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La adolescencia sin filtros en Instagram

Instagram de Sofía, 17 años, 2º de Bachillerato de Artes en un centro privado: atardeceres, su perro, aire libre, sitios chulos. Antes subía fotos suyas. Le alababan el cuerpo. Ella respondía que la que había publicado era la mejor entre mil, que no se lo creyesen. Dejó de subirlas. Sofía en la realidad: pelo oscuro, ojos enmarcados en negro, jersey rojo y vaqueros pitillo rotos mostrando las rodillas. Pellizca el césped y sentencia:

—Una de las cosas malas de Instagram es estar tan enganchada. Lo vi claro cuando se cayó [en referencia al apagón de más de seis horas de esa red social, Facebook y WhatsApp el 4 de octubre]. Al levantarme de la siesta no cargaba nada. Y ahí empiezas ya como, ¿qué está pasando?, ¿cómo me voy a comunicar?, aunque luego no te comuniques con nadie. Pero estás como… y si me ha escrito alguien justo para contarme algo, ¿sabes? Y ahí empieza lo peor.

¿Cuánto tiempo pasa Sofía en Instagram?

—Yo lo pasé mal. Iba a trabajar, estaba esperando al bus y decía, ¿qué hago? —apunta Mabel, 16 años, melena lisa, el cuerpo enjuto de patinadora artística adornado con cadenitas de oro. Estudia 2º de Bachillerato de Excelencia en un instituto. Se ha cambiado este año desde un colegio privado. Instagram de Mabel: ella y sus amigos, su perro, sitios que visita.

Interviene Beatriz, 16. Quimono estampado, botas Dr. Martens con plataforma, Bachillerato Internacional en un colegio privado. Entrena como golfista. Su Instagram: solo fotos en grupo y paisajes. Pese a los rasgos armónicos y una preocupación evidente por el cuidado de su aspecto no se ve bien como para subir una imagen suya. Dice:

—Instagram se ha convertido en un hobby, ¿sabes? Me subo a la ruta por la mañana y lo primero que hago es mirar el móvil. Cuando se cayó estaba en el bus y no sabía qué hacer. Tampoco me podía poner TikTok porque no tenía cascos. Notas que el móvil se vuelve inútil, te lo juro. Lo sentí como…

—Que solo sirve para llamar.

—Y nadie llama.

En pocas frases, cinco chicas sentadas bajo un árbol en un parque circundado por chalés de una población que linda con la A-6 en Madrid resumen el uso que hacen y la ambivalencia que les genera la red social más popular entre las jóvenes. Ellas, las adolescentes, son el perfil más vulnerable ante los riesgos que conlleva la aplicación. Sin ella no eres nadie, aseguran. Más tarde comentarán como anécdota que conocen a una chica que no tiene Instagram. Ellas son veteranísimas en la aplicación; aunque no está permitido hasta los 13 años, la mayoría entró antes.

Beatriz, Mabel, Ainhoa, Blanca y Sofía conversan en un parque cercano a sus centros educativos, a las afueras de Madrid. Olmo Calvo

Instagram —no el teléfono, tampoco el WhatsApp— es la arteria que las une a los amigos, y también a las traiciones de estos: si alguno pone una excusa para no quedar, luego las stories (historias, publicaciones efímeras) de la juerga le delatan. Subir y mirar stories es su ocupación favorita y también chatear a base de fotos. En su muro apenas tienen imágenes. Las borran porque ya no les gustan o las archivan como recuerdo. Entrevistas con otras adolescentes de distintas localidades y centros educativos concertados, públicos y privados revelan el mismo patrón. El feed, ese río de fotografías y vídeos de los perfiles que siguen supone su gran ventana al mundo. Desde la causa medioambiental al feminismo, pasando por las recetas de cocina o los referentes deportivos o musicales.

