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La empresa que vende fruta y verdura que se tira solo por su aspecto


A mi abuela no le sobraba nunca un gramo de comida. Nunca: con la carne del cocido que sobraba, por ejemplo, hacía croquetas –aquellas croquetas–, o sopa, o picadillo. Y si el arroz se quedaba duro pues lo freía y tan ricamente; a lo que fuera que quedase en el plato, le daba una segunda o tercera vida. Todavía la estoy oyendo: “No tires eso que algo se podrá hacer. Y cómete todo”.

Mi abuela, en fin, no entendía de índices ni de informes alimentarios, pero no iba desencaminada porque, según datos del Ministerio de Agricultura, en España se tiran anualmente 1.326 millones de kilos de alimentos a la basura de los hogares. 25,5 millones de kilos de comida desperdiciados a la semana. ¿No suena demoledor? Pues es solo una parte: en total, y sumando todo lo que se queda por el camino de la cadena alimentaria, desperdiciamos 7,7 millones de toneladas de alimentos cada año. Una burrada.

Y un verdadero drama de un mundo donde 795 millones de personas pasan hambre cuando cada año se producen 4.000 –sí, 4.000– millones de toneladas de alimentos para los 7.400 millones de estómagos que somos. ¿Qué es lo que pasa entonces? ¿Dónde falla el sistema? Pues pasa que entre 1.200 y 2.000 de esas toneladas se pierden por el camino, tal y como explicaba en 2013 un informe del Instituto de Ingenieros Mecánicos británico titulado Global Food: Waste Not, Want Not.

Bien. Volvamos a nuestro país y sus casi ocho millones de toneladas, y situémonos también en 2012. Ese año, The New York Times nos puso en el mapa con un desgarrador artículo sobre el hambre en España encabezado además por una foto –de Samuel Aranda– que se hizo tristemente casual: gente corriente buscando comida en los contenedores. Una imagen que resumía no ya la crisis económica, que también, sino el despropósito de toda una cadena alimentaria. A mi abuela, desde luego, se le hubieran abierto las carnes. Pero esas personas con pinta de “dependienta de una tienda”, como recogía el periódico neoyorquino, no son las únicas que rebuscan entre las sobras de un mundo mal repartido.

Cuando comer es reciclar

El movimiento freegan reivindica desde la década de los noventa un sistema más justo de consumo. Para ello, sus activistas recogen comida en buen estado de la basura y organizan cenas populares y hasta banquetes. Sí, se puede. Aunque parezca raro o, incluso, peligroso para la salud. La periodista Diana Aller investigó el tema hace unos meses para Tentaciones. Y sigue posteando. E incluso llegó a tener la nevera llena “como nunca”. En su artículo, Diana cuenta que el grueso de su alimentación procedía de la basura. En su particular bolsa de la compra había desde ensaladas Florette cuya fecha de vencimiento estaba próxima, bollitos ya caducados o yogures “eco” de arándonos, que ella jamás habría comprado –reconoce– por ser demasiado “pijos y caros”. Y que estaban riquísimos… y también caducados.

La norma que establecía que los lácteos fermentados debían tener un plazo límite de consumo se derogó en 2013. Desde entonces son las empresas las que pueden decidir qué fecha de consumo preferente dan a estos productos. Pero esta data solo marca cuándo el alimento pierde propiedades de olor o sabor, aunque el riesgo de intoxicación sea mínimo según los expertos.

Aquella medida se enmarcaba dentro de una estrategia para frenar el desperdicio alimentario. En un país que carece, sin embargo, de una normativa concreta contra ese despilfarro. Como sí existe en Francia, sin ir más lejos. Lo que sí tenemos son ese tipo de estrategias como Más alimento, menos desperdicio, del Ministerio de Agricultura, que expone: “Consideramos que las políticas deben ir dirigidas hacia la concienciación, la educación y la corresponsabilidad de todos los actores de la cadena de suministros respetando la libertad del productor y del consumidor para ofrecer y elegir los productos que más se ajusten a sus necesidades”.

Radiografía de un desperdicio

Es un hecho: tiramos mucha, muchísima comida a la basura. Toneladas. Pero de esos 7,7 millones no se sabe, eso sí, cuántos corresponden a desperdicios –cáscaras, pieles, etc– y cuántos a ese fatal despilfarro: lo que se tira a la basura cuando se podría comer. Y no se sabe porque no está cuantificado, apunta Ángel Franco, responsable de prensa y comunicación de la Federación Española de Bancos de Alimentos.

