Piqueteros marchan en Buenos Aires contra el acuerdo con el FMI, el 9 de junio de 2022.Victor R. Caivano (AP)
Cristina Fernández de Kirchner ha demostrado una gran habilidad para sumar nuevos enemigos. El lunes, durante un mitin organizado por sindicatos afines en Avellaneda, en el cordón industrial del sur de la ciudad de Buenos Aires, exigió al Gobierno de Alberto Fernández, donde ella es vicepresidenta, que recupere el control de los planes sociales. A Kirchner no le gusta que dos grandes grupos piqueteros, el Movimiento Evita y Barrios de Pie, tengan dirigentes en altos cargos del Ministerio de Desarrollo Social, la cartera a cargo de administrar parte de los millones de dólares, unos 4.000, que cada año el Estado argentino destina a la ayuda de los más pobres.
Kirchner consideró en su discurso que “tercerizar” esa ayuda en estos grupos “no es peronismo”, un movimiento que ha hecho de la cercanía con los más pobres parte de su ADN político. Detrás del reclamo de Kirchner hay un dardo envenenado a Fernández, convertido hoy en objetivo de todos sus ataques, y un esfuerzo por recuperar la calle en aquellos distritos donde los movimientos piqueteros han desplazado poco a poco a las estructuras tradicionales de sindicatos y partidos.
Cada discurso de Cristina Kirchner es una larga lista de reproches a Fernández, la figura que ella misma colocó en la presidencia hace poco más de dos años. Los ataques los matiza con largas disertaciones sobre la economía, citas siempre autorreferenciales y recomendaciones de lo que habría que hacer y el presidente no hace. En el pasado pidió la salida de ministros, fustigó la política económica y las estrategias contra la inflación o cargó contra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional firmado en enero pasado. Pero nunca había disparado hacia el corazón de los movimientos sociales o piqueteros.
“Quiero ser sincera: tenemos 7% de desocupación pero un millón de planes sociales”, dijo Cristina Kirchner. “Con esa desocupación deberíamos tener menos planes sociales. El Estado debe controlar las políticas sociales, que no pueden seguir tercerizadas. Eso no es peronismo, ¡el peronismo es laburo, trabajo, no se puede depender de un dirigente barrial que de el alta y la baja, no!”, dijo. Por si quedaban dudas de que hablaba, sobre todo, del Movimiento Evita, cerró su discurso con loas a los padres fundadores del movimiento: Perón y Evita. “Si Evita los viera, ¡mamita… mamita!”, agregó. El público no podía ser el más indicado: sindicatos reunidos en al CTA, una corriente alternativa a la tradicional CGT, e intendentes del conurbano de Buenos Aires que le responden.
Para comprender la nueva arremetida de Kirchner contra Fernández hace falta un poco de historia. Los movimientos sociales nacieron con la crisis de los años noventa, cuando las políticas neoliberales de Carlos Menem dispararon la desocupación. Aquellos que quedaron fuera del sistema de trabajo, y por lo tanto fuera de los sindicatos, se agruparon poco a poco en movimientos de desocupados. Para hacerse escuchar apelaron los piquetes o corte de calles y carreteras. La crisis de 2001 disparó la cantidad de piqueteros, mientras crecían en organización. Se formaron cooperativas de trabajo y hasta escuelas de formación de oficios. Los sindicatos peronistas nunca se llevaron bien con estos movimientos, que reclamaban derechos pero por fuera del sistema laboral.
Los piqueteros tienen un gran poder de desestabilización, pero también garantizan la paz social. Con cada Gobierno, cualquiera sea, vendieron paz a cambio de ayudas económicas. Con la llegada de Fernández al poder, en 2019, dieron un paso más: se sumaron a la estructura del poder. Emilio Pérsico y Fernando Navarro, del Movimiento Evita, y Daniel Menéndez, de Barrios de Pie, son funcionarios de Alberto Fernández. Desde Desarrollo Social administran los planes sociales, para disgusto de los movimientos que han quedado afuera. Pero no es la guerra con esos grupos lo que tanto molestó el lunes a Cristina Kirchner. Sucede que los piqueteros del Gobierno han avanzado poco a poco sobre un territorio vedado: el que la vicepresidenta destina a La Cámpora, el movimiento kirchnerista que conduce su hijo, Máximo. El kirchnerismo ve cada día como pierde el control de la calle en esos suburbios donde vive su base electoral. Se trata, en el fondo, de una pelea por el control del territorio y los votos que de allí emanan.
El presidente Fernández tomó el martes el guante arrojado en la víspera por su vicepresidenta. “Dice cosas muchas veces injustas”, opinó Fernández sobre los dichos de Kirchner. “Yo les quiero agradecer a las organizaciones sociales que nos ayudaron a contener a los sectores más vulnerables y llevando solidaridad donde la solidaridad no existía”, agregó enseguida. Desde los movimientos piqueteros aludidos fueron menos diplomáticos. “Flojita de memoria y de agradecimiento, Cristina nos declaró la guerra a todos los movimientos sociales de la Argentina “, dijo Luis D´Elia, un líder piquetero que allá por los años noventa ya cortaba calles en el conurbano de Buenos Aires.
La memoria que exige D´Elia se remonta a los tiempos en que los piqueteros apoyaban al kirchnerismo y a Cristina. “Nos duele la forma en la que habló”, dijo Fernando Navarro, del Movimiento Evita. “Obviamente no comparto sus palabras. Con mucha tristeza, porque Cristina es una referente del espacio, sin dudas”, agregó Daniel Menéndez, de Barrios de Pie. “Querer recortar la tarea de los movimientos sociales a la alta o baja de un plan me parece una actitud muy corta respecto de la tarea que se realiza”, se quejó Menéndez.
Fernández es un presidente debilitado, a tiro diario de las críticas del kirchnerismo, el mayor movimiento de la coalición que hoy lo mantiene en el poder. Los movimientos sociales que lo apoyan son su principal sostén político. Atacarlos desde dentro es dinamitar una de las últimas bazas que le quedan al presidente.
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