Más política que intelectual; más apocalíptica que integrada; más hedonista que epicúrea; más de intuición que de cálculo; más de víscera que de razón (aunque lo esté intentando corregir); directa, sencilla, sincera, pero con la dudosa humildad de los soberbios; de armas tomar, pero sin elevar el tono; chula, irónica, enigmática, puntillosa, emocional hasta el llanto extemporáneo y audaz hasta la temeridad; de prueba y error, a todo o nada, como en las elecciones del 4 de mayo, donde la derrota hubiese supuesto su desaparición del mapa político; locuaz y lenguaraz; sin rubor por equivocarse; con menos ego que ambición. “Me veo y me asumo”. Poco preocupada por lo que digan de ella, aunque archive los agravios y ajuste cuentas sin pestañear; desconfiada; observadora de imágenes y comportamientos con la mirada ausente y un ligero temblor de labios —”nunca dejo de darle vueltas a la cabeza”—; agnóstica (aunque cada vez menos, por necesidades del guion); apenas interesada por el boato y la moda, pero loca por conocer, ver, descubrir y disfrutar: desde Nueva York en completa soledad, a un buen restaurante o un vino al final del día con su labrador Bolbo a los pies tragándose de principio a fin una serie en su apartamentito de su eterno barrio de Chamberí, muy cerca de su madre, Mabel Ayuso, viuda de Leonardo Díaz.
Isabel Díaz Ayuso, aquella niña de cabello fosco, ojos grandes y manos de muñeca, hiperactiva y dispersa, que lo mismo repetía curso que liquidaba los deberes en cinco minutos; protestona; víctima del fracaso escolar pero que hizo Periodismo con becas; con baches de autoestima, pero que tenía el pálpito de que algo grande iba a pasar en su vida; que ponía orden desde muy joven en un hogar infeliz y con problemas económicos del que soñaba huir, hoy, a sus 42 años, otra vez presidenta de Madrid e identificada popularmente como una líder de la derecha española, aún desgrana su existencia como si no hubiera un mañana: “Con la intensidad del que solo le queda un día. He vivido como me ha dado la gana. En una ciudad libre. Donde rompes con tu pareja y no la vuelves a ver. Sin rendir cuentas. Sin pedir permiso. Me fui de casa con 22 años. Lo pasé mal. Y he hecho mi camino. He crecido despacio. Siendo durante muchos años una militante del PP de cuarta regional. Con tareas menores. Esperando algo más; una mayor responsabilidad; una oportunidad. Dando cursos de digitalización a los militantes del PP por los pueblos en fin de semana sin cobrar un euro. Con mi cochecillo. Pero siendo libre. Y eso se me ha acabado. En poco tiempo me he echado años y kilos. La política es dura; gobernar supone tomar decisiones; te expone, es una presión que no cesa; y acaba con tu privacidad. Es como ir desnuda por la calle. Me echo de menos. Tengo nostalgia de mi independencia. Pero quiero sacarle a la vida todo el jugo. Me hace feliz que la gente me quiera y rece por mí. Me gusta y me relaja. Nunca he desconectado del mundo. Al contrario que Sánchez, que no pisa un súper desde que se marchó por España a recuperar la secretaría general en 2016. Intento atender a todo el mundo, en la calle, por carta, por las redes. Escuchar. Ese es el lado bueno de mi trabajo. Lo que me mata es la rutina”, dice.
—¿En qué sentido?
—Enseguida me aburro y necesito acción. En la facultad me cambiaba de turno de clase cada año; tengo distintos grupos de amigos, muy diferentes, y que no mezclo ni veo de seguido; nunca voy y vuelvo por el mismo camino, busco alternativas. No soy gregaria. Me gusta caminar por el campo y viajar sola. De vez en cuando me motiva cambiar de vida y de casa; de vecinos, de gimnasio, de peluquería y de frutero; he tenido seis o siete apartamentos, algunos compartidos con desconocidos, siempre de alquiler. Todos me dicen que compre, pero por aquí está todo muy caro.
—¿Es de amores cortos?
—Largos, porque los he estirado más de la cuenta. Y ahora son mis amigos.
—¿Dice lo que piensa?
