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La cruzada de la Iglesia de Nicaragua frente al régimen de Daniel Ortega

Feligreses asisten a una misa en conmemoración del tercer aniversario de las protestas contra el Gobierno que preside Daniel Ortega, en Masaya (Nicaragua), el 18 de abril de 2021.Jorge Torres (EFE)

Los púlpitos se han convertido en una trinchera contra el régimen de Daniel Ortega. En un país donde alzar la voz contra los desmanes del mandatario puede significar la cárcel —como ha ocurrido con decenas de opositores—, los nicaragüenses ven en las parroquias un respiro frente a la censura. Los sacerdotes ocupan ese espacio privilegiado para denunciar los abusos de poder, las violaciones a los derechos humanos y en estos días exhortar a los feligreses a no participar en lo que la oposición ha catalogado como una “farsa”: las elecciones del próximo domingo, en las que Ortega logrará su tercer mandato consecutivo. “Han sido ejemplo de sensibilidad humana”, afirma desde Managua una fuente familiarizada con el clero nicaragüense, que prefiere no revelar su nombre por temor a represalias.

Para el régimen, la Iglesia Católica es su principal dolor de cabeza. Ortega logró desmantelar a punta de balas las multitudinarias protestas que en 2018 exigieron el fin de su mandato, con un saldo de 328 asesinados, centenares de presos y miles de exiliados. Acalló a los medios de comunicación al asaltar y confiscar las redacciones. Borró la competencia política con la detención de las figuras claves de la oposición y ha puesto en jaque a los empresarios al encarcelar a sus liderazgos. Y aunque sus huestes han atentado contra templos religiosos y ha desatado un discurso de odio contra los obispos llamándolos golpistas, no ha podido amedrentar ni callar a la Iglesia.

No siempre ha sido así. Daniel Ortega fraguó una alianza con el fallecido cardenal Miguel Obando y Bravo cuando en 2005 le anunciaron desde Roma que un agonizante Juan Pablo II aceptaba su renuncia como jefe de la Archidiócesis de Managua, la principal del país. Caído en desgracia con el Vaticano, Ortega no sólo ofreció respaldo a Obando, sino que lo convirtió en uno de sus principales aliados y consejero espiritual. En ese año, el cardenal casó por la Iglesia al viejo guerrillero con su compañera de toda la vida, Rosario Murillo, con quien ahora comparte el poder en Nicaragua. Ortega le pidió perdón por los “errores del pasado” y nombró a Obando como dirigente de la Comisión de Paz y Reconciliación cuyas funciones en Nicaragua nadie llegó a comprender. Hay que recordar que Obando y Bravo fue un fiero opositor de Ortega en los ochenta, durante el gobierno revolucionario, a tal punto que en aquella época se le consideraba el “archienemigo de la revolución”. Con la mira puesta en el regreso a la presidencia, lo que logró en 2007, Ortega hizo grandes concesiones a la Iglesia, incluyendo la penalización del aborto en Nicaragua.

Con el fallecimiento del cardenal, Ortega vio en peligro su influencia entre el clérigo. Cuando en 2018 estallaron las protestas contra la imposición de una reforma a la seguridad social, el mandatario presenció desconcertado cómo los obispos se convirtieron en una difícil oposición. “Pensó que iba a tener a los obispos de su lado, pero los obispos se pusieron del lado de la gente”, afirma la fuente. Entonces, Ortega alineó todos su cañones contra el clero. “Yo pensaba que eran mediadores, pero no, estaban comprometidos con los golpistas. Eran parte del plan con los golpistas”, dijo un furibundo Ortega durante la celebración del 39º aniversario de la revolución sandinista, en julio de 2018. “Me dolió que los señores obispos tuvieran esa actitud de golpistas”, dijo el mandatario. Tras esos comentarios, vino la orden de atacar y asediar parroquias, de amenazar a sacerdotes y despotricar contra ellos desde el discurso oficial. En la mira estaba especialmente uno, monseñor Silvio Báez, la voz más crítica de la Iglesia contra los desmanes de Ortega.

Los sermones de Báez se convirtieron en dardos que incomodaron al régimen, hasta el punto que el Vaticano tuvo que sacar al obispo de Nicaragua, por temor a su integridad. Desde fuera, Báez mantiene su posición crítica y cada homilía la aprovecha para llamar la atención de lo que ocurre en Nicaragua. “Son ciegos también los poderosos que se imaginan eternos, que se engañan creyendo que una mentira repetida una y otra vez se convierte en verdad y piensan que reprimir a los pueblos les asegura para siempre el poder que poseen. Entre los ciegos más miserables están los tiranos y opresores. Se enorgullecen de ser ciegos”, dijo Báez en una homilía a finales de octubre. Consulado por EL PAÍS, el obispo se excusó de dar entrevista, alegando la difícil situación política que atraviesa Nicaragua. “Me estoy limitando a lo que digo en mi predicación en la misa dominical, en la que siempre me refiero a la situación del país”, ha afirmado.

Como Báez, otros sacerdotes consultados han preferido no dar declaraciones, temerosos a las represalias del régimen. Todos piden seguir sus sermones, en los que expresan su repudio a las violaciones a los derechos humanos en el país centroamericano. “Cada nicaragüense debe cuestionarse si vivimos en un Estado de Derecho y de acuerdo a su respuesta decidir en la inviolable dignidad de nuestra conciencia, sin miedo a nada ni a nadie, sin miedo a ningún tipo de amenazas, de coacciones, de chantajes que puedan provenir de alguien o de algún sector, porque amadísimos hermanos y hermanas, para ser libres nos liberó Cristo”, dijo el domingo pasado monseñor Rolando Álvarez, obispo de la Diócesis de Matagalpa, localizada al norte de Nicaragua. El 10 de agosto, la Arquidiócesis de Managua ya había advertido en un mensaje que en Nicaragua “no hay condiciones para elecciones democráticas”. Según la organización, “el pueblo nicaragüense, que tiene derecho a optar por diferentes opciones políticas, se encuentra impedido de expresar sus simpatías votando en las elecciones de noviembre para elegir a las máximas autoridades del país”, afirmaron los obispos.

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Estos mensajes calan hondo en El Carmen, el búnker de Ortega y su familia en Managua. Al perder el favor de la Iglesia, Ortega perdió mucho capital político en un país profundamente religioso. Su esposa, Rosario Murillo, ha intentado sustituir el papel de los curas en sus mensajes diarios, una suerte de homilía mística en la que invoca a la Virgen, a Dios y los santos, pero que no cala en el imaginario de una sociedad cansada tras 14 años de Gobierno autoritario. En un país convertido en un gulag, los nicaragüenses, religiosos o no, ven en la cruzada de los obispos frente a Ortega un alivio a la opresión.

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