Nunca estuvo tan cerca la extrema derecha de llegar al poder en Francia, pero al final no lo logró. Mientras buena parte del país —y de Europa, y del mundo— suspiraba de alivio al conocer que Emmanuel Macron había derrotado a Marine Le Pen, entre los seguidores de la candidata presidencial de extrema derecha, reunidos para seguir la noche electoral en un antiguo pabellón de caza en las afueras de París, resonó un grito de frustración que no aplacó ni el saber que, pese a su derrota, la líder del Reagrupamiento Nacional (RN) había logrado su mejor resultado de la historia, el 41,6% de los votos, según el recuento del Ministerio del Interior con el 99% escrutado. “Las ideas que representamos han llegado a la cumbre”, dijo Le Pen al reconocer la victoria de Macron.
“Estos resultados representan una victoria”, insistió la líder del RN en el discurso en el que reconoció su derrota, la segunda consecutiva, en el objetivo de convertirse en la próxima presidenta de Francia. Sus palabras llegaron apenas 12 minutos después de conocerse los primeros resultados a las 20.00. “Millones de nuestros compatriotas han elegido el campo nacional”, afirmó la candidata de la ultraderecha. “Estamos más determinados que nunca. Esta derrota no puede suponer sino una esperanza, una señal a los dirigentes franceses y europeos de que hay un gran desafío del pueblo francés, que no pueden ignorar”. “La partida no se ha acabado”, advirtió y llamó a dar la batalla frente al “proyecto destructivo” de Macron en las elecciones legislativas que se celebrarán dentro de unas semanas.
Fabienne Daumas aplaudió a rabiar, como los otros 500 seguidores invitados reunidos en el Pavillion de Armenonville, un pabellón de caza del Siglo XVIII reconvertido en restaurante en el bosque de Boulogne, junto a Neully-sur-Seine, una de las zonas más ricas de París (y donde Macron ganó desde la primera vuelta) reservado por el RN para la noche electoral. Aun así, esta trabajadora de la industria química que vino desde el departamento de Val d’Oise hasta la fiesta del RN, no podía ocultar su disgusto.
“Claro que estoy decepcionada, el país ya estaba en un estado catastrófico, Macron es un presidente que no soporta a los franceses, no nos quiere, escupe sobre Francia, sobre su historia y sobre la cultura, nos desprecia”, repetía mientras Le Pen hablaba y prometía que la batalla continuará.
Junto a una amiga que la acompañó a lo que esperaba iba a ser, por fin, una celebración de victoria, Daumas apuró la copa de champán embotellado especialmente para la ocasión —”Champagne Marine présidente 2022″, rezaba la etiqueta— que los camareros abrían sin parar desde antes de las 20.00. El último trago, reconocía, le supo ya amargo. Otros ya habían dejado la copa sin acabar y empezaban a salir de la sala.
Según la prensa francesa, la líder de extrema derecha había previsto, en caso de victoria, desfilar con un cortejo de autobuses venidos de toda Francia, por varios lugares “simbólicos del vínculo entre el pueblo y el Estado”, como había filtrado un asesor de Le Pen, que citó el Arco del Triunfo —a apenas unos minutos del pabellón—, la plaza de la Concordia o la de la República. No salió ningún vehículo más que la caravana que un rato más tarde se llevó a Le Pen y su equipo, dejando en el pabellón a los pocos seguidores que trataban de digerir la nueva derrota y mirar, decían, con ganas hacia las legislativas de junio como una forma de revancha.
Así lo veía también uno de los hombres más cercanos de Le Pen, David Rachline, alcalde RN de la localidad sureña de Fréjus. “Hemos progresado de manera bastante espectacular en comparación con 2017, tenemos que continuar ese trabajo. En unas semanas habrá legislativas y si todos los que se han movilizado para esta segunda vuelta presidencial van a votar a las legislativas, los franceses podrán beneficiarse de legisladores que lucharán contra la política de Macron”, aseguró a periodistas. Rachline acusó al equipo de Macron de haber intentado “diabolizar y caricaturizar” a la líder de extrema derecha, hasta el punto de “haber dado miedo a algunos franceses”.