—Lo que pienso, lo digo. Es como hablo. No le doy más vueltas. Pretendo ser clara y transparente para no caer en mi propia trampa; para no mentir y que me saquen los colores. Vuelo sin equipaje. No finjo ser quien no soy. Y puede dar la imagen de que no razono. No es cierto. Los políticos hay cosas que no dicen porque no les parecen correctas. Yo las digo sin corsé. Y estoy muy segura de lo que sale de mi boca en cada momento.
Isa, como la llaman los íntimos de la primera hora y los que ahora se acercan ante su fama y poder (el presupuesto del Gobierno de la Comunidad de Madrid es de 23.000 millones de euros, proporciona 180.000 empleos públicos, modela la primera economía española, su sanidad, educación e impuestos, y tiene una extensa red clientelar de entes, empresas, fundaciones, cursos y organismos), es más un producto mediático que un producto político; más de proyección pública que de pura ideología, aunque su trayectoria haya sido la de una oscura y fiel apparátchik saltando de liana en liana en torno a la estructura del PP desde que tenía 22 años y con un contacto anecdótico con el mercado laboral. En el entorno de La Moncloa la definen como una rock star. Isabel inflama a las masas. La vitorean por la calle. Se hacen fotos con ella. Y opina de todo. De la inmigración en Ceuta, los fondos europeos, Maduro o los indultos. Algo poco habitual en una dirigente regional. Su mensaje es nacional. Es por lo que le preguntan cada mañana los periodistas, nunca de los transportes o los servicios sociales de la comunidad. Ella, encantada, contesta con desparpajo. Domina la escena. Parece de verdad.
Traduce los deseos de la gente en discursos. Ideales para las redes sociales. Ahí se desata. “Sin complejos”, repite. Por ejemplo, en la plaza de Colón el pasado 13 de junio, cuando al hilo de la manifestación de la derecha contra los indultos espetó: “¿Qué va a hacer el Rey de España ahora? ¿Va a firmar esos indultos? ¿Le van a hacer cómplice de eso?”. Al día siguiente fue llamada al orden por el propio Casado. Pero ella recalcó que su jefe piensa como ella. Con ese estilo irreverente ha pescado 1,6 millones de votos en Madrid; el 45% de los sufragios. Y triunfado en 176 de los 179 municipios de la comunidad autónoma y en los 21 distritos de Madrid, incluidos los barrios obreros como Carabanchel, Vallecas, Usera o Villaverde. Ha derrotado al PSOE en el territorio donde se alza La Moncloa; ha acabado con Ángel Gabilondo y Pablo Iglesias; ha golpeado de muerte a Ciudadanos y frenado en seco a Vox (“que son siempre tan perfectos… que es difícil hacer nada con ellos; yo nunca los voy a insultar…, aunque las minorías son las minorías. Por fin me siento presidenta sin tener que pedir perdón a alguien cada día”). Y de paso ha insuflado oxígeno a un partido catatónico por años de corrupción y derrota, y apuntalado el liderazgo de Pablo Casado, el presidente del PP, su amigo del alma y promotor desde hace 17 años (“a pesar de que tengamos vidas muy diferentes”); aunque, al mismo tiempo, lo haya sacudido como un seísmo. Un veterano dirigente del PP con mando interroga: “¿Tú crees que Isabel va a ir a por todas; hasta el final; a por España? Porque a Pablo solo le queda un disparo, ya ha perdido dos generales…”. Este reportaje está construido a partir de cuatro encuentros con ella y de la opinión de una veintena de sus partidarios y rivales.
