Rogelio Muñiz Toledo
“Existe una visión alternativa, basada en la justicia social y en el equilibrio entre la función del Gobierno y la del mercado. Esta es la visión que deberíamos esforzarnos por alcanzar”: Joseph Stiglitz *
En medio de la crisis de salud pública por la pandemia de COVID-19, el pasado 8 de abril el senador Bernie Sanders decidió suspender su campaña por la candidatura presidencial del Partido Demócrata, debido a que consideró que “el camino a la victoria” era “virtualmente imposible”. En un acto de lealtad política con el partido, y no obstante las grandes diferencias entre las propuestas de campaña de ambos, cinco días después anunció que apoyaría a Joe Biden en la contienda por la Casa Blanca.
Para el senador Sanders su campaña era un movimiento que iba más allá de la elección presidencial. Estaba librando una batalla política en la que se enfrentaban dos concepciones divergentes sobre la forma de obtener y ejercer el poder político y sobre el papel del Estado en la economía y en el desarrollo del país. Lo dijo abiertamente: “Nuestro movimiento es más que elegir a un presidente. Se trata de democracia versus oligarquía. Millones de nosotros estamos de pie para decirle a la clase multimillonaria que no pueden tenerlo todo”.
Bernie Sanders encabeza desde hace años un movimiento que busca romper los perversos nexos entre el dinero y las elecciones, entre la riqueza y la política, entre la oligarquía financiera y económica y el poder político, para que quien llegue al gobierno pueda ejecutar un programa basado en las necesidades de las familias trabajadoras, en el que los intereses de estas prevalezcan sobre los de las grandes corporaciones, en la que el interés general se anteponga a los intereses particulares y en la que la libertad y la justicia social sean los ejes en torno a los que giren las decisiones de quienes gobiernan.
En sus dos campañas por la nominación demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Bernie Sanders libró una batalla ideológica en la que su proyecto democrático y progresista, con el que buscaba cambiar las reglas para el acceso y el ejercicio del poder político y reivindicar la función social del Estado en el siglo XXI, se confrontó con los proyectos oligárquicos y conservadores de sus oponentes al interior y al exterior del partido. Aunque no obtuvo la candidatura, ganó el debate y venció en la batalla ideológica.
Desde hace más de tres décadas Sanders ha impulsado una reforma al modelo de financiamiento de las campañas electorales en los Estados Unidos y en sus casi treinta años como legislador ha promovido reformas constitucionales para limitar los montos de las aportaciones privadas a las campañas políticas y para que solo las personas físicas puedan ser donantes y así evitar que las corporaciones financien a los candidatos, a cambio de beneficios.
El senador Sanders es un convencido de que “si no podemos controlar el poder de los multimillonarios para comprar elecciones, las personas elegidas para el cargo responderán a las necesidades de los ricos y los poderosos, en lugar de las necesidades de todos los demás”. En 2010 combatió políticamente una decisión dividida de la Suprema Corte de los Estados Unidos con la que, por 5 votos contra 4, se modificaron los precedentes que durante más de un siglo prohibieron el dinero de las corporaciones en las campañas políticas y que impedían que el poder económico tuviera aún más influencia sobre el poder político.
Sanders se dijo orgulloso de ser el único no multimillonario en la carrera por la Casa Blanca. En congruencia con su negativa a que los millonarios financien las campañas políticas, en las dos ocasiones en las que buscó la candidatura del Partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos (en 2016 y ahora) rechazó recurrir a los super PACs (Comités de Acción Política) para recaudar fondos mediante aportaciones y donativos de sindicatos y empresas, que permite que multimillonarios y compañías donen grandes cantidades de dinero a una campaña y que se gaste sin límite, incluidos montos exorbitantes para propaganda y cobertura en medios de comunicación. En ambas campañas optó exitosamente por financiar su candidatura con el apoyo de muchas personas que hacen pequeñas donaciones individuales.
En la campaña de 2016 rompió los récords de Obama al superar las 2.3 millones de donaciones individuales y en la de 2020 rebasó los 8.7 millones de contribuciones de más de 1.9 millones de donantes -con aportaciones promedio de solo 21 dólares-, superando el número de contribuciones durante toda su campaña de 2016. En febrero de este año había recaudado 46.5 millones de dólares por esta vía.
