La difícil vida en la Tierra del astronauta Gagarin

Hace ahora sesenta años que el primer hombre voló por el espacio. Fue Yuri Alekseyevich Gagarin, un nombre inscrito para siempre en los libros de historia. Gagarin era el candidato perfecto, el prototipo del “hombre nuevo” soviético en el marco de las tensiones de la Guerra Fría. Una obra cuyo golpe maestro, según afirma The Times, es unir las historias de los dos programas espaciales.

Yuri Alekseyevich Gagarin se inscribió en 1959 en un programa reservado que buscaba reclutar futuros cosmonautas. Hacía sólo dos años del primer Sputnik y el único ser vivo que había volado por el espacio se llamaba Laika, una perrita que había sido recogida en las calles de Moscú. El proceso de selección al que se sometió Gagarin fue brutal. Los 350 candidatos originales quedaron reducidos primero a un centenar, luego a veinte y por fin a solo seis. Según ha quedado en la leyenda, el diseñador jefe, Sergei Korolev, tenía preferencia por Gagarin no sólo por su excelente rendimiento en las pruebas, si no porque fue el único que reconoció estar mareado como una sopa tras una sesión en la centrifugadora. Todos sus compañeros aseguraron haber disfrutado de la prueba. Korolev interpretó que solo de él podía esperarse un informe sincero, sin edulcorar, cuando volase por el espacio.

Gagarin despegó el 12 de abril de 1961, a bordo del Vostok 1. Solo dió una vuelta a la Tierra. Noventa minutos que le convirtieron en una celebridad mundial. De sus cinco compañeros restante, cuatro volarían después en cápsulas similares. El quinto, Grigori Nelyubov fue expulsado por un episodio de indisciplina consecuencia de una colosal borrachera. En su lugar, el último vuelo del programa se asignó a una mujer: Valentina Tereshkova quien más tarde se casaría (y divorciaría) con el tercer cosmonauta, Andrian Nikolayev.

En una versión moderna de la damnatio memoriae (condena de la memoria), Nelyubov desapareció oficialmente del programa espacial ruso. Su imagen fue borrada con aerógrafo (el Photoshop de la época) en todas las fotografías oficiales. A veces, con escasa habilidad, olvidando una mano o un pie que quedaron flotando porque a alguien se le pasó retocarlo. Así nació la leyenda de los cosmonautas rusos perdidos en el espacio con una identidad nunca reconocida. Destinado a una remota base aérea en la Siberia oriental, murió en 1966, bajo las ruedas de un tren cerca de Vladivostok.

El entonces presidente soviético Leonid Breznev, condecora al astronauta Yuri Gagarin el 14 de abril de 1961, solo dos días después de haber realizado su vuelo espacial.
El entonces presidente soviético Leonid Breznev, condecora al astronauta Yuri Gagarin el 14 de abril de 1961, solo dos días después de haber realizado su vuelo espacial. Keystone-France / Getty Images

El vuelo de Gagarin se produjo justo cuando la NASA preparaba, a su vez, el lanzamiento de su primer astronauta. Era el inicio del programa man-in-space que luego se conocería como Mercury. Una vez más, la Unión Soviética se adelantaba a los planes americanos. Esta decepción y la urgente necesidad de restaurar el prestigio nacional, impulsaron la decisión de John F. Kennedy de llegar a la Luna “antes de que termine el decenio”. Y, por supuesto, antes que los rusos.

Por entonces, la NASA había seleccionado a siete pilotos militares para su cuerpo de astronautas, entre ellos ninguna mujer. Existió un programa paralelo financiado con fondos privados en el que participaron trece candidatas pero la NASA no envió una mujer al espacio hasta veinte años más tarde. El primer astronauta americano fue Alan Shepard. Lo hizo embutido en una cápsula diminuta impulsada por cohete derivado de la V-2 alemana de von Braun. Fue un mero “salto de pulga” de 160 kilómetros sobre el Atlántico pero la NASA tuvo la habilidad de venderlo como equivalente a la hazaña de Gagarin. Eso y una serie de reportajes en la revista Life convirtieron a Shepard y sus compañeros en prototipos del héroe americano aún antes de haber volado.

El grupo de astronautas conocido como Mercury Seven. Arriba, de izquierda a derecha, Alan Shepard, Gus Grissom y Gordon Cooper. Abajo, en la misma posición, Walter Schirra, Deke Slayton, John Glenn y Scott Carpenter.
El grupo de astronautas conocido como Mercury Seven. Arriba, de izquierda a derecha, Alan Shepard, Gus Grissom y Gordon Cooper. Abajo, en la misma posición, Walter Schirra, Deke Slayton, John Glenn y Scott Carpenter. NASA

De los “siete del Mercury”, seis viajarían por el espacio. Una leve afección cardíaca apartó del servicio activo a Donald Slayton que fue nombrado jefe de la oficina de astronautas. Un cargo que acumulaba enorme poder. Él decidía, por ejemplo, quién volaría en cada misión. Entre ellos, Neil Armstrong (seleccionado en un segundo grupo de astronautas) y Buzz Aldrin (elegido de un tercer grupo).

Cuando empezaron las misiones hacia la Luna, Slayton tenía la intención de que al menos uno de los astronautas Mercury originales fuese en una de ellas. Pero no había mucho donde escoger. Grissom había fallecido en el incendio de la cápsula Apollo durante unas pruebas en 1967. Glenn –que siempre arrastró el aura de héroe por antonomasia– era senador en Washington. Carpenter, descartado a raíz de su deficiente comportamiento en su único viaje orbital, se dedicaba en ese momento a la exploración submarina. Schirra había dejado la NASA para colaborar con el mítico Walter Cronkite en las retransmisiones televisadas de cada vuelo. Y Cooper estaba en la lista negra por su actitud demasiado laxa durante los entrenamientos.

Sólo quedaba la opción de Alan Shepard. Estaba de nuevo en activo tras superar un síndrome de Menière que le tuvo confinado en tierra durante años. Y había aprovechado bien ese tiempo: era el único astronauta millonario, gracias a sus inversiones inmobiliarias. Recibió el mando del Apollo 14 y fue a la Luna en 1972, comandando la tripulación con menos experiencia previa: quince minutos de vuelo espacial entre los tres.

Al terminar la exploración del cráter Fra Mauro y antes de despegar de la Luna, Shepard se dio un capricho. Había llevado consigo un par de pelotas de golf y una cabeza de hierro 9. Ante la cámara de televisión que transmitía la imagen a todo el mundo intentó un par de golpes. El primero falló; el segundo envió la pelota a “millas y millas” de distancia, ciertamente una exageración incluso teniendo en cuenta la baja gravedad del lugar. En el recuerdo popular, ese fue el momento cumbre en la expedición del Apollo 14.

En cuanto a Yuri Gagarin, su condición de ídolo nacional le resultó contraproducente. Fue excluido del programa de misiones espaciales para no exponerle a algún accidente, como el que costó la vida a su compañero y amigo Vladimir Komarov. Pero la precaución fue inútil. Se mató cuando el caza que pilotaba, acompañado por un instructor, se estrelló durante un vuelo de rutina en 1968. Acababa de cumplir 34 años.


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