Ayuso representa una generación de políticos placeados en las tertulias y las redes sociales, y con escasa relación con la gestión y la tecnocracia, a la que desprecian (y que los cachorros 2.0 del PP madrileño de Ayuso y Casado, criados por la neoliberal Esperanza Aguirre, identifican con Rajoy y Sáenz de Santamaría). Una generación, la de Pablo Casado, en torno a los cuarenta y tantos, que estaba en la Facultad y la pequeña militancia durante los años triunfales de José María Aznar, el gran unificador de la derecha; el conductor del ómnibus donde cabía todo lo que estaba a la diestra del PSOE. La generación de Ayuso está obsesionada por la comunicación política, el mensaje repetido hasta la saciedad; la dureza en las formas; por proporcionar noticias continuas y a velocidad de vértigo para su consumo fácil y rápido, como un menú de comida rápida. Y que da respuestas sencillas y viscerales a cuestiones complejas. Buscan ganar la batalla de la opinión pública. Más agitadora que periodista (como Boris Johnson), virtuosa y nativa de las redes sociales, como todo gran personaje político que se precie, Isabel Díaz Ayuso ya ha comenzado a pergeñar un plan para salvar a España. Su proyecto es nacional, porque no es una ideología, sino una forma de vivir. “Sánchez nos suelta su catequesis y quiere quitar hasta los chuletones; que no nos diga qué comer ni cómo vivir”, proclama.
Lo confirma uno de los consejeros de Ciudadanos a los que fulminó el pasado 10 de marzo, justo al mediodía, sin borrar de su rostro su inescrutable sonrisa: “Tiene unas premisas muy básicas, pero que transmite con claridad y eficacia. Y detrás no hay mucho más. No hay trampa ni cartón. Hay lo que ves”. ¿Está muy ideologizada? ¿Es una ultraliberal, una libertarian, una anarquista de derechas? Responde un exministro del PP: “Hace un discurso liberal, sobre todo en lo económico, pero sin una profundidad de pensamiento que la haga quedar atrapada en una corriente ideológica concreta. Es de ideas básicas liberales, pero de políticas pragmáticas. Por ejemplo, no aprobó el pin parental, que era una obsesión de Vox. No es una radical de derechas; no tiene tanta profundidad de pensamiento. Y se va a ir moderando. No le queda más remedio”.
Ya ha comenzado. La fórmula para este nuevo periodo que conduce hasta 2023 (unas elecciones que serán más complicadas para Ayuso porque coinciden con las municipales y representarán su reválida nacional) es ser más racional y menos emocional. Más mujer de Estado. Menos individualista, más conservadora convencional, menos neocon y más verde. Más cercana al PP “convencional” de Galicia o Castilla y León. Ya está aderezando sus discursos con frases acuñadas por la izquierda como “que nadie quede atrás”. En la cuestión del aborto, posición nebulosa: “No es un derecho”. Como clave, bajar impuestos. En educación, remar hacia los concertados, básicamente de la Iglesia (en Madrid solo la mitad de los colegios son públicos). Y todo sin perder un ápice de frescura marca de la casa. Ni cambiar de vestuario y peinado.
Para Mónica García, de 47 años, médica anestesista y número uno del partido de izquierda Más Madrid, hoy la líder de la oposición en Madrid por 6.000 votos, que llega a la cita en una BiciMad que no encuentra donde aparcar, “Ayuso está conectada a lo emocional, lo abstracto, lo efímero. Ha arrebatado a la izquierda la palabra libertad. La ha comparado con salir a tomar cañas en el momento en que la gente estaba más cansada psicológicamente y más ganas tenía de huir. Esa oferta tenía trampa. Era inmoral. Y ha construido un hospital, el Zendal, que ha costado 150 millones de euros de ladrillos y chanchullos, por marketing. Gobernar no es eso. Ayuso tiene voluntad de poder, no de gobierno. Se apoya en lo etéreo. En las ilusiones de la gente. No da soluciones. Para la derecha, Madrid es un laboratorio neocon donde se experimenta cómo reducir lo público a un nivel residual (sobre todo en sanidad y educación), que todo lo rija el mercado y que se salve quien pueda. Y los ciudadanos no queremos tantas cañas y sí que nos echen una mano para pagar el alquiler. Mi oposición, mi proyecto, quiere ir a lo cotidiano, no a lo emocional como hace Ayuso”.
—¿Qué relación tiene con ella?
—Ninguna. Por la Asamblea va solo a las preguntas. Me la encontré una vez por el Retiro con los perros y me pareció maja.