Yo tengo mejor cuerpo que tú, soy más guapa que tú, tengo más que tú

Instagram significa también asomarse a una realidad que se exhibe imponente a base de filtros, con el lado bueno de la cara —todas saben cuál es el suyo—, y las posturitas de cuerpos hipernormativos adornados con marcas exclusivas en escenarios de ensueño. Un lugar a veces tóxico y peligroso, donde la valía se mide en likes. Facebook, la propietaria de Instagram, lo sabe aunque lo había negado públicamente, tal y como ha revelado The Wall Street Journal. En un informe interno, de marzo de 2020, se afirma que “un 32% de las chicas dicen que, cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram les hace sentir peor”.

—A mí no me ha pasado, sigo a influencers, a supermodelos, pero nunca he tenido el sentimiento de compararme con ellas. O sea, sé que al final llevan otro ritmo de vida, no sé qué es real y qué no. Nunca he tenido la sensación de sentirme comparada o peor. Sabía diferenciar. Su vida y la mía son opuestas.

Eso dice Blanca, 17 años, compañera de Sofía en el Bachillerato de Artes. Se ha quitado para el vídeo una camiseta de One Direction, el grupo que la consoló durante el confinamiento, con su padre enfermo en el hospital. Su Instagram es Madrid, el cielo, ella con amigas o “haciendo alguna tontería”.

—En las piernas me daba igual depilarme. Pues por Instagram me vi más influenciada a decir: joder, me siento una rara.

Ainhoa, 16 años, va envuelta en un elegante gabán negro. Es compañera de colegio de Sofía y Blanca. Sube fotos de su cara y su cuerpo y sigue a modelos y a gente “muy natural”, que no se depila o que no se maquilla, “aunque seguro que luego se hacen algo”, reflexiona, “pero intento seguir esas cuentas porque me parecen lo más natural que hay en Instagram”.

La red, dice, le aporta mucha seguridad y mucha inseguridad. “Si subo una foto y me empieza a contestar muchísima gente, pues de repente consigo seguridad. Pero si nadie me contesta, o si tiene menos likes que otras publicaciones, o no tantos comentarios como yo me esperaba, me decepciono y me entra esa inseguridad de decir, pues igual me estoy creyendo demasiado y no lo soy. Lo peor de Instagram es eso, esa comparación que se hace entre la gente de ‘es que yo tengo más que tú. Es que yo tengo mejor cuerpo que tú. Es que yo soy más guapa que tú. Y es que yo tengo el Instagram mejor hecho que tú’. A mí me ha afectado muchísimo el compararme. Ha sido horrible, es lo peor que he podido pasar en Instagram. Fue a más, a más, y empecé terapia. Me dijeron que ya está, que se acabó. Me hice una desintoxicación dos meses o así. Se hizo eterno. Porque cuando eres adolescente tienes que estar todos los días pendiente de qué historias suben y quién te escribe. En esos dos meses aprendí que tampoco era necesario, que no tienes que estar todo el rato pendiente de eso. Ahora estoy mucho mejor, no me suelo comparar tanto”.

La relación tóxica de Ainhoa con Instagram

Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y jefe de servicio de Psiquiatría del Niño y del Adolescente del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, cree que Instagram es la red más peligrosa a priori “porque ahí la aceptación de otros juega un papel más relevante”, aunque no considera “que a alguien con fortalezas le haga daño”. Si se les pregunta a los jóvenes, la omnipresente plataforma de imágenes es también la peor valorada en siete de 14 parámetros de salud y bienestar, siendo YouTube la más apreciada. Eso se desprende de un estudio realizado en 2017 por la Royal Society of Public Health y la Universidad de Cambridge. Instagram les impacta muy negativamente en la imagen corporal, en primer lugar, en las horas de sueño y el miedo a perderse acontecimientos (FOMO, Fear Of Missing Out), creen que favorece el ciberbullying y menos frecuentemente la asocian con síntomas ansiosos, depresivos y soledad. Sobre la imagen corporal destaca en otro informe interno de Facebook, realizado con adolescentes británicas y estadounidenses. Halló que más del 40% de las jóvenes que se veían poco atractivas empezaron a sentirse así en Instagram.

