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La arquitectura de las iglesias ya no quiere impresionar, sino proteger


Más acogedoras que deslumbrantes, en las iglesias contemporáneas el tacto parece haber sustituido a la vista. Por encima de para admirarse, los nuevos templos parecen hechos para tocarse. Es la humildad lo que llama la atención. La austeridad parece hoy más convincente que la opulencia, al tiempo que la propia religión se desdibuja en templos con una identidad más espiritual —y ecuménica— que representante de una fe inquebrantable.

Mario Cucinella describe su iglesia de Santa Maria Goretti de Mormanno, en el parque nacional calabrés de Pollino, como la versión austera y contemporánea de las curvas borrominescas. Goretti, que solo vivió 12 años, es la más joven del santoral católico. Habiendo sido una niña laica, no es baladí la razón que impulsó su canonización: murió en manos de su agresor sexual. La realidad ha entrado en la Iglesia para acercarse al consuelo de los creyentes. Y ese mensaje se comunica desde la arquitectura. Como sucediera antaño con el poder —o, si prefieren, con la fe—, se construye ahora una gran escenografía de la autenticidad. A esta iglesia se entra por una cruz que es, en realidad, un corte en uno de sus cuatro ábsides de hormigón. Cuatro paredes curvas llenan un espacio vacío y austero invadido por la luz cenital que se cuela no por vidrieras coloreadas, sino por un cielo nublado de velos blancos. Así, el templo exterior, el que se ve, es rotundo y monolítico. Pero no se ve toda su grandeza. Se elige lo poco para comunicar y bajo un suelo vegetal se esconden las instalaciones de la parroquia conectadas subterráneamente con la iglesia.

Iglesia de San Giacomo en Ferrara de EMBT. Roland Halbe (Roland Halbe)

En el interior, la pila bautismal o la escultura de la Virgen de Giuseppe Maraniello no compiten con el juego de luces bajo los velos y es ese marco desnudo lo que se asimila como búsqueda espiritual. Pero esa verdad encierra otras certezas como el bajo coste de mantenimiento y el alto impacto visual de lo sobrio. Los ábsides, blancos por fuera y de hormigón visto por dentro, parecen diseñados para soportar la cruz intangible que es la entrada y que convierte el templo en reclamo nocturno. Ese diseño crudo está suavizado por la amabilidad de las curvas que recorren sinuosamente los estados de la fe.

Convocado asimismo por la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), en Ferrara, Benedetta Tagliabue y su estudio EMBT ganaron el concurso para levantar la iglesia de San Giacomo. El objetivo —explícito en el programa— era lograr la cercanía con la gente, conseguir la revitalización del credo. Fiel a su ideario, Tagliabue respondió con una desnudez más topográfica que sencilla. Construida en hormigón y forrada de ladrillos que, como escamas, aumentan el tacto del inmueble hasta dotarlo de una apariencia de ser vivo, esta iglesia orgánica acoge a los visitantes. Los recibe desplegando una cubierta radial, un abanico de bóvedas parabólicas coronado por el gran lucernario que ilumina la cruz suspendida. Entre chopos, la fe se recicla y también los materiales que con pobreza construyen arte povera. La madera de la cruz proviene de las obras del consistorio, y, de la mano del pintor de la transvanguardia Enzo Cucchi, el arte busca en la abstracción. Nada es nuevo, pero todo se vive como una nueva realidad. Parece una resta austera, pero la ambición artística está a la altura de los templos que han hecho historia. Esa es la clave: hablar desde el momento y no desde la historia para poder seguir contando la historia.

Santuario del Señor de Tula en Jojutla (México) de Camilo Restrepo, Dellekamp/Schleich y AGENdA. Sandra Pereznieto

Así, son muchos los templos que no preguntan. Pero casi todos ofrecen respuestas, no las imponen. Hace ya décadas que la Iglesia comenzó una andadura mucho más allá de la cómoda abstracción. De la mano de la levedad, Shigeru Ban entendió que los creyentes de Christchurch, en Nueva Zelanda, le temían más a un nuevo terremoto que al demonio. Por eso el japonés levantó su catedral con tubos de cartón y lo que estaba previsto como un templo temporal terminó por convertirse en la catedral de otro tiempo.

Se trata de edificios que no preguntan. Pero casi todos ofrecen respuestas, aunque no las imponen

Algo parecido sucedió en Jojutla (México), donde, tras el terremoto de 2017, Camilo Restrepo y su equipo decidieron que sería la cubierta la que acogería a los fieles y el vacío del templo lo que les daría seguridad. Poco más que una cubierta, la imagen más básica de un refugio arquitectónico —la choza primitiva dibujada por el abad Laugier como los dos planos inclinados que forman un tejado o las dos manos que juntamos sobre nuestra cabeza para protegernos de la lluvia— es la forma que el estudio luso Plano Humano Arquitectos empleó para la capilla de Nossa Senhora de Fátima en Idanha-a-Nova, en el centro de Portugal. No por casualidad, los arquitectos del estudio Mapa también emplearon esos planos inclinados como únicos elementos para levantar su capilla Sacromonte, en las instalaciones de un hotel ubicado en la sierra de Carapé de Uruguay.

En Helsinki, la capilla Kamppi del estudio K2S tiene planta ovalada. Y, aun sin credo o precisamente por eso, es un espacio tan psicológico como espiritual. Está al lado de la estación central y, forrada de madera y sin ningún atributo religioso, está pensada para que los ciudadanos puedan encontrar unos minutos de paz en medio del bullicio de la ciudad. Más cueva que catedral, son muchos los templos que apuestan ahora por ofrecer una protección que su arquitectura también quiere comunicar. “Una humilde cabaña hecha con cañas y cemento en bruto. Un espacio envolvente, arquetípico y espiritual que inspira el recogimiento pero está lleno de luz”. Así describe Tagliabue su nuevo templo en Ferrara. La definición podría aplicarse a la actualización de la fe y a las nuevas iglesias. Es lo leve y lo sencillo para hacer de una verdad un refugio. Pero es también lo artístico, lo creativo, de la mano de arquitectos, escultores, paisajistas y pintores. Se trata de ofrecer consuelo y comunicarlo. Pero también de seguir soñando.

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