El bienio pandémico de Isabel Díaz Ayuso ha consistido en dos años de campaña. Dos años de agitación más que de gestión. Sin presupuestos. Su Gobierno madrileño (impuesto por Ciudadanos y con tres consejeros clave “sugeridos” por la sede nacional del PP) comenzó a andar en septiembre de 2019. En enero de 2020, la covid llamó a la puerta. Y en marzo se decretó el estado de alarma. Y se acabó la legislatura. Se trataba, a partir de ese 14 de marzo, de centrarse en la sanidad, apuntalar la economía y poner en marcha los ERTE. Y accionar la maquinaria de la propaganda a cada paso que daba.
Desde el comienzo, Ayuso desconfió de Ciudadanos (estaba convencida de que Aguado y Garrido la odiaban) y padeció el profundo desdén de Vox, sobre todo de Rocío Monasterio (aunque Ayuso había sido de joven amiga de Abascal y respeta muchas de sus propuestas). No era su Gobierno. En la mitad no mandaba. Solo confiaba al máximo en dos consejeros del PP, David Pérez y Eugenia Carballedo. Sin embargo, siempre se relacionó con su Ejecutivo como si dispusiera de mayoría absoluta. Y nunca perdió las buenas formas; no se peleaba con los consejeros de Ciudadanos en los consejos de gobierno, para eso tenía a sus consejeros del PP más broncos que hacían el trabajo sucio, como Enrique López. Ayuso (el PP) nunca entendió lo que es gobernar en coalición.
Buscó el momento para disolver. No podía ser al principio de su mandato, era poco estético y le había costado tres meses de infinita paciencia llegar a un acuerdo de gobierno con Ciudadanos y apacentar a Vox para la investidura (que nunca llegó a salir en la foto); luego llegó la covid. Por ley no podía disolver en el último año de legislatura. Le quedaba el ejercicio 2021. En primavera aflojaba la pandemia. El pretexto iba a ser la moción de censura del PSOE en Murcia el día 10 de marzo. Y actuó. Y, como dice su primera mentora y hoy fan absoluta, Esperanza Aguirre (más ayusista que casadista): “La suerte acompaña a los audaces”. Según un exconsejero de Ciudadanos en Madrid: “Ayuso se aprovechó de esa situación de Murcia para decir que había perdido la confianza en nosotros y que le queríamos robar el Gobierno en los despachos. Era una buena frase. Esa pérdida de confianza no existía tan claramente en Madrid, pero ella tira de lo de Murcia para justificarse. Quería gobernar en solitario. Se la jugó a una carta, le salió bien, y a nosotros fatal”.
Ayuso acometió en solitario el envite de disolver y convocar elecciones. “Consulté a Pablo Casado, pero yo tomé la decisión. Gobernar es decidir. Escucho a todo el mundo, pero luego hago caso un 40%. Lo confirma un sénior del PP: “Sí, Isabel te llama y te consulta, pero más de política y de estrategia que sobre decisiones concretas, y desde luego no de nombramientos, que lleva muy en secreto”.
Pilló a la oposición con el paso cambiado. Al PSOE, con un buen candidato, pero quemado (Ángel Gabilondo, que no ha querido hablar para este reportaje), al partido en Madrid sin músculo ni dirección (su anterior secretario general, José Manuel Franco, ha declinado intervenir en este perfil) y a La Moncloa sobrepasada. A la izquierda, fragmentada. Y a Ciudadanos, inmerso en un debate sobre su futuro. Y todo con la colaboración especial de Pablo Iglesias como candidato sorpresa de Podemos (que era el peor valorado en las encuestas por los votantes nacionales y también los madrileños), y de Pedro Sánchez, omnipresente en la distancia. Nadie comprende cómo el presidente del Gobierno de España bajó a la arena de Madrid. No tenía nada que ganar. Un miembro de su equipo explica: “Isabel identificó muy pronto a Sánchez como su adversario político, ya en los comienzos de la pandemia. Sabía que su oposición real era él y que ella también lo podía ser de él. Y ha logrado capitalizar todo el cansancio y la desconfianza de España hacia Sánchez”. O, como explica Alberto Ruiz-Gallardón, retirado de la política y ataviado de abogado patricio, parafraseando a su vez a Felipe González: “Isabel identifica el sentimiento de la gente; detecta lo que la ciudadanía desea; y ha tomado durante la pandemia decisiones que conectan con esas necesidades de la gente, que después la ha votado, aunque estén en sus antípodas políticas”.
