El Partido Liberal Demócrata (PLD) de Japón ha vencido, pero no convencido, en las elecciones celebradas este domingo. La formación conservadora del primer ministro Fumio Kishida, de 64 años, ha logrado junto a su socio de coalición Komeito la mayoría absoluta al hacerse con más de 261 escaños en la Cámara baja de 465 asientos. Es una cifra por encima del modesto objetivo que se había marcado, lograr al menos la mayoría simple en solitario. Pero a medida que avanzaba el recuento quedaba claro que quedará por debajo de los 276 asientos que había obtenido hace cinco años, 305 si se suma al budista Komeito.
Con la mayoría de dos tercios en la Cámara baja de la Dieta, el parlamento nipón, Kishida puede plantearse reformas constitucionales y se afianza en el cargo menos de un mes después de haber llegado al poder. Kishida, investido el 4 de octubre al ganar las elecciones internas de su partido tras la renuncia de su predecesor Yoshihide Suga a presentarse, aspiraba a que estos comicios le dieran un claro mandato popular para la agenda que ha prometido, de estímulos económicos para fomentar la recuperación tras la pandemia y de medidas para lograr un reparto más equitativo de la riqueza en una sociedad próspera pero desigual.
Cuando aún no había concluido el recuento, el primer ministro aseguraba en una rueda de prensa que los votantes le han “dado la confianza” para seguir gobernando, aunque reconocía que su partido verá recortada la cómoda mayoría que mantenía en la Cámara Baja hasta ahora. La coordinación de los partidos de oposición, que se pusieron de acuerdo en presentar un único candidato en diversas circunscripciones electorales “hizo difícil la situación de los candidatos del PLD en muchos distritos”, dijo Kishida, citado por Efe.
Ahora afronta, entre sus retos más inmediatos, la lucha contra el cambio climático -su intervención en el COP-26 en Glasgow llega justo después de los comicios-, dar un nuevo impulso a la tercera economía del mundo tras la pandemia de covid, y conjugar una excelente relación económica con China, su principal socio comercial, con la cautela que despierta en Tokio el rápido ascenso de su país vecino.
Pero Kishida no ha logrado enamorar al electorado en sus cuatro semanas al frente del Gobierno. Le ha lastrado el recuerdo de la gestión de la pandemia de covid, en la que el Gobierno del PLD tardó en poner en marcha la campaña de vacunación, los casos se dispararon en los meses previos a los Juegos Olímpicos de Tokio este verano -muy impopulares entre la población nipona- y el resultado fue un largo estado de emergencia sanitaria, levantado finalmente el mes pasado.
Además, ha pesado el cansancio tras diez años de mandato del PLD y la propia personalidad de Kishida. El antiguo ministro de Exteriores es un hombre poco carismático, con poca huella entre el público, entre el que su popularidad apenas ronda el 50%; en las elecciones internas del PLD se impuso gracias a los votos a favor de los barones del partido, que apostaron por la continuidad, pese a que los militantes de a pie y las generaciones más jóvenes preferían a otro candidato con mayor reputación de iconoclasta, Taro Kono, de 58 años y hasta octubre ministro a cargo de la campaña de vacunación contra la pandemia.
Únete ahora a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites
Suscríbete aquí
La participación fue ligeramente superior a la de la convocatoria de hace cuatro años: un 55,79% de un electorado de 106 millones de personas, mientras que en 2017 habían acudido a las urnas un 53,7%. Un 20% había depositado su voto por adelantado en un sistema en el que dos tercios de los escaños se otorgan al candidato más votado en cada circunscripción electoral, y el tercio restante se asigna por representación proporcional.
El secretario general de la formación, Akira Amari, se encuentra entre quienes han perdido su escaño. Es un revés de enorme importancia simbólica para el PLD: es extremadamente infrecuente que un cargo de tan alto rango, el número dos del partido, pierda en su circunscripción. Amari, nombrado para su puesto actual por Kishida, ha anunciado ya que dimitirá. En declaraciones tras el cierre de los colegios electorales, Amari reconocía que el partido afronta la pérdida de un número “considerable” de escaños, algo que achacó a la “ansiedad e insatisfacción generadas por la covid”.
En cambio, la oposición, aglutinada desde la izquierda en una coalición en torno al principal partido progresista, el Democrático Constitucional (PDC) -heredero del Partido Demócrata que gobernó entre 2009 y 2012-, y mucho mejor coordinada que en convocatorias anteriores, recogía los escaños que perdía el PLD. El gran beneficiado de la jornada electoral era el Partido de la Innovación, que pasaba de sus once diputados anteriores a lograr, según las proyecciones, entre 34 y 47.
Una mayoría más débil que la de sus predecesores, Suga y Shinzo Abe -el primer ministro nipón que más tiempo ha durado en su cargo (2012-2020) desde el final de la Segunda Guerra Mundial- podría afectar a la capacidad de Kishida para desarrollar su programa. También despierta el espectro que había dominado la política japonesa en los años noventa y en los primeros de este siglo: una sucesión de primeros ministros de escasa relevancia y menor duración, alguno de solo dos meses.
Por contra, Abe utilizó su amplia mayoría parlamentaria para imponer legislación que hacía más fácil a las fuerzas japonesas el contar con un mayor papel en conflictos en la región. También impulsó el ambicioso pacto de libre comercio conocido como Asociación Transpacífica (TPP), entre las dos orillas del Pacífico, y lo mantuvo vivo pese a la retirada de su socio principal, Estados Unidos, tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Abe también recuperó un mayor protagonismo para Tokio en el escenario internacional, donde estrechó lazos con Washington durante sus ocho años de mandato.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.