La cruzada judicial de 111 pastores evangélicos contra un escritor brasileño por un tuit

El escritor J. P. Cuenca posa en un café de São Paulo tras ser demandado por más de un centenar de pastores evangélicos por un tuit.
El escritor J. P. Cuenca posa en un café de São Paulo tras ser demandado por más de un centenar de pastores evangélicos por un tuit.Lela Beltrão

El escritor J.P. Cuenca se siente como un “Kafka en los trópicos”. No es la primera vez porque hace unos años este escritor brasileño se vio envuelto en una situación surrealista al descubrir que llevaba tiempo muerto para las autoridades. Convirtió aquel embrollo burocrático en material para su novela Descubrí que estaba muerto (Planeta, 2017). Ahora, el asunto trasciende su persona y lo que está en juego tiene más calado. Cuenca es el acusado en una amplia ofensiva judicial por un tuit que publicó en junio. Más de un centenar de pastores de una de las iglesias evangélicas más poderosas de Brasil reclaman ante los tribunales indemnizaciones a causa de esta frase: “Los brasileños solo serán libres cuando ahorquen al último Bolsonaro con los intestinos del último pastor de la Iglesia Universal”.

Para João Paulo Cuenca (Río de Janeiro, 1978), lo que está en juego es el derecho a la libertad de expresión, y el derecho a la ofensa, en un país polarizado hasta el extremo bajo la presidencia de Jair Bolsonaro, al que considera “un fascista y un genocida”. Cuenca relataba esta semana en un café de São Paulo los detalles del caso. Recalca, de entrada, que el tuit es “una paráfrasis de una metáfora de casi 300 años”, escrita por el francés Jean Meslier, sobre las élites y la Iglesia católica. Aunque explicó esto aquella misma noche en un hilo de Twitter, sufrió ataques y amenazas.

En Brasil estos son tiempos propicios para controversias viscerales y argumentos hirientes. En dos días, el novelista había perdido la columna de opinión que publicaba en la filial local de Deutsche Welle. El canal público alemán lo despidió al considerar el contenido del tuit contrario a sus valores. DW también repudió en su nota “cualquier discurso de odio e incitación a la violencia”. Al novelista le enerva esa referencia, que considera difamatoria porque, insiste, la frase no debe ser entendida en sentido literal. Para eso le puso unas comillas y añadió la aclaración.

El diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente, terció en la polémica vía Twitter, anunció una demanda y, a partir de ahí, estalló el ciberpandemonio. Cuenta el autor que sus buzones en Twitter, Facebook e Instagram se llenaron de insultos y amenazas de muerte.

Pasaron varias semanas y, cuando la tempestad amainó en redes, saltó la sorpresa. Cuenca descubrió que pastores de la Iglesia Universal del Reino de Dios -liderada por un valioso aliado de Bolsonaro- han presentado demandas judiciales por daños morales contra él en ciudades dispersas y remotas. Primero eran diez, luego decenas y este jueves sumaban 111 denuncias. Lo más peculiar es que son demandas individuales ante juzgados de municipios repartidos por casi todo Brasil, ciudades pequeñas, alejadas de cualquier aeropuerto. Cada pastor reclama entre 10.000 y 20.000 reales de compensación. Juntos, exigen entre 150.000 y 300.000 euros.

El detonante del tuit, explica el escritor, fue una noticia que leyó ese día. Informaba de que el Gobierno brasileño iba a subvencionar canales y emisoras de Iglesias evangélicas, aunque tienen deudas con el Estado. Los evangélicos pentecostales fueron un apoyo electoral crucial para Bolsonaro. Ningún otro colectivo le impulsó de manera tan unánime al poder.

“La idea (de los demandantes) es crear un caso indefendible, un caso que me vuelva loco porque no tengo capacidad económica o logística de defenderme en todas estas pequeñas ciudades”, explica el novelista en el español que aprendió de su padre, inmigrante argentino. Ese aluvión de demandas dispersas por un territorio continental es un enorme desafío para cualquiera.

