Los 1.070 cristianos que viven en la franja de Gaza entre dos millones de musulmanes comienzan esta Navidad sin saber cuántas veces más podrán volver a celebrarla con guirnaldas y villancicos en el enclave costero palestino. Cuatro guerras con Israel en poco más de un decenio, la última el pasado mes de mayo, y un prolongado bloqueo han convertido la Franja en un territorio prácticamente inhabitable. Su declive simboliza el riesgo de extinción del cristianismo en Oriente Próximo, que fue la cuna de la fe que decoraba una cuarta parte de la población bajo el Imperio Otomano.
“En este lugar se vive como una paradoja el espíritu de la Navidad tras un año horrible de guerra y miseria”, confiesa Gabriel Romanelli, un sacerdote argentino de 52 años que lleva media vida en Oriente Próximo y ahora ejerce como párroco del templo de la Sagrada Familia en la capital de Gaza. “Con 14 religiosos a su servicio, los 130 católicos de la Franja son probablemente los cristianos mejor atendidos de toda Iglesia”, asegura con ironía porteña mientras ceba un mate rodeado de adornos navideños.
La inocente broma no puede ocultar la inquietud de sus palabras sobre una menguante comunidad. “En 2005, cuando vine por primera vez como coadjutor, en Gaza había unos 3.000 cristianos. Hoy apenas superan el millar; en su gran mayoría fieles del rito ortodoxo griego, preponderante en Palestina”, lamenta. “Desde entonces se han sucedido los conflictos y el aislamiento forzado ha generalizado la miseria”.
La mitad de los cristianos de Gaza han solicitado permiso a las autoridades israelíes para poder viajar a Cisjordania y asistir a las celebraciones religiosas navideñas en Belén a partir de este viernes, para los católicos, y del día 7 de enero, para los ortodoxos. “Esperamos que este año puedan acudir a la basílica de la Natividad medio millar de fieles desde la Franja, después del cierre de fronteras del año pasado a causa de la pandemia y de las restricciones de 2019, cuando solo obtuvieron permiso unas 200 personas”, explica el párroco de la Sagrada Familia. “A fin de cuentas, están pidiendo viajar dentro de su propio país”, recuerda. Los hombres con edades comprendidas entre los 16 y los 35 años suelen tener más dificultades, y en ocasiones el permiso solo se concede a parte de los miembros de una familia, lo que impide de hecho el viaje.
“Israel, que limita por norma la salida de los gazatíes, teme que muchos cristianos ya no quieran regresar de Cisjordania y se queden allí”, precisa el sacerdote argentino. “Además de las secuelas de las guerras y el bloqueo, la endogamia entre las pocas familias cristianas de Gaza hace que muchos busquen pareja para casarse en otras zonas de Palestina”, revela.
El padre Romanelli se encontraba azorado en vísperas de la Navidad preparando la visita a la Franja de Pierbattista Pizzaballa, el patriarca latino de Jerusalén. Junto con el resto de los líderes religiosos cristianos de Tierra Santa, el arzobispo Pizzaballa ha suscrito una carta abierta en la que se denuncian “los continuos incidentes (…) y la intimidación protagonizada por grupos radicales [judíos] que sufren los cristianos”, que representan un 2% de la población del Estado de Israel. El Gobierno israelí se ha apresurado a refutar las afirmaciones de los jefes de las iglesias por “distorsionar la realidad de su comunidad”.
El recinto de la Sagrada Familia es como un gueto cerrado en el distrito de Zeitun, el antiguo barrio cristiano, por el que despunta un campanario sin señales visibles que anuncien la Navidad. El gran árbol, las iluminaciones y los adornos se guardan de puertas para adentro, donde alumnos de la escuela católica juegan al fútbol entre imágenes de papá Noel. “Como de costumbre, tendremos que brindar entre nosotros. No es fácil conseguir vino en Gaza”, reconoce el párroco, sin mencionar al movimiento islamista Hamás, que gobierna de facto el enclave desde 2007 y que ha impuesto la ley seca.
En el cercano templo de San Porfirio, la comunidad cristiana ortodoxa de rito griego también reserva estrellas y guirnaldas para el interior del recinto. Kamel Ayad, portavoz de la iglesia ortodoxa en Gaza, cuestiona el sistema de permisos que concede Israel para viajar a Belén. “Una vez se lo concedieron a un niño de cinco años, pero se lo negaron al resto de la familia”, asegura. Ayad, técnico administrativo de 45 años, rememora cuando los cristianos podían colocar un árbol de Navidad en una plaza, sus boy-scouts desfilaban por la calle, como en Cisjordania, y se podía viajar sin restricciones a Jerusalén.
“Somos muy pocos. En 1948, cuando se creó el Estado de Israel había más de 5.000 cristianos en Gaza, pero representábamos un 5% de la población, con influencia en sectores profesionales como el mercado del oro”, recapitula. “Pero tras la llegada de miles de refugiados palestinos (un 70% de los actuales habitantes del enclave) casi hemos desaparecido”, concluye. “Y ahora tampoco nos dejan movernos en nuestro propio país”.
En el club social de San Porfirio, un grupo de cristianos ortodoxos coloca los adornos navideños en el árbol. Las mujeres llevan el pelo descubierto. Al menos dentro del recinto que rodea el templo. La comunidad cristiana de Gaza mantiene varios centros educativos de reconocida calidad, en los que también estudian unos 10.000 alumnos musulmanes. “Es difícil evitar que los jóvenes se marchen, aquí no tienen futuro”, admite Kamel Ayad. La mitad de la población activa de la Franja está en paro. Entre los menores de 25 años, la tasa de desempleo alcanza el 70%, según el Banco Mundial.
Los escasos centenares de cristianos que lleguen esta Navidad hasta Belén encontrarán una plaza del Pesebre vacía de peregrinos extranjeros. La propagación de la pandemia por la variante ómicron ha forzado el cierre de las fronteras israelíes, por las que acceden casi todos los visitantes a Tierra Santa. Tras haber recibido 1,5 millones de turistas en 2019 y por segundo año consecutivo, Belén, la cuna del cristianismo permanecerá desolada durante su gran fiesta anual por el nacimiento de Jesús. La posterior huida de la Sagrada Familia, que la tradición religiosa encaminaba hacia la franja de Gaza, parece tener tomado sentido inverso dos milenios después.
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