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‘La casa Gucci’: nada memorable esta tortuosa familia

Antiguamente les llamaban modistos y modistas. El término ha quedado viejuno, que dirían los modernos. La palabra diseño, aplicable a tantas materias, la sustituyó. Y los mejores del gremio también adquirieron desde hace mucho tiempo el atributo de estrellas y de artistas. Nadie sensato les negará a algunos de ellos el impacto en muchos órdenes de la vida que ha logrado su inspiración y su trabajo, las modas que crean, la identificación de mucha gente (excluidos por supuesto, los vulnerables, que así han decidido ahora los invulnerables denominar a los pobres de toda la vida) con la ropa que estos se inventan. Las biografías de los dioses de la moda acostumbran a ser tormentosas. A Halston le devoraron las drogas, Alexander McQueen se suicidó. Un psicópata frio a tiros a Gianni Versace. Una esposa abandonada y vengativa, con truene peligroso, ansiosa desde jovencita del poder, del dinero y de la gloria que le proporcionaría casarse con uno de los herederos del imperio Gucci, contrató a dos mercenarios en 1995 para que le dieran matarile a su desencantado y ya desdeñoso esposo.

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Ridley Scott, señor de 83 años al que se le acumula el trabajo (hace un mes que se estrenó en España su anterior película, la notable El último duelo), convencido de que el tema era sabroso, narra esta historia de tintes sórdidos, en una familia muy poderosa, triunfadora, con espectacular nivel de negocio. Aquí, uno de los hijos del fundador de Gucci afirma con naturalidad y autoconvencimiento que su familia es comparable a los Borgia y efectivamente ambas acumularon poder, riqueza e influencia, pero también se otorgaron entre ellos dentelladas de todo tipo, traiciones, conspiraciones, asesinatos. Pero los tenebrosos Borgia marcaron la historia de Italia. La maravillosa seda, los zapatos y los bolsos de Gucci tal vez sean perecederos y su fastuoso negocio pasó con rapidez a otras manos, otros gestores, otros creadores.

Tengo un serio problema con esta película, cuyos 150 minutos se me hacen largos. Y es que ninguno de sus personajes me resulta querible, me siento inmune hacia su presunto magnetismo. Ocurren muchas cosas en el afán de los miembros de esta familia por controlar el negocio, hay bobos con pretensiones y hábiles mercaderes, alguno que intentó mantenerse al margen de las luchas y que descubre la adicción al trono. Y en medio, esa mujer inquietante, excéntrica y maniobrera que decide que el camino se puede atajar de forma letal. Pero es que me dan igual todos ellos, que no me fascina ni lo más mínimo su personalidad, lo que dicen, piensan y hacen, su pasado, su presente y su muy negro futuro. Sus intrigas son muy pobres y tampoco me seduce el tono entre satírico y costumbrista que imprime Ridley Scott. Es una película monótona e inútil.

Después del descubrimiento como actriz expresiva, con transparente personalidad, de Lady Gaga en Ha nacido una estrella, en La casa Gucci me confirma que posee otros recursos, que puede asumir variadas tipologías, incluidas las muy raras. Adam Driver es el chico de moda, pero hay algo en él que me resulta cargante. Ridley Scott recurre a pesos pesados como Al Pacino y Jeremy Irons para cubrir a los patriarcas del clan. No aportan nada especial a esta olvidable película.

LA CASA GUCCI

Dirección: Ridley Scott
Intérpretes: Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino, Jeremy Irons, Jared Leto, Salma Hayek.
Género: drama. EE UU, 2021.
Duración: 150 minutos.


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