Otras cuatro adolescentes de 15 años mantienen una conversación similar, pero por videoconferencia. Son alumnas de un instituto público de un barrio popular de Madrid. Yasmina luce unas largas trenzas que pasan del pecho a la espalda y viceversa. Vive cinco horas diarias en Instagram y sus amigas la consideran una influencer:

―Mi cuerpo no me gusta y no le gusta al resto de la sociedad. Entonces siempre que veo gente en bikini, por ejemplo, me siento supermal porque me digo ojalá tener el cuerpazo de esta chica, siempre me comparo y no pienso lo que hay detrás, a lo mejor ha ido al gimnasio todos los días para conseguir eso, siempre comparo sin saber lo que hay detrás de algo, pero sí, me llego a sentir mal por mi cuerpo.

Responde Elisa, melena rizada y gafas:

—Es inconsciente la comparación porque ya la tenemos arraigada, es decir, tenemos que ser las mejores, tenemos que ser perfectas.

Blanca, la fan de One Direction del otro grupo, no sube fotos de su cara.

—No soy atractiva, pero también es por el hecho de que la gente en Instagram es toda guapísima, no he visto ni una persona fea.

Todas se animan:

—Cuántas veces hemos dicho de alguien: buah, es que en persona cambia un montón.

—Sí, catfish es la palabra (un anglicismo que describe los perfiles falsos que se crean para engañar o ligar).

—En redes, al final sabes tu ángulo…

—Tú conoces bien qué te quieres editar y luego en persona…

La desazón por el propio aspecto al entrar en el interminable escaparate de cuerpos perfectos más o menos reales tiene relevancia en un momento en que los trastornos de la conducta alimentaria están disparados ―han crecido un 20%―. Así lo cree Marian Fernández, psicóloga de la Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y Bulimia (Adaner): “Es un lugar donde la información sobre alimentación y ejercicio está al alcance de un clic”. Son vulnerables sobre todo las adolescentes perfeccionistas extremas con baja autoestima, asegura.

Bendita dependencia

Los investigadores de Facebook afirmaban que aunque las jóvenes eran conscientes de la toxicidad de la red no podían alejarse de ella. O sí.

—Mi vida sin Instagram sería muchísimo mejor ―proclama Ainhoa.

—Bueno, es como muy paz en el sentido de que es todo… ―tercia Blanca

—Muy, muy bonito ―interviene Mabel.

—Es como un desfile de moda, como muy idealizado y no todas las aplicaciones lo tienen —concluye Blanca.

Beatriz Martín Padura es la directora de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, que a través del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud investiga sobre la utilización de la tecnología y trabaja en “el buen uso, la desconexión y promover el pensamiento crítico”. Lo tiene claro: “Conocen los riesgos y sí, les compensa, hay que entender eso”. La mayoría, el 60%, son los que denomina “cautos y saturados”. Una investigación del centro entre jóvenes de entre 15 y 24 años en 2018 halló que más de la mitad (51,5%) considera excesivo el tiempo que dedica a las redes, aunque, señalan los investigadores, “es un precio que están dispuestos a pagar” para relacionarse. Llegan a hablar de “adicción beneficiosa” o “bendita dependencia”. Y también más de la mitad reconoce que alguna vez se ha sentido saturado “hasta el punto de tener que desconectarse”. Martín Padura cree que hay que comprender el yo digital de los hijos, y ocurre que “a veces los progenitores no toman el papel de mediadores por falta de competencias digitales, no se sienten tan diestros como los adolescentes”. La madre de un chico de 15 años, con acceso a las cuentas de su hijo ―tiene tres―, defiende que los padres estén al tanto de lo que hacen los adolescentes en Instagram y en su caso, ha podido evitar conductas inapropiadas o ilegales. “Y eso que las fotos que manda no las ves, solo las que recibe”, asegura. Ha sorprendido a su hijo haciendo poses sin camiseta y recibiendo de sus amigas fotos en tanga. En cualquier caso, prosigue la experta, “siempre pongo el ejemplo de que cuando los niños son muy pequeños les ayudamos a cruzar por una calle pero no se nos ocurre prohibirles salir”.

