La familia real británica da su último adiós a Felipe de Edimburgo


A las cuatro de la tarde de este sábado, hora peninsular española, los ocho infantes reales de Marina que portaban el féretro con los restos mortales de Felipe de Edimburgo han hecho una pausa en el primer rellano de las escaleras centrales de la Capilla de San Jorge. El Reino Unido guardaba en ese momento un minuto de silencio nacional. El cielo de Windsor, de un azul tan intenso como no se recordaba en los últimos meses, resaltaba la quietud de todas las figuras agrupadas en semicírculo, en los jardines que rodean la capilla. Carlos de Inglaterra, el heredero al trono, encabezaba un mínimo cortejo de ocho varones de la Casa de los Windsor y una mujer, la Princesa Ana del Reino Unido, en el que también estaban sus hijos, los príncipes Guillermo y Enrique. Dos salvas de cañón han marcado el inicio y el final del duelo de silencio. A las puertas del recinto sagrado esperaban el Decano de Windsor, David Conner, y el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby.

Minutos antes, Conner, había recibido por otra entrada a Isabel II, quien había llegado a bordo del Bentley Real minutos antes del cortejo fúnebre. Por primera vez en sus casi 70 años como príncipe consorte, el Duque de Edimburgo había podido desfilar por delante de su esposa, y no dos pasos por detrás, como nunca dejó de hacer. En el último tramo, sin embargo, el coche oficial se adelantó para que la Monarca pudiera acceder a la capilla, donde ya esperaban el resto de miembros de la familia real.

Pocas veces una imagen había revelado en toda su magnitud la soledad a la que deberá hacer frente a partir de ahora la Reina. De luto riguroso, con la mascarilla obligatoria por las normas que marca la pandemia, Isabel II entró sola, y sola presidió el servicio religioso. “Es algo muy, muy profundo, en la vida de cualquier persona, y en la de toda la nación. A los que crean, les pido que recen por ella. A los no creyentes, que simpaticen en sus corazones, le ofrezcan sus condolencias y confíen en que pueda encontrar las fuerzas necesarias en lo que, sin duda, será un momento de angustia”, había dicho a la BBC el Arzobispo de Canterbury horas antes de la ceremonia religiosa.

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Fue el propio Duque de Edimburgo quien seleccionó por sí mismo, hasta el mínimo detalle, la música, los representantes militares y las lecturas religiosas que quería para un funeral que no ha sido de Estado, pero ha estado revestido al máximo de dignidad y solemnidad. Incluido el lamento entonado por el Gaitero Mayor del Regimiento Real de Escocia, que abandonaba lentamente la capilla en una imagen de despedida de gran simbolismo.

El Gobierno británico había pedido a los ciudadanos que no acudieran a Windsor, para evitar concentraciones que infringieran las normas de distanciamiento social. Aun así, centenares de curiosos han merodeado por sus alrededores durante toda la mañana.

Uno a uno, los 30 miembros de la familia real que han asistido al servicio religioso, convenientemente separados unos de otros y cada uno con su respectiva mascarilla, han abandonado lentamente la capilla al final de una ceremonia breve y simple, que ha servido para advertir a los británicos de que, con la muerte del príncipe consorte, comienza el principio del fin de una era larga y estable que comenzó poco después de la Segunda Guerra Mundial, con el reinado de Isabel II.


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