Siempre sostuvo que no necesitaba a los millonarios para ganar las elecciones -no tuvo un solo donante millonario en sus campañas-; tal vez por eso la clase multimillonaria y la élite corporativa querían que se pensara que no podía ganar, pero la mayoría de las encuestas siempre mostraron no solo que podía vencer en la contienda interna del Partido Demócrata sino que podría ganarle al presidente Trump en las elecciones constitucionales de noviembre.
Su movimiento impulsa la defensa de las libertades y el reconocimiento de los derechos sociales y ambientales de las mayorías y la asignación de los recursos públicos suficientes para garantizar su ejercicio.
En la defensa de su proyecto progresista se confrontó abiertamente con la oligarquía financiera y económica de los Estados Unidos con expresiones como estas: “La pregunta en esta elección es simple: ¿de qué lado estás? ¿Del lado de Wall Street o de la gente trabajadora?”; “Esta campaña se trata de apoyar a los trabajadores, no a Wall Street, las compañías de combustibles fósiles y la industria de seguros de salud”; “Las compañías de seguros y farmacéuticas no quieren que sepas esto. La verdad es que Medicare para todos salvará vidas y miles de millones de dólares. Ahora es el momento de poner fin a su codicia y hacer de la atención médica un derecho”; “Pondremos fin a la avaricia de la industria farmacéutica y aprobaremos Medicare para Todos”; “Si podemos otorgar exenciones fiscales a los multimillonarios, podemos garantizar comidas escolares universales y gratuitas a todos nuestros hijos”.
La de Sanders era una agenda progresista que buscaba responder desde el Estado a las necesidades urgentes de millones de estadounidenses, con ideas calificadas como “radicales” o “socialistas” por la oligarquía política controlada por los multimillonarios, que nunca las impulsaría, pero que haría lo que fuera necesario para impedir que quien las promueve llegue al poder e intente construir “una nación que funcione para todos, no solo para el 1% más rico”, como lo propuso Sanders.
El objetivo del senador Sanders al presentar sus candidaturas a la nominación demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, en 2016 y 2020, no solo era romper la insana relación entre el dinero y la política, entre la riqueza y el poder, sino llegar a la Casa Blanca sin recurrir al apoyo de las corporaciones y los multimillonarios para corregir una de las principales desviaciones de nuestras democracias que amenaza con convertirlas en oligarquías -en las que el poder político está cada vez más al servicio del poder económico- y para acceder al poder libre de los compromisos y las complicidades que limitan el margen de maniobra si se quiere tener “una administración basada en la justicia racial, social, económica y ambiental”, como se lo propuso Sanders de llegar a la presidencia. Es evidente que lo primero es un requisito sine que non si se aspira a lo segundo.
Sanders definió la alternativa progresista que él representaba en la contienda presidencial de 2020 en los términos siguientes: “De lo que trata esta campaña, y de lo que tratará nuestra administración, es de asegurarnos de que toda nuestra gente en la nación más rica de la historia del mundo pueda vivir con seguridad y dignidad. Eso no es pedir demasiado”. Por supuesto que no era pedir demasiado, solo que para lograrlo primero tenía que vencer las resistencias al cambio que le opusieron el poder político y el poder económico y, aunque estuvo cerca, no lo logró, se lo impidieron el establishment político y la oligarquía financiera y económica.
Bernie Sanders perdió la candidatura pero logró posicionar en la agenda pública el diagnóstico sobre la situación del país y las propuestas de cambio en torno a las “piedras angulares” del idealismo democrático que desde más de dos décadas ha impulsado Joseph Stiglitz: la justicia social, la igualdad, la libertad, el combate a la pobreza y la democracia.
Trató de cambiar las prioridades del gobierno ante una realidad lacerante: en un país en el que los servicios de salud y educativos son fundamentalmente privados, 87 millones de personas no tienen seguro médico o lo tienen con una cobertura de salud insuficiente -con las graves consecuencias para su salud y para su patrimonio, como ha quedado demostrado con la crisis sanitaria por la COVID-19- y 45 millones de personas tienen deudas estudiantiles por 1.6 billones de dólares. Por si esto fuera poco, hay medio millón de personas que no tiene otra alternativa que dormir en la calle.