El abogado Fernando Hideo Lacerda, que ha asumido gratis la defensa, apunta: “Las demandas no son idénticas, pero veo un patrón, eso nos hace pensar que es una acción orquestada a nivel nacional”, explica. Aunque cada una la firma un pastor concreto de la Iglesia Universal, el lenguaje sugiere que fueron redactadas por abogados. Con textos similares, solicitan indemnizaciones por cuantías parecidas.

En algún caso las demandas son prácticamente idénticas como las que firman los pastores Lucio Furtado, en Unaí, y Rogerio da Silva, en Ariquemes. La primera ciudad queda en el estado de Minas Gerais, la segunda en Rondonia. Más de 2.500 kilómetros las separan. Al demandado y a su defensa les llama poderosamente la atención que ni una sola fuera presentada en la mayor cuidad de Brasil, São Paulo, donde vive desde que dejó atrás un Río de Janeiro cuya escena cultural entró en decadencia tras los Juegos Olímpicos. El letrado añade un detalle para afianzar su tesis. Los pastores han recurrido a una vía que les exime de pagar las costas si pierden.

Consultada sobre las demandas de sus pastores, la Iglesia Universal recalca que son autónomos para decidir si acudir a los tribunales. Añade que “la libertad de expresión no es un derecho absoluto. En Brasil no está permitido que una “sátira” o “metáfora” promueva ideas despreciables como el nazismo, el racismo o los prejuicios de cualquier tipo, incluido el prejuicio religioso”. Casualidad, Cuenca comparte editorial en Brasil con Edir Macedo, el líder de la Iglesia Universal, que ha levantado un imperio religioso multinacional con 10.000 templos en decenas de países que suman millones de fieles. Ambos publican en Planeta.

El escritor opina que con aquel tuit, que borró por consejo de sus abogados, tomó por un instante la iniciativa en un panorama político marcado por una oposición constantemente a la defensiva. Desde que gobierna, Bolsonaro y sus aliados deciden la agenda política y el debate público. “La mecánica es la siguiente: ellos hacen o dicen cosas, reaccionamos, les hacemos propaganda… Con una paráfrasis de una metáfora de casi 300 años, por un instante invertí el juego. Les hice reaccionar porque se sintieron ofendidos. Ellos creen que tienen el monopolio de la ofensa”. Al escritor le preocupa cómo se han normalizado las amenazas y exabruptos proferidos por Bolsonaro y sus afines contra el Partido de los Trabajadores, los homosexuales, los transexuales, los que profesan las religiones de origen africano…

Cuenca, autor de cuatro libros traducidos a ocho lenguas, no es el primer brasileño que se ve envuelto en un caso así. Fue en 2007. La protagonista, una reportera de Folha de S. Paulo que escribió sobre los negocios de la Iglesia Universal. Un centenar de pastores la llevaron a los tribunales. Ganó todas las demandas después de que el diario enviara abogados y periodistas a cada pueblo. Se gastó un dineral.

El novelista asegura que más allá de defenderse con sus limitados medios, pretende contraatacar en los tribunales. “Si esto es normalizado por el sistema judicial y la sociedad brasileña, mañana le puede tocar a cualquier otro que los ofenda”, advierte. Su estrategia es intentar demostrar que los pastores no buscan justicia. “Si consigo demostrar que me están atacando usando el sistema judicial para acosarme en una acción coordinada, logro ganar, obtengo una indemnización y ellos pierden, se transformará en caso paradigmático”. Es consciente de la dificultad. “El clima no es el de 2007. Es otro Brasil. Ahora estamos gobernados por un fascista, caminamos hacia una teocracia evangélica de extrema derecha”.

El novelista pretende sacarle el máximo provecho a la experiencia. Como hizo con su novela anterior tras descubrir su muerte oficial, está incorporando material de esta nueva odisea a su próxima obra. Empezó a escribirla durante una estancia en Madrid y ya tiene título: Nada es más antiguo que el pasado reciente.




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