‘La cosmogonía indígena ha intentado poner orden ante el caos’: Jesús Mario Lozano

Por Héctor González

León (Hugo Catalán), un hombre solo y atrapado con sus demonios internos se esconde en un pueblo perdido. En medio de sus cavilaciones llega Andrés (Armando Espitia), su hermano menor. A partir de su encuentro buscarán una nueva forma de relacionarse con la naturaleza y su pasado. Todo para intentar incidir en un presente caótico y violento.

Filmada en la zona de Cuetzalan, Fuego adentro, es la nueva película Jesús Mario Lozano. La historia, asegura el realizador, recupera la cosmogonía náhuatl e indaga en la necesidad de reconstruirnos como país.

Uno de los temas que sostienen Fuego adentro es el origen, ¿no?

Según los habitantes de la sierra norte de Puebla, ahí está el origen de sus dioses. Aunque el protagonista no se lo cuestiona ni está consciente de eso, sí hay en su relación con la naturaleza una búsqueda redentora y de tocar lo divino. Las cascadas y montañas como epicentro de la cosmogonía náhuatl me ayudaron a estructurar a un hombre solo que busca enfrentar su realidad.

¿Por qué era importante retomar la cosmogonía náhuatl?

Antes de esta ficción filmé en la misma región el documental La sangre bárbara. Ahí hablé de las comunidades nahuas, sus fortalezas y modos de resistencia. Gracias a ese trabajo descubrí su riqueza mítica y en lo personal me aportó una forma distinta e introspectiva de entender el entorno.

¿A través de la película hay una intención por reivindicar esta cosmogonía?

Sí, pero no frontalmente. Son dos hermanos solos arrojados al mundo y con un padre ausente. De alguna manera, representan la caída del partido único en México. Por un lado perdimos sus lineamientos, pero a la vez entramos en una espiral de violencia que parece no tener salida. A través de ambos hablo de esto y es uno de ellos quien a través de un acto ético busca parar la violencia. Reivindico la cosmogonía indígena porque estas comunidades han intentado poner freno al desorden que vivimos.

Aunque en la película la carga metafórica del padre en referencia al Estado, tiene una dimensión política importante.

Claro. Hannah Arendt se preguntaba ¿dónde está la autoridad? No se trata de añorar un Estado violento, pero había quien pusiera orden. A través de la película quería plantear cómo salir del caos en que nos tiene sumidos la violencia. Por eso los personajes están atrapados en un sinsentido y León (Hugo Catalán) se cuestiona qué hacer y toma como alternativa un acto radical. México necesita actos éticos y no el regreso del autoritarismo para construir un Estado diferente.

Sostener la historia en dos hermanos permite hablar de una relación de fraternal y de solidaridad, ¿no?

Totalmente, por eso me interesaba que el centro fueran dos hermanos. Las más grandes complicidades y a la vez las peores guerras se construyen entre hermanos. La fraternidad une, pero también puede ser muy vulnerable porque se juegan cosas tan importantes como el amor de los padres.

¿Qué aportó tu formación teatral para la construcción de los personajes?

Una de las cosas que más me gusta del teatro es la posibilidad de preparar a los personajes con tiempo y ejercicios. Tuve la fortuna de trabajar con Héctor Mendoza y eso me marcó. Su técnica tenía muchas influencias, pero está aterrizada para México. Creo que no la hemos celebrado como se debería. Fue alguien que enfrentó las tradiciones de la telenovela y el teatro para crear algo, era un experto en conseguir que el actor se liberara de los estereotipos.

Desde hace varios años hay una corriente en el cine mexicano reivindicativa de las cosmogonías indígenas. ¿Ahí es donde se pueden buscar nuevas colectividades o narrativas?

Sí, pero no se trata romantizar a los indígenas ni de promover la idea del buen salvaje, sino de ser pragmático y pensar a estos grupos como colectividades con ideas o modos de organización. Los tribunales indígenas tienen otra forma de entender la justicia, por ejemplo. Tienen otros modos de entender la naturaleza o la funcionalidad de gobierno. Habría que mirarlos con otros ojos. En Fuego adentro me interesaba hablar de un país roto que necesita escuchar y aprender a leer lo que sucede desde otros sitios o incluso desde otro lenguaje.


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