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La batalla por la sucesión de Merkel desangra a los conservadores alemanes

Armin Laschet, a la izquierda, y Markus Söder, el pasado domingo en el Parlamento alemán.
Armin Laschet, a la izquierda, y Markus Söder, el pasado domingo en el Parlamento alemán.Michael Kappeler / AP

Markus Söder llevaba meses contestando a la pregunta de si querría ser el candidato de los conservadores alemanes a las elecciones con un lacónico: “Mi lugar está en Baviera”. Una frase corta y clara marca de la casa que solía acompañar con una sonrisa telegénica, propia del periodista de televisión que fue al principio de su carrera. Quien interpretara esas palabras como una falta de interés por la cancillería se equivocó. Y de qué manera. Söder, líder de la CSU, el partido-hermano bávaro de la CDU de Angela Merkel, ha embarcado a los conservadores alemanes en la peor crisis que se recuerda en décadas. El domingo pasado, el político de 54 años, presidente de la próspera Baviera –su PIB supera al de Cataluña, Madrid y País Vasco juntas-, anunció su disposición a ser candidato de la Unión, el nombre con el que se conoce la coalición entre la CDU y la CSU que ha estado más años al frente del Gobierno alemán desde el final de la Segunda Guerra mundial. El desafío de Söder ha abierto una batalla que está desgarrando a los socios.

Por increíble que parezca, a cinco meses y medio de las elecciones generales que decidirán el futuro de una Alemania sin Merkel, los conservadores no tienen ni programa ni candidato. La canciller se despide después de 16 años al frente de la primera economía europea y su legado está en entredicho. Su cuestionada gestión de la pandemia en los últimos meses ha hundido al partido en las encuestas y ahora su relevo al frente de los conservadores está en el aire. Armin Laschet, de 60 años, el otro contendiente en la pelea por la nominación, está en una posición muy delicada. Tenía todas las papeletas para ser el candidato: fue elegido presidente de la CDU en enero, lo que tradicionalmente había bastado para liderar a los conservadores en la pugna por la cancillería. Estaba llamado a ser el heredero de Merkel. Pero el órdago de Söder, al frente del hermano pequeño de la coalición, que solo tiene presencia en Baviera, lo ha puesto todo patas arriba en una semana de caos. Los dos quieren ser candidatos; ninguno parece dispuesto a ceder. Laschet cuenta con el apoyo de las estructuras del partido. Söder tiene a su favor las encuestas y a buena parte de las bases. Los conservadores deciden entre popularidad –y populismo- y estabilidad.

“De no ser por la pandemia, Söder jamás habría sido considerado para liderar a los conservadores”, asegura el periodista Roman Deininger, autor de varios libros sobre la CSU y de una biografía sobre Söder publicada el año pasado. El político bávaro ha brillado durante la crisis del coronavirus. Su popularidad ha ido creciendo a medida que se labraba una imagen de gestor serio al que no le tiembla el pulso a la hora de imponer duras restricciones. El 44% de los encuestados por la televisión pública ARD le consideran el mejor candidato. A Laschet solo el 15%. Esa imagen de éxito es muy reciente, recuerda Andrea Römmele, profesora de Ciencia Política en la Hertie School. Hace pocos años el bávaro estuvo entre los políticos más impopulares del país. Söder ganó sus primeras elecciones en Baviera en 2018, pero la CSU se dejó más de 10 puntos porcentuales, el peor resultado del partido desde los años cincuenta.

De crítico de Merkel a alinearse con ella en la pandemia

“Söder era muy conservador y muy rígido en sus posiciones, pero aprendió la lección”, asegura Ursula Münch, politóloga de la Universidad Bundewehr de Múnich. Las elecciones regionales le mostraron que el discurso derechista ya no calaba entre su electorado. Münch recuerda que Söder fue uno de los críticos más feroces de la política migratoria de Angela Merkel. Una de sus expresiones, el ‘turismo de asilo’, sentó especialmente mal a los votantes de centro, que la consideraban más propia del partido ultraderechista Alternativa para Alemania. Söder se refería así a quienes se trasladaban a Alemania cuando su solicitud de asilo había sido rechazada en otros países europeos. El verano antes de las elecciones, cuando las encuestas ya mostraban que la CDU perdía peso, el político empezó a virar: se trataba de buscar “un equilibrio” entre ayudar a los que tenían derecho a asilo y deportar rápidamente a los que no.