Aunque sí es posible precisar otros datos. Esa cifra sale de un estudio de 2010 de la Comisión Europea donde España era el séptimo país de la UE que más comida desperdiciaba (el primer puesto lo ocupaba Reino Unido con 14,4 toneladas). Y de ese derroche de 7,7 millones, el saco roto es como sigue: donde más se tira es en los hogares, con un 42% de ese total. La industria alimentaria, mientras, supone el 39%; restaurantes y servicios alimenticios el 14% y comercios y distribución el 5%. Lo que quisimos saber desde El Comidista es qué hacían los supermercados con la comida que les sobra. Es decir, con ese 5%.

En 2014, la organización de consumidores Facua les preguntó esto mismo a 28 cadenas. Contestaron nueve. “Algunos pueden que no nos contestaran por prepotencia. Pensarían que por qué le iban a tener que dar explicaciones a una organización como la nuestra. Y otros no nos lo aclararon porque, quizás, no tenían un protocolo que pudieran presentarnos. En cualquier caso, si el porcentaje de los que nos ocultaron la información era tan alto pues lo mismo algo tendrían que esconder”, sugiere Rubén Sánchez, su portavoz.

¿Tienen algo que esconder los supermercados? ¿Aplican protocolos contra el despilfarro de alimentos? A nivel cuantitativo, nosotros tuvimos más suerte. De los siete con los que contactamos, solo dos, Grupo Auchan y Sánchez Romero, no contestaron a nuestras preguntas. Algo que sí hicieron Eroski, Carrefour y Lidl. Mercadona y Dia, las otras dos empresas que nos atendieron, pertenecen, a su vez, a la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (Asedas), a la que nos remitieron y con la que también hablamos.

Donaciones contra el despilfarro

“En las empresas de Asedas, se desperdicia entre el 0,2% y el 1% del producto comercializado”, nos contaron desde dicha organización, la principal del sector. “Estaríamos hablando de alrededor de 100.000 toneladas al año, según datos de volumen comercializado de alimentos del Ministerio de Agricultura y de nuestras empresas. Hay que pensar que un parte importante es consecuencia del propio deterioro del producto en tienda (especialmente en los frescos) que, por pequeño que sea, a veces no se puede evitar”.

¿Cómo se consigue llegar a esos porcentajes? Donando. “La donación es una estrategia de reducción del desperdicio alimentario que engloba aquellos productos no aptos para la venta por razones comerciales, pero que son aptos para el consumo y son donados a entidades sociales capacitadas para darles salida. Actualmente, el 95% de las compañías de Asedas realizan donaciones”, explican. Y el Banco de Alimentos lo corrobora. Según explica su responsable de comunicación, de los casi 153 millones de kilos de alimentos repartidos en 2015, un 18% -cerca de 27 millones- fueron donados por las cadenas de distribución. “Pero no solamente nos dieron alimentos a punto de caducar”, matiza Franco, “también otros por otro tipo de razones comerciales o porque tenían algún defecto o que no habían vendido”. Sobre todo, alimentos no perecederos.

Estrategias de aprovechamiento

Respecto a ese 1% de desperdicio, las mismas fuentes de Asedas retoman: “No hay solo una causa o productos claves que produzcan desperdicio en las empresas. Las causas son variadas: roturas de producto, envases dañados, desperdicios naturales como huesos o pérdidas por deshidratación, fechas de consumo preferente –los consumidores optan por criterios de cercanía–, etc”. Por otro lado, añaden, los kilos y litros de alimentos que no pueden ir a la alimentación humana son entregados a gestores autorizados para que se puedan reaprovechar, por ejemplo, para alimentación animal.

En el caso concreto de Dia, su director de responsabilidad social corporativa, Francisco Comino, confirma también esa colaboración con los bancos de alimentos. “Lo hacemos desde 2009; el último año entregamos en España 963.658 kilos. En Grupo DIA no hay comida que sobra. Lo que sí hay es productos que no son aptos para la venta pero sí para su consumo”, matiza Comino. “Además, Dia forma parte de la iniciativa La alimentación no tiene desperdicio, aprovéchala destinada a reducir el desperdicio que se produce en los diferentes eslabones de la cadena de valor”.

