Usuarios de centros de día del barrio de Santa Eugenia, en Madrid, realizan ejercicio físico en el parque de su zona el pasado marzo.KIKE PARA
La coenzima Q10 es vital. Si las mitocondrias celulares son las baterías del cuerpo, este lípido, presente de forma natural, es un cargador de las mismas, el responsable del transporte de electrones y un antioxidante clave para el funcionamiento del cuerpo. Su deficiencia, vinculada con el envejecimiento, genera una insuficiencia energética relacionada con trastornos mitocondriales, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares y patologías neurodegenerativas, como alzhéimer y párkinson. Un nuevo estudio asocia por primera vez los bajos niveles de esta coenzima con la sarcopenia (la pérdida de masa, fuerza y funcionamiento de los músculos) que genera la fragilidad en personas mayores. La investigación revela una mayor incidencia en las mujeres.
La coenzima Q10 es una pieza clave en el puzle biológico, en especial, para el cerebro, el corazón y los músculos, precisamente los órganos que más energía necesitan y son más vulnerables a un déficit de la misma. Un estudio publicado por un equipo del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) en Antioxidants ha revelado que también es causa y consecuencia de la fragilidad en personas mayores de 65 años, así como un factor relacionado con el riesgo cardiovascular.
Guillermo López Lluch, investigador del CABD y catedrático del área de Biología Celular de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, es uno de los autores de esta investigación y resume: “Las personas mayores que tienen más síntomas o marcadores de fragilidad tienen menos coenzima Q10 en el plasma sanguíneo”. Estos niveles, según aclara, podrían ser un referente para conocer la vulnerabilidad de las personas y para establecer terapias que la palíen.
La deficiencia primaria de esta molécula se produce en personas que no pueden sintetizarla, principalmente por causas genéticas. Pero la secundaria puede ser causa o consecuencia de dolencias crónicas, como la diabetes, enfermedades neurodegenerativas o el envejecimiento.
El investigador resalta que la menor presencia de este lípido fundamental genera una espiral de decadencia que es necesario revertir: “Con una menor actividad física descienden los niveles de Q10 y cuantos más bajos sean estos niveles, menor capacidad de hacer ejercicio. Es un círculo vicioso y, además, dramático porque se pierde funcionalidad y también capacidad de recuperarla”.
Para romper esta tendencia hay varias estrategias complementarias. La primera es aumentar la actividad física de forma regular y progresiva. La segunda es corregir este déficit a partir de la alimentación. Según López Lluch, una vía es “la dieta mediterránea y, en especial, el consumo de frutos secos y verduras variadas con aceites vegetales”. A partir de ahí, se puede invertir el sentido de la espiral: la corrección de la deficiencia permite hacer más ejercicio y este ayuda a aumentar los niveles de la coenzima en sangre.
También hay suplementos específicos en el mercado, pero el investigador advierte que hay que ingerirlos siempre bajo supervisión médica: “No hace falta tomarlos todos los días ni una gran cantidad”. También pueden resultar contraproducentes en combinación con otros fármacos. Un estudio publicado en Biochemical Pharmacology por investigadores de la Universidad de Kanazawa (Japón) respalda esta cautela al estudiar la interacción de algunos antiinflamatorios, como el ibuprofeno, con las coenzimas. Según el estudio, podrían tener efectos en el hígado.
Con estas prevenciones, los beneficios de un aumento de la presencia de la coenzima Q10 son evidentes. Según López Lluch, “el aumento de los niveles en plasma mejoran la salud de los vasos sanguíneos, previene el daño por roturas vasculares que podrían estar asociadas con la formación de trombos, y eso también aumenta la capacidad física al mejorar la llegada de nutrientes al músculo”. El estudio abunda en este sentido: “La asociación de la actividad física en personas mayores con altos niveles de CoQ10 no solo mejora la capacidad endotelial [el revestimiento de los vasos sanguíneos], sino que también reduce la liberación de vesículas y factores implicados en la inflamación y la senescencia [envejecimiento]”.
Además, los resultados de la investigación indican que los niveles altos de CoQ10 están directamente vinculados con un menor riesgo cardiovascular por su relación con el colesterol, partículas a las que se asocia la coenzima para reducir el riesgo de infarto.
Un ensayo de la Universidad de Colorado Boulder, publicado por la Asociación Americana del Corazón, probó en mayores de 60 años un suplemento de 20 miligramos diarios con Q10. El resultado arrojó beneficios en el endotelio y en el aumento del flujo sanguíneo. Según el autor principal, Matthew Rossman, “terapias como esta pueden ser una verdadera promesa para reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares relacionadas con la edad”.
Nils Bomer, de la Universidad de Groningen (Países Bajos) coincide con la importancia de la coenzima Q10: “La deficiencia de micronutrientes tiene un alto impacto en la producción de energía mitocondrial y debe considerarse un factor adicional en la ecuación de insuficiencia cardíaca”. Según una revisión publicada en el Journal of Internal Medicine por este investigador, deficiencias de elementos como el hierro, el selenio, el zinc, el cobre y la coenzima Q10 pueden afectar la función de las mitocondrias productoras de energía de las células cardíacas para contribuir a la insuficiencia.
Otro de los indicios relevantes del estudio es que las mujeres presentan unos déficits mayores de CoQ10 que los hombres. En este sentido, el investigador resalta que “hay que seguir estudiando este resultado”. Cree que podría estar relacionado con la evolución de la musculatura a partir de la menopausia, pero es un campo por explorar, al igual que los efectos en las capacidades cognitivas en general, motivo de un próximo trabajo.
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