“Lo grave”, según Borja Cabezón, dirigente socialista de Madrid, politólogo y antiguo miembro del equipo de Iván Redondo como director general de Asuntos Nacionales, “es que, para ganar, Ayuso se inventa un ‘nacionalismo madrileño’, igual que cuando los separatistas catalanes dicen ‘España nos roba’. Un marco primario, maniqueo, de buenos y malos; de ceros y unos; de bloques, no de partidos; incluso diseña la lucha imaginaria de dos presidentes. Y le sale bien. En ese momento histórico de la covid, ese marco (cuestionable ética y políticamente) se compra con facilidad por los votantes, como ocurre con el electorado coyuntural de Trump o Le Pen. La buena noticia es que ese marco maniqueo tiene fecha de caducidad a partir de las vacunaciones, los fondos europeos para la recuperación, la modernización del país y el rebote de la economía. A ella ahora le toca gestionar. Y en 2023 todo será muy diferente. Ya no será un paseo”.
¿Cómo hubiera sido el Gobierno de Ayuso sin pandemia? Más centrista y mucho más aburrido. Pero se agarró al clavo de la covid. Y le fue útil. Para un exmiembro de los gobiernos de la era de Aznar, “Ayuso no funciona con profundidad convencional; no lo es. Cuando comienza la pandemia, y siendo una presidenta novata y en minoría, otra, en su lugar, se hubiera plegado a las decisiones del Gobierno central (como hicieron las otras comunidades) y convertido en un sumiso gendarme sanitario (como el resto). Pero ella ve su oportunidad. Y se enfrenta a Sánchez, al poderoso Sánchez, que es un tipo arrogante que no se anda con chiquitas. Hay una bomba de descontento en España y ella es la espoleta. Y gana. Y se convierte en la oposición real a Sánchez. Y en una líder a la que en el PP no conviene enfadar… por lo que te pueda pasar”.
Y, según José María Aznar, presidente del Gobierno entre 1996 y 2004, Ayuso consigue algo más. Aznar, en buena forma física (viene de subir a la carrera decenas de pendientes de 120 metros) y analítica, y poco amigo de espolvorear halagos (“yo no soy fan de nada”), define, sin embargo, de “éxito espectacular” el triunfo de Ayuso, con la que confiesa hablar a menudo. Aznar otorga a la presidenta “todos los valores del liderazgo: capacidad de escuchar, reflexión, decisión, espontaneidad y coraje”. Detrás de una mascarilla negra y en su despacho de FAES, cercano al Museo del Prado, el expresidente reflexiona en voz queda: “El entorno de Sánchez tenía una bien diseñada estrategia, a partir de las elecciones catalanas de febrero, para apoyar a Vox como primera fuerza del centroderecha, y condenar al PP a la irrelevancia y el olvido a través de una operación de mociones de censura en Murcia, Castilla y León y Madrid, con Ciudadanos de acólito, y Vox, de beneficiario, que hubiera dejado al PP como un ente irrelevante, aislado en Galicia y el Ayuntamiento de Madrid. Y su rapidez en convocar elecciones se carga esa operación y devuelve al PP su papel central de partido de gobierno; de imán de todo lo que está a la derecha del PSOE. El 4 de mayo no se recupera todo, pero el panorama se simplifica. Y la izquierda sufre una mayor atomización”.
—¿Y eso qué supone para el futuro?
—Que con Ayuso comienza un cambio de ciclo. De la desilusión con el PP de Rajoy se pasa a ver que tiene otra vez la oportunidad de dar la batalla y ganarla. Madrid representa un modelo alternativo a Sánchez para toda España, basado en la libertad individual; en la capacidad de elegir y decidir. Madrid como ciudad libre. Y Sánchez se enfrenta en campaña a Ayuso (lo que es inaudito en un presidente) y luego se retira a mitad de partido.
—¿Ha llegado la hora de que el PP sitúe a una mujer como candidata a la presidencia del Gobierno?
—El PP tiene su candidato, que es Pablo Casado, y es al que hay que apoyar. La victoria de Ayuso es para todo el partido, ha hecho lo que tenía que hacer, pero el candidato es Casado, que tiene todas las condiciones. Nuestro cartel es Pablo Casado.
