La Real Sociedad se trasladó a Anoeta hace ya 28 años. Pero el viaje del sentimiento de su afición se había demorado un poco más en recorrer los dos kilómetros y medio que separaban al viejo estadio de Atotxa, donde los donostiarras jugaron por última vez en 1993, del flamante Reale Arena. Este año han terminado de colgar los cuadros. Lo han convertido, finalmente, en su casa. De todas partes, de toda la provincia de Gipuzkoa y de muchos otros pueblos bajan los autobuses reventados de jóvenes realtzales, que ahora pegados al césped, sin la pista de atletismo que los separaba del fútbol en el antiguo Anoeta, gritan el himno Txuri-urdin a capela, motivados por el líder del campeonato, por el fútbol alegre de la Real Sociedad, que lleva ya once partidos sin perder en LaLiga Santander, una de las más competitivas de los últimos años. Jornada a jornada aumenta la ilusión de ver al equipo alzarse con el campeonato liguero por tercera vez en su historia. El Reale Arena es una caldera.
Las imágenes llenan los posteos en las redes sociales y seducen a cualquier enamorado de este deporte a darse una vuelta por el estadio donostiarra. Más de 37.000 almas lo colmaron el pasado domingo para la cita ante el Athletic Club. Por primera vez se superó esa cifra. El presidente de una de las peñas más grandes de la Real Sociedad, la Musti Taldea, Ritxi Ruiz de Eguilaz, que a sus 61 años todavía recuerda las gloriosas épocas de los años ochenta, advierte: “Les he hablado a mis hijos de Atotxa, de su mística, pero lo que estamos viviendo ahora supera lo que pueda decirles. ¡Esto es Atotxa en grande!”
Aquellos campeonatos ligueros de 1981 y 1982 perviven en la memoria de viejos txuri-urdines que veían las paradas de Arconada a través de las columnas de hierro, entre olor a tabaco y césped mojado, a un palmo de los futbolistas, propios y rivales, pero también en el imaginario de los más jóvenes, los que escucharon los goles de López Ufarte en los relatos de sus padres o de sus abuelas, y soñaron con recrear algún día esos recuerdos que nunca vivieron pero que siempre les pertenecieron.
Decenas de autobuses con orígenes variopintos de la provincia de Gipuzkoa se agolpan en los aledaños del estadio antes de ElDerbi Vasco de LaLiga Santander contra el Athletic. La Real pone a disposición de sus socios que viven a 40 kilómetros o más del Reale Arena transporte de ida y de vuelta al pueblo a cambio de solo dos euros. De Urretxu y Zumarraga, dos pueblos separados por el río Urola, 60 kilómetros al suroeste de Donosti, donde viven un total de 17.000 personas, han llegado siete. En cada uno viajaron 55 txuri-urdines. Otros cinco han venido de Legazpi, otro pueblo cercano, que no alcanza los 9.000 habitantes. “Los padres mandan a sus hijos e hijas de 12, 13, 14 años con sus amigos al estadio. De allí vuelven directo a su pueblo. ¡Así se crean nuevos hinchas!”, afirma Ruiz de Eguilaz. “Y los jóvenes son justamente quienes dan jaleo a la grada”, asegura este realtzale que se sienta en la tribuna principal del Reale Arena, a pocos metros de la grada Aitor Zabaleta, la más ruidosa del estadio. “Los guipuzcoanos tenemos fama de sosos. Pero eso está cambiando”.
En el Reale Arena, juntos, jóvenes y viejos, están creando sus nuevos recuerdos. Una grada enardecida que quiere inmortalizar los regates de Aleksander Isak, la firmeza de Aritz Elustondo, la magia de Mikel Oyarzabal. Es el líder de LaLiga Santander, el equipo del entrenador Imanol Alguacil, el engranaje perfecto entre futbolistas y afición, el conductor de este viaje entre Atotxa y un Reale Arena encarnado en jugador número 12, reconvertido en el nuevo hogar de una afición cada vez más responsable del gran momento del conjunto donostiarra.
Un campo que aprieta, un equipo que muerde
La Real no había encajado goles en LaLiga Santander en casa hasta el pasado domingo, y ha logrado destrabar allí dos encuentros, ante el RCD Mallorca, con un hombre menos, y ante el Elche CF en los últimos diez minutos, apoyada por el empuje de su gente. Un campo que se siente como casa y en el que acompañados por su afición, los líderes del campeonato también aprietan: son los que más recuperan el balón en campo rival en toda LaLiga Santander y están entre los cinco que más distancia recorren a una velocidad mayor a los 24 km/h, según datos de Beyond Stats, el nuevo proyecto de estadísticas avanzadas de LaLiga con Microsoft con datos de Mediacoach, la herramienta de análisis y vídeo de la organización.
Jóvenes en la grada y en el césped
El Reale Arena tal vez no huela a puros. Allí no hay que regatear a las columnas para ver un gol ni se puede tener a Maradona a un metro. Pero en el césped del Reale Arena (que no solo en la grada), este año más que nunca, juegan los jóvenes del club. 13 canteranos de la ciudad deportiva de Zubieta forman parte de la plantilla esta temporada. Ante el Athletic, siete de ellos terminaron en campo. Jesús Rodríguez, “un veterano de 51 años”, que estuvo en Atotxa el día del segundo campeonato liguero, el último, el de 1982, el del 2-1 “a los vecinos” de Bilbao, lo siente como una de las claves: “En eso nos sentimos muy identificados con el equipo. Es un sentimiento de pertenencia que te da un plus”.