¿Qué hace su establecimiento para controlar la fecha de caducidad de tantos y tantos productos? “Si un producto se caduca en tienda, algo ha fallado. Para evitarlo, manejamos distintas variables como el número de unidades por caja, cantidad y frecuencia de reaprovisionamiento, caducidad a recepción, cantidad y frecuencia de aprovisionamiento de la tienda o precios acorde al stock, entre otras. Y con la bollería o fruta tenemos un nivel de ajuste superior”.

Algo similar hace Mercadona. “Aplicamos estrategias para controlar la gestión y reducir excedentes. Con procesos que ajustan todo lo posible los pedidos con las previsiones de venta y trabajamos también para mejorar la manipulación de los productos durante todo el proceso (envases y embalajes, control de la temperatura, evitar movimientos bruscos durante el transporte, etc) para evitar así el desperdicio. O cuando se acerca la fecha de caducidad, rebajamos el precio de los productos”, explican.

Bancos de alimentos y otras entidades

En su caso, esta empresa deriva comida a 120 comedores sociales, bancos de alimentos y otras entidades sociales a los que, asegura, hace llegar diariamente productos frescos y no perecederos. “Hemos donado 6.500 toneladas de alimentos en 2016”. ¿De qué tipo? “Packs de productos que se rompen y quedan las unidades sueltas, como puede ser el atún en lata o un pack de cuatro yogures en el que se rompe una unidad y el resto está perfecto o cereales con la caja rota, pero la bolsa interior íntegra”.

Otro de los supermercados con los que hablamos, Carrefour, nos contó que colabora desde 2001 con la Federación Española de Bancos de Alimentos. “El año pasado entregamos 6.341 toneladas. Y respecto a los desperdicios, seguimos una política de cero residuos. Aplicamos de manera habitual prácticas que fomentan el consumo responsable y la concienciación medioambiental entre clientes y empleados. Y cuando hay productos perecederos con una fecha próxima a caducar, se ponen a la venta con un descuento del 50%”.

La estrategia de Eroski es parecida: este supermercado lleva colaborando 20 años con los Bancos de Alimentos. En 2016, donaron 5.000 toneladas que –según sus cálculos–, equivalen al consumo medio de alimentos de más de 7.500 personas durante un año: “Los alimentos donados son productos frescos y de alimentación que EROSKI retira de sus lineales para cumplir con su compromiso de frescura máxima con sus clientes o, simplemente, porque su envase presenta una pequeña deficiencia como puede ser una simple abolladura o rotura de embalaje que impide su venta”.

Para evitar el despilfarro siguen el programa Desperdicio Cero, que persigue que no se tire ningún alimento en condiciones de ser consumido, y apela también a la responsabilidad de los consumidores para que ellos en su vida cotidiana no despilfarren productos. Aunque esto último, a tenor de lo que se ve en los cubos de los hogares españoles, parece más complicado.

Por último, Lidl nos dio su receta para lograr aprovechar al máximo los alimentos: optimización de pedidos –“los responsables de nuestras tiendas cuentan con aplicaciones informáticas que les indican las cantidades exactas de producto que deben solicitar, evitando el exceso de stock”-; control de fechas –“se aplica un descuento del 30% en aquellos artículos cuya fecha de caducidad está próxima a expirar”-; donación –desde 2012, hemos logrado recoger más de 5.000 toneladas de alimentos”-; y reutilización: “El pan y la bollería que no se venden en tienda el mismo día, son reprocesados y se convierten en pienso para animales”.

Todas estas medidas reubicarían gran parte de ese 5% de desperdicio del que hablan las estadísticas. Un porcentaje que podría ser menor, acaso, en un futuro gracias a iniciativas como la app Ni las migas. Creada por tres ingenieros agrícolas y un ingeniero informático, esta aplicación pone en contacto a pequeños y medianos comercios y minoristas con posibles clientes. El objetivo es claro: evitar el desperdicio de alimentos con un ahorro, para el comprador, de hasta el 50%. “Tenemos a día de hoy una docena de establecimientos en Madrid y varios en fase de incorporación. Por el momento, se han unido restaurantes, panaderías, fruterías y tiendas de productos orgánicos”, cuentan emocionados Fernando González , Javier Sanz, Josep Renard y Pablo Rodríguez, sus creadores. A mi abuela, esto, le gustaría.




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