Para responder a esta realidad, las propuestas de Sanders incluían una agenda de derechos sociales fundamentales para garantizar la dignidad humana, lo que significaría reconocer los derechos humanos a la salud, a la educación -incluida la cancelación de todas las deudas estudiantiles- y al agua limpia; reivindicar las libertades civiles -los derechos y las garantías constitucionales no necesitan ser sacrificados en nombre de la seguridad- **; garantizar el cuidado infantil universal; recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores, elevando el salario mínimo hasta al menos 15 dólares por hora; garantizar la baja remunerada por enfermedad y las vacaciones pagadas a todos los trabajadores; recuperar y ampliar el programa DACA (que protege de la deportación a los menores inmigrantes no documentados) para los 1.8 millones de jóvenes elegibles y sus padres; y transformar el sistema energético.
Con el irrefutable argumento “la salud es un derecho, no un privilegio”, Sanders propuso seguro médico para todos, lo que implicaría, según sus palabras: “eliminar la codicia de nuestro sistema corporativo de atención médica, aprobar Medicare para todos y eliminar la deuda médica pendiente”.
Ante una alternativa progresista como la que representaba Sanders, cuya campaña buscaba dar poder a los trabajadores y no a los donantes millonarios, con propuestas orientadas por los valores de la justicia social y los principios de la socialdemocracia y por la idea de una nación basada en la justicia y la dignidad para todas las personas, las resistencias al cambio por parte del establishment y las reacciones de la oligarquía, no se hicieron esperar.
Desde las otras campañas y desde la oligarquía financiera y económica, respondieron de inmediato ante el desafío que representaba Sanders, quien sin tapujos mostró el rumbo que tomaría su gobierno no solo para hacer realidad el reconocimiento de un conjunto de derechos inherentes a la dignidad humana sino para garantizar a todos los estadounidenses su ejercicio. En repetidas ocasiones dirigió mensajes de este tipo a los otros aspirantes y a la oligarquía: “Si deseas hacer un cambio real y crear una economía que funcione para todos, ¿sabes lo que necesita? Debes enfrentarte a Wall Street, a las compañías farmacéuticas, a las compañías de seguros y a la industria de los combustibles fósiles. No tomar contribuciones de campaña de ellos” y “Nuestra campaña tiene que ver con una transformación del país, tiene que ver con tener la valentía para enfrentarse a Wall Street, a las compañías de seguros, a la industria farmacéutica, a la industria de los combustibles fósiles, al complejo aparato militar”.
En cuanto los sectores más conservadores del país se dieron cuenta de que la campaña de Bernie Sanders iba viento en popa y de que sus posibilidades de obtener la candidatura presidencial aumentaban día con día, pusieron en marcha una estrategia política y mediática para frenar una candidatura que “amenazaba” con disturbar el orden establecido, con alterar las reglas de financiamiento de las campañas para romper los nexos entre el dinero y la política -e impedir la construcción de candidaturas al servicio de la oligarquía y de los intereses de los influyentes grupos de poder económico y de los multimillonarios- y con restaurar el equilibrio entre las funciones del Estado y las del mercado, no solo para corregir las distorsiones de este, sino para que el papel del gobierno en la redistribución del ingreso y de la riqueza permita una mayor justicia social, como lo ha propuesto desde hace más de dos décadas en Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz.
No obstante el gran apoyo popular de Sanders, se impuso el establishment y al interior del Partido Demócrata ganó la apuesta por mantener el statu quo. Le cerraron el paso a una alternativa progresista que proponía revisar las reglas y los valores de la democracia para separar al poder político del poder económico y que impulsaba reformas para recuperar el Estado Social de Derecho que se perdió con los gobiernos republicanos de los años ochenta del siglo pasado y que los gobiernos demócratas de Clinton y Obama intentaron pero no lograron devolver a los estadounidenses.
* Joseph Eugene Stiglitz es Premio Nobel de Economía 2001. Presidió el Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton. Fue economista jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial.
** Bernie Sanders fue uno de los 66 representantes que votaron en contra de la Ley Patriótica (legislación fuertemente criticada por organismos de derechos humanos) y el primer legislador en proponer reformas para abrogar sus inconstitucionales disposiciones que ampliaron la capacidad del Estado para combatir al terrorismo sacrificando libertades. Más tarde, la intervención de llamadas telefónicas y mensajes electrónicos sin orden judicial y sin presunción previa de delito, contempladas en esa ley, fueron declaradas inconstitucionales.
*La opinión aquí vertida es responsabilidad de quien firma y no necesariamente representa la postura editorial de Aristegui Noticias.