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La economía de “ricitos de oro”


Para la economía estadounidense, 2021 ha sido, al mismo tiempo, la mejor y la peor de las épocas; bueno, quizá no haya estado tan mal, pero aun así.

La buena noticia es que el paro se desplomó gracias al rápido crecimiento y a la creación de empleo. La mala es que la inflación está en su nivel más alto en décadas. Por eso, los economistas que advirtieron sobre la inflación a principios del año pasado tenían razón, mientras que los que quitamos importancia al riesgo o predijimos solo un breve interludio de subida de los precios nos equivocamos. Sin embargo, hay dos preguntas relacionadas con esta combinación de buenas y malas noticias que la gente debería hacerse, pero que, al menos que yo sepa, la mayoría no se hace. ¿Podríamos haber tenido una inflación considerablemente más baja sin un panorama laboral mucho peor? Y de no ser así, ¿habría sido buena idea aceptar una recuperación económica más lenta del empleo a cambio de menos inflación? Mi respuesta es un no rotundo a la primera pregunta y un probable, aunque no del todo seguro, no a la segunda.

Ahora bien, si estoy en lo cierto en ambas cuestiones, se desprende una conclusión sorprendente: la política económica en 2021 en realidad ha sido bastante buena. De hecho, teniendo en cuenta las dislocaciones relacionadas con la actual pandemia, lo que hemos puesto en práctica ha sido una economía “ricitos de oro”, o del punto justo: ni demasiado fría ni demasiado caliente.

Ya puedo oír los gritos, pero tengan un poco de paciencia. Empecemos por lo que debería ser un punto incuestionable: la recuperación de la época de la covid ha sido muy desequilibrada. El miedo al contagio ha limitado la demanda de servicios presenciales, como las comidas en restaurantes, y la gente la ha compensado comprando bienes físicos como coches y electrodomésticos. Las adquisiciones reales de bienes de consumo duraderos siguen superando en más de un 20% el nivel anterior a la pandemia, mientras que las de servicios hace poco que acaban de volver a su nivel de hace dos años. Y las cadenas de suministro han tenido dificultades para seguir el ritmo de la creciente compra de productos.

Los principios básicos de economía nos enseñan lo que se supone que pasa cuando se produce una distorsión de la demanda y una limitación de la oferta: los precios de las cosas que la gente corre a comprar deberían subir con respecto a los precios de las que la gente sigue evitando. Y, en efecto, la relación entre el índice de precios de los bienes duraderos y el de los servicios ha aumentado considerablemente, haciendo que se invierta la tendencia normal a la baja impulsada por la tecnología.

Esta inflación relativa de los bienes en comparación con la de los servicios era inevitable si no queríamos sufrir una escasez paralizante que, de hecho, hemos evitado: algunos artículos de consumo han sido difíciles de conseguir, pero los pronósticos de un apocalipsis de los suministros durante las Navidades no se han materializado. Pero podríamos haber tenido una inflación general más baja si hubiéramos forzado el descenso de los precios de los servicios —­por ejemplo, recortando las ayudas a las familias o subiendo los tipos de interés, limitando así el gasto privado— en vez de hacer lo que hicimos, que fue realizar todo el ajuste mediante el aumento de los precios de los bienes. ¿Habría sido esto una opción mejor?

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La verdad es que no veo la manera en que podríamos haber reducido al máximo los precios de los servicios sin hacer lo mismo con el empleo en el sector. Es decir, a menos que los responsables de la toma de decisiones políticas tengan acceso a alguna varita mágica de la que no tengo noticia, en 2021 solo habríamos podido mantener baja la inflación a costa de una recuperación del empleo mucho más lenta. Y eso habría sido malo. Un nivel alto de desempleo no solo es dañino mientras dura, sino que también tiene efectos destructivos a la larga porque, como muestran las pruebas, los ingresos de los jóvenes que empiezan su vida laboral en una situación de debilidad económica se ven perjudicados permanentemente.

Por lo tanto, frenar la recuperación habría sido un grave error si el pico de inflación de 2021 no se convierte en una espiral de salarios y precios, y al final conseguimos volver a bajar la inflación sin pasar por una recesión importante. Por decirlo suavemente, habría sido una tragedia que centenares de miles de estadounidenses que ahora tienen un empleo se hubieran visto privados de un puesto de trabajo solo para reducir la congestión en los puertos de Los Ángeles y Long Beach. Así pues, ¿podemos reducir la inflación con dignidad? La Reserva Federal cree que sí. Y lo mismo piensa la mayoría de analistas independientes y también un servidor, aunque, por supuesto, todos podríamos estar equivocados.

Y a los que siguen las noticias les digo que no, que las indicaciones de las recién publicadas actas de la Fed de que las autoridades están preocupadas por la inflación y prevén subir los tipos de interés este año no equivalen a reconocer que se equivocaron al mantenerlos bajos el año pasado. Cuando voy a incorporarme al tráfico de la autopista, sigo pisando el acelerador y aflojo el pedal una vez que he alcanzado la velocidad de crucero. ¿Qué hacen ustedes?

Como he indicado antes, me imagino que a mucha gente le irritará profundamente cualquier insinuación de que los responsables de la política económica han hecho un trabajo bastante decente en los últimos tiempos. No obstante, antes de empezar a despotricar contra la inflación, pregúntense qué habrían hecho ustedes de manera diferente y si sus medidas alternativas habrían dado como resultado las excelentes noticias sobre el empleo que hemos tenido.

No digo que debamos hacer caso omiso de la inflación. La Reserva Federal hace bien en plantearse una subida de los tipos de interés ahora que parece que la economía se acerca al límite de su capacidad. Pero aceptar la inflación durante un tiempo probablemente ha sido la decisión correcta.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.


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