La charla en el parque sigue:

—Eso de que te empiece a seguir un chico y le dé like a una foto de hace 39 semanas, en plan, esta es mi forma de ligar contigo, madre mía ―se lanza Sofía.

¿Habéis ligado por Instagram?, inquieren los periodistas. Y se arma:

—Sí, pero con la peor gente posible.

—Luego les ves en persona y van como de mazo hombre.

—El típico chuleta.

—Horrible, horrible, asqueroso.

—Te responde con un fuego y ya está, como diciendo, yo ya he hecho mi parte y ahora tienes que hacer tú lo tuyo.

Acoso se escribe con siete

Ligar, un horror, vale, ¿y problemas más serios? En una fiesta con su hermana mayor, Ainhoa le gustó a un conocido de esta, que le saca 15 años.

—Me solicitó amistad y mi hermana le dijo oye, que Ainhoa tiene 16 años, así que por favor. Pero me volvió a solicitar y ella le dijo párate, en serio. Y así como siete veces. Le amenazamos con que si seguía haríamos públicas sus constantes peticiones. Hace unos días me volvió a solicitar y tuvimos que subir una captura a mis historias contando que era una vergüenza.

La experiencia de Yasmina con el ciberacoso

Un 59% de las adolescentes españolas sufre acoso en las redes sociales, según un informe de 2020 de la ONG Plan Internacional, que entrevistó a jóvenes de entre 15 y 24 años y es Instagram en la que más ocurre (35%). Ellas u otras chicas que conocen han recibido insultos (77%), son avergonzadas públicamente (64%) o acosadas sexualmente (58%). Más frecuentemente por personas del colegio o trabajo (41%) o usuarios anónimos (30%).

Todas salvo Mabel tienen la cuenta privada. Sofía le puso el candado a la suya cuando un hombre que siempre se encuentra en la estación de tren la empezó a seguir y la escribió. “Me asusté un poco”, dice.

—Últimamente no sé por qué, pero Instagram está lleno de cuentas como porno.

―Buah, tío ―jalean las demás. Se cuentan que reciben solicitudes de amistad, o mensajes.

—Quien sigue a 900 personas y no tiene ningún seguidor y en su biografía pone, “para mojarte entra aquí”… Lo que tienes que hacer es bloquear la cuenta y todas las que pueda crear.

—Pero aún así, todos los días y de buena mañana vas y te encuentras con eso…

En la conversación en Zoom, Lucía dice que no habla por Instagram con nadie que no conozca. Elisa y Yasmina cuentan que a través de la red han conocido gente. “Me ha pasado”, dice la segunda, “que alguien sigue a un artista que también sigo yo, y en un momento dado le preguntas algo sobre él y acabas siendo su amiga”. Yasmina solo queda con personas con las que tiene seguidores en común “para poder verificar que es alguien real y que no hay otro detrás de esa pantalla”. Y prosigue:

—Me han escrito señores, porque son señores de 40 años o más, con intención de ligar conmigo. Piensan que no somos suficientemente maduras para saber lo que está bien y lo que está mal.

Y Elisa:

—Se creen que estamos desesperadas buscando algo. Y cada vez nos atrevemos más a denunciarlo. Porque sabes que el entorno te va a apoyar, no te va a llamar guarra a ti, sino a la persona que te lo envía.

—La gente piensa que estamos todo el rato buscando la aprobación del resto y creen que les vas a hacer caso, interviene Lucía. Ya van varias veces que lo escuchas o varias veces que te pasa, entonces lo acabas normalizando, aunque no es algo normal ―zanja Yasmina.