Deininger define a Söder como un “animal político”, un tipo con una energía desbordante capaz de dar discursos los domingos por la tarde en rincones perdidos de Baviera, y también como un eficaz “vendedor de sí mismo” que a veces parece “más preocupado por el envoltorio que por el producto”. Capaz de cambiar de opinión en función de cómo respira el electorado, Söder es ante todo “pragmático, aunque hay quien le definiría como oportunista”, dice Deininger, redactor del Süddeutsche Zeitung, el diario más prestigioso de Baviera y uno de los más influyentes del país. Su postura ante el desafío medioambiental es un buen ejemplo. Cuando fue consejero en el Gobierno regional de Horst Seehofer (ahora ministro del Interior en el Gobierno de Merkel) pasó de ignorar la cuestión a volcarse con las políticas verdes cuando intuyó que la sociedad pedía más compromiso ecológico. “De repente era Söder el verde. ¿Cuáles son sus convicciones de verdad? No se sabe”, resume su biógrafo.

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Durante años Söder se despachó a gusto con las políticas de Merkel. Cuando no eran los refugiados, era el rescate de Grecia o la política europea. En el último año, sin embargo, el bávaro se ha alineado con la canciller, partidaria como él de medidas duras para poner coto a la pandemia. Mientras Laschet pensaba durante días qué establecimientos debía cerrar en el Estado que preside, Renania del Norte-Westfalia (el más poblado del país, 18 millones de habitantes), Söder decidía al momento que los cerraba todos en Baviera (13 millones de habitantes). Esa resolución, esa mano dura contra el coronavirus, es la que ha hecho de Söder un posible candidato a canciller, coinciden los expertos consultados. Su olfato político y su capacidad comunicativa han hecho el resto.

La prensa alemana ha contribuido a crear una narrativa que le beneficia, destaca Münch. Durante meses ha tratado a Söder como a un candidato potencial, situándole al mismo nivel que Laschet o incluso destacando más sus virtudes por tratarse de “una novedad” en el panorama político, apunta. Prácticamente cada semana se leían titulares que remarcaban su popularidad. Le beneficiaba salir en rueda de prensa al lado de Merkel tras las reuniones periódicas entre la canciller y los líderes regionales. Y él mismo buscaba los titulares, como cuando anunció que compraba por su cuenta 2,5 millones de dosis de la vacuna rusa. Deininger cree que su órdago no estaba planificado. Durante la pandemia no se ha preocupado de buscarse aliados en la CDU. Más bien al contrario: ha criticado la gestión de otros líderes conservadores y ha enfadado a barones conservadores. Simplemente Söder “vio abrirse ante él una ventana de oportunidad y la aprovechó”, opina su biógrafo. Que Laschet estuviera debilitado tras los malos resultados en dos elecciones regionales en marzo contribuyó a que “la tentación fuera creciendo”.

Hasta hace poco la ambición de Söder estaba colmada. Como político bávaro, nacido en Núremberg e hijo de una pareja que regentaba un negocio de construcción, su mayor aspiración era llegar a ser ministro presidente de la rica Baviera, sede de empresas como Audi, Siemens y BMW. Un Land que despierta admiración en el resto de Alemania por su potente economía y sus bellos paisajes, pero al que también se suele ridiculizar por su conservadurismo, su relación con la Iglesia católica y cierto provincianismo nacionalista. Sus habitantes presumen de pertenecer al Estado Libre de Baviera, una pomposa denominación histórica que no se traduce en nada tangible. Los diputados del Parlamento regional se reúnen en un imponente edificiio construido en la ribera del río Isar por el rey bávaro Maximiliano II. En sus currículums se destaca su estado civil, el número de hijos y la religión que profesan antes que sus logros académicos o políticos. No cabría mayor honor para un militante de la CSU -Söder lo es desde los 16 años- que presidir Baviera, recuerda Deininger. Lo consiguió después de que su rival, Horst Seehofer, marchara a Berlín a ser ministro del Interior con Merkel. Solo tres años después, ambiciona la cancillería. Dice que muchos conservadores le han pedido que se presente. Gane o pierda, dice su biógrafo, saldrá ganador.

