Ecuador tiene una relación de amor-odio con su moneda, el dólar. Por un lado, la dolarización ha permitido controlar la inflación (en 1999, justo antes de la defunción del sucre, alcanzaba el 100%) y ha sido dique de contención contra cualquier aventura que rompa con los libretos de la ortodoxia económica. Por el otro lado, el país ha perdido una herramienta fundamental: no puede emitir billetes ni devaluar. Cuando el déficit se dispara no queda otra alternativa que recortar el gasto o endeudarse. Ecuador es hoy un país rescatado por el FMI. Cada campaña electoral activa la discusión sobre los beneficios o problemas de la dolarización. ¿Es una garantía de estabilidad o un lastre para el crecimiento? El único consenso es que cualquier candidato que insinúe alguna crítica a la dolarización se convertirá ante la opinión pública en un cadáver político.
“La dolarización llegó como solución a una crisis monstruosa”, explica Vicente Albornoz, decano de Economía de la Universidad de la Américas, con sede en Quito. “En 1998 quebraron cuatro de los grandes bancos y llevábamos 40 años de alta inflación. Los ecuatorianos tenemos grabada esa crisis y la dolarización llegó como solución al problema. La inflación cayó violentamente en enero de 2003 y desde 2015 está cerca del cero. La dolarización es tremendamente popular, cualquier candidato que hable en contra será destrozado”, resume Albornoz. El expresidente Rafael Correa (2007-2017) siempre fue consciente de ello. Cuando llevaba dos años de gobierno, se declaró un crítico de la dolarización. Como economista, dijo que había sido “el peor absurdo técnico-económico que se ha realizado en el país”, pero admitió enseguida que “salir de la dolarización es tremendamente caótico”. “Entonces”, admitió, “hemos decidido mantenerla”.
Leonardo Izquierdo Montoya, decano de la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Técnica Particular de Loja, dice que el inicio de la dolarización produjo una pérdida “impresionante en miles de familias, que se volvieron más pobres”. Pero considera que, con el paso de los años, el balance es positivo. “Tenemos control inflacionario y, sobre todo, confianza en la moneda. Otra cuestión es la estabilidad macroeconómica, porque una moneda estable te permite proyectar a largo plazo”. Albornoz suma una dimensión política al análisis de los costos y beneficios. “Nos obliga a tener una disciplina”, dice, “si no la tuviésemos, después de 10 años de Correa estaríamos en una situación similar a los venezolanos. La dolarización es un bloqueo a las tentaciones de los déficit sin límites”.
Los problemas comienzan, justamente, cuando el país no puede ingresar los dólares que necesita para financiar sus gastos. Izquierdo Montoya dice que el país está obligado “a exportar más de lo que importa, porque no puede imprimir moneda. La dolarización resulta negativa cuando no logramos tener competitividad externa, cuando nuestros vecinos devalúan la moneda y nos obliga a bajar costos a la fuerza”, explica. Ecuador cerró 2020 con un déficit público de 6.900 millones de dólares, equivalente a 7% del PIB. Pero sin emisión ni devaluación, la única forma de cubrir ese rojo fiscal es con ajustes impopulares o con préstamos externos.
Este año, el FMI salió al rescate de Ecuador con un préstamo de 6.500 millones de dólares, una cifra que se eleva hasta los 7.400 millones cuando se suman otros multilaterales. El año pasado, el Gobierno de Lenin Moreno acordó posponer cuatro años los pagos de la deuda. Con todo, Ecuador será, según las previsiones del Banco Mundial, el que más tardará, junto con Argentina, en recuperar los valores precrisis: hasta 2024, dos años más que el resto de los países de la región. El escenario que espera al nuevo presidente no es el mejor. La pobreza ronda el 30% y el desempleo el 5,7%, una cifra que oculta que solo un 34% de los ecuatorianos gana los 400 dólares necesarios para tener lo que se considera un “empleo adecuado”. El promedio salarial de los ecuatorianos apenas supera los 300 dólares. En contraste, la canasta familiar básica -que incluye alimentos, vestimenta, vivienda y los servicios para una familia de cuatro miembros” está en 712 dólares. La canasta vital, que contempla menos ítem, también es superior a los salarios: 501 dólares.
“La dolarización fue un error grave, fue un experimento del FMI”, dice desde EE UU el economista argentino Matías Vernengo, catedrático en la Universidad Bucknell. “Ecuador no lo pasa bien, porque la dolarización le impide tener acumulación en moneda doméstica y obstaculiza el viejo proyecto nacional de desarrollo; pero no se puede salir de ella”, admite. “Una de las formas posibles es hacer programas sociales en una moneda emitida por el gobierno nacional, un dólar fiscal que pueda fluctuar”, explica. Así llegamos hasta el desempate de este domingo, cuando dos candidatos en las antípodas ideológicas pelearán por la presidencia.
Andrés Arauz, delfín político de Correa, ha insistido durante toda la campaña con que no saldrá de la dolarización si llega a Carondelet. “Continuará y se fortalecerá. Vamos a exportar más, a generar mayor consumo del producto ecuatoriano y a preservar e incentivar que los dólares se queden en Ecuador”, ha repetido. El liberal Guillermo Lasso es un férreo defensor de la dolarización. Lasso promueve una mayor apertura económica e incluso reducir a cero el impuesto del 5% que grava la salida de dólares hacia el exterior. En cualquier caso, ninguno de los dos se atreve a cuestionar el modelo. Sus electores no se lo perdonarían.
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