“Un resumen de muchos pisos de Madrid”. Así define el diseñador de producción Antxón Gómez (San Sebastián, 1952) el escenario principal de Madres paralelas, el último largometraje de Pedro Almodóvar. Gómez, en conversación telefónica, explica el proceso de creación del piso donde vive la protagonista, Janis, interpretada por Penélope Cruz, y cuya ubicación se adivina en los primeros minutos del metraje: la plaza de las Comendadoras, en el barrio de Conde Duque, uno de los epicentros de un Madrid castizo y equilibradamente moderno que, como otros elementos de la película, articula un diálogo permanente entre presente y pasado, modernidad y tradición, vida contemporánea y memoria histórica. “La protagonista es una fotógrafa con un poder adquisitivo medio, y nos gustaba la idea de que viviera en Comendadoras, así que nos inventamos un piso que en realidad sintetiza muchos pisos que hemos visto en Madrid, y que es claramente madrileño”, apunta Gómez.
Para el director de arte vasco, colaborador habitual de Almodóvar desde Todo sobre mi madre (1999), este proyecto conforma una inmersión en la estética contemporánea de la capital. Si en Los abrazos rotos, La piel que habito o La voz humana los interiores resultaban escenográficos y eficazmente dramáticos, y en Dolor y gloria la guía fue la propia vivienda del cineasta, en Madres paralelas –y, en menor medida, en Julieta– hay una cierta vocación de realismo aunque, como apunta Gómez, “el universo almodovariano siempre es un poco más exagerado que la realidad, siempre está un poco por encima del estándar”. De ahí que, por ejemplo, para adecuarse a los espacios requeridos por el guion, la vivienda recreada en el estudio resulte más espaciosa que los pisos más habituales en el centro de Madrid, o que en sus interiores se acumulen clásicos del diseño y obras de arte que resultan imponentes, pero que quedan justificados por la trayectoria de éxito de la protagonista en la fotografía de moda.
Varios elementos remiten a lo madrileño. Para empezar, que es una casa reformada a lo largo de los años. “Lo hemos imaginado como un piso antiguo que originalmente estaría muy dividido, y en el que se han tirado paredes dejando sus huellas en el suelo”, apunta Gómez. Del mismo modo, cuenta, la mezcla de suelos –parquet en las zonas más nuevas, baldosa hidráulica en las antiguas– incide en la idea de una casa llena de cicatrices que, como un motivo recurrente, subrayan la importancia de la memoria en el argumento. “Hay cosas muy madrileñas, como los balcones fraileros, que son los habituales en ese barrio”, cuenta. “Queríamos que los personajes fumaran, pero esos balcones no se prestan a ello, así que tuvimos que crear una terraza interior que en realidad es un patio de luces y ubica la acción en un primer piso”, desarrolla. Este patio, tenuemente iluminado y decorado con macetas y mobiliario de jardín, evoca otra terraza almodovariana: el ático lleno de plantas desde el que los personajes de Mujeres al borde de un ataque de nervios buscaban oxígeno en un Madrid burgués, sofisticado y mucho más frío que el de Madres paralelas.
“El rellano y la escalera son totalmente madrileños”, afirma Gómez. “Yo vivo en Barcelona y allí las escaleras nunca son de madera. También el ascensor es un diseño moderno que, como en tantas casas tradicionales de Madrid, se ha colocado en el hueco de la escalera, cortando la barandilla. Mucha gente me pregunta también por la mirilla, que es una mirilla llamativa, pero que en realidad está en muchos edificios de Madrid, igual que la puerta de entrada formada por dos hojas de distinto tamaño”. Del mismo modo, la casa de pueblo donde se desarrolla el último tramo de la película es un ejercicio de reconstrucción creativa: como cuenta Gómez, los azulejos de la cocina fueron pintados a mano expresamente para crear la estancia que tenían en mente.
El trabajo de Gómez resulta imprescindible para comprender la intrincada red de referencias visuales que caracterizan al cine de Almodóvar. Desde el empleo expresivo de verdes y aguamarinas en paredes y fondos –especialmente eficaz cuando contrasta con el inevitable rojo almodovariano– hasta la fascinación con la tecnología –móviles, ordenadores, cámaras– o, por supuesto, la presencia de muebles, objetos y obras de arte, todo lo que ocupa la pantalla habla tanto de la construcción de los personajes como del universo plástico del propio director. “El criterio de Pedro es el que acaba decidiendo”, apunta Gómez. En la casa principal de Madres paralelas hay viejos conocidos identificables a primera vista: vajillas de Sargadelos, la silla más famosa de Pierre Jeanneret y la Cesca de Marcel Breuer, electrodomésticos retro de Smeg, baterías de cocina de Le Creuset, lámparas de Serge Mouille, Achille Castiglione o Michael Anastassiades y porcelanas de Vista Alegre. Algunos objetos hablan del gusto personal de Almodóvar, pero la mayoría retratan la personalidad de la protagonista, cuya naturalidad la lleva a pelar patatas con una camiseta de Dior o a relacionarse con sus pertenencias –algunas, muy lujosas– con soltura, mezclándolas y desordenándolas de manera caótica. En las antípodas se encuentra la otra casa de la película, la vivienda burguesa, elegante y fría, donde residen Ana (Milena Smit) y su madre, Teresa (Aitana Sánchez Gijón). En casa de Janis, los frascos de vitaminas o toallitas de bebé campan a sus anchas en las estanterías. En la de Ana y Teresa, los objetos miran al espectador congelados en vitrinas sin mota de polvo. Son interiores domésticos con planteamiento, nudo, conflicto y desenlace.
Las obras de arte también narran su propia historia. La protagonista es fotógrafa, y su casa está llena de obras propias y ajenas que a veces se resignifican y aportan un relato imaginado. Así sucede con Les Festas Hippies (1976), de Oriol Maspons que, por cierto, es una de las propuestas de la galería Blanca Berlín para la próxima edición de Estampa. “Es una foto real que resume el personaje de la madre de Janis”, cuenta Gómez, que también menciona imágenes de Virxilio Vieitez o de la propia colección de Almodóvar (varios de los lienzos que decoran la casa proceden de la serie de fotografías intervenidas que el manchego ha realizado junto al artista Jorge Galindo). La moda está representada por imágenes monumentales de Irving Penn y Richard Avedon, y el propio gusto de Almodóvar como coleccionista se plasma en las esculturas de Dis Berlín que decoran la chimenea de la vivienda. La presencia de una pintura de Romero de Torres, a su vez, retoma un hilo iconográfico que comenzó en La piel que habito: las obras del cordobés pueden desentonar en este interior contemporáneo, pero enriquecen las lecturas del filme gracias a su densa trama simbolista y a su lectura de la feminidad. Como sucede en películas de otros grandes directores europeos como Fassbinder, Saura o Fellini, los objetos y las obras de arte de Almodóvar cuentan una película paralela que enriquece e intensifica la trama principal. Gómez lo corrobora. “La decoración es un personaje más”.
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