—Por cierto, usted descubrió a Miguel Ángel Rodríguez, el hoy poderoso director de gabinete de Ayuso…
—Sí. En Valladolid, en 1986. Era un periodista de 22 años que quería acabar conmigo, y pensé, a este tío tan listo, antes de que me liquide, lo ficho. Tenía mucho talento. Fue conmigo secretario de Estado de Comunicación y portavoz del Gobierno. Es alguien sin el cual no se puede explicar la historia del PP y del Gobierno de España bajo mi mandato.
“Isabel no es convencional”, repiten en el PP a cada paso que das. Los problemas económicos de su familia, su estilo alternativo de vida, su independencia vital, su larga y afanosa escalada desde cero. Un diputado conservador reflexiona: “No es la clásica niña bien del PP, de perlas, mechas y misa dominical; en municipios más obreros como Parla o Móstoles la ven como una de los suyos”. Y por eso, para rebañar todo el voto madrileño en unas generales (Madrid aporta 37 diputados, el mayor número de España), es clave el tándem entre Ayuso y el alcalde José Luis Martínez-Almeida, que sí es un político convencional del PP: abogado del Estado, monárquico de familia y educado en el Opus, que cae bien y arrasa en los distritos burgueses.
Nadie en el partido entendió la decisión de Pablo Casado de nombrarla candidata a la comunidad en enero de 2019. Nadie en las altas esferas la conocía. Para Casado, era el modo de salvaguardar su feudo madrileño, su poder territorial, dentro de los complejos equilibrios familiares del PP, frente a Alberto Núñez Feijóo, en Galicia, o Juan Manuel Moreno Bonilla, en Andalucía (más del viejo PP de Rajoy), con alguien de absoluta fidelidad. En el establishment de su partido la ningunearon; incluso la despreciaron. Se equivocaban, porque Ayuso (como Aznar) prefiere que la odien a que la desprecien; lo único que consigue que mute el gesto es que la tomen por tonta. Siempre toma nota.
Y si Ayuso no es convencional en el centroderecha, menos aún el hombre que susurra a su oído; abre y cierra puertas en el palacio de la Puerta del Sol, acuña sus discursos y frases más célebres (“socialismo o libertad”) y está dispuesto a llevarse, llegado el caso, todas las bofetadas (vengan de dentro o de fuera del PP). Un hombre en campaña permanente, porque no sabe estar quieto, y que salió mal de La Moncloa en 1998: Miguel Ángel Rodríguez (MAR), de 57 años, director del gabinete de la presidenta, antiguo periodista, publicitario productor, tertuliano y consultor político. El Iván Redondo de Ayuso. Aporta al binomio experiencia, olfato y cálculo; y Ayuso, espontaneidad y fuerza de la naturaleza. El cóctel funciona. MAR representa el papel de poli malo. Los consejeros le temen; el PP de Madrid le teme; Génova le teme.
Descamisado, vaqueros, zapatos de hebilla de señorito decadente, melena aleonada y risa fácil, Rodríguez contesta entre el humo de sus cigarrillos, y con una coca-cola, tila, café o whisky en la mano, según la hora del día que corresponda. Vive su segunda juventud. Según un viejo compañero de sus tiempos de La Moncloa (1996-1998), “MAR tuvo un pasado mejor que su presente y, de pronto, consigue la segunda oportunidad de su vida con Isabel. Tiene talento, pero no se amolda a los cargos; tiene objetivos ambiciosos; otea el horizonte de Ayuso. Y puede que ella no se vea todavía como candidata nacional, pero él sí. Y no es un estratega, pero tampoco miope. Ayuso ha unido su destino al de su viejo maestro de comunicación política. ¿Y quién sabe más de medios y propaganda que él?”.
Miguel Ángel Rodríguez, un asesor que dice preferir la MTV a la BBC, “siempre a toda leche”, comenzó a trabajar en la primera campaña de Ayuso sin cobrar (como Iván Redondo con Sánchez). Y fue fichado como su director de gabinete el 21 de enero de 2020, ante la desconfianza de Ciudadanos y el desasosiego del PP. ¿Cómo define a su cliente? MAR responde: “Es un personaje político porque se lo cree. Claro que tiene ideología, quiere cambiar la sociedad, no solo gestionar. No tiene una ideología intelectual, sino mamada en los pueblos. Y piensa (como yo) que si tienes el poder es para usarlo. Fue ella la que decidió montar el hospital de Ifema y después tuvo la idea del Zendal”.