Lucía, que lleva melena lisa, como la otra Lucía, cuenta algo que todas las chicas entrevistadas saben o han oído:

—He visto que hay grupos de gente que se crea cuentas solo para criticar a alguien, y escribirle de forma anónima o comentarle las fotos y les dicen que se suiciden y cosas así. Y luego otros que se crean cuentas haciéndose pasar por los que atacan y suben fotos de él.

Las cinco amigas muestran sus teléfonos móviles y charlan sobre las publicaciones que ven en Instagram. Olmo Calvo

Ese agujero negro al estudiar

Si los amigos de Ana, 14 años, alumna de un instituto de Valencia quieren localizarla, ya saben que tienen que mandarle una foto por Instagram. “Cuando estudio me tengo que poner el móvil en la otra punta de la habitación solamente para no tener la cosa de verlo de reojo y decir, cinco minutos, porque sé que esos cinco minutos se van a convertir en media hora”. La mitad de los jóvenes sienten con mucha frecuencia un impulso de comprobar el teléfono para ver si ha pasado algo nuevo. FOMO puro y duro. Micaela tiene la misma edad que Ana y estudia en un centro concertado de Madrid. “Instagram me hace perder tiempo de estudiar y si alguna vez me he quedado por la noche mirándolo, duermo mal”, dice. No es la única, Instagram es un agujero negro en el que se cae al despegar los codos de la mesa.

Yasmina: Digo, voy a estar 10 minutos y me pongo a hacer lo que tengo que hacer. Mentira, estoy 10 minutos, más tres horas, más luego otras dos…

Elisa: O te pones, pero que a los dos minutos te cansas y coges el móvil y a ver si alguien ha subido algo nuevo. A ver si alguien me ha escrito, que no te escribe nadie.

Beatriz: Yo estudiaba en mi casa y en los descansos me ponía a mirar Instagram y he notado que ahora que estoy en la biblioteca en los descansos…

Mabel: Hablas con la gente y te notas muchísimo más descansada que mirando el móvil.

Beatriz: Y de verdad, descansas, y entras con más ganas que cuando estás con el móvil.

Mabel: Es más, sales 10 minutos y dices oye, ¿entramos ya no? Y en cambio antes cuando mirabas el móvil, bueno, 10 minutos en Instagram y pasaban 10 minutos y decías no, no, más tiempo, necesito más tiempo para descansar.

Una cosa es procrastinar con Instagram cayendo en esas trampas del 10 minutos más y otra son los signos de la adicción, que señala Consuelo Tomás, directora del Instituto Valenciano de Ludopatía y adicciones no tóxicas, primer centro que se creó en España para tratar los enganches al juego y sin sustancia hace más de 30 años: “Ocurre cuando es el eje central de su vida, cuando se disminuye el rendimiento académico, se prefiere estar ahí antes de relacionarse en vivo y en directo o ir al cine”. Eso es lo que cuentan los padres cuando acuden a buscar ayuda. No es el caso de ninguna de las adolescentes entrevistadas.

Estoy de bajón

Facebook también sabe que cuando las jóvenes entran en Instagram a veces se sienten más tristes o ansiosas. En cualquier caso, la crisis de la covid, que ha maltrecho la salud mental infantojuvenil, no ayuda. Una revisión de investigaciones en las que ha participado el psiquiatra Arango sobre el efecto del confinamiento en niños y adolescentes ha hallado relación entre una exposición excesiva a redes sociales y síntomas de depresión y ansiedad. El hallazgo concuerda con otros estudios. En el de Cambridge, los jóvenes señalaban a las redes como agravantes de su ansiedad. Y, de nuevo, tiene que ver con los amigos divirtiéndose o de vacaciones y, de nuevo, las comparaciones.

