuestas, acumulados en 29 años y 124 días, se ha convertido en la auténtica referencia del engranaje colectivo de su equipo y superar el récord del gran Adelardo Rodríguez (553) continúa siendo cuestión de tiempo.
Ante la Real Sociedad, en un partido de cuajo, vital para el futuro del título, se vio al Koke más genuino. Colosal e incansable en el aspecto físico; riguroso en la aplicación táctica y virtuoso en el manejo técnico con detalles de gran calidad individual. Va y viene. Sube y baja. Maneja todos los registros del todocampista y la inmensa zona de influencia que abarca solo se ve delimitada por las frontales de las dos áreas. Todo ese terreno, 30 metros a cada lado de la divisoria del centro del campo, ya se denomina territorio Koke.
Pasa de ser mediocentro posicional a interior en cualquiera de los dos carriles con una naturalidad sorprendente. Le da lo mismo jugar solo en la salida del balón que con un compañero cerca y hasta con dos. No es exquisito ni caprichoso en el reparto de funciones. Y cuando su entrenador realiza el enésimo reajuste posicional, como el miércoles cuando retiró a Luis Suárez, tampoco le importa acabar ochenta y tantos minutos después presionando la salida del balón del contrario muy lejos de la zona donde había comenzado el partido.
Ese es Koke. El mismo que se acerca a la banda para escuchar la ronca voz de su técnico y traslada las órdenes a sus compañeros casi siempre con alguna consigna más de cosecha propia. El mismo que, sobre la marcha y sin rechistar, cumple con el trabajo que tenía que hacer otro compañero, sin ir más lejos el desvanecido Joao Félix. Solidaridad y responsabilidad, se llaman las figuras.
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En la madurez de su carrera, entiende el juego con sencillez. Ya no tira tanto del pase en profundidad al espacio porque no tiene un Diego Costa para correr, pero se agiganta para estar siempre cerca del balón y ser el compañero mejor colocado con opción de recibir el pase. Este curso, en el que el Atlético intenta tejer más el juego a base de pases, es el capitán quien pega más puntadas. Cuando el físico le respalda, es un torbellino que aparece por todas las partes del campo ofreciendo la impresión de que hay muchos Kokes sobre el terreno de juego.
No le vendría mal a la selección española que el rojiblanco alargara su actual estado de forma unas cuantas semanas más y pudiera ofrecer a Luis Enrique en la Eurocopa lo que ofrece a Simeone cada vez que se viste de rojiblanco. Su próximo encuentro sería el 50 con La Roja, con la rojiblanca ya lleva 500, tantos como quilates futbolísticos.
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