El ciclo menstrual es un signo vital y una indicación del estado general de la salud de la mujer. Es una función corporal normal y la experimenta casi la mitad de la población mundial. Sin embargo, desde el comienzo de la humanidad ha estado rodeada de tabús y se han creado numerosos mitos, tanto por razones culturales como por razones sociales que todavía perduran en nuestra sociedad. De hecho, según el I Estudio sobre Salud Íntima de los españoles elaborado por Intimina, cerca de un 26% de las mujeres no recibió información sobre el periodo durante su infancia y adolescencia.
Pero desde hace unos años la tendencia a considerar la regla como un tabú (o incluso como una patología) está desapareciendo. Por ejemplo, algunos productos como la copa menstrual están cambiando la visión del periodo, y la sociedad comienza a tener en cuenta las preferencias, las prácticas y la salud menstrual, a la vez que las mujeres se aproximan a un empoderamiento femenino individual y colectivo a través de su sexualidad.
Leona Chalmers, la creadora de la copa menstrual
Desde la antigüedad, las mujeres han experimentado con la protección interna para el periodo, pero no fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX cuando se comenzó a pensar en el uso de una copa interna para recoger el fluido menstrual. Muchos productos, parecidos a la copa menstrual, comenzaron a patentarse en Estados Unidos. Sin embargo, estos nos destacaban ni por su comodidad y ni por su efectividad (algunas se sujetaban externamente con cuerdas), por lo que nunca llegaron a ser comercializados.
La década de los años 30 fue clave para la salud íntima femenina. Leona Chalmers fue la mujer encargada de crear y patentar esta alternativa para la higiene íntima, y de trabajar por las mujeres y luchar por mejores soluciones y mayores opciones para usar durante el periodo. En 1937 patentó la copa menstrual, disponible para la venta en Estados Unidos. Este método de protección estaba fabricado en caucho sin sujeciones externas. Lamentablemente, el estallido de la II Guerra Mundial y la escasez de caucho obligaron a cerrar la producción. Asimismo, y aunque se siguieron comercializando, fue difícil convencer a las mujeres de una sociedad en la que la sexualidad era tema tabú y la posibilidad de manipular los genitales. Usar la copa menstrual era algo impensable.
Pero Chalmers no desistió y continuó la investigación en este ámbito. Desde la década de los 50 hasta los 70, la inventora de la copa menstrual se asoció con una empresa de mayor tamaño para fabricar una nueva versión conocida como Tassette. Incluso se creó una versión desechable (Tassaway) para hacer frente a la popularidad de las compresas y tampones. La compañía invirtió en una gran campaña educativa para que enfermeras asesoraran y aconsejaran a las mujeres en las farmacias de todo el país, pero no se consiguieron grandes resultados y la compañía cerró sus puertas en 1973.
La silicona de grado médico, clave para la popularización de la copa menstrual
Una década después, una nueva copa menstrual de látex de caucho se abrió paso en el mercado americano y europeo, continuando con el legado de Chalmers. Con la llegada del nuevo siglo, en el año 2000 apareció la silicona de grado médico: un nuevo material resistente a las bacterias e hipoalergénica que fue rápidamente adoptada como el material estándar para las copas menstruales gracias a su suavidad y flexibilidad. Es el caso de las copas menstruales Lily Cup y Lily Cup Compact. Esta alternativa higiénica respeta el equilibrio íntimo, no absorbe, sino que recoge el flujo hasta doce horas y es reutilizable hasta diez años.
“Aunque este revolucionario invento ha tardado más de ochenta años en comenzar a ser reconocido en la sociedad, es cierto que el uso de la copa menstrual ofrece la posibilidad de mejorar la relación con nuestros cuerpos y el planeta, a la vez que practicamos y autoconocemos nuestra sexualidad”, aseguran los expertos de Intimina.
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