—Que dice la oposición que ha costado 150 millones y no sirve para nada.
—Un hospital en Madrid siempre tendrá más utilidad que el ministerio de Irene Montero, que tiene un presupuesto de 450 millones.
—Dicen que usted la maneja…
—La gente habla bien de mi papel solo para denostarla a ella. No lo hacen para decir que yo soy cojonudo, sino para decir que ella es tonta.
—¿Es usted el Iván Redondo de Ayuso?
—Yo me diferencio de Iván en una cosa: él ha trabajado para la derecha y la izquierda; y yo nunca podría trabajar para el PSOE. Para mí la política es ideología y son las ideas liberales las que han cambiado el mundo.
Rodríguez, que se mueve habitualmente dos pantallas por delante de la realidad, sabe que, a partir de ahora, las oportunidades para Ayuso están, sobre todo, dentro del PP; y también los peligros, como aquel sórdido fuego amigo que se llevó por delante a la prometedora (y progre) Cristina Cifuentes, en 2018, por haber robado unas cremas. Por eso, la estrategia es cuidar con mimo la relación con Almeida (que dirige la otra institución clave de Madrid, en un territorio muy pequeño y con equipos normalmente enfrentados), pero, al tiempo, hacerse como sea en 2022 con el poder en el PP de Madrid (la agrupación más importante de España, con 84.000 afiliados), vacante desde Cifuentes. Y todo sin pisarle los callos al reticente secretario general del partido en el ámbito nacional, Teodoro García Egea, de 36 años, que no es de Madrid, ni 2.0, ni neocon; es murciano y aporta a la sede nacional la mala leche de la que (dicen) adolece Pablo Casado. Y desconfía de ella. Ni tampoco molestar a los líderes periféricos del PP (sobre todo Feijóo), que no entienden muy bien en qué consiste eso de “vivir a la madrileña” en territorios vaciados, rurales y envejecidos. A continuación, Ayuso planea reabsorber la hemorragia de Vox con un discurso de derechas sin fisuras y recoger los pedazos del naufragio de Ciudadanos, mediante fichajes como Toni Cantó o Marta Rivera de la Cruz. Y llegar a El Dorado, a la casa común, a la reunificación de la derecha en Madrid, como durante la era de Aznar. Y, a partir de ahí, todo depende del resultado de su jefe, Pablo Casado, en las próximas generales. “Si pierde (que ya ha perdido dos), la alternativa por aclamación será Ayuso”, concluye un sénior del PP. Es una opinión extendida en el partido, frente a la opción de Feijóo.
Ha sido un día largo. Como todos los suyos. A media tarde asiste a un acto de FAES, el think tank (el laboratorio de ideas) del presidente Aznar, en el centro de Madrid, donde se entrega telemáticamente el premio por la libertad al líder opositor venezolano Juan Guaidó. Habla Almeida. Habla Aznar. Todo institucional. No habla Casado. Habla ella. Su mensaje es, como siempre, agresivo y nacional. Pega fuerte a Sánchez. “No desaprovecho la oportunidad”. Después se reúne por penúltima vez con el periodista. Su mensaje hoy es conciliador: “No pienso en mi futuro; ya he vivido lo más difícil; ahora queda mejorar la vida de la gente, con cercanía e ilusión. Las emociones de la gente son una responsabilidad para mí”. Acaba. Tiene prisa. “Tengo una cena”.
Elegante vestido de cóctel, sin joyas ni complementos, se introduce rodeada de escoltas en su Volkswagen oficial en dirección al domicilio de Tamara Falcó, donde es agasajada por la familia. En los días siguientes aparece colgada en Instagram la imagen de ambas (y el novio de Tamara) durante la velada. En horas, alcanza 90.000 me gusta. Isabel Díaz Ayuso vive la vida como si no hubiera mañana.
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