La Marine Le Pen de 2022 no es la misma Le Pen que en 2017. Ha culminado el proceso de desdiabolización que inició al tomar las riendas del partido hace 11 años y que ha acelerado en el último quinquenio tras su derrota de 2017, en el que muchos la calificaron de cadáver político. En vez de ello, ha sabido seguir puliendo su imagen y la de su partido, que presenta un programa con los extremos limados, aunque el fondo siga siendo muy duro. Nada de salir de la zona euro como proclamaba hace cinco años —y que, según muchos expertos, fue una de las claves de su derrota— y tampoco hablar abiertamente de abandonar la Unión Europea, aunque su propuesta de una Europa de naciones signifique de facto cuestionar los fundamentos del bloque de los Veintisiete. Mano dura contra los migrantes, sí, y mucha, pero por la vía de un referéndum para consultarlo con el “pueblo”. Ese “pueblo” ha sido fundamental en la campaña. Le Pen supo identificar rápidamente el poder adquisitivo como uno de los temas clave de este proceso electoral y lo ha explotado a fondo, presentándose como la candidata que defenderá a los ciudadanos olvidados y que no llegan a fin de mes de la “casta” y la “oligarquía”.
Para Joao y Monique Da Costa, una pareja de la región parisina de origen portugués (ella nació en Francia de padres migrantes, él llegó a los 18 años) y militantes del RN desde hace años, ha sido la estrategia adecuada.
“Marine ha cambiado su imagen, se ha quitado el Le Pen, que era su padre, y ahora tiene otras ideas. Creo que se está modernizando con la gente nueva que llega” al partido, valoraron. Están convencidos de que ese cambio de imagen está dando sus frutos, aunque no haya redundado aún en la victoria. Para empezar, cuentan, ellos ya no ocultan su filiación política. “La situación ha cambiado. Hasta nosotros, que somos FN desde hace años, es verdad que antes no podíamos hablar abiertamente; ahora nos atrevemos más a hacerlo y vemos que es una gran fuerza política y que hace falta que convenzamos a más gente”, dicen. Al fin y al cabo, señalan, el RN es hoy “la segunda fuerza política en Francia”, aunque ese poder de votos no se haya trasladado aún al poder real: apenas hay un puñado de diputados del RN en la Asamblea Nacional y el partido solo gobierna en una ciudad de más de 100.000 habitantes, Perpiñán.
“Ha dulcificado su imagen, es menos virulenta y es una buena estrategia para ella y para su partido”, coincidía Denise Cornet. Esta jubilada de París es una militante entregada. El jueves pasado, se desplazó hasta Arras para el último mitin de Marine Le Pen. Lleva 30 años militando en el FN y ha conocido todas las alegrías, que no han sido muchas, y también la amargura de las derrotas, mucho más numerosas. Igual que esta noche, también estuvo en la celebración de la noche electoral de 2002, cuando el padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, al que dice “venerar”, logró pasar a la segunda vuelta. Le Pen padre sufrió una devastadora derrota: solo 18% de los votos, mientras su rival, Jacques Chirac, obtuvo el 82%.
Frente a ese resultado, el 41,6% de este domingo no le sonaba tan mal. “Llegar tan lejos ya es una victoria, incluso aunque no esté en el poder, ha hecho lo que ha podido”, aseveraba. Desde el estrado, Le Pen prometió que no tirará la toalla, pese a que acumula una tercera derrota presidencial. Cornet asentía, aunque tampoco le preocupaba, decía, que en un futuro no haya un Le Pen al frente del que ha sido su partido casi la mitad de su vida. ¿Votaría si estuviera alguien distinto, por ejemplo el joven presidente del RN, Jordan Bardella? “¿Por qué no? Son sobre todo las ideas lo que defiendo. Y el fondo sigue siendo el mismo”.
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