Rodríguez forma parte de la Maite Taldea, una peña de Donosti cuya sede, el bar Maite, se erige a solo 100 metros del Reale Arena. Allí acuden de vez en cuando aquellos canteranos de antaño que cautivaron a la generación de Rodríguez. Así de unidos son los futbolistas salidos del club y la afición. “Hoy tenemos cierta amistad con aquellos jugadores [de los años ochenta]. Suelen venir una vez al año. Hacemos una celebración, preparamos una paella y vienen Arconada, Górriz, López Ufarte. Han estado unas cuantas veces. Impone un poco ver a tus ídolos aquí, pero luego te acostumbras”.
Compartir el arraigo
Curiosamente, a la Maite Taldea la fundó un holandés, Ben Parham, nacido en Alkmaar, a 1.200 kilómetros de Donosti. Parham llegó a Euskadi en 2003, para hacer un Erasmus, y se quedó. “Una de las cosas más bonitas de nuestra peña es que nos han ido conociendo amigos de fuera y tenemos gente de distintas partes de España”, dice Rodríguez, que se sienta en el fondo opuesto a la Aitor Zabaleta. “Son realistas a muerte. Lo viven desde lejos, pero a veces parecen más implicados que nosotros”, agrega. “¡Tenemos un peñista en Miami! Un colombiano que viene esta semana. Veremos el partido contra el CA Osasuna en el bar”.
El arraigo, el amor por el producto local, también tiene las puertas abiertas para los de fuera. Lo confirma en cada partido en el Reale Arena, la grada Aitor Zabaleta, la más ruidosa del estadio cuando, seguida por todo el estadio, grita el ya establecido “¡Ole, ole, ole ole, Isak!”. El delantero sueco es uno de los referentes del equipo y ahora lo acompaña también el noruego Alexander Sorloth, además del belga Januzaj. Son los tres extranjeros del equipo. Desde 1962 a 1989 no habían podido fichar a ninguno, pero desde entonces muchos se han adaptado al club a la perfección y se han convertido en leyendas: Kovacevic, Kodro, Griezmann…
Por toda España
Ane Bastida, profesora de euskera en la Euskal Etxea (Casa vasca) de Madrid desde hace ya 20 años, fundó, en 2019, la peña Madrilgo Errealzak. “Somos un poquito amuleto. Desde entonces, las chicas ganaron la Copa de la Reina, los chicos le ganaron al Athletic la Copa del Rey… ¡Y ahora estamos primeros en LaLiga Santander! ¡Estamos encantados con el juego del equipo!”, dice la exfutbolista del Amaikak Bat, de Deba, un pueblo costero de 5.000 habitantes, al noroeste de Gipuzkoa. El mismo lugar donde nació el presidente de la Real Sociedad, Jokin Aperribay.
“Desde que creamos la peña hacemos una comida y le entregamos la txapela urdiña a un realtzale que viva en Madrid. Se lo dimos al actor Gorka Ochoa. Le bailamos un aurretzku, tocamos la tamborrada…”, cuenta Bastida. Una cuarta parte de los 89 socios de la peña son de fuera de Euskadi. Dentro de poco serán 90, porque Bastida está embarazada de una niña “que va a ser de la Real sí o sí”, aunque uno de sus tíos sea del Athletic.
De la Real como Urko, de siete años, y como Iraia, de 11, hijos de Jose Carrasco y Laura Jiménez, de Astigarraga, un municipio de 6.000 habitantes, seis kilómetros al sur de Donosti. Carrasco y Jiménez se casaron en 2005 y tres años más tarde, “en época de vacas flacas”, cuando el equipo descendió, fundaron con su cuadrilla la Aurrera Mutilak, otra peña realista que ya cuenta con 49 miembros. El primer recuerdo futbolero de Carrasco es a sus cinco años. 1981. Es la imagen de los jugadores celebrando con la copa del campeonato liguero en los balcones del Ayuntamiento.
Carrasco vivió los últimos años de Atotxa y creció viendo a una afición que tenía como costumbre animar. “Animar llama a animar. Has visto que esto es una caldera. La eliminación de las pistas te hace que estés más encima. La gente cogió la inercia”, dice en referencia al ambiente actual del Reale Arena, donde acuden cada partido después de juntarse un rato en la sede de la peña, el bar The Robin. “Y hay muchos jóvenes. Eso ha sido así toda la vida. Son los que más animan”.
El equipo rebosa de alegría infantil, están entre los cinco mejores equipos de LaLiga Santander en cuanto a porcentaje de posesión en campo rival, y también entre los cinco conjuntos que más remates realizan a portería. Urko e Iraia, que el día que le ganaron la última Copa del Rey al Athletic, corrieron a zambullirse en el Cantábrico porque eso habían prometido, aunque era abril y todavía hacía frío en la playa de la Concha, están listos para coger el relevo.
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