“Elegir al que tenga más posibilidades de ganar”

La CSU apoya en bloque a Söder. Y en la CDU han ido apareciendo voces favorables al bávaro a lo largo de esta semana de vértigo. Enarbolan un solo argumento: las encuestas, la popularidad. “Tenemos que hacer candidato a quien tenga más posibilidades de ganar”, dijo el barón de la CDU Reiner Haseloff a Der Spiegel, en una nada velada referencia a Söder. Muchos diputados temen perder su asiento si la Unión saca malos resultados y se aferran a los sondeos. Haseloff, presidente de Sajonia-Anhalt, tiene elecciones regionales en junio y quiere una CDU lo más fuerte posible para entonces. Las encuestas, recordaba esta semana el Süddeutsche Zeitung, son muy volátiles. Si uno hacía caso a los sondeos a principios de 2017, parecía que el socialdemócrata Martin Schulz iba a mandar a la oposición a Angela Merkel, y ya se sabe lo que ocurrió después: unos meses más tarde el partido de la canciller cosechó casi un 33% de votos, el SPD se quedó en el 20%, y ambos formaron la Gran Coalición que gobierna hoy.

Varios miembros de la CDU exigieron este sábado una salida rápida a una crisis que está durando demasiado, coinciden los expertos consultados y fuentes de los conservadores que piden no ser identificadas. Un partido serio, confiable, no puede permitirse dar esa imagen de pelea feroz por el poder interno. Solo hay un precedente similar. En 1979 tanto la CDU como la CSU pugnaban por mandar a su propio candidato: Franz Joseph Strauss por la CSU y Ernst Albrecht por la CDU. Ninguno quiso ceder y la nominación se decidió con una votación del grupo parlamentario del Bundestag, única institución donde están representados los dos partidos. Ganó Strauss, que pese a sacar un 44% de votos, no consiguió arrebatarle la cancillería al socialdemócrata Helmut Schmidt. Solo en otra ocasión la Unión presentó a un candidato de la CSU. Fue en 2002. Merkel llevaba dos años al frente de la CDU y se dio cuenta de que no contaba con suficientes apoyos entre los barones del partido. Se hizo a un lado y concurrió el bávaro Edmund Stoiber, que perdió.

Söder quiere que voten las bases, en una estrategia “populista” –así la califica Römmele- que está desangrando a la Unión y creándole a él muchos enemigos. Cuando se postuló, el domingo pasado, Söder dijo que si la CDU no le apoyaba, respetaría esa decisión y seguirían colaborando amistosamente. Pero apenas 24 horas después, cuando la cúpula de la CDU dio su apoyo a Laschet, Söder no se retiró. Exigió “escuchar otras voces” que no fueran las “10 o 20 personas” de la dirección federal del partido, en un intento de que equipararlas con una élite que no escucha la voluntad popular. El martes asistió a la reunión del grupo parlamentario, donde muchos diputados de la CDU hablaron a favor de Söder con Laschet también presente. No hubo votación, pero según Der Spiegel dos de cada tres parlamentarios de la CDU apoyan al bávaro. Por eso Laschet trata de evitar que el conflicto se zanje con el voto de los diputados. Porque podría perderlo.

¿En qué situación dejaría eso al flamante presidente de la CDU? Una muy precaria, coinciden los analistas. “No parece que a Söder le importe hacer daño a la Unión”, asegura su biógrafo, que cree que perdió la oportunidad de hacerse a un lado de manera elegante el martes. Angela Merkel se ha mantenido al margen de la pugna. Si uno de los dos adversarios no abandona este fin de semana, el grupo parlamentario votaría en el Bundestag el martes. Mientras, con los conservadores desorientados a cinco meses de las elecciones y cayendo en las encuestas, los Verdes se perfilan como una fuerza pujante que podría mandar a la Unión de Merkel a la oposición.


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