Elisa: Yo veía a gente como con muchísimos amigos quedando todo el rato subiendo historias, con muchísimos grupos, mencionando a la gente con fotazas, todo superincreíble y muchísimos seguidores y likes. Y yo pensaba, soy una pringada, no tengo amigos, no tengo vida social, no soy nada en la vida porque no tengo likes, ni seguidores ni historias… Y no, simplemente no lo subo y ya está. Hay que aprender a ver eso.

Ainhoa: Te puede pasar por autoestima, por cualquier cosa, pero a mí y creo que a todos. Es que veo a mis amigos salir con otras personas y a mí no me han dicho nada y no duermo en toda la noche. O tienes una movida con alguien por mensajes y estás preocupada y es horrible.

Sofía: Imagínate que estás hablando con un chico y te gusta mucho y de repente ves que le da like a la típica foto de una supermodelo rubia con ojos azules, delgada. Piensas, ¿cómo le voy a gustar yo si soy todo lo contrario a eso?

Yasmina: Lo pasaba muy mal por comentarios que hacía gente de mi entorno, porque igual subía una cosa y era pensar todo el rato qué van a pensar, qué van a opinar, les va a gustar, no les va a gustar…

Aprender

Porque en Instagram se aprende y mucho.

—Muchísimas cosas de comida, muchísimas ―dice Mabel

—Yo más de moda, es mi hobby ―cuenta Beatriz

Sofía, Ainhoa y Blanca han comenzado a seguir cuentas feministas tras cambiarse de colegio y de amigos. La lucha medioambiental también está presente. Hay alternativas antes de dejar de usar Instagram.

Lo que Blanca ha aprendido en Instagram

Elisa: Lo que tenemos que enseñar es a no compararnos, a tener autoestima, a no tener que ser perfectas ni seguir unos roles, a respetar al resto de gente y a no criticar por criticar, porque hace daño. Más que dejar de usarlo es importante tener la conciencia de que lo estás utilizando bien y enseñar al resto de gente a utilizarlo bien.

Lucía: Una vez que interiorizamos cómo se tiene que usar, aprendemos a distinguir las cosas y a separar lo que es Instagram de lo que es la vida real. Si sabes cómo usarlo bien y eres consciente de los riesgos que puede conllevar, realmente no es tan peligroso.

Pasar la serie a doble velocidad: el efecto TikTok

A Instagram (entre una hora que lo usa Mabel a diario y las tres de Sofía en el grupo del parque, y las cinco horas que destina Yasmina o las cuatro de Elisa -sus padres le bloquean el móvil a partir de entonces- en el de Zoom) se une TikTok, la red que se reveló durante el confinamiento como la más descargada en todo el mundo. Irresistible por sus vídeos cortos, humorísticos y coreografiados.

Ainhoa: Vamos a Instagram lo primero y de repente como que vemos las cuatro historias de las personas que nos interesan, contestas a lo que tienes que contestar y ya te sales y te vas a TikTok.

Sofía: El problema de TikTok es que me ha hecho perder la paciencia. Ahora no puedo estar viendo una película de dos horas porque necesito que pase algo, al final, en un vídeo de 15 segundos está todo. Ya tenía antes poca paciencia…

Blanca: Los vídeos de tres minutos se me hacen muy largos.

El otro grupo de chicas confirma el impacto sobre la atención:

Yasmina: Yo empiezo a pasar la película, porque me aburro hasta que veo acción y cuando la parte de acción acaba, pues sigo adelantando.

Elisa: He perdido la poca capacidad de concentración que tenía.

Lucía: Los vídeos de YouTube, las series e incluso las pelis me las pongo a doble velocidad.

Ana, 14 años, alumna de un instituto de Valencia, se concentra muchísimo ante una película. “El otro día me di cuenta de que a los cinco minutos era la única viéndola. Mis amigas estaban con el móvil. Lo curioso es que la eligieron ellas y no la vieron”.

Créditos:

Vídeo: Antonio Nieto y Álvaro de la Rúa 


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